La habilidad de comunicar es una de las competencias más valoradas por las organizaciones, aun más en tiempos de pospandemia, ya que esta realidad provocó profundas adaptaciones en las interacciones humanas. La palabra se convirtió en un capital mayor, en una estrategia mayor y en una mayor fuente de poder. En este contexto, el papel de los medios de comunicación masiva es fundamental para la transmisión de información. Se ha convertido en una herramienta que se utiliza en el medio social, político y económico, que va mucho más allá de simplemente llevar contenido. Es capaz de dictar reglas de comportamiento, pues influye directamente en la formación de la opinión pública.
En esta era dominada por los medios de comunicación, el gran conflicto entre la verdad y la mentira tiene características cada vez más sofisticadas. Para muchos, la opinión personal vale lo mismo que el respeto a los hechos. Además de esto, proliferan las fake news, que manipulan desde las campañas políticas hasta las guerras entre países. En el albor de la plataforma ChatGPT –un chatbot de inteligencia virtual en línea–, la palabra continúa siendo el centro de atención. ¿Qué es ético y qué no lo es? Bien, aún hay mucho para entender y discutir. Por el momento, la pregunta crucial es: ¿Cómo anunciar el evangelio eterno en este contexto tan desafiante y polarizado?
La Biblia afirma que en los capítulos finales del gran conflicto entre el bien y el mal, la palabra continuará siendo un arma principal. El mismo poder blasfemo que actuó durante la Edad Media, caracterizado por un cuerno que poseía “una boca que hablaba con gran arrogancia” (Dan. 7:8), continuará profiriendo “blasfemias contra Dios” (Apoc. 13:6) en el tiempo del fin, con la autoridad conferida por el propio dragón. Es interesante notar cómo ese poder político profiere sus mentiras. De acuerdo con la Septuaginta, él “habla mucho” o “habla fuerte” (laloun megala), como si tuviera un megáfono en su boca. Esta misma expresión aparece en Apocalipsis 13:5 traducida como “arrogancias”. Este falso sistema religioso que “echó por tierra la verdad” (Dan. 8:12) es denominado en Apocalipsis como “Babilonia”, que significa “confusión”.
Por otro lado, Cristo concede a su iglesia poder y autoridad para proclamar el evangelio eterno “a los que habitan en la tierra, a toda nación y tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6). El pueblo remanente de Dios es descrito como un ángel que vuela “por el cielo”, expresión que revela la extensión global del trabajo y la urgencia del mensaje. Se trata de la última carta de advertencia de Dios a la humanidad, un mensaje de amor emitido por un Padre que anhela tener a sus hijos de regreso en casa. Ese mensaje fue predicado “a gran voz” (fōnē megalē), es decir, con intrepidez, claridad e intensidad, como si estuviera siendo propagado por algún tipo de amplificador. Es curioso observar que, antiguamente, las personas utilizaban objetos cónicos en la boca con el objetivo de aumentar el volumen de su voz. En el caso del pueblo remanente que predica los tres mensajes angelicales, el “amplificador” es el poder del Espíritu Santo, y la autoridad de Cristo es el amor del Padre. En esa guerra de discursos, el punto central no es quién habla más fuerte, sino quién dice la verdad. A fin de cuentas, el bien siempre vencerá. Aunque el dragón forme su tríada satánica, el pueblo de Dios seguirá siendo protegido por el Cordero de Dios.
Los tres mensajes angelicales de Apocalipsis 14:6 al 12 son, por lo tanto, el clímax de “así dice el Señor” para la humanidad caída. ¿Cómo hemos predicado esos mensajes? ¿Con voz tímida o a todo pulmón? ¿Hemos usado todos los recursos disponibles para avisar al mundo que el fin está a las puertas? Es hora de encender el “megáfono” y dejar que el Espíritu Santo nos utilice.
Sobre el autor: Editor asociado de la revista Ministerio Adventista.