La creación del hombre, el viernes de la semana de la creación, fue tan literal como su redención.

Gran parte del mundo cristiano ya no cree que Génesis 1 y 2 sea un relato literal de la creación. A partir de Charles Darwin, se insiste en que los procesos naturales son suficientes para explicar el origen de la vida,[1] y los eruditos cristianos tratan de acomodar los hechos interpretando el relato del Génesis a la luz del paradigma científico imperante.[2] Como ejemplo de esto, tenemos el más reciente Catecismo de la Iglesia Católica (1994), que considera que el relato bíblico es simbólico.

Cari Henry asevera que “la Biblia requiere, sobre la base de Génesis 1 y 2, que creamos en la creación en seis días literales de 24 horas”.[3] Gordon Lewis y Bruce Demarest creen que “la conclusión más probable es que los seis actos consecutivos de la Creación estuvieron separados por largos períodos”.[4]

Antes de Darwin, algunos teólogos sostenían que los días de la creación eran literales porque el sábado es literal.[5] Otros se referían al sábado y a su relación con la semana de la creación,[6] o sencillamente apoyaban el carácter literal de los días tal como los presenta el relato bíblico.[7] En 1998, Robert Reymond presentó siete principios hermenéuticos para interpretar los días presentados en Génesis 1 y 2.

  1. El significado principal de un término se debe mantener, a menos que al analizar el contexto se descubra la necesidad de buscar otra acepción. La palabra hebrea correspondiente a día, es decir, yom, en sentido singular, plural o doble, aparece 2.225 veces en el Antiguo Testamento, y en la mayoría de los casos se refiere a períodos de 24 horas. Ninguna exigencia contextual sugiere otra interpretación en Génesis 1.
  2. La frase “la tarde y la mañana” (Gén. 1:5, 8, 13, 19, 23, 31) aparece en 37 textos fuera de Génesis 1, como por ejemplo en Éxodo 18:13 y 27:21, y siempre se refiere a un período de 24 horas.
  3. Los números ordinales (primero, segundo, tercero), cuando se los usa con yom, aparecen centenares de veces en el Antiguo Testamento (Éxo. 12:15; 24:16; Lev. 12:3, por ejemplo), y siempre se refieren a un período de 24 horas.
  4. La creación del sol “para que señorease en el día”, y de la luna “para que señorease en la noche” (Gén. 1:16-18), en el cuarto día, sugiere días literales de 24 horas; y no hay nada en el texto que insinúe algo diferente.
  5. Las Escrituras son el mejor intérprete de las Escrituras. Un pasaje no tan claro se interpreta por medio de otro que sea más claro. El cuarto mandamiento de Éxodo 20:11 (comparar con Éxo. 31:15-17) se refiere al relato del Génesis, y asume que los días de la creación eran literales.
  6. La palabra días, en plural (ya- mim, en hebreo), aparece 608 veces en el Antiguo Testamento, y también siempre se refiere a períodos de 24 horas.
  7. Si Moisés hubiera tenido la intención de referirse, en el relato de la creación, a “día” como si fuera “año”, en lugar de períodos de 24 horas, habría usado la palabra hebrea ‘olam.[8]

Cosmovisiones contrastantes

¿Qué influencia podría haber ejercido la evolución teísta sobre nuestro concepto respecto de la bondad y el amor de Dios? En 1991, David Hull, un hombre de ciencias de la Universidad del Noroeste, en los EE.UU., describió la Teoría de la Evolución y, al respecto, opinó lo siguiente: “Está llena de casualidades, contingencias, devastación, muerte, sufrimiento y horror. […] El Dios de la Teoría Evolucionista y los datos de la historia natural […] no es un Dios de amor que cuida de su creación. Es […] descuidado, indiferente, casi diabólico. Ciertamente, no es la clase de Dios que alguien querría adorar”.[9]

Es interesante recordar que la obra El origen de las especies, de Charles Darwin, por lo menos en parte, es una cosmovisión concebida para explicar la existencia del mal en la naturaleza.[10] Pero Dios creó el universo por medio de Cristo (Col. 1:15, 16; Heb. 1:1, 2), quien lo reveló como un Dios de amor (Juan 14:9; 17:23), y ambos son altruistas y generosos con su creación, como lo son también en cuanto a la salvación del hombre (Juan 3:16; Heb. 13:8).

