El pastor nunca debe dejar de atender a los enfermos y a las familias enlutadas. Después de todo, eso también contribuye al crecimiento de la iglesia.
Todo pastor que alimente la ilusión de la inmortalidad al cuidar de alguien que está gravemente enfermo, terminará frustrado. Es por demás importante que aceptemos el carácter inevitable de la muerte; si esto no es así, el paciente recibirá pocas visitas, ya que el contacto con el enfermo puede crear ansiedad al pastor. Algunos pastores, poco informados acerca de la muerte, evitan conversar con sus feligreses acerca de sus dolencias y sus respectivos pronósticos de vida. Esos pastores no pueden satisfacer adecuadamente las necesidades de los pacientes graves.
Los familiares de un paciente terminal enfrentan la inminencia de la pérdida de un ser querido, pero el paciente enfrenta la pérdida de toda la familia, de los amigos, de sus relaciones, de su posición en la comunidad y de sus posesiones. En forma sorprendente, el enfermo se adapta más fácilmente a sus pérdidas que el resto de la familia.
La asistencia pastoral puede funcionar como un preventivo del dolor: amortigua las impresiones que produce la conciencia acerca de que la salud está disminuyendo y de las pérdidas consiguientes. La prevención del dolor psíquico es adaptarse a la pérdida de cosas tales como poder alimentarse y bañarse solo, manejar el auto, hablar con los amigos, ir a la iglesia o al trabajo. El paciente terminal puede enfrentar la muerte con más valentía cuando el pastor se acerca para oírlo y hacerse cargo de las fuertes emociones que experimenta.
Comunicación
En general, los familiares evitan hablar de pronósticos sombríos y muerte inminente; pero el paciente quiere comunicarse y necesita hacerlo. Al pastor que haya conversado íntimamente con el paciente acerca de su enfermedad y de la posibilidad de la muerte, no es raro que se le pida que se comunique con la familia también.
Cierto hacendado de Texas guardó silencio cuando visitó a su esposa en un hospital. Ella quería conversar acerca de la metástasis del cáncer del que era víctima, pero no sabía cómo comenzar. Con el permiso de ella, invité al marido para que se sentara cerca de la cabecera de la cama, y le dije: “Juan, Raquel recibió malas noticias hoy y quiere hablar contigo acerca de eso. Los dejaré conversando solos; pero, si necesitan ayuda, estaré afuera”. Después, me agradecieron por haber abierto la puerta para un diálogo largamente deseado, pero que no sabían cómo comenzar.
Lealtad
Siempre les digo a mis hermanos que estaré con ellos en los tiempos buenos pero también en los malos. Pueden llorar, gritar, guardar silencio; pero seré su amigo, no importa qué pase. Y cumplo mi promesa.
Expresiones de duda, culpabilidad, desesperanza y un supuesto abandono por parte de Dios son comunes en los pacientes que enfrentan la muerte. El enfermo, en esos casos, no necesita que se lo reprenda ni se lo amoneste, sino a un pastor que simplemente lo acepte. Como expresó un paciente en un hospital psiquiátrico: “Lo que necesitamos, por encima de todo, es alguien que nos acepte así como somos, por lo que somos, de manera que nos podamos volver más de lo que somos”
He oído a decenas de cancerosos decir cosas negativas acerca de Dios, pero no los he reprendido. Mi presencia amiga y asidua es reveladora de la amigable y permanente presencia de Dios con ellos. Algunos terminan diciendo: “No puedo creer que usted me siga visitando, después de oír las cosas horribles que yo dije contra Dios”
Propósito
La enfermedad, con frecuencia, pone fin a una vocación que le daba significado y propósito a la vida del paciente; la familia, los amigos y la iglesia, a veces, consideran al enfermo como un incapaz. No hay razón alguna para que algunos pacientes no realicen alguna tarea en la cama del hospital o en su casa. El pastor puede mantener a ese paciente al día con las cosas de la iglesia, pidiéndole consejo acerca de asuntos importantes.
He visitado pacientes con el fin de animarlos, y he recibido ánimo de parte de ellos. La situación en la que se encontraban les proporcionó experiencia para darme consejos espirituales y seguridad.
