(Isaías 42:8)

Jehová es el título divino más común en el Antiguo Testamento y es repetido, a través de sus páginas, unas 6.800 veces. La forma actual de la grafía, Jehová, es una transcripción conjetural del tetragrámaton hebreo YHWH (Ya’we o Yahweh) y se basa en una vocalización errónea.[1]

1. Desde los soferim hasta los masoretas

Tras el exilio babilónico y el restablecimiento del estado judío en Palestina, una de las primeras actividades emprendidas por los escribas judíos fue la de preservar y cuidar el manejo del texto hebreo de su Libro Sagrado. Estos escribas fueron llamados soferim y llegaron a ser un grupo reconocido del cuerpo político desde la época de Esdras en adelante. (Esd. 7:6, 11, 12; Neh. 8:1, 4, 9, 13; 12:26, 36.)

Su actividad consistía en la transcripción del texto de las Escrituras, en su comparación  o cotejo con los manuscritos existentes, en la recolección de lecturas variantes entre las que no se podía hacer una elección definitiva tras un minucioso estudio del texto (hasta el punto de llegar a determinar el número de consonantes y palabras que contenía cada libro de las Escrituras), y por último, en seguir las indicaciones de ayuda que habían recibido desde mucho antes referentes a la pronunciación, según el aspecto consonántico de cada palabra. [2] Debemos recordar que la escritura hebrea tenía solamente consonantes y no daba ninguna indicación escrita sobre los valores vocálicos que debían acompañar a estas consonantes. Estos valores vocálicos, que eran transmitidos en forma oral por los judíos, fueron olvidados poco a poco al entrar el hebreo en una etapa de declinación y desuso debido a factores históricos largos de enumerar.

Paralelamente a los soferim de Palestina había en Babilonia, entre las comunidades judías que no abandonaron ese país, un grupo de escribas dedicado en la misma forma a los mismos propósitos que sus hermanos palestinenses. Del trabajo de estas dos escuelas surgieron dos grupos separados de comentarios y aclaraciones del texto de las Escrituras que se conocen con el nombre de Masora.[3]

Como es de suponer, la escuela babilónica fue la más progresista, en tanto que la palestina fue más conservadora. En Babilonia, y por vez primera en la historia del texto bíblico y del hebreo escrito, se ideó un sistema para indicar los valores vocálicos que debían atribuirse a las diversas consonantes del texto de las Escrituras. Este primitivo sistema fue evolucionando desde un simple arreglo a otro más complejo de signos supralineales compuestos. De esta manera los escribas judíos de Babilonia lograron incorporar en una forma visual más permanente las tradiciones e interpretaciones que hasta entonces debieron ser conservadas en anotaciones o en listas separadas o transmitidas oralmente. [4]

Hacia el año 750 de nuestra era cambió la situación política tanto en Babilonia como en Palestina, y esto trajo el eclipse de la actividad creadora de sus eruditos por espacio de unos seis siglos. Mientras tanto, surgía en Tiberíades, Palestina, otro grupo de eruditos a quienes se denominó y conoció posteriormente como masoretas. Ellos compusieron de nuevo la vocalización, la acentuación y la masora de la Biblia, incluyendo la división de las Escrituras en capítulos y versículos para facilitar el hallazgo de pasajes.[5]

Entre las muchas características de esta escuela masorética estaba el uso de dos participios párameos: el qere y el ketib, usados como notas de llamada o recomendación para la lectura de palabras bíblicas. El ketib, que significa “escrito”, señala el texto consonántico que emplearon los puntuadores de la masora, estimándose inviolable porque representa una antigua tradición. El qere, que significa “leído” con la acepción de “léase” o “debe leerse”, indica la sustitución oral de una palabra por otra sin la alteración sustancial del texto escrito. La atención del lector se guía al margen por medio de un pequeño círculo a manera de asterisco (circellus masorethicus) que se coloca encima del ketib. En algunos casos de vocablos variantes muy frecuentes; por motivos de economía, el qere no se señala en el margen. Este era el “qere perpetuo”. “El más común es el del tetragrámaton del nombre de Dios: YHWH, que era considerado inefable por el escrúpulo supersticioso de los hebreos en pronunciarlo. Para evitar que alguien lo profanase pronunciándolo colocaban sobre él las vocales a, o, a de la palabra ’Adonay (Señor). Esto se tornó tan común que ya no era necesario colocar al margen las consonantes de la lectura deseada. De esta manera las vocales puestas sobre el tetragrámaton obligaban al lector a decir en seguida: ’Adonay”.[6]

En vista de que este principio no fue entendido completamente por los cristianos cuando aprendieron a usar la Biblia hebrea en los primeros días de la Reforma, el divino nombre fue transcripto como Jehová y de esa manera pronunciado hasta hoy. No sabemos cuáles eran los verdaderos sonidos que daban al tetragrámaton, pero se supone, por su etimología, que la forma original debió ser Yahweh.

