“Y el Señor añadía cada día a la iglesia a los que habían de ser salvos”

El libro de los Hechos contiene uno de los mensajes más impresionantes respecto del crecimiento de la iglesia. Nos cuenta cómo comenzó la iglesia cristiana, y sus páginas destilan fervor misionero. Nos transmite no sólo mensajes de gran importancia para la misión, sino también nos revela cuál es el plan de Dios para que su iglesia crezca y alcance al mundo entero con el mensaje evangélico.

Los personajes que aparecen en el libro de los Hechos son reales, con su propia historia y su cultura. Dios vibra a través de ellos, y así ha alcanzado el corazón de muchas generaciones y ha trastornado el mundo entero con “la locura de la predicación” de la fe cristiana. Bastan unos pocos textos para descubrir esa dinámica.

“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hech. 2:41). “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (vers. 47). “Pero muchos de los que habían oído la Palabra creyeron, y el número de los varones era como cinco mil” (4:4). “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos” (vers. 33).

“Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo […]. Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres” (5:12-14). “Habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina” (vers. 28). “Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (vers. 42).

“Y crecía la Palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (6:7). “Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que (Esteban) hablaba” (vers. 10).

“Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio […]. Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había grande gozo en aquella ciudad” (8:4-8). “Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres” (vers. 12).

“Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaría, y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban, fortalecidas por el Espíritu Santo” (9:31). “Esto fue notorio en toda Jope, y muchos creyeron en el Señor” (vers. 42). “Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor” (11:21). “Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban en la Palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. Y la Palabra del Señor se difundía por toda aquella provincia” (13:48, 49).

“Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad, y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, e Iconio y Antioquía” (14:21). “Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, aumentaban en número cada día” (16:5). “Y algunos de ellos creyeron; y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los griegos piadosos gran número, y mujeres nobles no pocas” (17:4).

“Entonces, el Señor dijo a Pablo en visión de noche: No temas, sino habla y no calles, porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad” (18:9, 10).

“Y esto fue notorio a todos los que habitaban en Éfeso, así judíos como griegos; y tuvieron temor todos ellos, y era magnificado el nombre del Señor Jesús. Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos […]. Así crecía y prevalecía poderosamente la Palabra del Señor” (19:17-20). “Y habiéndoles señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas. Y algunos asentían a lo que se decía, pero otros no creían” (18:23, 24).

La exposición de Lucas

El libro de los Hechos es una presentación clara, convincente y penetrante de los resultados de la tarea que llevó a cabo Jesús durante tres años y medio para formar a sus discípulos. En la lectura de estos textos, percibimos la expansión del mensaje del evangelio primeramente entre los judíos, después entre los samaritanos y a continuación entre los gentiles. La atención se concentra en la comunicación de la Palabra a cada persona, grupo y lugar. Junto con el desarrollo numérico, Lucas enfatiza el crecimiento espiritual de la iglesia. Se recalca este hecho con el fin de enseñar que, antes de empezar una empresa misionera de corto, mediano o largo alcance, hay que trazar planes para fortalecer espiritualmente a los creyentes; algo que permita verificar la realidad de la transformación interior llevada a cabo por el Espíritu Santo en los individuos y en la congregación.

Es común encontrar en el libro de los Hechos la expresión “lleno del Espíritu”, lo que pone de manifiesto la realidad espiritual en que vivían los miembros de la comunidad cristiana. Lucas destaca también la operación de la gracia de Dios en la vida de los creyentes, la comunión mutua y la influencia que ejercía esa nueva vida en la sociedad que los rodeaba. Por medio de la comunidad de los santos, el Señor llevaba a cabo señales y prodigios, repitiendo los hechos del éxodo hebreo de Egipto bajo la conducción de Moisés. En diversas oportunidades hubo sanciones, exorcismos y milagros. Lucas no encubre tampoco los problemas resultantes del crecimiento de la iglesia, ni la oposición que surgió al avance de la causa.

El crecimiento de la comunidad cristiana primitiva, en su totalidad, era una consecuencia del hecho de que se habían fundado numerosas iglesias en diversos lugares del Imperio Romano. Ése fue el método más rápido y fácil de afianzar la causa de Dios. La fundación de iglesias es, en verdad, una sugerencia sumamente importante para los días actuales.

