Ir, enseñar y bautizar es la misión confiada por Dios a todo obrero. Si bien el cumplimiento de este mandato debe llevarse a cabo dentro de la organización de la iglesia, nadie tiene derecho a bautizar por su propia cuenta a un candidato. No obstante hay una fase, en la preparación, que concierne a los que enseñan y bautizan y que con frecuencia ha sido subestimada. Antes que los hombres y las mujeres reciban el bautismo deben hacer la decisión de seguir a Cristo toda su vida. Y precisamente el logro de la decisión es el punto débil en el ministerio de muchos de nosotros. Hablo en primera persona porque sé por experiencia propia cuán difícil es llevar a alguien a la decisión y lograr que se entregue en tal o cual momento u ocasión. Algunos de nuestros hermanos obtendrían más resultados, aun en los campos más difíciles, si apelaran al corazón de los hombres.
Es muy sencillo dar un estudio bíblico sobre Daniel 2 o sobre la segunda venida de Cristo. Todos podemos hacerlo. Pero el bautizar depende de que se hayan obtenido una serie de decisiones, que no pueden tomarse todas a la vez, después de haberse dado treinta o cuarenta lecciones bíblicas, sino que deben ser tomadas paso a paso, lección por lección. Esas personas, no importa cuánto conocimiento posean, son principiantes en el estudio de la Palabra de Dios. Como bebés que están aprendiendo a caminar, sólo pueden dar un paso a la vez. Solamente dando un paso a la vez podrán lograr algún progreso. Así como un niñito no puede dar cuatro pasos a la vez, un principiante en el estudio de la Palabra de Dios no puede decidirse a un tiempo, por el sábado, el diezmo, la mortalidad del alma y el espíritu de profecía. Ni siquiera puede dar dos pasos al mismo tiempo. En ocasiones ni le es posible dar un paso, y por lo mismo no corresponde en absoluto esperar el próximo paso hasta que la persona se haya fortalecido bastante al haber dado el anterior. Esto demora bastante, pero da tiempo para permitirnos descubrir un nuevo camino de presentar la antigua verdad de otra manera, en la próxima visita, lo mismo en la siguiente y así sucesivamente de modo que pueda la1 persona entenderla y tomar una decisión en su favor.
Usemos una ilustración: El estudiante de arquitectura no se beneficia en lo más mínimo por estudiar multiplicación antes de haber aprendido a sumar; y mientras no haya aprendido a restar, la división le será inútil por completo. Puede no ser hábil en la multiplicación, pero es preciso que sepa sumar antes de intentar multiplicar. Entonces, habiendo aprendido a sumar, puede fortalecerse en este conocimiento ejercitándose en las sumas que encuentra en los grandes problemas de multiplicación; pero sin el primer paso, jamás puede darse el segundo, y quien trata de enseñar a un estudiante multiplicación antes de que haya aprendido a sumar, está perdiendo tiempo y energía. De acuerdo con la doctrina bíblica, hay algunos estudios que son preliminares a otros. Parece que esto lo comprendiéramos en parte, dado que rara vez damos un estudio sobre la marca de la bestia sin habernos ocupado primeramente de las profecías de Daniel y aun de la verdad del sábado.
En conclusión, el primer principio para asegurar las decisiones es avanzar un paso a la vez: esperar una decisión a la vez, una decisión por estudio, por sermón, no más rápidamente nunca de lo que el estudiante es capaz de asimilar.
