El significado de las obras de la ley en Gálatas 2:16

La expresión “obras de la ley” aparece en las cartas de Gálatas y Romanos, escritas por Pablo, y describe un sistema por medio del cual algunos cristianos intentaban obtener justificación.[1] Pero ¿qué son las obras de la ley? Pablo no lo explica. Hoy existe un consenso casi universal de que esa expresión se refiere a la obediencia a la ley de Dios y/o un compromiso con otras buenas obras destinado a obtener la salvación. Pero ¿cómo surgió esta interpretación?

La Reforma

La Reforma Protestante comenzó en el año 1517 con Martín Lutero. En los doce años previos, él fue un monje agustiniano que se dedicó al ayuno, a muchas horas de oración, a las peregrinaciones y a frecuentes confesiones.[2] En su orden tenía indicaciones de cómo debía caminar, de cuál debería ser la postura correcta de su cuerpo y de cómo debía viajar. Además, la orden obligaba a los monjes a no mirar personas del sexo opuesto y les imponía lo que debían vestir y cómo debían cuidar sus ropas. También, decretaba el cuidado de los enfermos y exigía obediencia a los superiores.[3]

Lutero se esforzaba por cumplir todo eso, a fin de obtener el favor de Dios y la salvación. Sin embargo, se sentía espiritualmente miserable y lejos de Cristo.[4]

Cuando entendió que la salvación era un don gratuito que Dios ofrece por intermedio de Jesús, contrastó su nuevo entendimiento con su vida anterior de obediencia rígida y llena de reglas. Por lo tanto, por haber interpretado la doctrina de la justificación por la fe como una relación contrapuesta entre la fe y la obediencia, proyectó ese modelo sobre Pablo, en el que las “obras de la ley” eran un paralelo de la obediencia rigurosa de la ley, mientras que la justificación por la fe reflejaba la salvación como una dádiva. Al hacer esto, dejó un legado para las futuras generaciones de protestantes.

Hay una cierta legitimidad en la interpretación de Lutero. No es posible obtener la salvación mediante la obediencia, no importa cuán rigurosa sea. Sin embargo, ¿será que eso es lo que Pablo tenía en mente cuando contrastó las obras de la ley con la gracia de Cristo? Yo creo que no.

En este breve estudio, nos enfocaremos en dos tipos de obras: las “obras del Señor” y las “obras de la ley”. Las dos expresiones son similares y hay un paralelo conceptual, semántico y también teológico entre ellas. No obstante, ambas son diferentes y esa diferencia necesita ser comprendida.

Las obras del Señor

Cerca del 1445 a.C., el pueblo de Israel había salido de Egipto y estaba acampando a los pies del monte Sinaí. Dios los invitó a entrar en una relación basada en un pacto con él (Éxo. 19:1-6).

El pacto tenía dos elementos. Primero, Israel había sido llamado a obedecer las palabras del Señor, a obedecer los Diez Mandamientos (Éxo. 20:1-7) y a aplicar sus principios en la vida cotidiana (Éxo. 21-23). El pueblo prometió tres veces que haría eso (Éxo. 19:8; 24:3, 7).

Segundo, dado que Israel estaba compuesto por seres humanos pecadores y Dios es santo y sin pecado, fue necesario ofrecer sacrificios de animales y Moisés roció la sangre sobre el pueblo (Éxo. 24:4-8). Esa sangre fue llamada “sangre del pacto” (vers. 8). Los sacrificios eran parte de la mayoría de los pactos del Antiguo Cercano Oriente e indicaban la penalidad que sería aplicada a quienes violarían la alianza.

La promesa de obediencia y la sangre de la alianza colocaba al pueblo de Israel en una relación basada en un pacto con Dios. Sin embargo, ni siquiera pasaron 40 días y el pueblo ya había quebrantado el pacto al fabricar y adorar un becerro de oro y participar de inmoralidad sexual (Éxo. 32).

Por lo tanto, Dios declaró que el pacto estaba quebrado y que Israel ya no sería su pueblo (Éxo. 32:7, 10; 33:1). Merecía la pena de muerte, en consonancia con la pena prevista en el sacrificio de bueyes (Éxo. 32:10, 27, 33, 34, 35; 33:5). Proclamó que haría una nación a partir de Moisés quien, a su vez, quebró las tablas de la Ley, indicando que el pacto ya no estaba en vigor (Éxo. 32:19). ¿Sería ese el fin de Israel como el pueblo de Dios?

Sin embargo, Moisés intervino en favor del pueblo de Israel, suplicando que Dios los perdone. Él estuvo de acuerdo. Era como si Dios estuviera esperando que Moisés suplicara por el pueblo. Él declaró que Dios es “compasivo y bondadoso, lento para la ira, y grande en amor y fidelidad. Que mantiene su invariable amor a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Éxo. 34:6, 7).

