Una mirada realista a los miles de millones de la población mundial de hoy puede resultar desanimadora para todo aquel que cree que la Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene un mensaje que dar al mundo. El cristianismo en general está perdiendo terreno antes que ganándolo entre las religiones del mundo, numéricamente hablando, y los adventistas pueden ser considerados como una gota en el balde entre el cristianismo como totalidad. Habiendo más que triplicado la población mundial desde que comenzamos nuestra historia como pueblo, uno podría pensar que estamos haciendo frente hoy a una tarea tan abrumadora como la que tuvieron que enfrentar los pioneros cuando salieron con tres predicadores —uno de los cuales era una mujer— para amonestar al mundo.
Los adventistas estamos obligados a reconocer que nuestro mensaje todavía no ha alcanzado las masas en ninguna parte del mundo. En realidad, las grandes masas de las ciudades de todo el mundo ni siquiera saben que existimos, ¡cuánto menos tienen una idea de lo que tenemos que decir al mundo en este tiempo!
Si no fuera por la seguridad que nos dan las porciones proféticas de la Palabra de Dios y las declaraciones de la mensajera del Señor, no tendríamos fundamento alguno para creer que tenemos un mensaje que el mundo debe oír. Pero es segura la promesa de Apocalipsis 14:6 de que el Evangelio eterno será predicado a toda nación, tribu, lengua y pueblo, en armonía con el mandato original de Cristo a la iglesia. También tenemos la de Apocalipsis 18:1 de otro mensajero angélico que desciende del cielo con gran poder, y el registro dice que “la tierra fue alumbrada con su gloria”. A “todas las naciones” que han bebido del vino de Babilonia, el Cielo mismo extiende la invitación: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (vers. 4).
Cada posición de nuestra fe será examinada
En una carta escrita por Elena G. de White en 1886, tenemos la siguiente declaración animadora: “Nuestro pueblo ha sido considerado demasiado insignificante como para ser tomado en cuenta; pero vendrá un cambio. El mundo cristiano realiza ahora movimientos que necesariamente darán prominencia al pueblo que guarda los mandamientos… Cada posición de nuestra fe será examinada; y si no somos profundos estudiosos de la Biblia, fundamentados, fortalecidos y establecidos, la sabiduría de los grandes hombres del mundo nos desviará del camino” (Testimonies, tomo 5, pág. 546).
Creemos que los adventistas del séptimo día constituimos (a pesar de nuestra imperfecta condición laodicense del presente) el testimonio final y especial de Dios al mundo de hoy que vive en el tiempo inmediatamente anterior al fin de todas las cosas; por lo tanto tenemos un mensaje único y final que dar de parte de Dios.
También creemos que a pesar de las premisas defectuosas, las deducciones no muy cuidadosas, las interpretaciones no del todo correctas y ciertas diferencias e incongruencias teológicas, los hombres y mujeres que se aferraron expectantes al movimiento de 1844 y que emergieron de su chasco con las señales identificadoras del sábado, la verdad del santuario y el espíritu de profecía, y que evolucionaron hasta formar la Iglesia Adventista del Séptimo Día, fueron y son el conducto a través del cual se proclamaron y se siguen proclamando los mensajes sucesivos de los tres ángeles de Apocalipsis 14, y el de aquel otro ángel de Apocalipsis 18, tan ciertamente como los discípulos inmediatos de Cristo fueron los testigos de su majestad y los conductos por los cuales debía darse en aquellos días su mensaje de redención para el mundo.
La fuerte convicción de la certeza de esta verdad exige que los adventistas del séptimo día presenten hoy al mundo precisamente los mismos mensajes proféticos que los llamaron a la existencia. Estos mensajes también indican que se nos ha dado la responsabilidad de comenzar el “fuerte clamor” del mensaje del tercer ángel, simbolizado por la obra del “otro ángel” de Apocalipsis 18. Sin duda es necesario que la iglesia halle maneras de expresar estos mensajes mediante un lenguaje y una experiencia que llamen la atención de la generación presente, pero en esencia el mensaje debe permanecer invariado.