El anuncio del Reino de Dios, el discipulado, la enseñanza apostólica, las visitas de casa en casa, la obediencia, los bautismos, el orden y la disciplina, la elección de autoridades, los viajes misioneros, la fundación de iglesias, las exhortaciones a la fidelidad, los concilios para aclarar doctrinas; todo eso implicaba una sólida base bíblica para un estilo de crecimiento eclesiástico. No sólo crecimiento numérico -aunque eso llene los ojos con la impresión del éxito y el triunfo-, sino también, y sobre todo, el crecimiento en Cristo por medio de su Espíritu, evidenciado en la vida de los individuos y los grupos que lo aceptaban como Salvador. Éste es el tipo de crecimiento que, según Luther Copeland, vence los obstáculos.[1]

Este autor llega a la conclusión de que el crecimiento de la iglesia que se observa en el libro de los Hechos no sólo es numérico, sino también tiene elementos espirituales y étnicos. La calidad y la cantidad iban juntas en este caso. La fe, el amor, la alegría, la honestidad y la pureza son el resultado de la obra de una comunidad fundada en la Palabra de Dios y conducida por el Espíritu Santo.

La condición de miembro de iglesia no se fundaba en la cultura ni en la posición social del individuo, sino en una relación de fe con la persona de Cristo. Vemos que los que ingresaban eran judíos, gentiles, pobres y ricos; desde gente sin fama ni distinción hasta sacerdotes y magos. De acuerdo con la enseñanza de Pablo, sin embargo: “Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28). Esto no eliminaba la dinámica social que empleaba el Espíritu Santo para comunicar el evangelio por medio de “puentes” humanos; a saber, familias, clanes, parientes, y además las manifestaciones culturales.

La estrategia misionera evidenciada en el libro de los Hechos combinaba las habilidades humanas de los discípulos con el poder y la dirección del Espíritu Santo; y el Espíritu capacitaba a los creyentes. La predicación inicial a los judíos posibilitó que se tendiera un “puente” para alcanzar a los gentiles. Muchos de ellos eran “temerosos de Dios” e iban a la sinagoga. El Señor dirigía a los apóstoles para que se acercaran a los judíos, con el fin de darles todo el conocimiento de Dios.

En el libro de los Hechos aparece la idea de liberación de todo lo que impida la presencia del evangelio. Se superan todas las barreras étnicas, lingüísticas, sociales y religiosas, que aún hoy dividen a los hombres y mutilan a las naciones. Lucas no se olvidó de fortalecer la presencia del Reino de Dios, y lo ilustró por medio de la marcha de la iglesia. Este Reino es, a la vez, actual y venidero; inmanente y trascendente; visible e invisible. Jesús anunció su Reino entre los hombres mientras lo introducía en el corazón de los creyentes. Y el cimiento de la empresa misionera era la meta y la consumación de la Segunda Venida. En medio de los tiempos y los momentos, está la iglesia como sierva de Cristo. Esa misión de servicio llega hasta los confines de la tierra y al final de los tiempos.

El crecimiento de la iglesia, según el libro de los Hechos, aparece como un misterio de la actividad divina. Se exalta la soberanía de Dios: él es quien dirige la evangelización del mundo. Y, a veces, ese proceso se desarrolla sin una lógica humana, pues parece inaudito, desmesurado, al margen del tiempo e incoherente. Si el libro de los Hechos es una demostración de crecimiento eclesiástico, la vida y el ministerio de Jesús, sus palabras, su muerte y su resurrección son la base de ese crecimiento. Cristo es el centro del plan de salvación. Todo gira en torno de su persona y de su obra.

La muerte de Cristo sugiere crecimiento. Él dijo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24). “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (vers. 32). Su muerte, por lo tanto, posibilitó la vida de muchos. La muerte de un solo grano de trigo significa que vivirán millares de otros granos. De esta manera, la muerte de Cristo se entiende como crecimiento.

Metáforas bíblicas

En su libro titulado Iglesiacrecimiento y la Palabra de Dios. A. R. Tippett se refiere a las diversas metáforas referentes al crecimiento de la iglesia que empleó Jesús. Las clasifica de la siguiente manera:

o Referidas a la cantidad. “El reino de los cielos es semejante a una red, que […] recoge toda clase de peces” (Mat. 13:47). “El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado” (vers. 33). “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Mar. 1:17).