2. “Yo soy el que soy”

El nombre de Jehová (Yahweh) o, por lo menos, su significado según Éxodo 3:14, 15, se reveló a Moisés cuando Dios se le apareció en la zarza en llamas. En tal caso se explica como una forma del verbo “ser” pues se la combina mediante la conjugación “yo soy” en las palabras divinas “Yo soy el que soy”. Por lo tanto, designa al Dios de Israel como “El que es”. Bien se anota en el Comentario Bíblico Adventista: “Ha habido grandes divergencias entre los eruditos respecto al origen, pronunciación y significado de la palabra YHWH. Probablemente YHWH es una forma del verbo hebreo ‘ser’ y en este caso significa ‘El Eterno’ o ‘El existente por sí’”.[7]

Debemos recordar que los nombres que en la Biblia se atribuyen a Dios no son descriptivos de su naturaleza divina sino apelativos que ponen de relieve algún aspecto de la personalidad de Dios. El concepto “Dios” declara la naturaleza divina en sí misma; al Ser Supremo rodeado de sus atributos, especialmente el de su aseidad o sea existencia necesaria. “Dios”, el Omnipotente en hacer; el Inmenso sin espacio; el Omnisciente en su designio; el Infinito sin número; el Omnipresente en su obra; el Eterno sin tiempo; el Único verdadero y el Inmutable Justo. “Dios” fuera del hombre y dentro de su propia gloria.[8]

En tanto, el concepto del título “Jehová” (Yahweh) nos da ese mismo Dios, pero revelado o manifiesto. “Habló todavía Dios a Moisés, y le dijo: Yo soy JEHOVÁ”. Y aparecía a Abrahán, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente. JEHOVÁ fue un Dios comunicado al hombre en los caminos de la misericordia y del amor. Jehová el Bueno, el Santo, el Amigo. “Un Dios en medio de su pueblo”, porque se hizo sentir por su singular presencia.

A medida que hojeamos las páginas de la Biblia distinguimos la manera íntima en que Dios, como Jehová, se manifestó a su pueblo. En los Salmos se lo presenta como un ser manso y amante: “Jehová es mi pastor” (Sal. 23:1). Como refugio y amparo de seguridad: “Jehová, roca y castillo míos, y mi libertador” (Sal. 18:2). Como justo vengador del impío: “Engrandécete, oh Juez de la tierra; da el pago a los soberbios” (Sal. 94:2). Como digno de toda reverencia: “Alaben tu nombre grande y temible” (Sal. 99:3). Como segura protección: “Mi escondedero y mi escudo eres tú” (Sal. 119:114). Como fuente de compañerismo y ayuda: “Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo” (Jer. 3:14; véase también: 31:32; Isa. 54:5, etc.).

3. “Jehová uno es”

Siendo entonces que el Dios Jehová ocupa un lugar destacado en la economía del Antiguo Testamento, ¿por qué en el Nuevo Testamento no se encuentra la palabra Jehová? Respondemos diciendo que Cristo era la epifanía o manifestación de ese Dios Jehová en carne. “Fue Cristo quien habló a Moisés desde la zarza del monte Horeb diciendo: ‘YO SOY EL QUE SOY… Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros’. Tal era la garantía de la liberación de Israel. Asimismo, cuando vino ‘en semejanza de los hombres’, se declaró el YO SOY. El Niño de Belén, el manso y humilde Salvador, es Dios, ‘manifestado en carne’. Y a nosotros nos dice: ‘YO SOY el buen pastor’ ‘YO SOY el pan vivo’ ‘YO SOY el camino, y la verdad, y la vida’. ‘Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra’. ‘YO SOY la seguridad de toda promesa’. YO SOY; no tengáis miedo’. ‘Dios con nosotros’ es la seguridad de nuestra liberación del pecado, la garantía de nuestro poder para obedecer la ley del cielo”.[9]

Es notable comprobar cómo todos los escritores del Nuevo Testamento aplican a Cristo textos que en el Antiguo Testamento tratan de Jehová, el único Dios.[10] Los primitivos cristianos no podían menos que ver este hecho en Cristo y las profecías milenarias se hacían transparentes a la luz de su vida y obras. Para ellos Cristo era la manifestación visible de Jehová. De ahí que, a la luz de este hecho, las palabras de Cristo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9) cobren mayor vigor y significado.

