“No puede un hombre recibir mayor honra que la de ser aceptado por Dios como un hábil ministro del evangelio”.-Elena G. de White.
Cuando las esposas de los pastores se reúnen para conversar, por lo común el tema que se trata se refiere a la vida familiar, los hijos y los desafíos de la obra pastoral. En cierta ocasión, mientras tomaba un desayuno junto con otras colegas, todas ellas con hijos estudiantes en colegios adventistas, su preocupación era el futuro de sus hijos, especialmente en cuanto a que encontraran el cónyuge adecuado. Me llamó la atención la alegría que manifestaron algunas cuando se enteraron de que sus hijas habían encontrado o estaban interesadas en jóvenes estudiantes de Teología.
Me quedé pensando en cuán tranquilizador es para la madre, esposa de pastor, saber que su hija también desea vivir la misma experiencia de dedicar enteramente la vida a la obra de Dios, al lado de un pastor. Es una vida de grandes responsabilidades, pero que implica muchas y ricas bendiciones. Porque el pastor es un hombre especial a los ojos de Dios; es alguien que tiene el privilegio de encaminar a la gente hacia el Reino de los cielos.
Las expectativas en cuanto a su trabajo son muy grandes, pero puede tener la seguridad de que nunca llevará las cargas solo. Dios está siempre dispuesto a ayudarlo, a sostenerlo, a consolarlo, concediéndole sabiduría y paz. Con propiedad, José Manosalva escribió acerca de la conducta del pastor. Veamos de qué manera traducen sus palabras la solemnidad de la vida de un ministro del evangelio.
“Se necesita un pastor consagrado, que dependa de la oración para hacer su obra, que tenga mucha fe, que estudie la Biblia cada día, que lea y practique los consejos del espíritu de profecía, que hable a solas con Jesús constantemente, que viva lo que predica, que actúe honestamente en cada uno de sus actos, que hable con rectitud, que no se dedique a contar chistes. Un pastor que escuche a los miembros de su rebaño con cariño y simpatía, que encuentre la solución a los problemas sin dejarse dominar por el nerviosismo. Un pastor que no se desgaste, que sepa perder y ganar en las juntas y las disertaciones; que no use ni influencias ni artimañas para tratar sus asuntos o para lograr ventajas.
“Un pastor cuya ropa sea siempre discreta y esté siempre limpia, que se conserve alegre, que sonría a todos y que sea atento, especialmente con los miembros de su iglesia. Un pastor que ame a las personas y que sienta pasión por ellas; que ame a sus enemigos y los perdone aunque ellos lo aborrezcan. Un pastor que siempre llegue a tiempo a las reuniones, que comience los cultos a la hora señalada, que no pierda el tiempo ni permita que otros lo hagan. Un pastor que predique sermones cortos, pero con el poder del Cielo; que sea perseverante y que no se desanime frente a los obstáculos. Un pastor que no dependa de la jubilación, ni del salario, y que no trate de aprovecharse de la obra de Dios.
“Un pastor que, cuando se equivoque, sepa decir: ‘Me equivoqué’, y que esté dispuesto a pedir perdón. Un pastor que comience con poder sus campañas de evangelización, que alcance todas sus metas, que alimente y cuide bien a su iglesia, que produzca mucho y pida poco.
“Un pastor que tenga un programa de estudio, que lea siempre buenos libros y que su presencia, donde esté, inspire confianza. Que obre sin hipocresías, que esté siempre contento, que sea franco, agradable y de buen humor. Un pastor que refleje el carácter de Cristo.
“Ése es el modelo de pastor que se necesita para ganar conversos en un distrito, ya sea metropolitano o que esté distante de los grandes centros poblados. Un pastor que guíe a la iglesia, no importa en qué situación se encuentre. Jesús le quiere dar la bienvenida en el Cielo a este pastor, y quiere concederle una corona llena de estrellas”.
Sea usted, pastor, este hombre. No permita que nadie le diga que no está ardiendo de amor por la predicación del evangelio o por el deseo de que Jesús venga pronto.
“No puede un hombre recibir mayor honra que la de ser aceptado por Dios como un hábil ministro del evangelio. Pero aquéllos a quienes Dios bendice con poder y éxito en su obra no se envanecen. Reconocen su entera dependencia de él, y sienten que no poseen en sí mismos ningún poder. Con Pablo, dicen: ‘No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto’ (2 Cor. 3:5)”
Que Dios lo bendiga, pastor; él cuenta con usted.
Sobre el autor: Coordinadora del Área Femenina de la Asociación Ministerial (AFAM) de la División Sudamericana.