La Inteligencia Artificial (IA) está de moda y se utiliza en casi todos los ámbitos de la actividad humana, incluso en los contextos religiosos. Un ejemplo de esto sucedió recientemente en Fürth, Alemania, donde se realizó el primer culto luterano generado casi íntegramente por Inteligencia Artificial. Un chatbot “predicó” un sermón, y cuatro avatares dirigieron los cantos congregacionales y las oraciones. Más de trescientas personas estuvieron presentes, atraídas por la novedad. Al finalizar el servicio, que duró cerca de cuarenta minutos, algunos participantes opinaron que las voces de los oficiantes eran un poco monótonas. Otros sintieron la falta de emoción humana. Sin embargo, los participantes reconocieron que estos aspectos podrían ser mejorados para cultos futuros.
La IA es una tecnología creada para imitar la inteligencia humana por medio de programas informáticos y algoritmos. En sus casi setenta años de avance, aún no puede imitar todas las dimensiones de la mente humana, pero sí logra procesar grandes cantidades de información y realizar tareas de manera eficiente y precisa. Los motores de búsqueda de Internet, por ejemplo, causaron una revolución en la búsqueda de información. De la misma manera, las aplicaciones de IA en las áreas de medicina, finanzas, educación, comunicaciones y transporte también experimentaron avances espectaculares, facilitando los procesos y resolviendo problemas.
Al mismo tiempo, existen riesgos y desafíos que no podemos ignorar. La IA no tiene realmente racionalidad, voluntad, emoción o espiritualidad. No tiene creencias propias ni conciencia moral. Además, como algunos han mostrado, la IA puede ser una máquina de desinformación, al engañar masivamente a la población por medio de Internet. Otro riesgo es que el uso de sistemas robóticos puede causar la pérdida de puestos de trabajo en el ámbito mundial, al promover un impacto desmedido tanto en términos económicos como sociales.
Así como el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, la IA se está desarrollando a imagen y semejanza de la humanidad. ¿Qué tipos de desarrollos podrán surgir, fruto de nuestros pecados y acciones manchadas por el pecado? Es indudable que la IA ofrece oportunidades y ventajas importantes. Sin embargo, parece prudente aproximarnos a ella con precaución. La tecnología no puede sustituir nuestra experiencia con Dios, nuestra preparación intelectual y nuestra relación con los demás. Además, debemos elegir entre utilizar herramientas tecnológicas de manera inteligente y equilibrada o permitir que ellas se transformen en una influencia secularizadora, artificial y limitadora para nuestra religiosidad.
Generalmente, la tecnología ha sido una aliada de la iglesia, especialmente en el cumplimiento de la misión. Los recursos tecnológicos utilizados con propósitos evangelizadores y aplicados con una ética cristiana coherente pueden ser una gran bendición. La IA ofrece un mundo de oportunidades para innovar con estrategias que pueden llegar a personas que, de otra manera, serían imposibles de alcanzar. Sin embargo, como todas las demás invenciones, esta tecnología integra inevitablemente las limitaciones humanas. Debemos reflexionar sobre si esta herramienta puede beneficiar la relación del ser humano con Dios o desvirtuarla.
Así como Dios es real, la comunión, la adoración y la predicación también deben ser experiencias reales. El mismo Dios que consideró apropiado no comisionar a los ángeles para la predicación del evangelio, sino a “seres humanos, a hombres de pasiones semejantes a las de aquellos a quienes tratan de salvar” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 110), desea que el mensaje sea propagado por personas, no por chatbots. Como pastores, necesitamos depender del Espíritu Santo, no de algoritmos. Aunque estemos limitados por causa del pecado, Dios nos da el privilegio de acercarnos directamente al Trono de la gracia y conectarnos de manera real y directa con nuestro Creador y con quienes están a nuestro alrededor.
Sobre el autor: secretario ministerial asociado para la Iglesia Adventista en Sudamérica.