Satanás, en cambio, es egoísta (Isa. 14:12-15; Eze. 28:12-18). Fue él quien inició en el cielo una guerra contra Dios (Apoc. 12:3-8) que afectó al mundo natural (Gén. 3:1-9). Cristo se refirió a él como el “príncipe” de este mundo (Juan 12:30-32), y Pablo lo llamó “el dios de este siglo” (2 Cor. 4:4). Debemos cargar a su cuenta el mal que existe en el mundo natural, porque “Dios es amor” (1 Juan 4:7- 16), y su amor derrotó a Satanás en la cruz del Calvario (Apoc. 12:9-13: Juan 12:31, 32). Los evolucionistas teístas, es decir, los que creen que Dios recurrió a la evolución para crear este mundo, no toman conciencia de la enorme diferencia que existe entre estas dos cosmovisiones.

¿Por qué tendría que usar Dios el método de “la supervivencia del más apto” para crear este mundo, cuando la justicia es el fundamento de su Trono (Sal. 89:14)? ¿Por qué el Señor, para quien todo debe ser hecho “con decencia y con orden” (1 Cor. 14:40), haría todo lo contrario mediante un tormentoso e incierto proceso de millones de años de duración? ¿Cómo podríamos aceptar ese modelo, si tomamos en cuenta su divina providencia en la historia humana? (Rom. 1:36; 8:28-30.) ¿Por qué tendría que usar él la muerte para crear a los seres humanos a su semejanza (Gén. 1:26, 27), siendo que es amor y es la vida? Si tenía que crear por medio de la muerte, ¿por qué les advirtió a Adán y a Eva acerca del peligro que corrían de morir (Gén. 2:17); y él mismo tuvo que pasar por ella para salvar al hombre de esa condenación (Juan 3:16; Rom. 6:23)? Si la muerte es el último enemigo que va a ser vencido al final del gran conflicto (1 Cor. 15:25), ¿cómo la podría usar Dios para crear antes del comienzo de ese conflicto?

En vista de que “una doctrina especial de Dios es un requisito previo para que la evolución tenga éxito”,[11] los evolucionistas teístas propician una idea acerca del Señor que favorece el conflicto. Esa doctrina distorsiona totalmente la visión bíblica de un Creador amante y siempre presente.

La distorsión de la verdad

Si Dios hubiera decidido crear lo existente por medio de la evolución natural, con sus miles de millones de años de sufrimientos y horrores previos a la aparición del hombre, se habría tratado de un holocausto muy largo y muy cruel. En el Calvario, el holocausto le fue infligido por otros a Cristo; pero si la creación fue por la vía evolutiva, él mismo se lo habría impuesto al reino animal.

Todas las verdades bíblicas deberían ser vistas a la luz de la revelación de Dios en el Calvario. Esa revelación fue histórica, y además cuenta con testimonios que la corroboran. Nos brinda evidencias de cuán amante es Dios, a quien Cristo rogó que perdonara a los que le estaban haciendo daño (Luc. 23:34). Suponer que ese mismo Cristo, al emplear un método sistemático para crear la vida, haya hecho sufrir a los animales por miles de millones de años, no es un dato histórico, sino una presuposición metafísica cuestionada por el Calvario.

El hecho de que el resto del universo haya estallado de alegría en ocasión de la creación del mundo (Job 38:4-7) sería inexplicable si Cristo lo hubiera sometido al sufrimiento por miles de millones de años. Dios declaró que la creación era “buena en gran manera” (Gén. 1:31). Después de la ascensión del Señor, los seres celestiales alabaron a Dios como Creador de todas las cosas (Apoc. 4:10, 11). Eso habría sido imposible si la creación se hubiera llevado a cabo a través de siglos de crueldad.

La advertencia que se le hizo a Adán acerca del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gén. 2:17) indica que la muerte todavía no se había manifestado. Aquí, el mal y la muerte están relacionados con la desobediencia al Creador. Cuando Cristo vuelva a crear la tierra, el mal habrá dejado de existir (Apoc. 22:3). El mal y la muerte están claramente relacionados con la desobediencia, y no tienen nada que ver con la forma en que Dios creó el mundo. Por eso, la Escritura dice que Adán, y no Cristo, introdujo el pecado y la muerte en el mundo (Rom. 5:12). Jesús vino para poner fin a la muerte y liberar a la raza caída (Rom. 4:25). El acto del primer Adán causó la condenación y la muerte; la muerte del segundo Adán produjo la salvación (Rom. 5:18).

Cristo no usó la muerte para crear a los seres humanos en el Edén. En vez de eso, el relato bíblico enseña que murió para salvar a los hombres. Como resultado del gran conflicto cósmico, durante el cual Satanás ha revelado su odio contra Cristo y se ha dedicado a desinformar al universo acerca de Dios,[12] es lógico que promueva un método natural de creación por medio del horror, pues eso efectivamente destruye la atracción del Calvario. La creación por medio del horror es compatible con el rencor que Satanás alberga hacia Cristo y la Cruz, pero es incompatible con el carácter de un Redentor que murió para que sus criaturas tengan vida.