Los argumentos que apoyan esta posición son de orden tanto histórico como teológico: un pueblo especial fue llamado a la existencia históricamente como resultado de la proclamación de la comprensión teológica de una porción de la Biblia.
Nuestro movimiento en perspectiva
Estando en la posición ventajosa actual que nos permite lanzar una mirada retrospectiva sobre el camino recorrido por el movimiento adventista, podemos ver que una vez que terminaron hacia 1848 los años en que se fue formulando el cuerpo de nuestras doctrinas, las posiciones cardinales del movimiento adventista habían sido establecidas. El siguiente gran acontecimiento, histórica, profética y teológicamente hablando, en la experiencia de los adventistas del séptimo día, fue el Congreso de la Asociación General en 1888 de Minneapolis y el mensaje que se recalcó en aquella oportunidad.
Puesto que tanto los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14 como el mensaje del otro ángel de Apocalipsis 18 apuntan hacia la segunda venida de Cristo y culminan en aquel acontecimiento, cuando Jesús recogerá la cosecha de la tierra (ya sea la exaltación de los santos o la destrucción de los incrédulos), no hay base lógica para cambiar el énfasis del mensaje que los adventistas darán al mundo hasta que termine todo.
No es necesario recalcar aquí la importancia del mensaje que se destacó en 1888, de la justificación por la fe, de Cristo nuestra justicia, o de la justificación y la santificación. Otros autores han cumplido esta tarea en forma admirable y adecuada. Sin embargo, cabe observar que el mismo espíritu de profecía que condujo a la “manada pequeña” a salvo a través de los bajíos llenos de escollos de las disputas desgarradoras y destructoras que siguieron al chasco, llevándola a una situación de relativa unidad y calma durante los siguientes cuarenta años, respalda incondicionalmente el mensaje de 1888. También habla de este mensaje como el comienzo de la voz de aquel otro ángel de Apocalipsis 18, como resultado de cuyo clamor la tierra será “alumbrada con su gloria”.
Puede levantarse legítimamente la pregunta: ¿Qué luz sería necesario agregar al mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14? Aquí nuevamente la teología, vista en la perspectiva histórica, da la respuesta. Y la respuesta consiste en la revisión de nuestra historia que otros se han encargado de hacer, echándonos en cara el formalismo, el arrianismo y el legalismo que habían ensombrecido la presentación de los mensajes de los tres ángeles en los años que llevaron a 1888.
Si algo hizo 1888 fue clarificar y corregir los puntos de vista concernientes a la naturaleza de Cristo, la expiación, la relación de la fe y las obras y las alegres nuevas de que la justicia no era ni podía ser el resultado de la disciplina y el esfuerzo humanos por guardar la ley. En cambio debía ser recibida como un don en respuesta al ejercicio de una fe, una confianza y una dependencia infantiles en la justicia de Jesucristo ofrecida al creyente arrepentido.
Campeones de la justificación por la fe
Los dirigentes recibieron claras instrucciones de que el mensaje de 1888 no debía ser presentado como un mensaje nuevo, sino más bien como la recuperación de algo que el remanente había perdido de vista, a saber, el énfasis en Cristo, nuestra justicia. Este enfoque parece estar apoyado por el paralelismo entre el mensaje pronunciado por el ángel de Apocalipsis 18 y los de los tres ángeles de Apocalipsis 14. No se trata tanto de un cambio de mensaje, como de la repetición y el renovado énfasis dado al mensaje. Y acaso, ¿no podemos ver hoy cómo, habiendo abandonado los líderes del mundo cristiano la fe en la divinidad de Cristo y en la eficacia de su expiación, los adventistas del séptimo día pueden y deben surgir como los campeones de la fe que ha sido una vez dada a los santos, y como campeones de la ley y el orden basados en los mandamientos de Dios en esta era de ilegalidad sin precedentes?
