Cierto joven evangelista presentó a un anciano amigo predicador una copia de un sermón predicado días antes, esperando escuchar de sus labios palabras de elogio. El veterano del púlpito la leyó cuidadosamente y devolviéndosela exclamó:

—Un gran sermón, joven amigo. Con todo tengo una crítica que hacer: su texto inicial ha sido mal elegido. Hubiera sido mucho mejor que comenzara con las palabras del siguiente versículo: “¡Ah, señor mío, que era emprestada!” Evidentemente, había en esa predicación mucho pensamiento tomado de otros.

Pero Vd., amigo lector, sea original. Tómese tiempo para desarrollar ideas propias, nuevas maneras de presentar las verdades del Evangelio. Sea personal en su predicación. Resuelva superar toda pereza mental. Por bien que hable un loro, siempre será loro. Nunca dirá otra cosa que lo que oyó decir a otros. Si un predicador logra reputación de expositor original, multiplicará cien veces tanto la eficacia de su ministerio.

¡Cuidado! ¡Peligro!

“Hay peligro de que la religión pierda en profundidad lo que gana en amplitud.”

LAS primeras etapas de un movimiento religioso se caracterizan generalmente por el celo sincero y ferviente. Y por el mismo hecho de hallarse en sus comienzos, aquél concentra sus esfuerzos en una zona restringida que aspira a conquistar. La fe, la oración y una vida de sacrificio son la clave de todo éxito. Esto movimiento incipiente es aún desconocido. Su poder de convicción todavía está escondido en la vida de sus componentes y en los sermones que se predican, mientras las nuevas ideas se van forjando poco a poco en el taller del estudio ferviente. Nuevos medios y métodos y procedimientos surgen diariamente ante el desafío que implican las nuevas situaciones, porque los iniciadores de un movimiento deben forjarlo en el yunque de la oportunidad y dar forma a su destino de acuerdo con la profundidad de sus propias convicciones. Pero aunque sea numéricamente pequeño, cualquier movimiento dotado de energía tarde o temprano se dará a conocer. ¡Y ahí está el peligro!

Toda idea y todo plan deben abarcar el mundo entero y no sólo una zona restringida. Lo que una vez se hizo en el sentido de la profundidad debe Hacerse ahora en el de la amplitud. Pero al llegar a este punto, el fervor puesto en el estudio y la obra en los primeros días puede ser reemplazado por la rutina. Entonces la vida queda atada a una cantidad de formalidades, tal como los esclavos de la antigüedad estaban encadenados al carro de su amo. La profundidad de la vida espiritual, del fervor y del servicio consagrado que antes obraban verticalmente, por así decirlo, uniendo el cielo con la tierra, caen después, y quedan en posición horizontal—para seguir con la figura, —y entonces obran en el sentido de la amplitud. Pero por eso mismo tienen que ver solamente con nosotros, con nuestros deseos y nuestras esperanzas.

Haríamos bien en preguntarnos si se aplica a nosotros la advertencia implicada en la cita que mencionamos al principio de esta nota, que se encuentra en la página 356 del libro “Evangelismo” ya que se nos ha comisionado para proclamar a un mundo menesteroso y a punto de perecer el único mensaje divino capaz de hacer frente al llamado a la acción que encierran las horas finales de la historia de este mundo. Podemos vanagloriarnos de realizar grandes cosas, pero, ¿ha perdido nuestra obra en profundidad al ganar en amplitud? ¿No deberíamos examinar de nuevo los fundamentos y la parte del edificio que levantamos cada día para ver si nuestros progresos son efectivamente reales? — Escogido.

Motivos

“Muchos reciben aplausos por virtudes que no poseen. El que escudriña los corazones pesa los motivos, y muchas veces acciones calurosamente aplaudidas por los hombres son registradas por él como provenientes del egoísmo y baja hipocresía.”—“Obreros Evangélicos” pág. 293.

Esta es una declaración alarmante. Cuando Dios examine nuestros motivos en su tribunal, ¿será posible que halle en nuestra vida algunas cosas censurables? El predicador, más que nadie, necesita una revelación de sí mismo. Es alarmante comprender que bajo el ojo escrutador de Dios mucho de lo que nosotros hacemos en su servicio está inspirado en motivos egoístas e indignos. La aparente preocupación de» Pedro por el bienestar de su Señor es un ejemplo de baja hipocresía. Su verdadera preocupación se concentraba en Pedro, no en Cristo. Por ello Jesús le dijo: “Retírate, Satanás.”— Roy Allan Anderson.