La asistencia pastoral puede funcionar como un preventivo del dolor: amortigua las impresiones que produce la conciencia acerca de que la salud está disminuyendo y de las pérdidas consiguientes.
Comprensión
Cierta vez, le pregunté a la directora de un hospital psiquiátrico de Londres acerca de lo que ella creía que era el mayor deseo de un paciente terminal. Ella ya le había hecho esa pregunta a un paciente, y la respuesta que recibió fue: “Alguien que, por lo menos, trate de comprendemos”
El pastor no puede saber, en realidad, cómo se siente el paciente, a menos que pueda respirar por medio de sus pulmones o ver a través de sus ojos. Decir, simplemente, “Comprendo cómo se siente” no tiene mucho sentido ni es reconfortante.
Cómo proteger a los familiares
La esposa de Ricardo luchó por años con el cáncer, pero en ese momento estaba en el lecho de un hospital, viviendo las últimas semanas de su vida. En una visita de su esposo, manifestó mucha fuerza y disposición para aceptar la situación; pero, por la noche, antes de morir, llamó a su enfermera predilecta y le pidió que la abrazara. En brazos de la enferma lloró y dijo que no quería morir. Comunicó su más profunda angustia con palabras que no podía compartir con Ricardo.
El pastor puede esperar oír el desborde emocional de sus hermanos enfermos; expresiones que no se comparten con los familiares por amor a ellos y para no aumentar la angustia que sienten.
Inventario personal
En cuanto alguien sabe con certeza que tiene una enfermedad incurable, generalmente revisa su propia vida; tiene sentido la idea de que el pasado puede ayudar a aclarar el presente. Ese proceso incluye tristeza, amor, alegría, gratitud, sentirse realizado y, a veces, la conciencia de haber cometido errores. El pastor debe animar al paciente a contar sus historias, ayudándolo a reasumir sus contribuciones positivas y sus triunfos.
Una vez, escuché por más de una hora a una hermana anciana mientras me contaba la historia de su vida. Cuando terminó de hablar, me abrazó y me dijo: “Lo que usted y yo hicimos juntos aquí fue una oración”.
Soledad
Muchos pacientes terminales se sienten solitarios, carentes de afecto. La soledad involucra lágrimas de nostalgia por la vida que tuvieron; eso incluye la sensación de que perderán todo lo que la vida les dio. Es una soledad exacerbada por la convicción de que poca gente quiere invertir tiempo con ellos.
El contacto humano es como un suave mensaje para alguien cuyo sentido de la propia personalidad se está destruyendo. Elimina la distancia que separa a la gente. Una enfermera me enseñó a no temer darle la mano o abrazar a un enfermo. Sus pacientes me dijeron que ella los hacía sentir como si fueran parte de su familia; y eso es lo que ellos esperan de los que los visitan. El paciente terminal necesita de un pastor que no tenga miedo de tocarlo y que ahuyente la soledad.
Hace algunos años, una de mis amigas se internó para tratarse, porque padecía de tuberculosis. En cuanto me enteré, la fui a visitar. Me acerqué a la cabecera de la cama, tomé sus manos y la saludé calurosamente. Ella, entonces, comenzó a llorar de alegría, mezclada con amargura. Alegría, porque ya no se sentía intocable, y amargura porque, cuando su pastor la visitó, no se acercó a la cama ni la tocó una sola vez: después de leer rápidamente algunos pasajes de la Biblia y de elevar una corta oración, desapareció tras la puerta, mientras se limpiaba las manos y los brazos. Ella se sintió muy mal.
Comunión con Dios
La capacidad de relacionarse con Dios prosigue hasta que cesa la conciencia de la persona. Por eso, la tarea del pastor se debe intensificar a medida que se aproxima el fin. Tanto como sea posible, el paciente necesita apoyarse en la asistencia a los servicios religiosos. Llevarles casetes con las grabaciones de los programas de la iglesia es una buena idea. Toda clase de participación con la comunidad de la fe previene la depresión del paciente y ayuda a superarla; saber que Dios está de su lado y a su lado, ciertamente les levanta el ánimo.
