Cuando aceptó dialogar con otras iglesias cristianas, la Iglesia Adventista nunca tuvo la intención de llegar a la unidad a cualquier costo.

La Iglesia Adventista no existe aislada de las demás comunidades cristianas. Las tendencias sociales y religiosas del mundo cristiano ejercen influencia sobre nosotros, y nos obligan a decidir cómo nos vamos a relacionar con ellas y con los cambios que generan. La preocupación cristiana acerca de la unidad de la iglesia, manifestada especialmente en el Concilio Mundial de Iglesias, nos obliga a definir lo que creemos acerca de este tema tan importante, pues “ningún adventista debería oponerse a la unidad por la cual Cristo mismo oró”.[1]

En este artículo, nos referiremos a la naturaleza de la participación adventista en la búsqueda de la unidad cristiana, como también a los parámetros doctrinales y teológicos dentro de los cuales operamos en esta búsqueda. También consideraremos brevemente los riesgos y los beneficios que implican las conversaciones con otras organizaciones cristianas.

Esperamos que las ideas que desarrollaremos aquí sean útiles para los pastores adventistas que se relacionan personalmente con pastores o clérigos no adventistas, como también los ayuden a contestar las preguntas que los miembros de iglesia podrían estar haciendo con respecto a estas conversaciones.

La identidad adventista y las conversaciones acerca del ecumenismo

La Iglesia Adventista ha mantenido ocasionalmente conversaciones con otras comunidades cristianas e incluso ha participado con ellas en actividades especiales (como la promoción de la libertad religiosa en todo el mundo) Hemos tenido esas conversaciones con cierta aprehensión, aunque al mismo tiempo hemos reconocido su necesidad, utilidad e importancia.

¿De qué nos preocupamos cuando nos embarcamos en conversaciones y diálogos con otras confesiones religiosas? La iglesia no es indiferente al respecto. Los adventistas nos interesamos por la clase de unidad que se quiere alcanzar y por los métodos que se aplican en el intento de lograr este fin.[2]

En el seno del movimiento ecuménico se verifica un debate bastante intenso acerca de la unidad de la iglesia. Tradicionalmente, esa unidad se ha entendido como “estar de acuerdo en cuanto a la confesión de fe y la administración de los sacramentos, y acerca del oficio eclesiástico (ministerio); un concepto común acerca del culto y la oración; un testimonio y un servicio de comunión comunes para todos los seres humanos; la capacidad de actuar y hablar unidos con respecto a las tareas concretas y los desafíos que debemos enfrentar; un concepto común acerca de la dimensión tanto local como universal de la unidad de la iglesia; y, asimismo, acerca de su unidad y su diversidad”.[3]

Este amplio concepto de la unidad de la iglesia es incompatible con la idea que tenemos los adventistas de nosotros mismos, especialmente porque creemos ser un movimiento reformador que se basa en un determinado papel profético. La unidad descrita en la declaración que hemos citado pasa por alto el daño que le ha infligido la apostasía a la cristiandad y, por consiguiente, no hace ningún intento por remediarlo. Por esta razón, los adventistas no estamos dispuestos a participar oficialmente en el movimiento ecuménico organizado.

Tres modelos ecuménicos de unidad

En los círculos ecuménicos se han propuesto tres modelos de unidad.[4]

El primero de ellos es el Modelo Cooperativo Federal. Se lo considera el más elemental de todos, porque no aborda temas como la comunión de la fe, la adoración, los sacramentos o el ministerio. Estos temas son de suma importancia en el movimiento ecuménico y, por esta razón, hay quienes no lo consideran realmente un modelo de unidad cristiana.[5]

Este modelo consiste en establecer una confederación o alianza de iglesias, con el fin de desarrollar, juntas, tareas comunes. En este caso, se preserva y respeta la identidad y la autonomía de cada iglesia. Los adventistas nos hemos mantenido abiertos a la posibilidad de participar en una confederación como ésta, porque no se opone ni al mensaje de la iglesia ni a su misión. Esto ha ocurrido precisamente en Francia, donde la Iglesia Adventista participa de la Federación de Iglesias Protestantes de ese país.