La corona de la creación

En Génesis 1 observamos una correlación entre los seis días de la creación. Los primeros tres nos presentan lo que creó Elohim, el Dios todopoderoso. El primer día: la luz y las tinieblas; el segundo: los cielos y el mar; el tercero: la tierra (las plantas). Los últimos tres días se refieren a lo que hizo para completar esos aspectos. El cuarto día: las luminarias; el quinto: las aves y los peces; el sexto: los animales y el hombre (las plantas habían sido creadas para su alimentación). Y el séptimo día instituyó el sábado.

La culminación de la creación no es el ser humano, como lo supone la teoría evolucionista teísta, sino el sábado, pues el relato termina en Génesis 2:1 con una referencia a ese día. Karl Barth afirma que el sábado “es, en realidad, la corona de su obra”, pues “no es el hombre, sino que el reposo divino del séptimo día es la corona de la creación”.[13] La bendición (barak)de Dios se le dio sólo al séptimo día; se lo llama santo y se lo pone aparte de los demás días.

La palabra sábado deriva del término hebreo sbt, cuyo significado es “cesar” o “desistir” de una tarea previa. Al terminar el sexto día, Cristo evaluó la obra de la creación y concluyó que era “buena en gran manera” (Gén. 1:31), y entonces la completó (Gén. 2:39). “Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y reposó” (Éxo. 31:17). La obra de la creación terminó el sexto día de esa Semana, y de ninguna manera es un proceso que todavía prosigue.

Además, el relato del Génesis establece una diferencia entre Dios como el Elohim que crea (bara)todas las cosas por medio de su Palabra (Gén. 1:3, 6, 9, 11, 14, 20, 24, 26) y que, con el nombre añadido de Yahwhé, da forma (yasar)a los seres humanos (Gén. 3:21, 22). Yahweh Elohim aparece por primera vez en Génesis 2:4. En ese capítulo, la expresión figura once veces. Aquí, vemos a un Dios que crea a los seres humanos de una manera diferente de la del resto de la creación mencionada en Génesis 1, y establece un contraste con la evolución teísta, según la cual los seres humanos serían el resultado de una serie de mutaciones casuales y progresivas. Si decimos que Dios intervino en el proceso de la evolución, la descartamos efectivamente, y ésta a su vez no concuerda con el relato de Génesis 1 y 2.

En la Escritura, el sábado es una celebración de las obras concluidas por Cristo en la creación (Gén. 2:1-3; Éxo. 20:8-11), en el cruce del Mar Rojo (Deut. 5:15) y en el viernes de la crucifixión (Juan 19:30). Cristo creó a Adán un viernes, y en el viernes de la crucifixión se convirtió, mediante su muerte, en el segundo Adán (Luc. 23:44-24:6). El viernes de la crucifixión, como asimismo el de la creación, señalan un comienzo para la raza humana. El sábado celebra la conclusión de la creación para Adán y Eva, la liberación consumada en favor de la nación hebrea y el sacrificio consumado para el mundo. La primera obra terminada por Cristo es tan literal como las otras dos.

Los que niegan la literalidad de la semana de siete días de la creación y tratan de reducir el sábado al ejemplo de Cristo, pasan por alto el hecho de que fue el Señor, antes de su encarnación, quien le dio los Mandamientos a Moisés y los escribió en tablas de piedra (Éxo. 24:12): “Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó” (Éxo. 20:11).

Dios creó todo por medio de Cristo (Heb. 12:1). Como “Señor aún del sábado” (Mar. 2:28), lo hizo para el hombre (Mar. 2:27). Al guardarlo, Cristo confirmó el hecho de que la creación ocurrió en seis días. Después de su muerte, sus seguidores “descansaron el sábado, conforme al mandamiento” (Luc. 23:56). De manera que la santidad del sábado no se basa sólo en el ejemplo y las enseñanzas de Jesús; guarda estrecha relación con la semana de la creación, porque él guardó el sábado al final de dicha semana. Él estaba allí.

Evidencias posteriores

El Génesis se basa en la palabra “generación” (toledot); es decir, génesis. De manera que la declaración “estos son los orígenes [la génesis] de los cielos y de la tierra” (Gén. 2:4) es tan literal como la promesa de Dios de confirmar su alianza con Abraham y su “descendencia” a lo largo de las generaciones (Gén. 17:7).

Las Escrituras presentan la creación como uno de los poderosos actos de Dios. La frase “dijo Dios”, para cada uno de los seis días, revela el poder de su Palabra creadora. En cada uno de los días, la expresión “dijo Dios” va seguida por “y fue hecho” o algún equivalente, lo que destaca el poder de su mandamiento verbal.