El segundo principio consiste en invitar a que se tome una decisión. Una cosa es dar un estudio bíblico, y otra, preguntar la razón de la decisión. Es fácil decir al final de un estudio—o sermón: —“Oro por que el Señor nos ayude a estar listos para su venida. La próxima semana tendremos un estudio en que destacaremos las señales que nos indican la proximidad de este evento,” y después de un comentario casual, o dos, retirarnos. Pero decir: “Ahora, hermano, ¿comprendió Vd. todo lo que hemos estudiado?,” y cuando la respuesta es afirmativa añadir: “Estoy seguro de que Vd. desea estar listo para recibir al Señor en las nubes del cielo, ¿verdad?” y entonces esperar una respuesta; o bien sugerir: “¿No desea Vd. prepararse debidamente a fin de estar listo para cuando Cristo venga? ¿Cómo se siente con respecto a esto?” Proceder así requiere bastante valor en muchas ocasiones—por lo menos, eso es lo que yo he experimentado. El tema de la segunda venida es fácil al tratar el del diezmo o el sábado. Sugiera al interesado: “Note Vd. cuán claramente se presenta en la Biblia el hecho de que si deseamos ser completamente honestos con Dios y queremos recibir sus bendiciones, es preciso que le devolvamos fielmente lo que le pertenece. ¿No es verdad? Permítame presentarle ahora un plan por medio del cual puede Vd. comenzar a hacer lo que Dios requiere de Vd. a fin de que no se prive de ninguna de sus bendiciones.” Esta pregunta puede resultarnos extraña a quienes somos tímidos, pero dará resultados. Si procedemos con oración, tacto y amor, Dios bendecirá ricamente nuestro trabajo.
Con respecto a esto puedo sugerir una manera de lograr decisiones que he encontrado superior a todas las demás. No es originalmente mía. Varios años ha, en un campamento, me detuve junto a una carpa de jóvenes y oí a G. E. Vandeman explicar cómo su padre le había enseñado a asegurar las decisiones por medio de la oración. “Esto no es bastante— declaró; —no es suficiente orar por el interesado, o con él, sino que es necesario también enseñarle a orar—a orar con sencillez—abrir el corazón a Dios como al más íntimo y mejor amigo.” Desde el principio debe enseñársele que antes de tomar una decisión de importancia debe orar y la mejor manera de enseñarle a orar consiste en invitarlo a que lo haga con el obrero. Yo lo he probado, y es de resultados efectivos. Cuando las decisiones no se obtenían con facilidad, yo hacía uso de este método, y aun ahora que tengo más experiencia, lo sigo haciendo regularmente.
Habiendo sugerido a la persona algo que asegure una respuesta afirmativa con respecto a la verdad, la invito, después del estudio bíblico, a que oremos juntos sobre el particular. “Ud. tendrá interés de expresarme cuál es su actitud con respecto a lo que Dios le ha revelado. Pero arrodillémonos y digamos al Señor Jesús lo que está sobre nuestros corazones. Háblele acerca del problema que afronta, y si no ve Ud. clara la situación, pídale que le enseñe cómo debe proceder, que le dé fortaleza y poder, y entonces, cuando esté aun orando, él le señalará lo que con su gracia deba hacer. Luego oraré yo.” La mayor parte de las veces se obtiene por lo menos una decisión parcial. Un alma, aun decidida, puede vacilar en orar. Puede no estar acostumbrada a orar en público, o vacilar en entregarse a la obra del Espíritu Santo. Cuando ha comenzado a orar, las palabras fluyen fácilmente; pero puede producirse una pausa notable, quebrarse la voz, o fluir las lágrimas, pero es muy posible entonces, que en completa entrega y con un corazón rebosante de gozo, haga su confesión, y la decisión habrá sido ganada.
Pero al enseñar a orar debemos aprender a hacerlo por algo definido, no en favor del mundo o de la división o los departamentos de la unión.
Nuestras oraciones deben reducirse al mínimo común denominador de las necesidades presentes. La fluidez y la elocuencia deben ser eliminadas, porque cuando el alma que busca a Dios experimenta la emoción de esta entrevista con él, le resulta imposible expresarse.
Quiera Dios ayudarnos a que nos afanemos por obtener más decisiones y enseñarnos a orar eficazmente a fin de que obtengamos una entrega más completa como respuesta a las demandas de Dios.
Sobre el autor: Evangelista de la Unión Oeste del Pakistán.