¿Cuál entienden los adventistas que es la ubicación cronológica del milenio en relación con el fin del tiempo, la naturaleza de sus dos resurrecciones, el orden de sucesión de sus acontecimientos principales, y en qué desembocará el milenio y con qué resultados? Tengan la bondad de presentar un resumen de su opinión.

El término “milenio” ha llegado a tener un significado especial en el concepto de la mayoría de los cristianos: es para ellos el período de mil años durante los cuales Cristo reinará sobre la tierra con sus santos en medio de la abundancia, la paz y una justicia progresivamente creciente. En Apocalipsis 20:2-7 se predice el reinado de mil años de los santos con Cristo, pero en ese capítulo no hay ninguna declaración que afirme que los santos reinarán con Cristo sobre la tierra durante ese período.

La visión que habla de los mil años pertenece a una serie de visiones sucesivas que deben considerarse como una secuencia cronológica, si es que queremos ubicar el milenio en su debida relación con los otros sucesos escatológicos. Apocalipsis 19 describe el segundo advenimiento de nuestro Señor. El capítulo 20 habla de la atadura de Satanás, de dos resurrecciones separadas por un período de mil años, del juicio general de los impíos y de su destrucción en el lago de fuego. Apocalipsis 21 describe el descenso de la santa ciudad, la nueva Jerusalén; y el capítulo 22 continúa la descripción de la ciudad y del gozo de los redimidos en la eternidad. En estos capítulos parece no haber nada que indique que lo que en ellos se trata no sea el orden cronológico de los acontecimientos. Con el auxilio de pasajes bíblicos paralelos que describen la segunda venida de Cristo, la resurrección y el castigo final de los impíos, es posible esbozar con exactitud desde el comienzo hasta el fin los acontecimientos del milenio.

I. El segundo advenimiento de Cristo

En Apocalipsis 19 se describe a Cristo en su segunda venida como un poderoso guerrero que conduce a los ejércitos del cielo a una batalla contra las huestes del mal (vers. 11-16). Esta figura da realce al efecto que su venida produce sobre los perdidos.

En Apocalipsis 14 se presenta a Cristo viniendo en una nube, coronado como Rey de reyes. En ese capítulo se describe la reunión de los justos y de los impíos bajo la figura de una cosecha. En los versículos 15 y 16 los justos son reunidos como “la mies de la tierra”. Los impíos también son cosechados como “los racimos de la tierra” —cuyas “uvas están maduras”— y echados “en el gran lagar de la ira de Dios” (vers. 18, 19). Ese lagar se menciona nuevamente en el capítulo 19, donde se dice que Cristo “pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” (vers. 15).

II. La muerte de todos los pecadores

Para los pecadores rebeldes de la tierra Cristo viene en calidad de juez y de vengador, rodeado de gloria abrumadora, con fuego y espada, en batalla final contra las huestes de los hombres impíos. Estos toman su última posición en actitud desafiante frente al Señor, y él entrega a las aves la carne de los reyes, los capitanes, los poderosos y todos los hombres libres y esclavos, pequeños y grandes (Apoc. 19:17-19). El Apocalipsis describe en todas partes la misma clase de gente que se oculta ante el rostro del Cordero, y los mismos trastornos de la naturaleza que acompañan al segundo advenimiento: el apartamiento del cielo como un rollo que se envuelve, y el sacudimiento de toda montaña y de toda isla (Apoc. 6:14-17). Tanto en el capítulo 19 como en el 14 el efecto que la venida de Cristo produce sobre los impíos se describe bajo la figura según la cual se pisotean las uvas en un lagar del cual mana la sangre por un espacio de 1.600 estadios (Apoc. 14:20). Es imposible describir de manera más gráfica una destrucción tan abrumadora. La naturaleza no sólo coopera con un cataclismo que altera la geografía de la tierra y la sacude haciendo caer toda obra de las manos humanas, sino que toda la oposición organizada existente contra Dios llega a un fin repentino cuando los hombres se estremecen individualmente ante su Creador y verdadero Rey y Señor.

La “bestia” y el “falso profeta”, símbolos de la apostasía organizada que aparecen en las primeras visiones del Apocalipsis, y a quienes se acusa de engañar a los hombres impíos llevándolos a una rebelión continua en contra de Dios, se describen como echados vivos en el lago de fuego (Apoc. 19:20). El apóstol Pablo al contemplar con ojos proféticos el curso del tiempo, describió el misterio de iniquidad dándole un nombre personal: “aquel inicuo” (2 Tes. 2:8), “a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida”. Y Apocalipsis 19 finaliza la descripción de la destrucción total de los impíos con las palabras: “Y los demás [los pecadores restantes] fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos” (vers. 21). Teniendo en cuenta las figuras de lenguaje y el simbolismo profético, podemos llegar a la conclusión de que todos los impíos que no hallen su fin en los cataclismos serán destruidos por el resplandor de la presencia visible de Cristo cuando el Señor aparezca “en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios” (2 Tes. 1:8).