El portentoso poder de la Palabra de Dios se echa de ver también por medio de la velocidad con que se cumplieron sus órdenes durante cada uno de los días literales, de 24 horas, de la creación. Como ya lo vimos, la palabra hebrea yom, usada junto a números ordinales, siempre se refiere a días literales. Sus órdenes tuvieron efecto instantáneo; por eso, él podía decir que lo que acababa de crear era bueno. En el sexto día, “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gén. 1:31). Se trata de un relato literal, que se refiere al método que usó Dios para crear el mundo. Él dio la orden, y todo surgió inmediatamente a la existencia.

El Génesis es sólo uno de los cinco libros que escribió Moisés. ¿Cómo interpretan los demás la semana de la creación? Todas las referencias de Moisés a esa semana requieren una interpretación literal. Por ejemplo, el maná caía durante seis días, pero no el séptimo (Éxo. 16:4-6; 21:23). El sábado del cuarto Mandamiento se basaba en el día que Dios bendijo al final de los seis días de la creación (Éxo. 20:8-11). El sábado era una señal entre Dios y su pueblo (Éxo. 31:16, 17). La idea de que el relato de la creación no se refiere a días literales no concuerda con estas referencias.

Pruebas bíblicas

La evidencia del relato de la creación en el Génesis, en los demás libros de Moisés y en el resto de las Escrituras nos lleva a la conclusión de que Dios creó el mundo durante un período de seis días consecutivos y literales, seguido de un sábado literal

también. Todo intento de hacer concordar esa semana con una cosmovisión evolucionista pone en lugar de la Palabra de Dios la palabra del hombre y fomenta el gran conflicto en el corazón, al poner en duda la naturaleza de la inspiración divina (Gén. 3:1- 6). Ese expediente reemplaza al Dios de amor de la Biblia por un Dios que habría creado el mundo a lo largo de millones de años de sufrimiento. Esa idea es incompatible con el Calvario y elimina el sábado como la culminación de la semana de la creación.

Todo intento de reemplazar el sábado literal por un sábado que dura mil años, digamos, carece de base bíblica. Después de todo, Cristo escribió en el cuarto Mandamiento que él creó el mundo en seis días y reposó el séptimo. Y ordenó que sus seguidores guardaran como día de reposo el séptimo día. No es sorprendente que el Cristo encarnado se refiera a la creación de Adán y Eva como un hecho literal (Mat. 19:4, 5).

Sobre el autor: Doctor en Teología. Profesor de Teología Sistemática en la Universidad Adventista del Sur, Tennessee, Estados Unidos.


Referencias

[1] Charles Darwin, The Origin of Species [El origen de las especies] (Nueva York: Gramercy Books, 1979; primera edición, 1859), pp. 69, 317, 435.

[2] Augustus Strong, Systematic Theology [Teología sistemática] (Filadelfia: Judson, 1907), pp. 465, 466.

[3] Carl F. H. Henry, God, Revelation and Authority [Dios, la revelación y la autoridad] (Texas: Word, 1983), t. 6, p. 226.

[4] Gordon R. Lewis y Bruce A. Demarest, Integrative Theology [Teología integral] (Grand Rapids: Eerdmans, 1990), t. 2, p. 44.

[5] Louis Berkhof, Systematic Theology [Teología sistemática] (Grand Rapids: Eerdmans, 1996), p. 155.

[6] Martín Lutero, Luther’s Works (Las obras de Lutero] (St. Louis: Concordia, 1958), t. 1, p. 80; t. 3, p. 82.

[7] Juan Calvino, Calvin’s Commentaries: Genesis (Los comentarios de Calvino: Génesis] (Grand Rapids: Baker, 1989), t. 1, p. 92.

[8] Roben Reymond, A New Systematic Theology of the Christian Faith [Una nueva teología sistemática de la fe cristiana] (Nashville: Nelson, 1998). t. 1, pp. 393, 394.

[9] David Hull, Nature 352 (1991), p. 486.

[10] Comelius G. Uunter, Darwin’s God: Evolution and the Problem of Evil [El Dios de Darwin: la evolución y el problema del mal] (Grand Rapids: Brazos, 2001).

[11] lbíd. p. 159.

[12] Richard M. Davidson, Journal of the Adventist Theological Society [Periódico de la Sociedad Adventista de Teología] (noviembre de 2000), t. 2, p. 106.

[13] Karl Barth, Church Dogmatics [Los dogmas de la iglesia] (Edimburgo: T y T Clark, 1958), t. 3/1, p. 223.