Sin embargo, la revelación trascendental sobre la divinidad es la afirmación de pluralidad de personas en una misma esencia. Y aunque en el Antiguo Testamento este hecho permanezca un tanto a oscuras, no por eso deja de vislumbrarse esta gran verdad a través de las Escrituras. En efecto, es interesante ver cómo se aplica la visión profética de Isaías sobre la gloria de Jehová a Cristo, con las siguientes palabras: “Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él” (Juan 12:41). Pablo aclara que era el Espíritu Santo el que dio el mensaje que Isaías escuchó proveniente de Jehová: “Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis” (Hech. 28:25, 26).[11] Muchos autores ven que en la misma visión de Isaías se señala esta verdad gloriosa, acerca de la pluralidad de personas en la divinidad, en el trisagio: “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos” (Isa. 6:3).[12]

En Deuteronomio 6:4 hallamos estas palabras notables que constituyen la más admirable revelación sobre Jehová: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”. En este texto la palabra “uno” es ’ejad y este término no indica una unidad absoluta sino una unidad compuesta. En hebreo se usan dos palabras para indicar el significado de uno: La palabra uno en el sentido de único, es decir, la palabra que se emplea para designar una unidad absoluta es yajid (cf. Juec. 11:34). Es notorio cómo este término nunca es usado para designar la unidad divina. En cambio, cuando dos o varias cosas se convierten en una por una íntima unión o identificación, el vocablo hebreo que se emplea es ’ejad (cf. Gén. 2:24; Juec. 20:8). Esta palabra es la que siempre se usa para designar la unidad divina. [13] Por lo tanto, nuestro texto, con esta palabra literalmente vertida del original hebreo, quedaría traducido así: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno compuesto es”.

El bautismo de Cristo fue la primera manifestación solemne de esta unidad compuesta de la divinidad. El Padre es manifestado por la voz que baja del cielo, el Hijo en Jesús y el Espíritu Santo en el símbolo de la paloma (Mat. 3:16, 17).

A pesar de las distinciones de personalidad que se hacen en las Escrituras al hablar de la Deidad, hay un solo Dios. Cómo se puede distinguir entre las personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en un solo Ser, no ha sido revelado al hombre, y para él es incomprensible. No tenemos base para comparar este hecho con nada que conozcamos. “ ‘Las [cosas] reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre’, pero ‘las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios’ (Deut. 29:29). La revelación que de sí mismo ha dado Dios en su Palabra es para nuestro estudio, y podemos tratar de entenderla. Pero más allá de eso no podemos penetrar. El intelecto más agudo puede someterse a un esfuerzo abrumador hasta quedar agotado en conjeturas acerca de la naturaleza de Dios; pero el esfuerzo será infructífero. No se nos ha dado este problema para que lo resolvamos. No hay mente humana que pueda comprender a Dios. El hombre finito no debe intentar interpretarle. No nos permitamos especular acerca de su naturaleza. Aquí el silencio es elocuencia. El Ser Omnisciente está por encima de toda discusión”.[14]

4. Sobrenombres bíblicos de Jehová

Las dramáticas circunstancias y los solemnes acontecimientos en la vida de Israel, como ningún otro pueblo los tuvo, dieron memorables sobrenombres cualitativos de gratitud, honor, admiración y gloria al santísimo nombre de Jehová. Citemos, como ejemplo, los siguientes:

YAHWEH-YIR’EH: Intrigado porque no llevan un cordero para el holocausto en el monte Moríah, Isaac pregunta a su padre: “He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” y el conturbado patriarca le responde: Yahweh- yir’eh o “Dios se proveerá de cordero” (Gén. 22:7, 8, 14).

YAHWEH-ROP’EKA: En su peregrinar por el desierto Israel encuentra agua, pero no es potable: es amarga y malsana. Lanza al cielo su dolorosa queja, y Dios, lleno de piedad y misericordia, conjura la aflicción del inhóspito desierto y les dice: Yahweh-rop’eka o “Yo soy Jehová tu sanador” (Exo. 15:26).

YAHWEH-NISSI: Al toque de marcha de las trompetas y al airoso flamear de sus pendones, luego de una resonante victoria sobre los amalecitas, Moisés exclama, en épico canto de triunfo: Yahweh-nissi o “Jehová es mi estandarte” (Exo. 17:15).

