En él número anterior le hablamos de usted al presidente del campo local. Le pedimos el máximo apoyo para que usted, como ministro, reciba inspiración y ánimo a fin de que pueda cumplir con alegría los deberes de su ministerio. Permítame ahora presentarle algunos principios que deberían amoldar su relación con el presidente o con la administración de su campo. El presidente también depende de usted.
1. Usted y el presidente son dos ruedas del mismo carro. Su éxito es el de la obra y, por lo tanto, el de su presidente. Si él fracasa, la obra sufrirá, y como usted forma parte de la obra, sufrirá también. El ojo no se alegra cuando una pierna se fractura o cuando hay una úlcera en el estómago. Los pies, al caminar, llevan consigo los pulmones, el cerebro y los dedos; si se detiene el corazón, los pies no podrán caminar más; si falla la vista, los pies no se moverán con seguridad. Considere, por lo tanto, que las aspiraciones, los planes y los blancos de su presidente son también los suyos, pues ambos forman parte del mismo cuerpo.
2. Póngase en el lugar de su presidente para sentir lo que él siente. Tal vez así podrá entenderlo mejor. La administración no es tarea fácil. Cuando hay que ser juez y decidir cuál de dos posiciones es correcta, no es difícil granjearse la animosidad de quien no fue beneficiado con el veredicto.
Hay, además, una enorme diferencia entre un presidente de campo local y el gerente de una firma comercial. En la empresa comercial no existe espíritu pastoral: Se toma una decisión y se la ejecuta. Con los arreglos legales todo queda resuelto. El administrador en la obra, en cambio, representa a la iglesia. Por lo tanto, sus decisiones son atribuidas no a él como individuo solamente, sino a la iglesia a quien él encarna. Esto influye para que su tarea sea más delicada y más difícil.
Las exigencias relativas a medios financieros recaen constantemente sobre la administración, especialmente en los lugares donde el índice de crecimiento es más elevado. Si se abre la mano en forma irresponsable, los fondos distribuidos alegrarán momentáneamente a algunos, pero más tarde entristecerán a todos.
Compréndalo también cuando habla de blancos, ese eterno problema, o de los informes. Los blancos son necesarios; denotan un objetivo, una razón de ser. Los blancos no asustan al pastor que trabaja con alma, vida y corazón. Por supuesto, la desorganización y los blancos elevados son engranajes cuyos dientes no concuerdan.
Reconozcámoslo: Hay tentación humana en el pastorado a dedicar el tiempo a tareas secundarias para olvidar y relegar a un segundo plano las que tal vez son un poco más difíciles, entre ellas la evangelización. Es función del presidente mantener el vagón sobre sus rieles. El pastor que enfrenta positivamente el problema de los blancos, colaborará con el presidente y cumplirá los deberes de su ministerio.
“Si vuestra alma estuviera en lugar de la mía” (Job. 16:4) dijo el patriarca a sus amigos que estaban a su lado pero que no entendían su situación y lo juzgaban equivocadamente. Ezequiel fue a visitar a los exiliados que vivían a la orilla del río Quebar, y al estar entre ellos los llegó a entender: “Y me senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí siete días atónito entre ellos” (Eze. 3:15, ú.p.). San Pablo nos dice que el propósito de la encarnación de Cristo consistió en que fuera “en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote” (Heb. 2:17).
Eso explica la actitud de ese pastor que mientras estaba al frente de una iglesia manifestaba desacuerdo con algunas decisiones de la administración, pero que cuando llegó a ser presidente actuó en la misma forma que antes condenaba. Lo que entonces le parecía tan fácil y tan claro, lo veía ahora en toda su real magnitud y seriedad. Es posible, por supuesto, que en algunos casos, al asumir la administración alguien con más valor o visión que otro, las cosas mejoren y comience un nuevo día. La empatía, sin embargo, nos librará de los juicios injustos o apresurados. La comprensión mutua es indispensable.
3. Ore por su presidente y por la administración de su campo. Necesitan mucho de su apoyo espiritual. “Orad unos por otros”, es el consejo de Santiago, y agrega: “La oración eficaz del justo puede mucho” (Sant. 5:16).
4. Digamos algo ahora con respecto a su actitud como ministro hacia sí mismo. Sin duda ella va a influir sobre su relación con la administración. “Necesitamos desconfiar de la compasión propia. Jamás os permitáis sentir que no se os aprecia debidamente ni se tienen en cuenta vuestros esfuerzos, o que vuestro trabajo es demasiado difícil” (El Ministerio de Curación, pág. 378).
Por regla general, los que llegan a trasponer el límite de los cien años de edad son personas que han considerado la vida con optimismo. Los hipocondríacos, en cambio, viven poco y mal. El optimismo es un ingrediente indispensable para desarrollar un ministerio maduro y fecundo.
A ello se une la gratitud, que permite ver las bendiciones y no los sacrificios. Comparemos nuestra vida y nuestra experiencia con las que vivieron Jesús, los apóstoles o los profetas. “Toda murmuración sea acallada por el recuerdo de lo que Cristo sufrió por nosotros. Recibimos mejor trato que el que recibió nuestro Señor” (El Ministerio de Curación, pág. 378). Esto es muy cierto al hablar de Hispanoamérica. En verdad, aquí no estamos haciendo ningún sacrificio para Dios y su causa, pues las condiciones son normales. Tenemos, eso sí, muchas razones para agradecer a Dios.
5. Trabaje pensando en Dios y no en los hombres. “¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres?” se preguntaba Pablo. (Gál.1:10.) El verdadero ministro no es un empleado de la organización o de la iglesia, sino un mensajero de Dios. A él tiene que rendir cuenta de su ministerio. Pero aquel que hace lo que Dios quiere que haga, difícilmente desagradará a la iglesia o a la administración, porque tendrá abundantes frutos como resultado de sus labores.
No piense en la promoción ni en escalar posiciones. “¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques” (Jer. 45:5). Cumpla fielmente su trabajo en aquella humilde iglesia a la que lo han destinado. Su fidelidad allí le traerá oportunidades mayores, tanto de servicio como de éxito. En otras palabras, sirva a Dios y a los hombres, no motivado por recompensas, sino por el deber en sí. Las recompensas llegan cuando no estamos preocupados por ellas.
Los amalecitas retrocedían cuando Moisés mantenía las manos en alto. Al cansarse Moisés, Aarón y Hur se las sostenían. Al final, el enemigo fue vencido. (Exo. 17:10-13.)
¿Podrá usted como pastor mantener en alto las manos de su presidente para que logren juntos la victoria? ¡El también levantará las suyas pues usted necesita vencer tal como él! ¡Recuerde que usted y su presidente son dos ruedas del mismo carro!