Si el mensaje que los adventistas debieran recalcar hoy es otro que el mensaje contenido en Apocalipsis 14 y 18, entonces ha perdido validez la misma razón de nuestra existencia. Es realmente emocionante contemplar que en el desenvolvimiento de la providencia celestial, hemos de surgir como los campeones del evangelio de la justicia por la fe y como campeones de la perfecta ley de justicia, el fundamento del gobierno de Dios.
Hasta donde ha podido averiguar quien esto escribe, es nuestra identificación con los mensajes de los tres ángeles lo que nos señala como únicos en el mundo cristiano de hoy. En virtualmente todos los otros aspectos nuestras posiciones doctrinales y nuestros conceptos teológicos son compartidos por la mayoría, o por lo menos por alguno, de los grupos cristianos evangélicos. Y entre estos grupos cristianos debe haber centenares de miles que estarán asombrados por la traición a la fe que hallan en sus propias comuniones. En la providencia de Dios, debemos levantar una bandera y encender una antorcha a la cual esas almas desorientadas puedan dirigirse para renovar su confianza y fe en el Señor Jesucristo.
La única gran pregunta
Lo que debemos preguntarnos no es tanto qué cosa debiéramos recalcar los adventistas en nuestro mensaje al mundo hoy. Esto se descubrirá muy fácilmente si se aceptan las premisas expuestas hasta aquí. La pregunta mucho más importante es cómo podemos hoy entregar este mensaje al mundo. Ciertamente es harto tiempo que esta iglesia invierta su tiempo, sus recursos y sus hombres en una entrega hecha con oración, con diligencia y fervor a la tarea de advertir a un mundo condenado acerca de su inminente destrucción, por un lado, y de extender la invitación a la vida eterna por el otro.
Algunas de las metas hacia las cuales debemos apuntar al emprender tales esfuerzos son las siguientes:
1. El problema práctico de comunicación que hoy enfrenta la iglesia de alcanzar a más de tres mil millones de habitantes del mundo.
2. La evidente necesidad de utilizar todos los medios masivos que estén a nuestro alcance para que nuestro mensaje haga un impacto mundial, y al mismo tiempo, de desarrollar medios sencillos y poco costosos de multiplicar los vehículos de comunicación en el nivel personal con las masas iletradas del mundo.
3. La necesidad de hallar formas y medios de explotar las respuestas que están en nuestras manos para solucionar los problemas nacionales y mundiales presentes a fin de que los elementos educados, cultos y humanitarios del mundo civilizado sean inducidos a preguntar: “¿De dónde tiene este pueblo tan grande sabiduría?”
4. La necesidad de estudiar cómo hacer llegar al mundo nominalmente cristiano el nivel válido de cristianismo que nosotros propiciamos y del cual podemos convertirnos en campeones.
5. La imperativa necesidad de volver a experimentar ese entusiasmo sincero por Cristo y su verdad que una vez fuera una de las señales distintivas de los adventistas del séptimo día. Más definidamente, necesitamos demostrar a la juventud que tenemos una tarea que realizar, un mensaje que dar y una forma de vida que ofrecer que son más excitantes, más significativos y relevantes para nuestros tiempos que aquello que puede ofrecer cualquier combinación de grupos o movimientos que hoy actúan en el mundo.
Otro gran desafío es el de estudiar y orar en procura de sabiduría para conducir a nuestra feligresía a una experiencia activa, vital y personal de relación con Cristo en la justificación por la fe, lo único que puede traer la “lluvia tardía” y la plenitud del “fuerte clamor” del mensaje del tercer ángel.
Nuestra gran oportunidad, así como nuestra tarea en estos tiempos de desafío, es la de alertar a los genuinos pero asombrados cristianos de toda denominación mostrándoles que hay para ellos un puerto seguro y una bienvenida cristocéntrica en la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Debemos demostrar a su satisfacción que todavía propugnamos las doctrinas cardinales concernientes a Jesús y su gloriosa norma de justicia, la ley de los Diez Mandamientos.
Sobre el autor: Secretario de la Junta de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General.