Vivimos en un mundo que se está fragmentando continuamente. Es cada vez mayor el deseo que tienen los hombres y las organizaciones de fijarse sus propias normas y de seguir sus propios caminos. Las consecuencias manifiestas de esta tendencia son el desorden y la falta de unidad que se observan prácticamente en todos los aspectos de la conducta humana.

Lamentablemente, este espíritu se está infiltrando en la Iglesia Adventista y la confusión y las dudas que lo siguen producen efectos muy serios sobre la iglesia, sobre su ministerio y, en consecuencia, sobre el mundo. Esta situación no está en armonía con el espíritu de la oración que Cristo elevó en favor de la unidad de su pueblo, ni con los intereses de la obra de la iglesia mundial.

Para protegernos de una desunión y una fragmentación tales el Señor ha dado a nuestro movimiento los consejos inspirados de las Escrituras y del espíritu de profecía. También contamos con una organización excepcionalmente buena que es el resultado de la dirección divina. Otro elemento valioso y esencial para el ministerio es el Manual de la Iglesia, que ha sido confeccionado por la iglesia mundial después de un extenso estudio de las Escrituras y del espíritu de profecía, y ampliado con el transcurso del tiempo por dirigentes sabios, prudentes y experimentados. El Manual de la Iglesia establece las prácticas y las normas que rigen todas las actividades de la iglesia. Los principios que se destacan en sus páginas representan el pensamiento de la iglesia mundial, y ningún ministro debe sentirse libre para hacer caso omiso de ellos.

Por todo esto les hacemos llegar a nuestros dirigentes las normas que siguen a continuación y que tienen que ver con el bautismo y la condición de miembro de iglesia. Confiamos en que estas pautas nos ayudarán a unirnos nuevamente y contribuirán a mantener unida la iglesia en estos días en que hay tantas expectativas y existen graves amenazas de fragmentación. Instamos a todos a actuar en armonía con las pautas expuestas más abajo. Solicitamos a todos los ministros que se familiaricen con el Manual de la Iglesia. Sugerimos que los presidentes de asociaciones ocupen parte del tiempo en las asambleas de obreros para dirigir en el estudio y el análisis del Manual de la Iglesia y la política eclesiástica. Creemos que esa práctica será de gran beneficio. Que Dios nos bendiga mientras avanzamos juntos en todos los aspectos de nuestra obra y en nuestra forma de proceder.

Pautas sobre el bautismo y la condición de miembro de iglesia

1. Los ministros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día trabajan en armonía con la política eclesiástica expuesta en el Manual de la Iglesia.

2. En procura de la unidad de la iglesia por la cual Cristo oró (Juan 17), todos los ministros realizan su labor evangélica en armonía con los procedimientos y los principios reconocidos y autorizados por el Manual de la Iglesia.

3. Sobre la base de las enseñanzas del Nuevo Testamento y del espíritu de profecía, durante largo tiempo la iglesia ha requerido que los candidatos al bautismo y a la condición de miembros de iglesia sean cabalmente instruidos en la verdad de Jesucristo tal como fue confiada a la iglesia remanente. Esta instrucción ha sido la base para el arrepentimiento y la confesión del pecado y para la fe salvadora en la sangre de Jesucristo, juntamente con la aceptación de los mandamientos de Dios como evidencia de la genuinidad de la conversión y reconocimiento de la obligación que se asume al entrar a formar parte de la iglesia remanente. También ha sido un medio para ayudar al nuevo converso a dar razón de la esperanza que hay en él.

En los tiempos del Nuevo Testamento, aunque el carcelero de Filipos y el eunuco etíope parecieran haber tenido poca preparación para el bautismo (y no hay ejemplos en el Nuevo Testamento acerca de un prolongado período de instrucción antes del bautismo), debe reconocerse que el libro de los Hechos no pretende ser un relato detallado de la historia eclesiástica primitiva, y también que es impropio comparar el mundo del Nuevo Testamento con el nuestro de 1975. En los siglos transcurridos el mundo y la iglesia han bebido el “vino de Babilonia”, y un sinnúmero de malas prácticas ha invadido el mundo cristiano. De ahí la gran trascendencia del “evangelio eterno” con referencia al tiempo del fin (Apoc. 14) y la necesidad de una evidencia inequívoca de una clara separación de la vida antigua en el candidato al bautismo.

Debiera notarse también que no hay apoyo teológico ni exegético en Mateo 28:19, 20 para la idea de que el bautismo debiera preceder a la enseñanza. El ir, el enseñar y el bautizar están en ese orden en el proceso del mandato evangélico “haced discípulos a todas las naciones”. ¿Cómo puede la iglesia hacer discípulos sin el proceso de la enseñanza? Tanto la instrucción como el bautismo forman parte del proceso de hacer discípulos.

