Del 10 al 19 de julio de 1975, representantes de todo el mundo adventista se reunirán en el Stadthalle de Viena para los trabajos del 529 Congreso de la Asociación General. El primero se realizó en Battle Creek, Michigan en 1863 y de él participaron 20 delegados; el 519 fue realizado en Atlantic City en 1970 y abrió su primera sesión con la presencia de 1.458 delegados acreditados. Al culto del sábado por la mañana asistieron más de 30.000 personas. Entre los dos congresos mencionados hubo algunos que se destacan: Minneápolis, 1888, cuya sola mención sugiere el tema: “Justificación por la Fe” que ocupó prácticamente todo el tiempo de las reuniones y Battle Creek, 1901, cuando se llevó a cabo la reorganización administrativa de la Iglesia Adventista, creándose entre otras cosas los departamentos y las uniones.
¿Cuál será el recuerdo que Viena dejará? ¿Qué se dirá de él en el futuro? ¿Qué fue un congreso más? ¿Que fue el primero realizado fuera de Norteamérica y nada más? ¿O sucederá lo que todos esperamos: ALGO que lleve a la iglesia a su triunfo final y a la terminación de la obra?
Es inspirador ver cuánto ha logrado hacer este pueblo adventista que tuvo comienzos tan humildes. Ante nuestros ojos tenemos una estadística de las Sociedades Bíblicas en las que figuran 184 países del mundo y 76 iglesias cristianas. Un puntito indica si la iglesia correspondiente a esa columna está presente en el país de ese renglón. Llama la atención una línea casi ininterrumpida de puntos: representa a la Iglesia Adventista del Séptimo Día que está en 176 de los 184 países, y que sólo está ausente de Ifni, Sócrota, Tibet y algunas islas o pequeños países más. La sigue la Iglesia de Dios, presente en 76 países del mundo… Estamos en más países que todas las demás iglesias evangélicas juntas.
Mientras otros cierran sus puertas, nosotros seguimos bautizando miles. Entre Sud e Interamérica, durante 1974 fueron bautizadas alrededor de 85.000 almas, cantidad superior a la feligresía que toda la iglesia tenía al comenzar el siglo.
Sin embargo, no todo es gloria. Hay preocupaciones sobre la dirección de la iglesia por la complejidad de la tarea que debemos realizar en un mundo también complejo, y por las necesidades internas que enfrentamos. El crecimiento tan acelerado de la iglesia trae aparejados problemas que hay que enfrentar y resolver. Específicamente, ¿cuáles son las principales preocupaciones que la iglesia enfrentará en Viena?
1. Tal vez la mayor sea la de reexaminar los objetivos que perseguimos como pueblo. No podríamos decir “reformular los objetivos” pues los objetivos teóricos son claros y no necesitan ser reformulados. Necesitan ser solamente reexaminados. ¿Para qué existimos? Estamos seguros de que nuestra misión no es predicar un evangelio social, o luchar por la justicia social, o abanderarnos en la contienda racial, o dedicarnos a resolver otros problemas de los que se preocupa el Concilio Mundial de Iglesias y algunos de sus afiliados. Sabemos a través de la Biblia y el espíritu de profecía que nuestra tarea no está directamente en ese campo, sino que es evangelizar. El Evangelio convierte el corazón y cambia muchas de esas situaciones anormales.
Pero no tenemos tanta claridad en otros aspectos. Valdría la pena formularnos preguntas tales como éstas: ¿Están todas nuestras instituciones médicas llenando las condiciones que Elena G. de White presentó como ideales para cumplir su tarea? ¿Están nuestras escuelas e instituciones educativas en general, cumpliendo la RAZÓN de su existir? ¿Son todas ellas una ayuda o es alguna por ventura una sangría para la iglesia? ¿Estamos dando a la evangelización la prioridad en recursos financieros y humanos, o es ella simplemente una de las muchas actividades que realizamos? ¿No estaremos gastando demasiado dinero en adornar o pintar el automóvil, al punto de que no nos sobre dinero para ponerle combustible?