El segundo modelo recibe el nombre de Reconocimiento Recíproco. Uno de los principales objetivos del dialogo ecuménico es el reconocimiento recíproco de las iglesias participantes, en el sentido de que cada una de ellas es una expresión genuina de la única iglesia de Jesucristo en plenitud.[6]

Entre los católicos, la situación es completamente diferente. De acuerdo con la teología católica, la única iglesia de Jesucristo se manifiesta en plenitud sólo en la Iglesia Católica, es decir, “la única iglesia de Jesucristo está presente concreta y realmente en la Iglesia Católica Apostólica Romana, en comunión con el Papa, y los obispos en comunión con él. En esta declaración encontramos el meollo del diálogo ecuménico […].[7]

De acuerdo con la teología adventista, en cambio, la única iglesia de Jesucristo no está presente en ninguna denominación en especial. Este concepto básico acerca de la iglesia hace que sea prácticamente imposible para nosotros que nos convirtamos en verdaderos participantes de cualquier diálogo que tenga como fin la unión con otra u otras organizaciones cristianas.

Creemos que la única iglesia de Jesucristo es fundamentalmente invisible, y se encuentra diseminada entre las diferentes comunidades cristianas. Aunque aceptamos plenamente el hecho de que la iglesia apostólica era totalmente visible, también reconocemos que bien pronto se volvió invisible como consecuencia de la apostasía. De acuerdo con el pensamiento adventista, el objetivo del verdadero ecumenismo consiste en la restauración de la verdad bíblica, rechazada o ignorada por las diferentes organizaciones cristianas.

Consecuentemente, los adventistas nos consideramos como un movimiento reformador, que invita a todos los cristianos a volver a las Escrituras como único fundamento de fe y práctica, y a la restauración de la verdadera fe apostólica. Podríamos sugerir que los adventistas consideramos que la “misión ecuménica” que Dios nos ha dado consiste en devolverle a la iglesia su carácter de visible justo antes de la parousía, cuando termine el conflicto cósmico en la tierra.

El último modelo de unidad eclesiástica es el de Unidad Orgánica. Aunque posiblemente éste sea el objetivo final del diálogo ecuménico, al parecer, es un ideal que jamás se va a concretar.

“En contraste con los modelos cooperativo-federal y de reconocimiento recíproco, el modelo de Unidad Orgánica rechaza toda posibilidad de que haya en su seno iglesias institucionalmente independientes, con identidades definidas, incluyendo la confesional. Este aspecto de este modelo es realmente crucial: cuando, como consecuencia de esto, las iglesias separadas que convivían en el mismo territorio participan de esta unidad orgánica, dejan de existir como entidades institucionalmente identificables; lo que aparece ahora es una única iglesia con una nueva identidad. La individualidad de sus miembros le corresponde a esta iglesia única, y ya no a las iglesias de las que vinieron y de las que se ha formado esta unión”.[8]

Este modelo de unidad es problemático para la mayor parte de las comunidades cristianas, porque requiere cambios radicales y la pérdida, en buena medida, de la identidad eclesiástica. Es incompatible, por supuesto, con el mensaje y la misión de la Iglesia Adventista. Además, al parecer no cuenta con mucho apoyo en los círculos ecuménicos, aunque sigue siendo el ideal. Se lo ha reemplazado ampliamente por la búsqueda de una así llamada “unidad visible”.

El “Modelo de Comunión en la Iglesia”

Se ha despertado últimamente un interés en lo que se podría llamar “Modelo de Comunión en la Iglesia” (koinonía), que se basa en el mutuo reconocimiento.[9] Las iglesias que profesan diferentes doctrinas podrían disfrutar de unidad o comunión con o sin una unidad orgánica. De acuerdo con este modelo, no es necesario abandonar la identidad confesional, sino que ésta sería reconocida y aceptada como una expresión de la fe apostólica y la vida de la iglesia. Lo que sí se debe eliminar son las actitudes “divisorias agudas y profundas”.[10]

Cuando se aplica este modelo, la comunión se basa en “una comprensión común del evangelio, y su correcta transmisión mediante la proclamación de la Palabra y la administración de los sacramentos”.[11] Esta idea de comunión es muy parecida a la communio católica, que es como los católicos conciben el ecumenismo.[12]

En sus diálogos con otras confesiones cristianas, los católicos han descubierto que estas conversaciones generalmente “definen la unidad visible de todos los cristianos como una comunión, y están de acuerdo en entender que -según el modelo trinitario original- no implican uniformidad, sino unidad en la diversidad y diversidad en la unidad”.[13]

Para los adventistas, sin embargo, este modelo sigue siendo inaceptable. Ciertos aspectos de la así llamada fe apostólica son verdaderas distorsiones de la fe; de acuerdo con el pensamiento adventista, es prácticamente imposible separar ese concepto del evangelio de otras ideas doctrinales. Las doctrinas adventistas no son elementos independientes, sino un cuerpo doctrinal que constituye un sistema total de verdades que tiene como centro a Jesús. Cuando se conciben las doctrinas como una totalidad, dan pie a una teología que supera a cada una de sus partes.