III. La atadura de Satanás

El acontecimiento inmediato que se describe en el libro del Apocalipsis (cap. 20:1-3) es la atadura de Satanás —bajo la figura del dragón— con una gran cadena a fin de que no pueda engañar a las naciones por un período de mil años. Puesto que ésta es una escena simbólica, no es necesario suponer que la cadena o que el abismo es literal. Se identifica al dragón con Satanás, y el significado de los otros símbolos se deduce del contexto. Los seguidores de Satanás han sido destruidos en su totalidad en ocasión del segundo advenimiento. Los justos, según veremos en la próxima sección, han sido alejados de su dominio. La tierra se halla en completa desolación, llena de cadáveres por todas partes. Se llega necesariamente a la conclusión de que estos símbolos representan el confinamiento de Satanás en la tierra por orden divina por un período de mil años para que reflexione sobre los resultados de su rebelión contra Dios.

IV. La resurrección de los justos

La escena cambia. Juan ve tronos de juicio en los cuales están sentados los bienaventurados y santos que han participado de la primera resurrección (Apoc. 20: 4, 6). “Y vivieron y reinaron con Cristo mil años” (vers. 4). Juan ve específicamente a los mártires y a los que han obtenido la victoria sobre la bestia y su imagen (símbolos proféticos de la apostasía, de los capítulos 13 y 14). Los que reinan con Cristo durante los mil años, ¿incluyen a alguien más que a los mártires y a los fieles de la última generación que han resistido a los engaños de la apostasía? La respuesta debe buscarse en otros textos de la Escritura que describen la resurrección que sigue a la segunda venida de Cristo con poder y gran gloria. En ninguna parte de la Biblia, salvo en Apocalipsis 20, se menciona una resurrección compuesta únicamente de mártires; en cambio hay referencias a la “resurrección de los justos” (Luc. 14:14) y a la “resurrección de vida” en contraste con la “resurrección de condenación” (Juan 5: 29), que corresponden a las dos resurrecciones separadas de Apocalipsis 20. “Los que son de Cristo” resucitan “en su venida” (1 Cor. 15:23). “Los muertos en Cristo resucitarán” cuando el Señor descienda del cielo “con voz de arcángel, y con trompeta de Dios” (1 Tes. 4:16). En otra parte se alude a este mismo hecho como “a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles” (1 Cor. 15:52). Y Jesús describió su venida en las nubes del cielo —vista por todos y lamentada por las tribus de la tierra que no estén preparadas para recibirlo— como la ocasión en que, al sonido de la trompeta, “sus escogidos” serán reunidos de todos los puntos de la tierra (Mat. 24:30; Mar. 13:26, 27). Todas estas descripciones de una venida gloriosa, visible y audible, acompañada por el sonido de la trompeta, están relacionadas con la reunión de los escogidos de Cristo, con la resurrección de los muertos en Cristo y su paso de la mortalidad a la inmortalidad. Esta es, sin duda alguna, la primera resurrección de Apocalipsis 20.

V. La traslación de los justos vivos

El profeta Juan vio sentados sobre los tronos del juicio a los que “no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos” (Apoc. 20:4). Puesto que en la tierra hay solamente dos clases de personas cuando Cristo vuelve —los justos y los pecadores, las “ovejas” y los “cabritos” (Mat. 25:32, 33)—, aquellos que no han adorado a la bestia deben representar a los justos vivientes de la última generación que no han doblado la rodilla ante la apostasía y que están preparados para dar la bienvenida a Cristo en su advenimiento. El apóstol Pablo describe ese glorioso acontecimiento: “No todos dormiremos [moriremos]; pero todos seremos transformados” cuando “se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles”, pues “es necesario que esto… mortal se vista de inmortalidad” (1 Cor. 15:51-53). Entonces es cuando “nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1 Tes. 4: 17).

VI. Los justos son llevados al cielo

En la visión que Juan tiene de los justos durante los mil años no se especifica con precisión en qué lugar reinan con Cristo. Juan dice sencillamente: “Vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar… y vivieron y reinaron con Cristo mil años” (Apoc. 20:4). Sin embargo, otros textos lo aclaran. En 1 Tesalonicenses 4:17, que acabamos de citar, se dice que los justos reciben “al Señor en el aire”, “arrebatados… en las nubes”. De estas declaraciones deducimos que Cristo en su segunda venida no toca esta tierra contaminada por el pecado, sino que envía “sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mat. 24:31).

Y el lugar al cual son trasladados los salvados en este tiempo lo señala el Salvador mismo con las palabras de consuelo que dirigió a sus discípulos el día anterior al de su crucifixión: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2, 3). El lugar al cual Cristo lleva a sus santos se describe como “la casa de mi Padre” donde hay “muchas moradas”. Es casi imposible evitar la conclusión de que el destino de los justos en el segundo advenimiento es el cielo, no la tierra, de la cual son trasladados al sonido de la trompeta final.[1]

De este modo tenemos una explicación de lo que les ocurre a las dos clases de personas que habrá en la tierra al tiempo de la venida del Señor. En tanto que una de ellas queda muerta en este mundo para ser devorada por las aves, la otra es llevada viva para estar por siempre con el Señor.