2. Necesidad urgente de una reorganización administrativa. Si Elena G. de White viviera hoy, tal vez escribiría algunos testimonios muy similares a los que escribió en los años previos a 1901. Estamos viendo un fortalecimiento extraordinario en la fase administrativa e institucional de la obra, lo cual constituye una bendición siempre y cuando no se debilite la base de la iglesia que es el pastorado, la evangelización, la construcción de templos. Lamentablemente esto está aconteciendo en algunos sectores. En el libro de reglamentos de la división existe una recomendación de que se forme una comisión a nivel de las uniones, una de cuyas tareas será estudiar en los campos locales “la relación entre gastos administrativos y evangélicos” (Libro de Reglamentos, folio 9, inciso 4). Es éste un problema mundial que preocupa a la iglesia y que estará presente en Viena para ser analizado y encarado. En el Concilio Anual de México de 1973, que en cierto sentido se puede considerar preparatorio del gran congreso mundial de Viena, la nota tónica de las labores fue “dar a lo primero el primer lugar”.
3. Reavivamiento y reforma. Ha sido éste el gran tema de la iglesia a través de toda su historia, pero que ha recibido un marcado énfasis a partir de Detroit en 1966 y Atlantic City en 1970. Decenas de artículos han sido escritos, centenares de sermones predicados y multitud de campañas realizadas y mucho ha sido logrado gracias a Dios.
El pueblo remanente encara los momentos decisivos de la historia, el desenlace del drama mundial y el fin del conflicto de los siglos. ¿Qué necesita para ello? Sin duda planes más amplios, más elemento humano capacitado, más evangelización, más medios económicos, más templos y muchas cosas más. Sin embargo, infinitamente más urgente que todo ello y lo que traerá como resultado el fortalecimiento de cada aspecto de la obra, es el derramamiento del Espíritu Santo, la caída de la lluvia tardía. El pueblo adventista en Viena oirá sermones poderosos, en los que la nota tónica será ésta; recibirá instrucción e inspiración, buscará de corazón al Señor, no para continuar realizando la obra, sino para terminarla.
“No deberíamos estar aún aquí” escribió el pastor Pierson luego del congreso de Atlantic City en 1970. “Pero el hecho es que aún estamos aquí. Algo debe suceder con nosotros. No podemos continuar nuestras rutinarias idas y venidas semanales a la iglesia, cargando nuestros pecaditos, nuestros celos, nuestro egoísmo, nuestra impureza, nuestra tibieza, cuidadosamente ocultos en los pliegues de nuestro corazón, sentarnos allí y escuchar un sermón —a veces lleno del Espíritu, a veces desalentadoramente vacío c ineficaz—, saludar luego al pastor en la puerta para regresar cargando nuestros pecaditos, nuestros celos, nuestro egoísmo, nuestra impureza y nuestra tibieza para iniciar una nueva semana de vida ineficaz. ¡Algo debe cambiar en nosotros! No podemos avanzar en la misma vieja forma, con la misma vieja apatía, pronunciando mecánicamente las mismas viejas frases, experimentando las mismas viejas frustraciones” (Review and Herald, 23-7-70, pág. 5).
Sí, algo debe cambiar. Somos un pueblo bendecido con un mensaje glorioso, con instrucciones divinas para la marcha, pero seguimos siendo un pueblo compuesto y dirigido por hombres y mujeres con limitaciones humanas.
Ese algo que debe suceder, tal vez sea una disposición a ver lo que está mal y corregirlo y no sólo lamentarlo. Si algo no está bien en la iglesia, la asociación, la unión, la división o la Asociación General, no ganamos nada con lamentarlo. Hay que encararlo valientemente con amor y cambiarlo. Como iglesia libramos la permanente batalla de la tradición, la herencia, la continuidad, contra la renovación o la adaptación de formas a las circunstancias o realidades actuales. Los principios no pueden ni deben cambiar, pero las formas son pasibles de cambio y renovación. Y esa renovación equivale a desechar aquello que, aunque haya tenido aplicación en el pasado, ya no se adecúa al presente. De otra manera, estaremos hablando en “lengua desconocida” al mundo.
Usted que irá a Viena, ore para que la iglesia salga de allí revitalizada. Haga su parte para que eso sea logrado. Y usted que acompañará a su iglesia en sesión desde la distancia, ore para que Viena sea recordado como el gran congreso de la renovación de la iglesia.