Después, hizo una promesa maravillosa: “Voy a concertar un pacto. Ante todo el pueblo haré maravillas nunca hechas en toda la tierra, en ninguna nación. Y todo el pueblo que te rodea verá la tremenda obra que yo, el Señor, haré por medio de ti” (vers. 10). Aquí, Dios prometió hacer una gran “obra”, algo que todo el pueblo vería.

¿A qué obra se estaba refiriendo Dios? Pues al sacrificio de Dios Jesús en la cruz, la mayor manifestación de su carácter misericordioso y la respuesta ante los constantes fracasos de Israel y de la humanidad.

Pablo interpretó la “obra del Señor” de esta manera. Cuando predicó en una sinagoga en Galacia, dijo que el perdón de los pecados era ofrecido por medio de Jesús (Hech. 13:38, 39) y advirtió al pueblo que no descuide esa obra: “Miren, menospreciadores, asómbrense y perezcan. Porque en los días de ustedes voy a realizar una obra que, aunque se la cuenten, no la creerán” (vers. 41).

Sí, la gran obra del Señor es el sacrificio de Cristo en la cruz, la mayor obra que el mundo haya presenciado.

Las obras de la ley

Pero ¿qué son las “obras de la ley” que Pablo menciona?

Son obras. Comencemos definiendo la palabra “obras”. Esto implica algo que se hace. Es posible que a Lutero le haya parecido que los rigurosos requisitos de la orden agustiniana encajaban la descripción de “las obras de la ley”, pero los Diez Mandamientos no. ¿Por qué? Bien, ocho de los Diez Mandamientos son prohibiciones, es decir, no dicen qué hacer, sino qué no se debe hacer. Eso significa que las obras de la ley no pueden estar refiriéndose a la obediencia de los Diez Mandamientos. Eso sería una paradoja.

Está relacionado con algo del Pentateuco. Cuando el lector moderno escucha la palabra “ley”, piensa en un código judicial. Desde una perspectiva cristiana, la elección lógica sería los Diez Mandamientos, que es el código legal más importante de la Biblia. Sin embargo, esa interpretación es errónea, ya que estamos usando una interpretación actual para entender un texto antiguo. Para los judíos y los cristianos del primer siglo, la ley era la Torá, el Pentateuco, es decir, los primeros cinco libros de la Biblia, de Génesis a Deuteronomio. Ese es el sentido común en los círculos teológicos.

Leamos nuevamente Gálatas 2:16 con esta simple percepción en la mente: “Sabemos que el hombre no es justificado por las obras del Pentateuco sino por la fe en Jesucristo. Así, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras del Pentateuco; porque por las obras del Pentateuco ninguno será justificado” (Gál. 2:16; la cursiva indica los ajustes de la traducción). Son bien diferentes, ¿no es así? Mi traducción es un reflejo más preciso de lo que los lectores de Pablo deben haber entendido, que contrasta con las traducciones actuales.

Era un intento de justificación. Leamos Gálatas 2:16 nuevamente. Pablo utiliza la palabra “justificado” tres veces. Pero ¿qué significa esa palabra? Es mejor dejar que el propio Pablo responda: “Sepan, pues, hermanos, que por medio de él se les anuncia a ustedes el perdón de los pecados. Y de todo lo que por la ley de Moisés no pudieron ser justificados, en este es justificado todo el que cree” (Hech. 13:38, 39).

Puede notarse que en este versículo hay una conexión entre las palabras “perdón” y “justificado”. El perdón es un término teológico que implica que el pecado de alguien fue perdonado. La justificación es un término jurídico, e implica que alguien acusado judicialmente fue absuelto. ¿Por qué? Porque la sentencia fue cancelada. Así, el perdón y la justificación describen una misma cosa, pero desde perspectivas diferentes: una teológica y otra jurídica.

Entonces, ¿cómo se ofrecía el perdón en los tiempos del Pentateuco? Bien, no era por medio de la obediencia a los Diez Mandamientos o a cualquier otro documento legislativo, sino por medio de un sacrificio.

Michael Rodkinson, especialista en escritos rabínicos, afirmó: “En toda la Misná, la expresión ‘culpado’, ‘culpable’ (hayabh) o ‘libre’ (patur) es utilizada, siendo que el significado de la primera (culpado) es que el transgresor que actuaba sin intención debía traer una ofrenda por el pecado que estaba establecida en la ley (el Pentateuco)”.

Y después dice: “La penalidad para la primera clase de infracciones era simplemente el sacrificio de una ofrenda por el pecado que, sin embargo, incluía muchas dificultades, pues el culpable debía llevar personalmente la ofrenda por el pecado hasta el templo en Jerusalén y frecuentemente esto lo obligaba a recorrer una gran distancia, además de sufrir la pérdida del valor de la ofrenda”.[5]

Los judíos del primer siglo sabían que si alguien quería ser perdonado/justificado, no tenía que procurar ser más fiel o más severo en su obediencia de la ley, como hacía Martín Lutero, sino que, en vez de eso, ofrecían un sacrificio por el pecado. Entonces, ¿será que las “obras del Pentateuco” que tenían por objetivo perdonar/justificar eran los sacrificios que el Pentateuco ordenaba? Pareciera que sí. Eran decretadas en el Pentateuco e incluían la realización de obras para el perdón de los pecados.