YAHWEH-MEQADDESH: La revelación divina se hizo para redimir al hombre y para guiarlo por los seguros caminos de santidad y justicia a la luz y amparo de sus mandamientos. Mientras les recuerda su obligación de guardar el sábado, les dice: Yahweh-meqaddesh o “Yo soy Jehová que os santifico” (Exo. 31:13).

YAHWEH-SHALOM: En respuesta al llamado divino, Gedeón decide hacer un sacrificio a Jehová como expresión de gratitud y confianza por haber entrado a cuentas con Dios bajo el risueño y testamentario arco iris de su reconciliación y su amor. Después de haber visto “al ángel de Jehová cara a cara’”, exclama: Yahweh-shalom o “Jehová es paz” (Juec. 6:18-24).

YAHWEH-RO’I: Frente a la concepción que algunos tienen de Jehová como un Dios terrible y vengador, surge con nitidez el concepto veterotestamentario de un Dios amigo, lleno de bondad y de ternura, celoso de nuestro bien y prosperidad, bajo la más cautivadora figura del amor: Yahweh-ro’i, o “Jehová es mi pastor” (Sal. 23:1).

YAHWEH-TSIDEQENU: Jehová, el nombre incomunicable de Dios, aplicado al Mesías que había de venir, expresa su Deidad manifestada en su poder justificador para nosotros. Jeremías exclama que el nombre del Renuevo de David sería: Yahveh-tside- qenu, o “Jehová, justicia nuestra” (Jer. 23:6).

YAHVEH-SHAMMAH: Jehová moraría con su pueblo y Juan nos dice que “aquel Verbo habitó entre nosotros”. En la tierra nueva estará “el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”. Se dirá Yahweh-shammah o “Jehová está aquí” (Eze. 48:35; Zac. 2:10; Apoc. 21:3; 22:3).

YAHWEH-TSEBA ’OTH: Las puertas eternas se abrirán para dejar pasar al Salvador, su escolta de ángeles y la multitud de cautivos libertados en ocasión de su resurrección. Ante la pregunta de las huestes angélicas del cielo: “¿Quién es este Rey de gloria?”, la respuesta del séquito real del Cristo triunfante es: Yahweh-tseba’ oth o Jehová de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria” (Sal. 24:7-10).[15]

“Yo Jehová, éste es mi nombre…” Sí, Moisés tuvo que despojarse de su calzado y dobló sus rodillas antes de oír este nombre sagrado, y el profeta del trisagio glorioso tuvo que calcinar sus inmundos labios en el fuego de la pureza. Los escribas, al copiar tan santo y temible nombre, se purificaban, lavaban sus manos y limpiaban los instrumentos de escritura. ¡Cuán distinta es la conducta de muchos que pronuncian ese nombre sin piedad ni reverencia, algo así como una expresión gramatical del momento, una palabra sin luz, sin armonía y sin vida, un corazón sin latido, un amor sin fuego y una voz sin bendición! Sin embargo, hay un grupo en cuyos labios ese Nombre es miel y esperanza, promesa y felicidad, galardón y gloria. David pide que todos confiesen tan sublime vocablo: “Y todos bendigan su santo nombre eternamente y para siempre” (Sal. 145:21). Y el Visionario de Patmos nos anuncia la recompensa de tan dulce alabanza: “Y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes” (Apoc. 22:4).

“No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria; por tu misericordia, por tu verdad” (Sal. 115:1.) Tal fue el espíritu que saturaba el canto de liberación de Israel, y es el espíritu que debe morar en el corazón de los que aman y temen a Dios…

“Todos los habitantes del cielo se unen para alabar a Dios. Aprendamos el canto de los ángeles ahora, para que podamos cantarlo cuando nos unamos a sus huestes resplandecientes. Digamos con el salmista: ‘Alabaré a Jehová en mi vida: cantaré salmos a mi Dios mientras viviere’ (Sal. 146:2). ‘Alábenle los pueblos, oh, Dios: todos los pueblos te alaben’ (Sal. 67:5)”.[16]


Referencias

[1] B. Alfrink, “La pronunciatíon ‘jehová’ du Tetragramme” en Estudios sobre el Antiguo Testamento, tomo 5, págs. 43-62; G. J. Thierry, “The pronunciation of the Telegrammaton” en Id., págs. 30-42; Siegfried H. Hom, ‘“Yahweh” en SDA Bible Dictionary, págs. 1161, 1162.

[2] J. A. G. Larraya, “Escriba” en Enciclopedia de la Biblia (en adelante EdlB), tomo 3, cois. 111-117.

