Este artículo fué escrito especialmente para el primer número de El Ministerio Adventista.

El santo y seña para todos nuestros obreros durante el nuevo año, 1953, debiera ser EVANGELISMO, evangelismo público y personal. En todos los países debiéramos estar reuniendo la gente para que escuche el mensaje final que Dios quiere enviar a todas las naciones. Estoy escribiendo estas líneas desde Australia. Apenas llegué pude apreciar que el mundo estaba conmovido por el hecho de que una bomba de hidrógeno había explotado en algún lugar del Pacífico. Este es un anuncio notable. El corazón de los habitantes de este país está lleno de angustia y temor. ¿Qué significa esto?

El 18 de noviembre apareció un editorial en el Sidney Tclegraph en el cual se citaba una advertencia hecha por el profesor Einstein en el sentido de que el empleo de las bombas de hidrógeno podría destruir a la humanidad. A continuación de dicha cita, el redactor añadía: “El futuro de la humanidad se presenta lleno de presagios, y el mundo puede esperar solamente que la perspectiva de un aniquilamiento universal obligue a los hombres a hacer una pausa, y adquirir un nuevo sentimiento de la responsabilidad y a declarar la guerra fuera de ley.” Pero, por supuesto, los hombres no van a hacer esto. Los espíritus de los demonios están obrando en el mundo e impulsando a las naciones para que hagan preparativos aún mayores conducentes a la destrucción universal. La profecía de Joel relacionada con los preparativos que las naciones harían para la guerra, se cumple literalmente delante de nuestros ojos. Se están haciendo los preparativos finales para el Armagedón, la batalla del gran día del Dios Todopoderoso. Las naciones están airadas.

He aquí dónde nos encontramos, hermanos en el ministerio adventista. Es ésta una época grandiosa y terrible. Los últimos movimientos, que serán rápidos, están por acontecer. Hace sólo pocas semanas se publicó la noticia de que se había batido un nuevo récord de velocidad, esta vez por un avión de propulsión a reacción, que viajó a la velocidad de 1.000 kms. por hora. Aviones de retropropulsión, bombas atómicas, bombas de hidrógeno, cohetes portadores de bombas atómicas, y muchos otros aparatos destructivos están ya aparejados. Las naciones están alineándose; se están concertando alianzas; el escenario está listo, y el último gran drama está por comenzar.

¿Qué significan todas estas cosas? Para los obreros adventistas significan que el tiempo está por concluir. Lo que tenemos que hacer para alcanzar a las multitudes que pueblan la tierra es extender ahora la invitación del Señor a fin de que se vuelvan a él y se salven de la desolación que habrá de sobrevenir. No podemos perder un solo día. Nadie que haya hecho el voto de servir a Dios quedará sin culpa si en una época como esta permanece pasivo en su ministerio. Se debe oír de nuevo la voz de Jonás amonestando a poderosas y malvadas ciudades de la tierra en el sentido de que el juicio de Dios pende sobre sus cabezas. Juan el Bautista debe clamar otra vez en el desierto para amonestar a los hombres a fin de que se arrepientan y se salven. Miles de Elías modernos deben clamar públicamente contra la apostasía actual, e invitar a los hombres a que se vuelvan al culto del Dios vivo y a la observancia de sus mandamientos.

¡Y ésta, mis hermanos, es nuestra tarea! No hay grupo de clérigos en la tierra que esté preparado para avanzar y dar un mensaje que llene las necesidades de esta hora. Todos ellos están confundidos como los estadistas en la tierra, pues no ven solución ni una vía de escape. Les ha fallado la visión. Como no entienden las profecías relativas a este tiempo, avanzan a tientas en medio de las tinieblas. Sólo a nosotros se nos ha dado la solución. Sólo nosotros podemos ver luz delante. No contemplamos solamente el advenimiento de la noche, sino también la venida del día. Y es urgente que nosotros, los que “conocemos los tiempos,” nos levantemos para actuar. Hermanos, éste es nuestro día. Hemos llegado al reino para un tiempo como éste.

“El pueblo de Dios… tiene un mensaje de tanta importancia que se lo presenta como si volara al darlo al mundo. Tiene en sus manos el pan de vida para un mundo famélico.  El amor de Cristo lo constriñe. Este es el último mensaje. No lo seguirá ningún otro; la misericordia no tendrá más invitaciones que dar hasta que este mensaje haya hecho su obra. ¡Qué cometido! ¡Qué responsabilidad descansa sobre todos los que llevan las palabras de invitación de la gracia!”—“Testimonies” tomo 5, págs. 206, 207.

A la luz de estas terribles consideraciones, hago un llamado con todo fervor a todos nuestros ministros, como grupo, a que tomen de nuevo la armadura y se reúnan para ver qué puede hacerse bajo la bendición de Dios, durante el nuevo año, 1953. Cada ministro, ya sea ordenado o licenciado, debiera ayudar en la prosecución de una cruzada de evangelismo público y privado, como jamás se ha llevado a cabo. Se puede realizar esta obra por medio de la predicación pública, las reuniones celebradas bajo carpa, las visitas personales en los hogares de los interesados, por medio de la preparación de miles de predicadores voluntarios en nuestras iglesias, al animar a hombres y mujeres de negocios, de éxito en nuestras iglesias, para que se dediquen al colportaje, y además por docenas de otros métodos. No se debiera permitir que nadie quede ocioso en la plaza del mercado en este año nuevo. ¡Este es el año 1953! No estamos viviendo allá en 1844 cuando comenzó la gran hora del juicio sino aquí, 109 años después, cuando ella se acerca rápidamente a su terminación. Hemos llegado al tiempo del fin. El mundo está llegando a su ocaso. La iglesia debe afrontar el desafío de esta hora portentosa y modelar su programa de acción a fin de hacer frente a la culminación de las edades.

“El Señor de los ejércitos declara: De raza en raza, se extienden las calamidades. Una gran tormenta avanza hasta los confines de la tierra.” (Jer. 25:32. Traducción de la versión inglesa de Moffat).

Al contemplar el resplandor del relámpago y al escuchar el trueno que señala la proximidad de la tormenta, nuestra responsabilidad consiste en tratar fervientemente de reunir tanta gente como sea posible bajo el palio del Todopoderoso. ¡Y esto debería hacerse ahora! No debiera desperdiciarse ni un solo momento. En realidad, estamos mucho más atrasados de lo que creemos. La época en que vivimos requiere acción.

Sobre el autor: Presidente de la Asociación General.