Si el bautismo simboliza la muerte y sepultura de la vida antigua, y el surgimiento de la persona a una nueva vida en Cristo Jesús (Rom. 6:1-23), entonces no puede haber una renuncia insincera o incompleta a las cosas del mundo tan sólo por el tiempo del bautismo. ¡La muerte a la vida de pecado y mundanalidad debe preceder a la sepultura! (Véase SDA Bible Commentary, tomo 6, pág. 1075).

“Sólo cuando la iglesia esté compuesta de miembros puros y abnegados podrá cumplir el propósito de Dios. Se ha hecho una obra demasiado apresurada en añadir nombres a la lista de iglesia. Se ven serios defectos en los caracteres de algunos que se unen a la iglesia. Aquellos que les dan entrada dicen: Primero metámoslos en la iglesia, y después los reformaremos. Pero esto es un error. La primerísima obra que hay que hacer es la obra de reforma. Orad con ellos, hablad con ellos, pero no permitáis que se unan con el pueblo de Dios en la feligresía de la iglesia hasta que den evidencia inequívoca de que el Espíritu de Dios está obrando en sus corazones” (Review and Herald, 21-5-1901. Véase Manual de Iglesia, págs. 56-65).

4. El ministro adventista del séptimo día reconoce que el bautismo representa una experiencia de muerte a la antigua vida en el mundo, y que los candidatos necesitan que se les dé la oportunidad de adaptar sus ocupaciones, su estilo de vida, sus hábitos y prácticas antes de ser sepultados en las aguas del bautismo, de manera que puedan ser fácilmente reconocidos como adventistas del séptimo día por aquellos que los conocen.

5. El ministro logrará que sus conversos sean aceptados por los pastores, los dirigentes y los miembros de la iglesia, quienes los harán objeto de su amoroso ministerio y apoyo, integrándolos en sus programas de conquista de almas, haciendo que les extiendan la diestra en señal de compañerismo los miembros de la iglesia a la cual asistirán, ya que son ellos y no el evangelista quienes tienen derecho de concederles o no concederles la condición de miembros (Manual de la Iglesia, págs. 55, 56, 65).

“El nuevo nacimiento es una experiencia rara en esta época en que vivimos. Esta es la razón por la cual hay tantas dificultades en las iglesias. Muchos, muchísimos de los que pretenden invocar el nombre de Cristo no están santificados. Han sido bautizados, pero fueron sepultados vivos. El yo no murió, por lo tanto, no surgieron para vivir en novedad de vida en Cristo” (Elena G. de White, en SDA Bible Commentary, tomo 6, pág. 1075).

“El bautismo es una solemnísima renuncia al mundo. Mediante este rito se hace profesión de morir a la vida de pecado. Las aguas cubren al candidato, y en presencia de todo el universo celestial se hace el pacto mutuo. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo el hombre es puesto en su tumba líquida, sepultado con Cristo en el bautismo, y levantado del agua para vivir una nueva vida de fidelidad a Dios. Los tres grandes poderes del cielo son testigos: son invisibles, pero están presentes” (Manuscrito 57, 1900; Id., pág. 1074).

Véanse 2 Corintios 6:17, 18; Colosenses 3:1-11.

6. El ministro reconoce la enseñanza neo- testamentaria de que Cristo es la Cabeza de la iglesia, de que la iglesia es su cuerpo (1 Cor. 12:12, 27; Efe. 1:22, 23; 5:23; Col. 1:18), y de que por lo tanto no hay fundamento alguno para no hacer coincidir el ingreso en la iglesia con el momento del bautismo. Sus prácticas en cuanto al bautismo y la condición de miembro de iglesia estarán en armonía con la posición y la práctica de la iglesia mundial, tal como está bosquejado en el Manual de la Iglesia, págs. 52-65.

“La relación de Cristo y su iglesia es muy íntima y sagrada: él es el esposo y la iglesia la esposa; él la cabeza, y la iglesia el cuerpo. La relación con Cristo entraña, pues, la relación con su iglesia” (La Educación, pág. 261; véase también Evangelism, pág. 318).