[3] Llámase masora al estudio de los textos bíblicos hecho por eruditos judíos a quienes se agrupa hoy en tres escuelas principales: Babilónica, palestinense y tiberaniense. La masora babilónica consistía en comentarios, aclaraciones, variantes y anotaciones colocadas en los márgenes derecho e izquierdo del texto hebreo. La masora palestinense estaba formada por dos partes principales: la masora parva, situada en los márgenes derecho e izquierdo y la masora magna colocada en los márgenes superior e inferior de la página. Estos dos tipos de masora (parva y magna) se han agrupado con el nombre de masora marginalis, para distinguirla de la masora finalis, que es la recolección de todo el material masorético ordenado alfabéticamente y que aparece al final de las escrituras rabínicas. La masora tiberianense logró un sistema más científico y completo, que ofrece mayores garantías sobre la preservación del texto, Fijaron la puntuación del texto bíblico, determinaron su acentuación y, por consiguiente, los sonidos vocales abiertos y cerrados que caracterizan el hebreo bíblico. (M. Martín, “Masora hebrea” en EdlB, tomo 4, cols. 1348, 1349.)

[4] P. Kahle, “The Cairo Geniza” en The Schewich Lectures for 1947, págs. 51-184.

[5] L. Nemoy, Karaite Anthology (New Haven, 1952); “The Work of the Masorets” en SDA Bible Commentary (en adelante SDABC’), tomo 1, págs. 34-36; S. Szyszman, “Les Khazars” en Revue de l’Histoire des Religions, Nº 152 (París, 1957), págs. 174-221; Id., “Caraísmo” en EdlB, tomo 2, cois. 127-132.

[6] Guilherme Kerr, Gramática Elementar da Língua Hebraica, págs. 90, 91; SDABC, tomo 1, págs. 35, 172; J. A. G. Larraya, “Qere-ketib” en EdlB, tomo 6, cois. 13, 14.

[7] SDABC, tomo 1, pág. 172; J. Kahmann, “Yahweh” en EdlB, tomo 6, cois. 1298-1300.

[8] P. Heinish, Teología del Antiguo Testamento (Roma, 1950), págs. 51-109; Siegfried H. Horn, “God” en opus cit., págs. 406, 407; J. Precedo, “Dios” en EdlB, tomo 2, cols. 946-951.

[9] E. G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, pág. 16.

[10] Invitamos al lector a comparar los siguientes pasajes bíblicos: Isa. 40:3; Mat. 3:3; Isa. 8:13, 14; 1 Ped. 2:4-8; Isa. 45:23; Fil. 2:10, 11; Jer. 17:10; Apoc. 2:18, 23; Isa. 44:6; Apoc. 1:17; 2:8; 22:13; Exo. 3:14; Juan 8:58; Joel 2:32; Rom. 10:9, 13; Isa. 43:3, 11; Luc. 2:11; Tito 2:13; Isa. 42:5; Juan 1:3; Zac. 12:10; Juan 19:37; Mar. 4:37-41; Sal. 89:6-9; etc.

[11] Invitamos otra vez al lector a comparar los siguientes pasajes bíblicos y notar como el título Jehová es aplicado al Espíritu Santo: Sal. 41:9; Hech. 1:16; Jer. 31:33, 34; Heb. 10:15, 16; Heb. 3:7-9; Sal. 95:1, 6-11; también Luc. 1:67; Hech. 3:18-21; 5:3, 4.

[12] F. Prat, La Théologie de Saint Paul, tomo 2, pág. 158; J. Lebreton, Histoire du dogma de la Trinité (París, 1927), págs. 269, 439, 552-610; J. Kelly, Early Christian Creeds (Londres, 1950); SDABC, tomo 4, págs. 127-129; Id., tomo 5, pág. 1025; O. Cullmann, Christologie du Nouveau Testament (París, 1958); J. M. Dalmau, “Trinidad” en EdlB, tomo 6, cois. 1105-1113; R. Jamieson (y otros) Comentario Exegético y Explicativo de la Biblia, tomo 1 (El Paso, Texas, s. f.), págs. 558, 559.

[13] A. Ramírez, Nociones de Gramática Hebrea y Crestomatía Bíblica (Bilbao, 1924), págs. 85-90; J. Lebreton, opus cit. (1927), págs. 138-180; P. Heinish, “Le mystere de la Sainte Trinité” en Lumiere et Vie, Nº 29 (Saint Alban Leysse, 1956) págs. 67-94.

[14] E. G. de White, Testimonies, tomo 8, pág. 279.

[15] E. G. de White, Primeros Escritos, págs. 190, 191; El Deseado de Todas las Gentes, págs. 772, 773.

[16] E. G. de White, Patriarcas y Profetas, págs. 293, 294.