Todo paciente se siente fortalecido cuando los familiares y los amigos están cerca. Pero el pastor debe asegurarse de que el paciente tenga suficiente tiempo para sus meditaciones personales. Es necesario que haya equilibrio entre los momentos que pasa a solas y los de las visitas.
Muchos pacientes me han pedido que ore por ellos. Nunca me olvidaré de un señor que, después de orar por él, me dijo: “Siento una paz que nunca sentí antes. Dios y yo ahora estamos bien”. En ese momento, sentí que había llegado al pináculo de mi ministerio.
Atención profesional
Todo pastor debería tratar de relacionarse con los hospitales y los médicos de su localidad, para que se facilite su trabajo en favor de los enfermos. Un hospital que se respete, hará todo lo posible para que un paciente terminal se sienta en casa y muera con dignidad, con menos estrés para la familia. Dispondrá de habitaciones confortables y facilitará el contacto con los familiares, evitando, de este modo, la sensación de abandono, sin hablar de una mejor asistencia médica y espiritual.
Cuando mi suegra enfermó, el personal del hospital caminó millas extras para atender a los familiares. En el último día de su vida, la enfermera le prodigó todos los cuidados normales y continuó atendiendo a los otros pacientes. Regresó justo cuando mi suegra estaba muriendo. Con calma, nos consoló y cuidó de todo; incluso hizo todas las llamadas telefónicas que necesitábamos hacer. Siempre le estaremos agradecidos por su actitud, y por la de los médicos también.
Algunas veces, el paciente y sus familiares, por alguna razón, no pueden comunicarse con los médicos. El pastor, entonces, debidamente autorizado por la familia, puede ser el portavoz de sus preocupaciones. Puedo decir que he encontrado médicos muy agradecidos por mi intervención, al recordarles algunas necesidades que había que satisfacer y que ellos, por ser seres humanos, habían olvidado.
Ayuda a la familia
El descuido de la familia de un enfermo puede cerrarle la puerta al pastor y puede crear sentimientos que tardarán en desaparecer. Servir al paciente significa servir a su familia, también. Sienten que su carga no es tan pesada cuando saben que su ser querido está recibiendo asistencia espiritual. La unidad de la familia debe ser el foco de la atención, ya se trate de un médico o de un pastor.
Los familiares que cuidan de un enfermo, comúnmente, se ven privados de sueño y de descanso, y les queda poca energía para las tareas diarias. El pastor puede hacer arreglos con otros miembros de iglesia para ayudar de manera práctica, en cosas tales como cortar el pasto, lavar la loza, limpiar la casa, hacer las compras y cumplir otros compromisos. Siempre tuve la impresión de que ése era el tipo de ministerio que Jesús desarrollaba.
La necesidad de negar
Al trabajar con las familias, aprendí que la negación es una actitud frecuente durante la enfermedad de alguien. Cuando la dolencia se prolonga, oímos cosas como éstas: “Va a vencer el cáncer. ¿Vio cuántos obstáculos superó ya? ¡Es un luchador!” La negación puede ser una forma legítima de aliviar la tristeza; puede alejar la realidad hasta que la familia reciba apoyo o sienta que lo está recibiendo. Pero la gente no asume permanentemente esa actitud de negación. El pastor sabio escucha con paciencia y se dice a sí mismo: “Eso también pasará”. Esa paciencia le da la oportunidad de ayudar al paciente a avanzar a través de la realidad.
Hay muchas razones para la negación: puede ser el deseo de proteger de la desesperación al enfermo o protegerse a sí mismo del sufrimiento, o miedo de admitir una muerte inminente, mostrar optimismo delante del paciente, etc. Cada razón tiene un propósito y un momento determinado.
Colaboración con los médicos
Cuando yo era capellán de un hospital, invité a los pastores de algunos pacientes para que escucharan a los médicos mientras describían cada caso. Recibieron informaciones valiosas, que los ayudaron a trabajar por los pacientes y sus familiares. En general, a los médicos les gustó contar con la participación de los pastores en el cuidado de los pacientes y de sus familias.