Riesgos

La participación de los adventistas en conversaciones con otras confesiones cristianas nunca ha tenido el propósito de buscar la unidad con otros cuerpos eclesiásticos: hemos usado esas conversaciones como medios de compartir con otros nuestra verdadera identidad y nuestra misión, y como una manera de disipar malentendidos y prejuicios que podría haber contra nosotros.

En este aspecto, el Concilio de Relaciones con Otras Iglesias, de la Asociación General, ha desempañado un importante papel; ha sido de gran ayuda para la Iglesia Adventista, y la ha representado con dignidad y respeto.[14]

Todas las conversaciones, formales o informales, implican riesgos y beneficios. A continuación, nos referiremos a algunos de esos riesgos:

1. Se puede comprometer la unidad de la iglesia: Vivimos en una época de sospechas y miedo a las conspiraciones. Hay miembros de iglesia, no muy numerosos, que constantemente ven conspiraciones en todo lo que hacen los dirigentes y los teólogos de la iglesia. Oyen decir que se han entablado conversaciones con otras confesiones, e inmediatamente sospechan que se están alterando las doctrinas, o que de alguna manera se las está modificando.

En otros casos, se puede interpretar que la participación de la iglesia en cualquier tipo de conversación con otras denominaciones es una amenaza a la misión de la iglesia, en especial en el contexto de los eventos de los últimos días. Este riesgo se podría evitar si se mejoraran las comunicaciones entre los dirigentes y los miembros de la iglesia acerca de la razón que motiva esas conversaciones.

2. Se puede comprometer las doctrinas. Los que participan de esas conversaciones con otros cristianos se pueden sentir tentados a reducir las diferencias, al poner énfasis en las semejanzas; en efecto, esto parece formar parte de la psicología de las conversaciones interconfesionales dentro del Concilio Mundial de Iglesias.

Siempre existe el riesgo de no dar la debida importancia a las diferencias, en el intento de resultar más aceptables a los que participan de la conversación. Por eso, es sumamente importante que la iglesia esté segura de que las personas seleccionadas para participar en esas conversaciones tengan un conocimiento cabal de lo que creen, estén personalmente dedicadas a nuestro mensaje y que no se avergüencen de él. No deben asistir a esas reuniones con la intención de comprometer ni negociar lo que creemos, sino de representarnos de la mejor manera posible.

3. Es posible comprometer la evangelización. Si nos acercarnos demasiado a otras comunidades religiosas, podemos dejar de cumplir nuestra misión hacia ellas. Es tentador llegar a la conclusión de que, siendo que los creyentes que constituyen esas comunidades también son buenos cristianos, tenemos muy poco que ofrecerles, e incluso nada. ¿Para qué invitarlos a hacerse adventistas? ¿Podemos decirles libremente a los miembros de esas iglesias que la Ley y el evangelio no son incompatibles, o que lo que les enseñan sus pastores acerca del sábado y la segunda venida de Cristo no es la verdad?

Por eso, es importante que cuando dialoguemos con los miembros de otras comunidades religiosas pongamos énfasis no sólo en las doctrinas, sino también en el mensaje y en nuestra misión. Deben entender que tenemos que cumplir un papel especial en el mundo cristiano, y que nuestro objetivo no es una iglesia en particular, sino todo el mundo.

La misión consiste en que nuestro mensaje debe ir a toda nación, pueblo y lengua. Debemos aclarar muy bien que el proselitismo no es malo, sino un aspecto muy importante de la libertad que Dios ha conferido a todo el género humano, y una saludable manera de conservar el equilibrio en la diversidad, que es crucial para la búsqueda de la verdad.

