Cuando llegó el tiempo de su jubilación, el profeta Samuel desafió al pueblo para que le dijera si lo había defraudado, oprimido, robado o si había aceptado que alguien lo sobornara. Si así hubiera sido, dijo él: “Yo lo restituiré” Y el pueblo le respondió: “Nunca nos has calumniado ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre” (1 Sam. 12:1-4).

¡Qué poco se repite este ejemplo hoy! Hasta los cristianos, a veces, decimos una cosa y hacemos otra. La virtud bíblica de la integridad se refiere a la consistencia que debe existir entre lo que hay adentro y lo que se ve por fuera, entre lo que se cree y lo que se hace, entre las palabras y las acciones, entre los valores que se proclaman y lo que realmente se practica. Elena de White dice: “Debemos tener fibra moral, una integridad que no ceda ni ante la lisonja, ni la corrupción ni las amenazas”.

Un estudio que se hizo hace algunos años reveló que las características más deseadas en un líder son la honestidad y la integridad. Como cristianos, somos afortunados porque sabemos que Dios es nuestro guía en lo que concierne a la integridad, porque su carácter nunca cambia. No lo podemos manipular, ni sobornar ni engañar, porque jamás compromete su perfecta justicia. Ni las circunstancias ni las condiciones externas modifican su amor y su bondad. Sus promesas son dignas de nuestra confianza Podemos tener la seguridad de que Dios hará lo que dice. “La Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta” (1 Sam. 15:29).

Esa integridad, modelada por Dios, es la base de la confianza y el secreto de la unidad. Ésta requiere integridad, porque la verdadera armonía no depende de que todas las opiniones concuerden, sino de la honestidad, la integridad y la sinceridad. Sin duda, los verdaderos cristianos tendrán diferentes ideas, por la sencilla razón de que son seres que piensan. Pedro y Pablo, lo mismo que Pablo y Bernabé, tenían importantes diferencias de opinión, pero éstas no comprometían su unidad. Ésta no requiere ausencia de individualidad. In que sí exige es respeto y confianza.

Si bien es cierto que el Antiguo Testamento presenta la integridad de Samuel como un ejemplo de carácter cristiano, el Nuevo Testamento amplía el significado de esta virtud. Cuando vivimos en comunión con Cristo, él nos coloca el manto de su perfección y estamos en sintonía con él para irradiar integridad. Pablo resume este pensamiento en las instrucciones que le dio a Timoteo (1 Tim. 4:6-16; 6:11-16).

Hay muchos ejemplos modernos de integridad. Un soldado estaba disfrutando de una licencia y decidió prolongarla. A diferencia de otros, que en circunstancias similares inventan motivos y los exageran, él le dijo a su comandante: “Nadie murió; no hay ninguna emergencia. Sólo quiero disfrutar un poco más de esta vacación”. El comandante quedó algo confuso, porque nunca antes nadie le había hecho un pedido semejante, sin excusas ni subterfugios. El soldado se limitó a decir la verdad, y se lo atendió consecuentemente. “Como recompensa por tu honestidad -le dijo el comandante-, tienes cinco días más de licencia”.

Samuel, que gobernó a Israel desde la época de los jueces hasta el comienzo de la de los reyes, desafía a todo líder a ejercer su integridad personal. El liderazgo, para Samuel, era la práctica de la fidelidad y la responsabilidad; era un motivo de honra. Era honesto no porque quería que se lo conociera como tal. No vivía para defender su reputación. Vivía para honrar a Dios y servir al pueblo. Por eso, los que lo rodeaban no podían negar la evidencia de su excelso llamado.

La integridad de Samuel saturaba todo aspecto de su vida. Su compromiso con Dios condicionaba la forma en que consideraba sus posesiones, sus negocios, y el trato que les daba a sus semejantes. Samuel actuaba con responsabilidad delante de sus gobernados. Por eso, estaba en condiciones de abrirse plenamente al escrutinio de ellos.

En el mundo secular, la gente anhela tener a su lado individuos confiables. ¡Cuánto más importante es la demostración de esa misma integridad entre los cristianos! Al aplicar este concepto, Elena de White observó: “Se debe escribir en la conciencia, como lo haría el cincel en la roca, que el verdadero éxito en esta vida y en la futura sólo lo puede asegurar la fidelidad a los eternos principios de la justicia”.

Sobre la autora: Redactora asistente de la revista Ministry.