Un estudio de las primeras interpretaciones adventistas del mensaje laodicense, con especial énfasis en los escritos de la Sra. E. G. de White

Las diferentes interpretaciones de las siete iglesias de Apocalipsis 2 y 3 pueden dividirse en tres grupos: 1) Las interpretaciones literales, que aplican los mensajes a las nombradas siete iglesias que se hallaban en Asia Menor; 2) la aplicación general o espiritual de los mensajes a todos los cristianos de todas las edades; y 3) el punto de vista profético que los reconoce como dados a las iglesias en sus siete períodos sucesivos que abarcan la era Cristiana entera.

La teoría del ciclo profético llegó a destacarse, junto con el reavivamiento general del interés en las profecías bíblicas, durante el despertar adventista que precedió al movimiento de 1844. Después del gran chasco de la última parte de 1844, los componentes del pequeño grupo que más tarde constituyó la Iglesia Adventista del Séptimo Día creían y enseñaban que ellos eran la iglesia de Filadelfia y que los adventistas que no aceptaron el sábado ni el santuario celestial y que más o menos se unificaron en el Congreso de Albany, eran la iglesia de Laodicea.

Esta posición se mantuvo hasta fines de 1856. En la Review and Herald del 9 de octubre de ese año, Jaime White escribió un breve artículo que negaba la corrección de esta posición y sugería que los adventistas del séptimo día constituían la iglesia de Laodicea. Dentro de seis semanas la iglesia entera había aceptado la nueva interpretación. Siguió luego un período de reavivamiento. La respuesta de la iglesia era general y entusiasta, pero de poca duración. El mensaje laodicense no hizo para la iglesia lo que se había esperado, y en menos de un año el entusiasmo estaba ya en franca decadencia.

Reconociendo el fracaso en la iglesia, Elena G. de White señaló lo que produciría una plena aceptación del mensaje. Explicó por qué el mensaje no había cumplido la obra destinada. Definió plenamente su significado y estableció los tres remedios simbólicos. Predijo que todavía el mensaje haría su obra prefijada y que el poder del Espíritu Santo en su plenitud—la lluvia tardía—seguiría completando con poder la obra del Evangelio que culminaría con la venida de Cristo.

Sobre el autor: Bachiller en Teología egresado del Seminario Adventista del Séptimo Día.