7. El ministro instruye claramente y sin retaceos a sus candidatos al bautismo que están por entrar a formar parte de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, la que Dios ha llamado a dar el mensaje final de amonestación al mundo y a juntar un pueblo como demostración viviente de la plenitud de su gracia y su verdad, y que eso implica normas, requisitos y sacrificios definidos:

“La prueba del discipulado no se aplica tan estrictamente como debiera ser aplicada a los que se presentan para el bautismo. Debe saberse si están simplemente tomando el nombre de adventistas del séptimo día, o si se colocan de parte del Señor, para salir del mundo y separarse de él y no tocar lo inmundo. Antes del bautismo, debe examinarse cabalmente la experiencia de los candidatos. Hágase este examen, no de una manera fría y manteniendo distancias, sino bondadosa y tiernamente, señalando a los nuevos conversos el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Háganse sentir a los candidatos para el bautismo los requerimientos del Evangelio.

“Uno de los puntos acerca de los cuales los recién convertidos a la fe necesitarán instrucción, es el asunto de la indumentaria. óbrese fielmente con los nuevos conversos. ¿Son vanidosos en el atavío? ¿Albergan orgullo en su corazón? La idolatría del atavío es una enfermedad moral. No debe ser introducida en la nueva vida. En la mayoría de los casos, la sumisión a los requerimientos del Evangelio exigirá un cambio decidido en la manera de vestir.

“No debe haber negligencia al respecto. Por amor a Cristo, cuyos testigos somos, debemos tratar de sacar el mejor partido de nuestra apariencia. En el servicio del tabernáculo, Dios explicó todo detalle concerniente a las vestiduras de los que ministraban delante de él. Esto nos enseña que él tiene una preferencia con respecto a la indumentaria de los que le sirven. Fueron muy específicas las instrucciones dadas acerca de las vestiduras de Aarón, porque eran simbólicas. Así la indumentaria de los que siguen a Cristo debe ser simbólica. En todas las cosas, hemos de ser representantes de él. Nuestra apariencia en todo respecto debe caracterizarse por el aseo, la modestia y la pureza. Pero la Palabra de Dios no sanciona el hacer cambios en el atavío meramente por seguir la moda, a fin de conformarse al mundo. Los cristianos no han de adornar su persona con atavíos costosos o adornos caros.

“Las palabras de las Escrituras acerca de la indumentaria deben ser consideradas cuidadosamente. Necesitamos comprender lo que el Señor del cielo aprecia, aun en lo referente a vestir el cuerpo. Todos los que busquen sinceramente la gracia de Cristo, escucharán las preciosas palabras de instrucción inspiradas por Dios. Aun el modo de ataviarnos expresará la verdad del Evangelio.

“Todos los que estudian la vida de Cristo y practican sus enseñanzas, vendrán a ser como Cristo. Su influencia será como la de él. Revelarán sanidad de carácter. Mientras andan en la humilde senda de la obediencia, haciendo la voluntad de Dios, ejercen una influencia que se hace sentir en favor del progreso de la causa de Dios y la sana pureza de su obra. En estas almas cabalmente convertidas, el mundo debe ver un testimonio del poder santificador de la verdad sobre el carácter humano.

“El conocimiento de Dios y de Jesucristo, expresado en el carácter, los exalta sobre todo lo que se estima en la tierra o en el cielo. Es la educación más elevada que haya. Es la llave que abre los portales de la ciudad celestial. Es propósito de Dios que todos los que se visten de Cristo por el bautismo posean este conocimiento. Y los siervos de Dios tienen el deber de presentar a estas almas el privilegio de su alta vocación en Cristo Jesús” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, págs. 393, 394).

8. Al presentar la salvación solamente por gracia, el ministro tendrá cuidado de no crear confusión acerca del llamado que Dios hace a obedecer sus leyes, puesto que la restauración del hombre a la plena armonía con las leyes de Dios (amor en acción) es la meta específica y primaria de la cruz y todo lo que representa.

9. El ministro reconoce el poder y la influencia de su ejemplo, sean cuales fueren las funciones que cumple: pastor, evangelista, director de un equipo de evangelización o de una escuela de evangelismo. Esta responsabilidad lo llevará a actuar en completa cooperación con los administradores de la asociación en cuyo territorio trabaja, y a respetar fielmente las directivas y los principios enunciados en el Manual de la Iglesia.

10. El ministro adventista del séptimo día reconoce que el Manual de la Iglesia es resultado de la sabiduría y la experiencia unidas de la iglesia mundial, al cual se ha llegado a través del estudio de las Escrituras y los consejos del espíritu de profecía. Por lo tanto, actúa en armonía con el Manual, y si tuviera alguna observación que hacer, que a su juicio merece ser considerada por la junta que edita el Manual, la hará llegar a través de la administración de su asociación. Como las enmiendas sólo pueden ser aprobadas por la asamblea de la Asociación General, el ministro reconoce que tales enmiendas del Manual sólo pueden hacerse después que las haya estudiado la iglesia como entidad total.