Ni bien aceptamos el don de la salvación de Dios, nos habilita para ministrar en su favor

No puede haber dudas con respecto a la naturaleza fundamental de la verdad de que todo lo que fue comisionado a la iglesia por nuestro Salvador solo será cumplido por medio de las habilidades o los dones concedidos por Dios a todo creyente, a través del Espíritu Santo. La transformación que debemos experimentar y que, según Pablo, ocurre mediante la contemplación (2 Cor. 3:18) es un camino de dos vías: somos transformados por mantenernos en comunión diaria con nuestro Señor y por buscar encontrar medios de atender las necesidades de los semejantes, utilizando los dones impartidos a nosotros por el Espíritu Santo.

Erwin McManus nos colocó ante una importante cuestión: “En el caso de que fuéramos omnipotentes, omniscientes y omnipresentes, ¿cuántos de nosotros escogeríamos el servicio como la expresión más sublime de ese potencial? Poseedor de tales atributos, ¿no es Dios quien tiene el derecho de ser servido? Eso sucedería con nosotros, pero no fue así con Jesús”.[1]

Los dones espirituales están incluidos en dos categorías: nutrición de los salvos y evangelización de los incrédulos. Los dones de evangelización tienen como objetivo compartir el evangelio con el mundo. Pero el crecimiento poblacional acelerado ha agregado tal inconmensurabilidad a nuestra misión, que su cumplimiento se convirtió en algo más allá de la posibilidad humana. Solo el uso de los dones del Espíritu puede cumplir esta tarea. La misión evangélica será consumada “no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6).

Cuando los dones de evangelización son utilizados propiamente, las personas encuentran su lugar en la fraternidad cristiana, conforme al ejemplo de la iglesia primitiva, a la que el Señor agregaba “cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hech. 2:47). Pero los cristianos recién nacidos necesitan ser nutridos, para alcanzar madurez (2 Ped. 3:18). Por esto la necesidad de los dones de nutrición.

El apóstol Pablo enseñó acerca de los dones espirituales en tres de sus epístolas: Romanos, Efesios y 1 Corintios. Por otro lado, hay evidencias de que el Espíritu siempre otorgó sus dones a personas espirituales. En el Antiguo Testamento, leemos acerca de la dotación de artistas, con el objetivo de construir y equipar el Santuario (Éxo. 35:35); lo que nos recuerda la importancia de reconocer y apreciar el trabajo artístico originado por Dios.

A los Romanos, Pablo describió nuestra preparación individual para una vida de servicio utilizando los dones del Espíritu. Escribiendo a los cristianos de Corinto, describió el proceso por el que recibimos esos dones. Y, en la carta a los Efesios, leemos acerca del propósito del servicio realizado mediante los dones espirituales.

Preparación

La epístola a los romanos se destaca por el desarrollo sistemático del tema de la justificación por la fe. En ningún otro lugar la sabiduría teológica y la perspicacia intelectual de Pablo son más evidentes que cuando leemos ese verdadero tratado acerca del evangelio.

Pablo comienza diciendo que el mundo entero está condenado en su pecaminosidad (Rom. 1-3). Abraham es presentado como ejemplo de justificación únicamente por la fe (Rom. 4, 5). Entonces, el apóstol muestra cómo el proceso de santificación sigue a una declaración de justicia, atribuida al creyente por Dios (Rom. 6:8). Pablo concluye el tema describiendo cómo Israel se ajusta al rompecabezas de una nueva era (Rom. 9-11), en la que Dios comisiona a todos los creyentes, judíos y gentiles por igual, a llevar el evangelio al mundo.

En el capítulo 11 podemos acompañar la lógica de su argumento, y, en el comienzo del capítulo 12, nos enfrentamos con una transición señalada por el uso del término “pues” Entonces, el apóstol argumenta: en el momento en que recibimos el don de la salvación, el Espíritu agrega otros dones, para el ministerio en favor de otros. En los primeros once capítulos de Romanos, no es común reconocer la primera implicancia para los que son declarados justos; es decir, todos recibimos dones espirituales. Esto es detallado en el capítulo 12: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1).

Desde el Éxodo, Israel estuvo familiarizado con el ritual diario del sacrificio de animales. El principal de estos animales era el cordero, ofrecido dos veces al día en el altar de bronce de las ofrendas quemadas. No había ninguna resistencia por parte del animal. Pablo utiliza esta realidad histórica para recordar a sus lectores que, por causa del don de la justicia que les fue otorgado, deben responder entregándose tan completamente a Dios como el cordero que era muerto y consumido en el tizón incandescente. Expresa que hacer esto es algo perfectamente “racional”.

En la versión Reina-Valera 1960, la palabra “racional” es traducida del término griego logikos, del que se origina la palabra “lógica”. Así, es lógico, para los que recibieron la vida eterna como don de Dios, entregarse voluntaria, dócilmente y sin reservas a él, en gratitud y prontitud para servir.