Analicemos una evidencia más

La palabra “obras” en el Pentateuco. Cuando se intenta encontrar el significado de una cosa, el sentido común sugiere que se comience por lo obvio. Cuando escuchamos la expresión “obras del Pentateuco”, el lugar más obvio para averiguar su significado sería el propio Pentateuco. Desafortunadamente, la mayoría de los teólogos no se preocupan en buscar su significado allí. ¡Aunque si lo hicieran, la malinterpretación que incluye esta cuestión probablemente nunca hubiera surgido!

La palabra “obra/obras”, del griego ergon/erga, aparece en 149 ocasiones en la Torá. Cerca de la mitad de las veces hace referencia a obras seculares de hombres o a actos poderosos de Dios que no tienen relación con el perdón/la justificación. Además, el vocablo nunca aparece relacionado a la observancia de los Diez Mandamientos o a cualquier otro código judicial.

Lo más interesante es que 70 veces la palabra está relacionada con el tabernáculo y sus servicios, incluyendo los sacrificios. En verdad, todo el servicio realizado en el tabernáculo es llamado “el ministerio (obra) del santuario” (Núm. 3:7). La expiación por los pecados era realizada en el Tabernáculo. Por lo tanto, las obras del Pentateuco, que tenían como objetivo el perdón/la justificación es contra lo que Pablo advierte, refiriéndose a los sacrificios y a otras obras realizadas en el Templo/Tabernáculo y no a la obediencia de los Diez Mandamientos o a cualquier otro código legal de la Biblia.

Conclusión

Con base en las afirmaciones anteriores, podemos traducir o parafrasear Gálatas 2:16 de la siguiente manera: “Sabemos que el hombre no es justificado por las obras decretadas en el Pentateuco, es decir, por los servicios del santuario, sino por la fe en [el sacrificio de] Jesucristo. Así, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser perdonados/justificados por la fe en Cristo y no por las obras decretadas en el Pentateuco, porque por las obras del Pentateuco ninguno será perdonado/justificado” (Gál. 2:16).[6]

Lutero tenía razón. La obediencia humana no puede borrar los pecados pasados y tampoco puede salvar. Sobre esto estaba en lo correcto. Sin embargo, estaba equivocado al usar sus circunstancias personales como un prisma para interpretar las palabras de Pablo. Al hacer eso, dejó un legado hermenéutico que se transformó eventualmente en variaciones diferentes de antinomismo cristiano, que enseña la gracia versus la obediencia.

Pablo no estaba diciendo a los gálatas cristianos que dejaran de guardar los mandamientos, o que se esfuercen tanto en hacerlo, mucho menos que dejen de hacer cosas buenas. Al final, el mensaje de Pablo no se refería a los mandamientos o a hacer el bien. Estaba diciendo que el templo y sus servicios –el sistema sacrificial–, ya no tenían efecto en el plan de la salvación.

Las ineficaces “obras de la ley” que no pueden purificar el pecado humano fueron sustituidas por la increíble y totalmente eficaz “obra del Señor”. ¡Aleluya!

Sobre el autor: pastor en Chipre


Referencias

[1] Romanos 3:20, 27, 28; Gálatas 2:16; 3:2, 5, 10.

[2] Roland Bainton, Here I Stand: A Life of Martin Luther (Nueva York: Penguin, 1995), pp. 40-42.

[3] “Rule of St. Augustine”, Midwest Augustinians, disponible en: <midwestaugustinians.org/roots-ofaugustinian-spirituality>, consultado el 5/6/23.

[4] James Kittelson, Luther the Reformer (Mineapolis: Augsburg Fortress, 1986), p. 79.

[5] Michael L. Rodkinson, The Babylonian Talmud (Boston: Talmud Publications, 1903), pp. 22, 26.

[6] Una nota sobre Gálatas 3:10, que parece hacer una conexión entre las “obras de la ley” con la obediencia: “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: ‘Maldito todo el que no permanece en todo lo que está escrito en el libro de la ley’ ”. En este texto, Pablo enfatiza la imposibilidad de la salvación sin Cristo Jesús. Una persona que no tiene a Cristo solo tiene dos opciones: 1) puede permanecer “en todo lo que está escrito en el libro de la ley”, es decir, no pecar; o, 2) si falla en permanecer “en todo lo que está escrito”, infringirá la ley. Entonces, es un pecado bajo maldición, pues los sacrificios de las “obras de la ley” no pueden perdonar los pecados y, por lo tanto, la maldición permanece. En conclusión, los dos únicos estatus posibles para una persona sin Cristo son: no pecar o estar bajo maldición. Y como ninguna persona está sin pecado con la única excepción de Jesús (Rom. 3:23), la maldición del pecado continúa sobre todos los que rechazan a Cristo. La única cosa que puede retirar la maldición del pecado y el sacrificio de Jesús es la maravillosa “obra del Señor”.