VII. El juicio y los mil años

El apóstol Juan describe muy escuetamente las actividades que los salvados realizarán en el cielo: “Reinaron con Cristo mil años” (Apoc. 20:4). Es apropiado preguntarse: ¿Sobre quién reinarán los santos si todos los impíos han sido destruidos? No hay duda de que los santos recibirán el reino, pues así lo declaran específicamente otros textos. Cuando el séptimo ángel toca su trompeta, “los reinos del mundo” llegan “a ser de nuestro Señor y de su Cristo” (Apoc. 11:15), y Daniel dice que “el reino, y el dominio y la majestad de los reinos” son entregados “al pueblo de los santos del Altísimo” (Dan. 7:27). Los santos han vivido bajo el dominio opresor de reyes que han bebido del vino de la fornicación de Babilonia (Apoc. 18:3). Ahora se han invertido los papeles, y los santos del Altísimo reinan sobre sus opresores. Es verdad que los impíos están muertos, pero volverán a la vida al fin del milenio (Apoc. 20:5). Por así decirlo, son acorralados para que reciban más tarde su castigo. El dominio que los justos ejercerán sobre los impíos se indica en las expresiones: “recibieron facultad de juzgar” (vers. 4) y “reinaron con Cristo” (vers. 4), quien ha recibido “los reinos del mundo” (Apoc. 11:15).

En el comentario sobre el juicio investigador se abarcaron aquellos aspectos de la obra global del juicio que, lógicamente, debe completarse antes de que Cristo regrese en gloria. Allí demostramos que los casos de los que finalmente se salven deben ser examinados antes del segundo advenimiento, y los tales deben ser “tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos” (Luc. 20:35), y también “dignos de escapar de todas estas cosas [las aflicciones anunciadas por Cristo]… y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Luc. 21:36). Puesto que todos los impíos que estén vivos sobre la tierra al tiempo de la venida de Cristo sufrirán la primera muerte —la muerte común a toda la humanidad— y no volverán a vivir hasta que pasen mil años, las decisiones referentes a su castigo no necesitan efectuarse antes del segundo advenimiento.

Tanto Daniel como Juan declaran que el juicio fue dado a los santos, o a los resucitados (Dan. 7:22; Apoc 20:4). En Apocalipsis 20 la palabra “juicio” proviene del término griego krima, que en general significa “sentencia”, “veredicto”, o “decisión tomada”. Aquí krima parece significar autoridad para pronunciar sentencia. El pasaje no se refiere a un veredicto en favor de los justos. En la Septuaginta, la palabra empleada en Daniel 7:22 para “juicio” es krisis, el “acto de juzgar”; pero en la versión griega de Teodoción figura como krima. La obra de juicio a que se refiere el revelador es, sin duda, la misma de la que habla el apóstol Pablo: “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? … ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?” (1 Cor. 6:2, 3). La obra del juicio también puede implicar una investigación cuidadosa de la historia de los impíos, y una decisión tocante a la medida del castigo que debe recibir cada pecador por el papel que desempeñó en su rebelión contra Dios.

La justicia exige que los grandes pecadores reciban un castigo más severo que aquellos cuyos pecados son menos graves. Es verdad que todos los pecadores serán castigados con la muerte eterna, pero difícilmente puede concebirse que la extinción total sea un castigo que varíe en grado. El sufrimiento anterior a la muerte segunda es el que podrá graduarse para que corresponda con la magnitud de la responsabilidad personal del pecador por su rebelión. Cristo mismo enunció el principio de que “aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco” (Luc. 12:47, 48).

Puesto que los salvados reinarán sentados en tronos “con Cristo”, el Juez de todos los hombres, es evidente que estarán de acuerdo con las decisiones tomadas. De este modo los santos quedarán completamente seguros de la justicia de Dios, y comprenderán que aun la destrucción de los pecadores incorregibles es evidencia del amor divino.


Referencias

[1] A veces se cita Apocalipsis 5:10 para demostrar que los santos reinarán con Cristo sobre la tierra durante el milenio. El texto dice: “Y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”. La expresión “reyes y sacerdotes” que aparece en este versículo es semejante a una expresión de Apocalipsis 20: “Serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años”. Ni en Apocalipsis 5:10, ni en su contexto hay nada que haga imperioso aplicar el “reino” “sobre la tierra” al período de mil años de Apocalipsis 20. El problema que se presenta es: ¿Podemos considerar que estos textos son paralelos? La exégesis no puede responder tal interrogante. Los adventistas creen que este “reino sobre la tierra se aplica a los justos después del fin del milenio, cuando los santos juntamente con Cristo y la santa ciudad regresan a este mundo. (Véase Apocalipsis 21, 22.) Entonces, habiendo sido destruidos el pecado y los pecadores, los justos reinarán con Cristo durante toda la eternidad