“Los ritos del bautismo y la Cena del Señor JL/ son dos pilares monumentales, uno que está dentro y otro que está fuera de la iglesia. Sobre estos ritos Cristo ha inscrito el nombre del verdadero Dios.”—“Evangelismo” pág. 203.
“Cristo quiso que se celebrase a menudo esta Cena para que nos acordásemos de su sacrificio al dar la vida por la remisión de los pecados de todos los que crean en él y le reciban.”—“Evangelista,” pág. 276.
“Para los que reciben el espíritu de este servicio, no puede nunca llegar a ser una mera ceremonia. Su constante lección será: ‘Servíos por amor los unos a los otros.’ Al lavar los pies de sus discípulos, Cristo dio evidencia de que él haría cualquier servicio por humilde que fuera, que los hiciese herederos con él de la eterna riqueza del tesoro del cielo. Sus discípulos, al cumplir el mismo rito; se comprometen de la misma manera a servir a sus hermanos. Dondequiera que este rito se celebra debidamente, los hijos de Dios son puestos en santa relación, para ayudarse y bendecirse unos a otros. Se comprometen a entregar su vida a un ministerio abnegado.”—“El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 590.
“Los seguidores de Cristo han de tener siempre presente el ejemplo de humildad de Cristo. Este rito ha de estimular la humildad, pero nunca debe llamárselo humillación, en el sentido de rebajarse ante la humanidad. Su propósito es hacernos experimentar ternura los unos por los otros.”—Review and Herald, 31 de mayo de 1898.
“En los primeros tiempos del movimiento adventista, cuando nuestros miembros eran escasos, la celebración de los ritos se convertía en ocasión muy benéfica. El viernes anterior cada miembro de la iglesia procuraba aclarar todo asunto que tendiese a separarlo de sus hermanos y de Dios. Se escudriñaban con celo los corazones; se ofrecían fervientes oraciones para que el Cielo revelase todo pecado escondido; se hacían confesiones sobre transacciones aprovechadas, sobre palabras pronunciadas con ligereza, sobre pecados acariciados. El Señor se nos acercaba, y adquiríamos gran fortaleza y valor.”—“Evangelista,” *pág. 274.
“Al celebrar Jesús este rito ‘con sus discípulos, la convicción se apoderó de todos, menos de Judas. Así también nos poseerá la convicción mientras Cristo hable a nuestros corazones. Las fuentes del alma serán quebrantadas. La mente será vigorizada y surgiendo a la actividad y la vida, quebrantará toda barrera que haya causado desunión y descarrío.”— “Evangelismo,” pág. 204.
“La única grandeza es la grandeza de la humildad. La única distinción se halla en la devoción al servicio de los demás…
“Hay en el hombre una disposición a estimarse más que a su hermano, a trabajar para sí, a buscar el lugar más alto; y con frecuencia esto produce malas sospechas y amargura de espíritu. El rito que precede a la cena del Señor, está destinado a aclarar estos malentendidos, a sacar al hombre de su egoísmo, a bajarle de sus zancos de exaltación propia a la humildad de corazón que le inducirá a servir a su hermano… Cristo, en la plenitud de su gracia, está allí para cambiar la corriente de los pensamientos que han estado dirigidos por cauces egoístas. El Espíritu Santo despierta las sensibilidades de aquellos que siguen el ejemplo de su Señor…
“Quedan puestas de manifiesto las raíces de amargura que habían ahogado la preciosa planta del amor. Los defectos del carácter, el descuido de los deberes, la ingratitud hacia Dios, la frialdad hacia nuestros hermanos, son tenidos en cuenta. Se ve el pecado como Dios lo ve…
“A medida que se aprende así la lección del servicio preparatorio, se enciende el deseo de vivir una vida espiritual más elevada.”—“El Deseado de Todas las Gentes,” págs. 588, 589.
“Nuestras iglesias necesitan ser educadas a manifestar un orden más elevado de respeto y reverencia hacia el servicio sagrado de Dios.” —“Evangelismo,” pág. 207.
“Todas las cosas relacionadas con este rito deben sugerir una preparación tan perfecta como sea posible. Todo rito de la iglesia debe ser elevador. No debe hacérselo común o vulgar, ni debe colocárselo al mismo nivel de las cosas comunes.”—Ibíd.
“El servicio de la comunión no había de ser una ocasión de tristeza. Tal no era su propósito. Mientras los discípulos del Señor se reúnen alrededor de su mesa, no han de recordar y lamentar sus faltas. No han de espaciarse, en su experiencia religiosa pasada, haya sido ésta elevadora o deprimente. No han de recordar las divergencias existentes entre ellos y sus hermanos. El rito preparatorio ha abarcado todo esto. El examen propio, la confesión del pecado, la reconciliación de las divergencias, todo ha sido hecho. Ahora han venido para encontrarse con Cristo. No han de permanecer en la sombra de la cruz, sino en su luz salvadora. Han de abrir el alma a los brillantes rayos del Sol de Justicia. Con corazones purificados por la preciosísima sangre de Cristo, en plena conciencia de su presencia, aunque invisible, han de oír sus palabras: ‘La paz os dejo, mi paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy.’ …El rito de la comunión señala la segunda venida de Cristo.”—“El Deseado de Todas las Gentes,” págs. 597, 598.
Jesús dijo: “Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga.” (1 Cor. 11:26.)
“El amor de Jesús, con su poder constrictivo, ha de mantenerse fresco en nuestra memoria. Cristo instituyó este rito para que hablase a nuestros sentidos del amor de Dios que se ha expresado en nuestro favor… Su sacrificio es el centro de nuestra esperanza. En él debemos fijar nuestra fe… Nuestros sentidos necesitan ser vivificados para comprender el misterio de la piedad.”—Id., pág. 598.