  • Referidas a la cosecha. “Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mar. 9:37, 38). “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Juan 4:35).
  • Referidas a la penetración. “Vosotros sois la sal de la tierra […]. Vosotros sois la luz del mundo” (Mat. 5:13, 14). “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos” (Mar. 16:19).

Referidas a la interacción. “Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos y los ciegos […]. Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa” (Luc. 14:21-23). “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, ése lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).

Tippett concluye con este comentario: “Cada una de esas metáforas, de una manera o de otra, sugiere desarrollo, crecimiento, expansión, penetración en el mundo, incorporación de nuevas personas, multiplicación, construcción y aumento tanto cuantitativo como cualitativo. Como una colección acumulativa de ilustraciones, indica la amplia y dinámica perspectiva del Maestro y de sus discípulos. Con ellos no hay lugar para lo estático”.[2]

La fuerte influencia de las figuras empleadas por Jesús para referirse al crecimiento de la iglesia se percibe no sólo en el libro de los Hechos sino también en otros escritos apostólicos. Pablo, Santiago, Pedro y Juan siempre hablan de lo que vivieron plenamente junto a Cristo en su ministerio formador de discípulos:

“Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en lodo en aquél que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efe. 4:15).

“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Sant. 1:2-4).

“Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 3:18).

“Pero el que guarda su Palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él” (1 Ped. 2:5).

El poder de las palabras

Además de los aspectos estudiados hasta este momento, la importancia de una iglesia tiene mucho que ver con su crecimiento, y los términos que usa Lucas en su tratado realzan esa importancia. Las palabras “crecimiento” y “crecer” se traducen de los términos griegos áuxo y auxáno, que significan crecer o hacer crecer; áuxeesis, cuyo significado es crecimiento, aumento; o huperauxáno, que significa crecer mucho.[3] Esas palabras están bastante cargadas con la idea de aumento de cantidad o de calidad. Auxáno está relacionada con la vida y el crecimiento natural de las plantas; una palabra relacionada con esto, en el Nuevo Testamento, es paráh, que significa fructífero, abundante.

Otra palabra que aparece en Hechos, relativa al crecimiento eclesiástico, es prostithemi,[4] que significa “agregar” “aumentar”. Se la usa especialmente para referirse a la incorporación de alguien en una sociedad o grupo de gente (Hech. 2:41, 47). También encontramos las palabras pléthino y pléthos,[5]que se refieren a la abundancia, a la plenitud. Se encuentran en el libro de los Hechos, para dar la idea de que la gente se multiplica en número (Hech. 2:6; 5:14). Iscúo[6] es otra de las palabras que usa Lucas en el libro de Hechos. Se refiere al poder de hacer algo (Hech. 19:20).

Lucas y Pablo también usaron otras palabras con respecto al crecimiento de la iglesia. Pero, siendo que nos estamos refiriendo solamente al libro de los Hechos, estamos limitados en nuestro análisis. Las declaraciones de Lucas en relación con el crecimiento de la iglesia, tal como están registradas en este libro, son motivo de un estudio inagotable por la cantidad de detalles con que el autor presenta su tema a sus lectores. Por eso, podemos decir que el libro de los Hechos presenta los resultados de la obra de Cristo al capacitar a sus discípulos para una tarea mayor, de acuerdo con su propia profecía, que dice: “Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).

Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Secretario de la Asociación Ministerial de la Unión del Norte de la Rep. del Brasil.


Referencia

[1] E. Luther Copeland, Missiology IV (enero de 1976), pp. 14, 18, 19.

[2] A. R. Tippett, Iglesiacrecimiento y la Palabra de Dios (Terrasa: Libros CUE, 1978), pp. 18-20.

[3] W. Günther, NDITNT (C. Dutra, SP: Ed. Vida Nova, 1984), t. 1, pp. 530-532.

[4] Christian Mauer, TDNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, G. Kittel, ed. 1972), t. 3, p. 168.

[5] G. Deling, Ibíd., t. 6, pp. 276-283.

[6] Walter Grundmann, Ibíd., t. 3, pp. 397-402.