Hace poco, uno de los ancianos de mi iglesia estaba muriendo en la unidad de terapia intensiva de un hospital. El equipo de médicos se reunió con los familiares muchas veces, pero la familia no comprendía la gravedad del problema. La jefa de enfermeras me pidió que la ayudara a conversar con la familia. Les transmití las informaciones en términos que podían entender, y les aseguré que los médicos no estaban siendo irrazonables. La familia abordó la situación con más realismo, y el estrés de los médicos disminuyó. La experiencia probó que los médicos le dan la bienvenida a la ayuda pastoral, siempre que el pastor se limite a su misión específica.
El cuidado de los niños
A veces, se descuida a los niños cuando los adultos de la familia requieren atención. Es fácil pensar que se adaptan bien porque no sufren muchas pérdidas. Un chico de 7 años me visitó una vez después de la muerte de su padre. Habló por cinco minutos acerca del padre, y luego abordó otros asuntos. Yo lo acompañé durante meses. Cuando ya era adolescente, me mudé a otro lugar, y mientras cargaban la mudanza en el camión, él llegó para agradecerme la ayuda recibida en ocasión de la muerte de su padre. Quedé impresionado al verificar que un pequeño gesto de atención puede hacer tanto bien.
Los niños, normalmente, se adaptan a las pérdidas en forma diferente de la de los adultos, y su dolor puede durar más tiempo. Eso causa cierta preocupación a los padres. Si se observara en el niño cualquier anormalidad frente a una pérdida, los padres deben buscar inmediatamente ayuda especializada en salud mental. El pastor debe estar familiarizado con la tristeza de los niños.
Las cosas pequeñas
Puede ser que las visitas a los hogares no sean tan frecuentes como le gustaría al pastor, pero una breve llamada telefónica para saber cómo está la familia puede ayudar mucho. Un ramo de flores enviado al paciente es un bálsamo. Las tarjetas postales y las llamadas telefónicas de los hermanos infunden mucho ánimo.
Cuando nuestra familia experimentó una pérdida, un vecino llamó para decirnos que no nos preocupáramos por el almuerzo; después, llegó con su familia trayendo la comida. Prepararon la mesa, pusieron los alimentos, comimos juntos, y las visitas incluso lavaron la loza y arreglaron la cocina. ¡Qué bendición!
Hay otras maneras de ayudar. Cuando vaya al supermercado, telefonee a la familia entristecida y pregunte qué necesitan. Un pan integral o una torta hecha por su esposa también pueden alentar los corazones apenados. Si Jesús estuviera aquí, estoy seguro de que haría cosas como éstas.
Los últimos arreglos
Cuando el pastor se gana la confianza de la familia, ésta, incluso, empieza a hablar acerca de los preparativos para el funeral. En cierto modo, eso es un alivio, pues evita las carreras de última hora. A medida que el pastor se relaciona con la familia y el paciente, puede obtener informaciones interesantes, que le pueden servir para la necrología que formará parte del servicio fúnebre. He asistido a funerales en los que parecía que la nota biográfica había sido escrita por el secretario del departamento de Estadísticas de algún organismo estatal. La relación con el paciente y su familia debería ser una mina de preciosos recuerdos, que se pueden incluir en ese tributo final. Los valores y la fe del fallecido deberían constituir la base de la exaltación de Dios en el funeral. Eso puede suceder si la presencia del pastor es permanente en el seno de la familia enlutada.
El funeral es el momento de proporcionar consuelo y esperanza a la familia y a los amigos. No es una ocasión propicia para evangelizar, y mucho menos para destacar las doctrinas particulares de una determinada denominación. Cierta vez, ayudé a un pastor joven a realizar un servicio fúnebre. Leí algunos pasajes de la Biblia y una breve biografía del fallecido, escrita por uno de los miembros de la familia. El pastor habló en un tono de voz muy fuerte, como si estuviera predicando a miles de personas. El contenido de su discurso era el que le correspondería a un evangelista que estuviera intentando convertir a la gente. Observé que los oyentes se movían incómodos, y los miembros de la familia estaban avergonzados y cabizbajos. Después, me enteré de que no tenía experiencia en la atención de las iglesias. Hasta ese momento sólo había trabajado con un evangelista itinerante.