Mientras nos entreguemos a Dios, él moldea nuestra vida y la hace suya. J. B. Phillips tradujo Romanos 12:1 y 2 en los siguientes términos: “No permitas que el mundo a tu alrededor te comprima a su propio modelo, sino deja que Dios te rehaga, de modo que toda tu actitud mental sea transformada. Así probarás, en la práctica, que la voluntad de Dios es buena, aceptable y perfecta”.[2]

Pablo continúa hablando de las implicancias de esto, utilizando otra metáfora: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos […]” (Rom. 12:2). La palabra “transformaos” es la traducción del griego metamorfoo. En otro lugar, habla del creyente como nueva criatura (2 Cor. 5:17). ¿Cómo actúa esta nueva criatura? En Romanos 12, Pablo responde afirmando que, cuando experimentamos esa metamorfosis, esto constituye nuestra preparación para recibir los dones con los que serviremos a nuestros semejantes (Rom. 12:6- 13).

Proceso inicial

Otro pasaje paulino que analiza el proceso por el que entramos en una vida de servicio es 1 Corintios 12 al 14.

Cronológicamente, esta es la primera y la más larga elaboración del apóstol acerca de la dotación espiritual. En esta carta, en que también habla acerca de los símbolos del pan y del vino (1 Cor. 11) en la celebración de la Santa Cena, y acerca de la maravilla de la resurrección (1 Cor. 15), Pablo describe el triple proceso por el que entramos en el ministerio. “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Cor. 12:4-6).

Primeramente, establece que hay una gran variedad en los dones distribuidos por el Espíritu. Puede ser engañoso pensar que los dones espirituales están limitados a los aproximadamente treinta mencionados en la Biblia. Los dones concedidos a los creyentes en el primer siglo satisficieron perfectamente sus necesidades evangelizadoras y la nutrición espiritual. Y continúan haciendo lo mismo en nuestro tiempo. Por ejemplo, el don que capacita a las personas a ayudar a otras, “para edificación, exhortación y consolación” (1 Cor. 14:3), es tan necesario hoy como en cualquier otro momento de la historia.

Hoy, los dones pueden ser los mismos o similares a los del primer siglo, pero algunos serán únicos para nuestra generación. Pueden incluir habilidades como, por ejemplo, la programación de una computadora, la operación de aeronaves, entre otras inexistentes en el tiempo de Pablo. Su afirmación de que “hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo” expresa la gran variedad en los dones distribuidos por Dios. Y nuestro primer paso con miras al ministerio es ser conscientes de los dones recibidos y de las áreas en que podemos servir con habilidad, confianza y éxito.

Pablo también señala que “hay diversidad de ministerio, pero el Señor es el mismo” (1 Cor. 12:5). La palabra griega aquí traducida como “ministerios” es diáconos, de la que se deriva la palabra “diácono”, cuyo significado es “un siervo […] que ejecuta una misión”.[3] Los siervos realizan cualquier trabajo que necesita ser realizado, para que la iglesia sea capacitada para atender las necesidades humanas.

Entonces, nuestro próximo paso en dirección a la vida ministerial es procurar oportunidades para usar nuestros dones al servicio de los semejantes. Eso puede ser llevado a cabo en la congregación de la que formamos parte o sobre una base completamente independiente. A fin de cuentas, el ministerio opera de las dos formas. Dios trabaja con los dones espirituales y las necesidades humanas, concediéndonos motivación, entusiasmo y efectividad en la satisfacción de las necesidades. Pablo escribe: “Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Cor. 12:6). El término “hace” viene del griego energes, que da origen a la palabra “energía”.

Al unirnos a Cristo, también nos vinculamos con la más alta fuente de motivación y energía. A través de su Espíritu, a medida que buscamos satisfacer las necesidades humanas recibimos poder o energía. Y eso es lo que describe el tercer paso de nuestra jornada ministerial. Cuando vemos una necesidad y sabemos que somos dotados para atenderla, el Espíritu nos motiva para servir: placentera, espontánea y efectivamente.

En las tres referencias que Pablo hace de la dotación espiritual (Romanos, 1 Corintios y Efesios), usa la metáfora de un cuerpo. Cada parte, o “miembro” (1 Cor. 12:18), desempeña un papel fundamental. Para que todo el cuerpo funcione perfectamente, cada miembro debe trabajar junto con el otro. Ese sentido de armonía o integración es la clave para la evangelización eficaz y la nutrición eficaz de la iglesia, a través de los dones espirituales (1 Cor. 12:13-27). Finalmente, en todas las referencias, Pablo también enfatiza que la utilización de los dones solo puede ser efectiva si servimos con amor. Ese énfasis se evidencia especialmente en el capítulo 13 de 1 Corintios. Si uso cualquier don, sin amor, “nada soy” (1 Cor. 13:2). Al comparar la fe, la esperanza y el amor, el apóstol declara este último como el mayor don (1 Cor. 13:13).