Es importante notar que cuando nos enfrentamos con diferentes opciones doctrinales, en el conjunto de las convicciones religiosas, todos tenemos el derecho de considerar y reconsiderar lo que tenemos, y hasta de abandonar algunas ideas muy queridas.

Beneficios

A pesar de los peligros potenciales, las conversaciones con otros cristianos también vienen cargadas de potenciales beneficios. Por lo tanto, no debemos desalentar ni formal ni informalmente las conversaciones con otros cristianos, o incluso con los no cristianos.

1. Podemos compartir nuestro mensaje con los dirigentes de las iglesias no adventistas. Las conversaciones con gente ajena a los círculos adventistas se debería considerar parte de nuestra misión evangélica; no porque estemos haciendo francos esfuerzos para convertirlos, sino porque compartimos nuestras creencias con ellos. Tenemos la responsabilidad de informar al mundo cristiano acerca de la razón de la existencia de nuestra comunidad religiosa.

El énfasis que ponemos en los acontecimientos de los últimos días requiere que nuestro mensaje sea bien conocido en todo el mundo cristiano. Debemos aprovechar toda oportunidad para dar a conocer a los demás lo que proclamamos como las verdades del tiempo del fin.

2. La presentación de la verdad de manera atractiva: Posiblemente, uno de los mayores beneficios que se pueden derivar de las conversaciones con otros cristianos es que nos desafían a examinar nuestras doctrinas y a presentarlas sin provocar enfrentamientos. Conscientes de que lo que ofrecemos se examinará y evaluará cuidadosamente, debemos presentarlo de manera convincente y con pleno conocimiento de causa.

Al conversar con otros cristianos, la confrontación de ideas diferentes e irreconciliables es inevitable; pero se las debe presentar no en forma amenazante y, si es posible, de una manera atractiva. La presentación de una determinada doctrina debería tener como objeto ganar amigos, y no hacemos de enemigos.

Esto no significa que vamos a sacrificar la verdad en aras de la amistad, sino que debemos hacer todos los esfuerzos posibles para presentarla en forma atrayente. Significa, además, que debemos comunicar nuestro mensaje de manera que resulte fácil de entender, e induzca a nuestros interlocutores a reconocer que, aunque no estén de acuerdo, lo que decimos es sensato y tiene base bíblica.

3. Aclaremos los temas de manera informal: Además de los documentos que presentamos en estas reuniones, que tienen que ver con nuestro mensaje y nuestra misión, hay muchas oportunidades de entablar conversaciones informales. Esos valiosos momentos nos dan la ocasión de hablar más libremente que en las reuniones formales. Por lo común, nuestros interlocutores tienen muchas preguntas que sólo se sienten libres de hacer mientras caminamos juntos durante un recreo, o cuando comemos algo en alguna parte.

En esas conversaciones, nos llegamos a conocer mucho mejor y, de vez en cuando, se formulan tras bambalinas algunas preguntas cruciales sobre la base de la amistad que se está formando. Con toda seguridad, esas importantes preguntas no surgirán en el ambiente formal de las reuniones generales. En estos casos, la testificación adquiere una dimensión personal, en momentos cuando el enfrentamiento se encuentra en su nivel más bajo.

4. Disipa prejuicios: íntimamente relacionadas con lo que acabamos de decir, las conversaciones son muy útiles porque la información fidedigna que proporcionan acerca de nuestra iglesia es capaz de disipar los prejuicios. En algunos casos, éstos han estado tan arraigados, que a nuestros interlocutores les ha resultado difícil aceptar nuestra opinión acerca de un determinado tema teológico; sus ideas preconcebidas les impedían escuchar.

Por otra parte, nosotros, los adventistas, también podemos tener informaciones falsas o inexactas acerca de otras iglesias y grupos. Sólo la verdad es eficaz al tratar con los demás. Los falsos estereotipos y la falta de información correcta no conducen a la comprensión mutua. Precisamente, el propósito de estas conversaciones consiste en crear un ambiente en el que estemos dispuestos a escuchar a los demás con una actitud cristiana de amor y cordialidad.

Conclusión

Los adventistas no nos hemos aislado del mundo cristiano en su búsqueda de la unidad. Hemos participado selectivamente de conversaciones con otras comunidades religiosas no porque estemos procurando la unidad de acuerdo con sus opiniones al respecto, sino porque queremos darnos a conocer y eliminar prejuicios al mismo tiempo.

