Una de las cosas que sostuvo al apóstol fue la conciencia de que su ministerio era glorioso.

Estoy de vuelta en la oficina después de haber participado en varias reuniones con pastores y ancianos de iglesia. Me enteré de las luchas que tienen que enfrentar algunos ministros; incluso dialogué con un colega que estaba pensando en dejar el ministerio porque le parecía que ya no tenía fuerzas para resistir las dificultades.

Hoy abrí mi Biblia para meditar una vez más en la vida de un ministro que me inspira enormemente: el apóstol Pablo. Fue un pastor como usted y como yo. Muchas veces, enfrentó luchas terribles en su trabajo. En cierta ocasión, al escribir a los corintios, les manifestó: “Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia, pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida” (2 Cor. 1:8). ¿Qué es esto? ¿Un gigante del evangelio como Pablo con ganas de morir, desesperado en un determinado momento de su vida? Ciertamente así fue; y eso da esperanza a mi corazón. Si él, a pesar de las luchas, consiguió salir victorioso, también yo, en el nombre de Jesús, puedo vencer las dificultades que el enemigo muchas veces pone en mi camino.

¿Cuál fue el secreto de lo que llevó a Pablo a la victoria? En verdad, fueron varios. Pero, por ahora, permítanme presentarles lo que él mismo escribió en 2 Corintios 4:1: “Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos”. Y en el versículo 16 añade: “Por lo tanto, no desmayamos”. Es verdad que el ministerio de Pablo fue muy parecido al nuestro. Enfrentó luchas terribles en la iglesia por causa de algunos hermanos que no aceptaban su autoridad apostólica; sufrió presiones internas, propias de la naturaleza pecaminosa que todos tenemos; se enfrentó con circunstancias difíciles en tiempos en que los medios de transporte casi no existían, y los pocos disponibles eran sumamente precarios. A pesar de eso, él afirmó con convicción: “No desmayamos”.

Según el texto, una de las cosas que sostuvo al apóstol fue la conciencia de que su ministerio era glorioso. Lo había recibido de parte del mismo Señor Jesucristo, “según la misericordia que hemos recibido”. Eso significa que ni ustedes ni yo somos pastores sólo porque estudiamos en la Facultad de Teología, o porque la junta directiva de un campo nos extendió un llamado. No merecemos nada, porque sólo somos “vasos de barro” (vers. 7). Somos ministros únicamente por la misericordia de Dios. Somos pastores porque él, en su infinita sabiduría, un día consideró que nos podría usar para su gloria y honra; porque nos amó y porque, entre millares de seres humanos, nos puso aparte y nos confió una sagrada misión.

La conciencia de esa santidad, esa misericordia y esa gracia, y de su ministerio, hizo que Pablo, en los momentos más oscuros, tristes y dramáticos de su vida, pudiera afirmar: “No desmayamos”. La pregunta que cada uno de nosotros debe hacerse es: ¿Tengo yo una conciencia clara de que mi ministerio es glorioso? O, ¿soy sólo un profesional que trabaja con cosas espirituales?

En cierta ocasión, un joven aspirante buscó a un pastor de experiencia para confiarle lo siguiente: “Estoy pasando por terribles dificultades, pastor; estoy pensando en renunciar”. La respuesta del anciano pastor fue: “¡Ni se le ocurra! Miles de los ángeles que rodean el Trono de Dios desearían estar en su lugar”. Y esto es así, pastor. En sus horas de sufrimiento y lucha, vuelva los ojos a Jesús, a su misericordia y a su gracia; levante la cabeza y diga: “No me desanimaré, no desmayaré”.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.