Si hay alguna palabra más empleada hoy que otra en relación con los programas y los planes seculares, es el vocablo “total.” En las últimas décadas hemos visto levantarse en muchos países el Estado totalitario; se nos ha llamado a la “total” movilización de los ejércitos para la prosecución de una guerra “total” a los efectos de alcanzar una victoria “total.” La realización de programas “totales” han sido y son la orden actual para hacer frente a los tremendos problemas de nuestro tiempo.

Si con estas consideraciones en la mente dirigimos nuestra atención a la orden dada a la iglesia cristiana, no podemos sino sentirnos asombrados y conmovidos al darnos cuenta de que, aunque fue empleada hace casi dos mil años, la fraseología es tan moderna como si hubiese sido lanzada ayer no más. Pues mientras se insta al mundo al esfuerzo “total” en favor de esta causa o aquélla, el mandato do Jesús a la iglesia pide nada menos que un evangelismo “total.”

Examinemos nuevamente las palabras del encargo hecho por Jesús a sus discípulos poco antes de dejarlos para regresar a su Padre en el cielo y notemos la cuádruple repetición de la palabra “todo”—se la emplea cinco veces, si combinamos la terminología de Mateo y la de Marcos. — (Mat. 28:18-20; Mar. 16:15).

“Id por todo el mundo.”

“Doctrinad a todos los gentiles.”

“Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado.”

“Toda potestad me es dada.”

“He aquí, yo estoy con vosotros todos los días.”

En la primera frase tenemos lo que podríamos calificar como el contenido geográfico “total” de la comisión. Hemos de ir por todo el mundo. Esto significa dirigirse a los rincones más remotos de la tierra—norte, sur, este y oeste. Significa penetrar en los más tupidos bosques y atravesar los desiertos más áridos, escalar los más elevados altiplanos habitados, ir a las islas y atolones más pequeños. Y seguramente que una de las mayores señales de que la divina Providencia protege al movimiento adventista es que de hecho éste está literalmente cumpliendo el mandato.

Muchas organizaciones misioneras existen desde hace más tiempo que la nuestra, pero ninguna se ha propuesto un programa de extensión tan “total.” La proclamación del mensaje adventista hoy es casi mundial en su extensión, y antes del fin Dios lo hará enteramente mundial.

Complementa el mandato de ir por todo el mundo la invitación de alcanzar a “toda criatura.” Ese hecho sugiere que el mensaje debe llegar no sólo a todo lugar de la tierra sino a toda capa social en todo lugar.

Y aquí otra vez volvemos a tener conciencia de cómo el Señor dirige en las diversas avenidas por las cuales el mensaje adventista se propaga entre distintas clases de la sociedad. Se alcanza a miles de almas mediante las conferencias evangélicas, pero otros miles no responderían a tales invitaciones. Estos sin embargo pueden recibir el mensaje mediante la página impresa, por una visita a una de nuestras» instituciones médicas, mediante el ministerio- de las sociedades Dorcas, por visitas de casa en; casa, o por los medios más modernos: la radio, la televisión y sus respectivas escuelas radio- postales. Sí, en la providencia de Dios se han establecido planes por los cuales no sólo toda área geográfica sino toda capa de la sociedad en toda área pueda alcanzarse con el mensaje adventista.

Volviendo al divino cometido, notamos que ese mismo mensaje ha de abarcar “todas las cosas” que Cristo mandó, o en otras palabras “todo el consejo de Dios.”

La tragedia de muchas de las agencias que profesan llevar a cabo la gran misión es que proclaman sólo la mitad del Evangelio, y algunas ni eso, mientras otras anuncian “otro evangelio” que no es en absoluto el mensaje de Dios.

Muchas organizaciones misioneras están carcomidas de modernismo, y están lejos de enseñar todas las cosas mandadas por Cristo; no enseñan casi nada de lo que él mandó, pero sí mucho de lo que él no encargó enseñar.

Hay quienes proclaman fervientemente la libre gracia de Dios y la consiguiente justificación por la fe, pero eluden del todo proclamar la posibilidad, más aún, la necesidad de la justicia por la fe. Proclaman la “fe de Jesús,” pero no dicen nada de los “mandamientos de Dios.”

Luego tenemos los anunciadores de un evangelio social, que están ocupadísimos eliminando los “conventillos,” consiguiendo salarios justos y viviendas decentes para todo el mundo— esfuerzos nobilísimos, por cierto, pero que tienen poco que ver con la relación personal de las almas con Dios, la vida futura, y nuestro hogar futuro en el reino de los cielos.

Con toda humildad podemos afirmar que solamente el pueblo adventista va por todo el mundo proclamando “todas las cosas” que pertenecen a la vida y a la piedad.

Al darnos cuenta de la tremenda tarea y responsabilidad que Dios ha impuesto al movimiento y pueblo adventista, bien podemos preguntar: 1<Para estas cosas ¿quién es suficiente?” Pero los mandatos siempre traen aparejado el poder para su cumplimiento, y asociadas con esta gran misión hay dos promesas1 “totales” para los mensajeros de Dios en su profunda necesidad. Ellas hacen referencia a la realidad maravillosa de que para la prosecución del programa do evangelismo “total” en la tierra se ha dispuesto también una movilización “total” de los omnipotentes recursos del cielo.

Dijo Jesús: “Toda potestad me es dada.” Vivimos en una edad de poder, cuando la fuerza de las naciones se calcula en términos de su potencia económica, política, etc. Para la prosecución de la tarea que Dios nos ha confiado se ha hecho acopio de todo poder espiritual. Esa potencia ha sido puesta a la disposición de nuestro gran Jefe, el cual a su vez la imparte a todo obrero.

“Recibiréis poder” (V. M.), fueron las palabras de despedida de Jesús a sus discípulos, y esa promesa se aplica igualmente a vosotros y a mí hoy. Dios nunca ha encargado al hombre una tarea sin proveer juntamente los medios para su realización.

“He sido constituido ministro,”—declaró Pablo, —“conforme al don de aquella gracia de Dios que me fue dada, según la operación de su poder.” (Efe. 3:7, V.M.) Y nadie ha sido llamado jamás a actuar para Dios en tarea alguna sin recibir una promesa similar de poder para prestar un servicio eficaz.

“El que obró en Pedro para el apostolado de la circuncisión,”—dijo Pablo en otra ocasión, —obraba también en mí para los gentiles.” Gál. 2:8, V. M.) Y el mismo Dios obrará en nosotros dondequiera que estemos, si aprovechamos la provisión divina.

Finalmente, para infundirnos la seguridad de que el poder prometido no será intermitente sino que continuamente estará al alcance de los mensajeros de Dios, Jesús agrega una última palabra comprensiva: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días.”

No promete infundirnos energía un día. para retener su poder al siguiente. Si se interrumpe la provisión de poder será porque hemos permitido taparse los canales por los cuales llega.

Tal vez la más admirable promesa de todas las Escrituras es la inspirada palabra comunicada por intermedio del apóstol Pablo: “Poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia; a fin de que teniendo siempre en todas las cosas todo lo que basta, abundéis para toda buena obra.” (2 Cor. 9:8). ¡Dios puede! ¿Le daréis libre curso en vuestra vida?

¿Cuál debiera ser en verdad nuestra respuesta al gran llamamiento de Dios en estas últimas horas del tiempo?

Seguramente que la total movilización de los recursos del cielo para llevar a cabo el programa total de su iglesia en la tierra demanda la entrega total y el esfuerzo total de todo hijo de Dios para la terminación de la obra. ¡Sea éste nuestro propósito!

Sobre el autor: Director del Present Truth de Inglaterra.