Sobre el autor: Doctor en Teología. Director del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General.


Referencias:

[1] Walter Raymond Beach y Bert Beverly Beach, Pattem for Progress. The Role and Function of Church Organization [Un modelo para al progreso: el papel y la función de la organización eclesiástica] (Hagerstown, Md Review and Herald Pub. Assn., 1985), p. 100. Véase también Statements, Guidelines and Other Documents A Compílation [Declaraciones, pautas y otros documentos: compilación] (Silver Spring, Md.; Departamento de Comunicación de la Asociación General, 2000), p. 122.

[2] Entre muchos documentos acerca del ecumenismo y la Iglesia Adventista, véase Bert Beverly Beach, Vatican II Bridging the Abyss [El Concilio Vaticano 11: un puente sobre el abismo) (Washington, D.C.; Review and Herald Pub. Assn., 1968), pp. 259- 266; Walter B. Beach, “SDA Relations to the National and World Councils of Churches” [Las relaciones de los adventistas con los concilios Nacional y Mundial de Iglesias) Review and Herald (9 de octubre de 1969), pp. 6, 7; del mismo autor, ‘Why we Stand Apart’ [Por qué nos mantenemos separados), Ibíd. (16 de octubre de 1969), pp. 6, 7; Bert B. Beach, “The World Council of Churches: Seventh-day Adventist Conversations and Their Significance” [El Concilio Mundial de Iglesias: las conversaciones de los adventistas con él y su significado], Ministry (mayo de 1970), pp. 13-15; (junio de 1970), pp. 59-61; Jean Zürcher, “Why Adventists Don’t Join the WCC [Por qué los adventistas no nos unimos con el CMI), Ministry (marzo de 1979), pp. 10-12; “Ecumenism” (Ecumenismo), en Seventh-day Adventist Encyclopedia [Enciclopedia adventista del séptimo día], tomo A-L, editada por F. Neufeld (Hagerstown, Md.: Review and Herald Pub. Assn., 1996), pp. 491-493.

[3] Harding Meyer, That All May Be One: Perceptions and Models of Ecumenicity [Para que todos sean uno: Conceptos y modelos de ecumenismo] (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 1999), p. 43.

[4] Para estudiar más a fondo estos modelos, véase Meyer, Ibíd., pp. 81-100. Estoy en deuda con esta obra.

[5] Meyer, Ibíd., pp. 83-86.

[6] Véase, por ejemplo, la declaración de la asamblea del Concilio Mundial de Iglesias, formulada en Canberra, Australia: “El objetivo de la búsqueda de una plena comunión se alcanza cuando todas las iglesias reconocen en cada una de ellas a la Santa Iglesia Católica y Apostólica en su plenitud”. Official Report of the Seventh Assembly of the World Council of Churches [Informe oficial de la Séptima Asamblea del Concilio Mundial de Iglesias, Ginebra, Suiza, 1991], p. 173.

[7] Walter Kasper, “Present Situation and Future of the Ecumenical Movement” (La situación actual y el porvenir del Movimiento Ecuménico], en The Catholic Church in Ecumenical Dialogue 2000: Articles by Members of the Pontifical Council for Promoting Christian Unity [El diálogo de la Iglesia Católica durante el año 2000 acerca del ecumenismo: artículos escritos por miembros del Concilio Pontificio para la Promoción de la Unidad Cristiana] (Washington, D.C.: Confederación de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, 2000), p. 9.

[8] Meyer, Ibíd, p. 97.

[9] Ibíd., pp. 107, 108.

[10] Ibíd., p. 109.

[11] Ibíd., p. 111.

[12] Véase Kasper, Ibíd., pp. 6-11. Considera que “la total comunión, en el sentido pleno de la expresión | ] es sólo una esperanza escatológica” (p. 11).

[13] Ibíd., p. 6.

[14] Debo reconocer, aunque sea en una nota al final de este artículo, la excelente tarea llevada a cabo por Berta B. Beach, ex directora de la Oficina de Relaciones Interconfesionales, en beneficio de la iglesia por más de 40 años, y 32 años como secretaria de la Confederación Mundial de Comunidades Cristianas. En esos círculos es bien conocida y respetada, y ha sido una buena embajadora de la iglesia ante ellos.