El propósito de los dones

La tercera mención de Pablo acerca de los dones espirituales, en la carta a los Efesios, describe el propósito de los dones de servicio, al igual que los resultados de su descubrimiento y utilización. Después de mencionar los dones espirituales fundamentales (apostolado, pastorado, evangelización y enseñanza), Pablo explica el objetivo de su uso: “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagemas de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efe. 4:12, 13).

Cuando empleamos nuestros dones en el servicio, nos hacemos más y más semejantes al Siervo-modelo: Jesús. Esa revelación es un rico tesoro; es la otra cara de la moneda que Pablo presenta en la carta a los Romanos. “Las obras de la ley”, advierte, nunca pueden convertirnos en justos como Jesús. Pero las “obras del servicio”, a través de los dones espirituales, nos invitan a una fraternidad en la que nuestra atención siempre está focalizada en Cristo. En este proceso somos transformados, desarrollamos nuestro carácter y nos hacemos semejantes a él.

En el día final, Cristo galardonará a los redimidos por el hecho de que revelaron compasión y sirvieron a otras personas; es decir, usaron sus dones en la evangelización y la nutrición espiritual: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mat. 25:35, 36). No hay mejor evidencia de haber establecido una relación íntima con Jesús que el uso de los dones que nos fueron concedidos.

Tomando en consideración las descripciones bíblicas acerca de la preparación, el proceso y los propósitos incluidos en la recepción y la utilización de los dones espirituales, todavía hay dos asuntos básicos que deben ser abordados.

Cuándo se recibe el don

Sobre la base de Romanos 12, podemos asumir que recibimos nuestro don en el momento en que aceptamos a Cristo. Y eso nos lleva a considerar la relación entre los talentos naturales y los dones espirituales.[4] En general, los talentos forman parte de nuestra herencia genética y pueden ser favorecidos por nuestro ambiente familiar.

Escultores, profesores, músicos, consejeros, oradores y líderes poseen talento natural, que puede ser usado para el bien o para el mal. En el caso de los incrédulos, el uso de estos talentos tiende a la gloria personal. Pero, en la conversión, nos damos por entero al Señor. Elena de White escribió: “Al convertirnos en sus discípulos, nos entregamos a él con todo lo que somos y tenemos. Él nos devuelve esos dones purificados y ennoblecidos, a fin de que los empleemos para su gloria bendiciendo a nuestros prójimos”.[5] Sí, Dios nos devuelve nuestros talentos para que sean usados como dones espirituales, para atender las necesidades humanas y, en ese proceso, glorificarlo y honrarlo.

Casi siempre podemos observar las mismas habilidades en personas antes y después de su conversión. Pero el modo en que son utilizadas es cambiado dramáticamente.

Cómo identificar los dones

Cinco tesis doctorales de alumnos míos de la Universidad Andrews exploraron la relación entre la dotación espiritual y las características de personalidad. Las investigaciones identificaron una asociación entre los perfiles de personalidad y cada categoría de dones. Así, Dios nos llama a servir de formas que se ajustan a nuestra personalidad. Nos asegura la combinación de los dones espirituales con lo que somos. Es más: algunos miembros de la familia de Dios que no siempre tienen oportunidades para ciertas líneas de servicio pueden tener el don específico, y solo necesitan el reconocimiento y la facilitación de oportunidades por parte de la iglesia para utilizarlo. Cuando servimos por medio de nuestros dones, nos alegramos en nuestro ministerio, pues sentimos el placer de hacer cosas para las que fuimos dotados.

Cuando servimos empleando de nuestros dones, bendecimos a las personas; y su apreciación es una afirmación de que esos dones están siendo utilizados.

Cuando servimos a otras personas a través de nuestros dones, deseamos mejorar nuestro ministerio y el de nuestras congregaciones. Entonces, habrá unidad, alegría y progreso “en un solo cuerpo” (1 Cor. 12:20). En la consumación de los siglos, todos los siervos fieles oirán las palabras del Siervo- líder: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. […] De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mat. 25:34, 40).

Sobre el autor: Profesor de Teología, jubilado, reside en Washington, Estados Unidos.


[1] Erwin McManus, An Unstoppable Force (Loveland: Group Pub., 2001), p. 156.

[2] J. B. Phillips, The New Testament in Modern English (Londres: Collins, 1959).

[3] The Analytical Greek Lexicon (Londres: Samuel Bagster and Sons Ltd., 1967).

[4] Lloyd Edwards, Discerning Your Spiritual Gifts (Cambridge: Cowley Publications, 1988), p. 12.

[5] Elena G. de White, Palabras de vida del gran Maestro, p. 264.