Permita que las dudas se expresen
No es extraño que los familiares de un enfermo terminal se sientan enojados con Dios. Comprenden que un ser querido está muriendo, y lo consideran injusto. Oran para pedir sanidad, pero los pronósticos cada vez empeoran. A veces, la iglesia entera ayuna y ora, y el paciente de todos modos fallece. Cierta familia invitó a la iglesia entera para que fuera al hospital a orar por una hija que estaba a las puertas de la muerte. Todos los hermanos fueron, llenaron la habitación destinada a los familiares y se distribuyeron por los corredores.
El pastor insistía en entrar en la unidad de terapia intensiva donde se encontraba la joven, lo que estaba prohibido por los médicos.
Al día siguiente, murió esa chica de 18 años. La fe de los familiares quedó profundamente sacudida; salieron exhaustos del hospital, emocionalmente agotados y con una profunda desilusión espiritual. ¿Qué debe hacer el pastor en esos casos? Oír, oír y oír. La rabia manifestada contra Dios es un clamor de desesperación que no pide respuestas al pastor, pero que requiere una silenciosa comprensión de un sufrimiento casi insoportable.
Por razones personales, sé perfectamente de qué estoy hablando. Me internaron en un hospital con un diagnóstico de linfoma, que después resultó negativo, y me invadió una extraña mezcla de ira y perplejidad. El capellán vino a mi pieza y habló, habló y habló, pero yo seguía sintiéndome incomprendido y miserable. Llamé a una enfermera, que vino, se sentó a mi lado, me tomó la mano y me pidió que le contara todo lo que tenía en el corazón. No condenó mis sentimientos ni me sermoneó: se limitó a escucharme, a entender mi enojo y mi sufrimiento. Eso era lo que yo necesitaba.
Siempre recordaré el caso de esa joven señora a quien le diagnosticaron leucemia. Me decía, con firmeza, que no padecía de esa enfermedad aunque, al mismo tiempo, se sentía confundida y enojada. Le dije que me alegraría con ella si el diagnóstico resultaba erróneo; pero que si así no fuera, estaría con ella para intentar sentir un poco su dolor. Pasaron dos días, y regresé a su cuarto. Me abrazó y me dijo que el diagnóstico había sido confirmado, y que estaba esperando mi visita para poder desahogarse. Y lo hizo entre lágrimas y risas, entre expresiones de ira y, finalmente, con una pacífica entrega a la voluntad de Dios. Tenía muchas preguntas y había muchas dudas en su mente, pero me dijo que no esperaba respuestas. Me agradeció por mi presencia y por mi buena voluntad para escucharla.
Llorando, me dijo: “Pastor, Jesús está más interesado en alcanzarme de lo que yo he estado en buscarlo. Estoy programando mi mente para aceptar lo que venga, porque sé que él tiene reservado para mí algo mejor que este viejo mundo”. Esa actitud me confirmó lo que ya había aprendido en mi experiencia con decenas de familias que se habían enfrentado a la pérdida de un ser querido; a saber, conservar la calma en medio de los sentimientos de ira, temor y confusión. Deje que hable el Espíritu de Dios. Deje que él imprima sus respuestas en los corazones. Obre como ayudante del Espíritu.
Asistencia permanente
El pastor nunca debería establecer límites para la atención pastoral de las familias enlutadas. Más de un año después del fallecimiento de ese ser querido, todavía pueden aparecer oleadas de sufrimiento. Eso sucede porque no se han disipado ni se han atenuado todos los recuerdos relacionados con esa persona. Un himno, un acontecimiento especial, ciertas fechas y otras cosas, y situaciones pequeñas de la vida siempre nos recordarán a ese ser querido, y renuevan el pesar. Cuando eso sucede, la familia debe saber que su pastor está listo para ayudarlos, y accesible también. Si la familia enlutada nunca encuentra al pastor, o lo ve muy poco después del funeral, no debería sorprenderse si comienzan a ausentarse de la iglesia, o hasta piden su carta de traslado para otra congregación.
Con el fuerte énfasis que se da ahora al crecimiento de la iglesia, no es difícil pasar por alto a las ovejas heridas del rebaño. Por eso, los pastores tienen que recordar que el crecimiento de la iglesia no se limita a los números; también implica el crecimiento emocional y espiritual de las personas que ya fueron bautizadas.
Sobre el autor: Pastor jubilado. Reside en Charlotte, Michigan, Estados Unidos.