Mensajes de amor, esperanza y justicia
Los tres mensajes angélicos de Apocalipsis 14 resumen el discurso final de Dios al mundo. El primer mensajero invita a adorar a Dios porque ha llegado la hora de su juicio. El segundo anuncia la caída de Babilonia, mientras que el tercero advierte contra la adoración de la bestia y su imagen. Sin embargo, detrás de las palabras de juicio, destrucción y castigo se esconde un mensaje de amor, esperanza y justicia.
La invitación
El ángel que vuela en medio del cielo representa a la iglesia en rápido movimiento global para cumplir la misión encomendada por Dios de proclamar el evangelio eterno. La referencia al “cielo” designa el lugar donde “el sol alcanza su cenit o punto más alto”.[1] El ángel simboliza aquí la iglesia de los últimos días. El hecho de que la proclamación se haga a “gran voz” indica la autoridad con la que está revestido el mensaje (Apoc. 7:2; 10:3).[2] Y la caracterización del evangelio como “eterno” revela que se trata del evangelio perenne, concebido en el Cielo y proclamado desde tiempos inmemoriales, que debe ser proclamado a toda raza, tribu, lengua y nación.
Según la definición bíblica, el evangelio consiste en el anuncio maravilloso de que Dios ha entrado en la historia humana para demostrar su amor y dar esperanza (Juan 3:16). Una profunda representación del evangelio aparece en la visión que se narra en Apocalipsis 5. Juan vislumbra “un Cordero como si hubiera sido inmolado” (Apoc. 5:6). Este es el evangelio: el Cordero ha vencido y, mediante su muerte sacrificial sustitutiva, ofrece la paz y la reconciliación con Dios. No es casualidad que el título más común de Jesús en el libro del Apocalipsis sea “el Cordero”, mencionado 28 veces.
La proclamación del primer ángel es fuerte y clara: (1) “¡Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio!” y (2) “adoren” al Creador. Hay otros elementos, calificaciones y motivos, pero el núcleo del mensaje es: teman a Dios y adórenlo. Esta expresión “teman a Dios” parece fuera de lugar en nuestra época marcada por la ansiedad y la depresión. Sin embargo, la Biblia correlaciona el “temor de Dios” no sólo con la reverencia y el respeto hacia él, sino también con la alegría y el placer. Éxodo 15:11 relaciona la alabanza con el temor de Dios. Isaías 60:5 relaciona el temor con la alegría. Mateo 28:8 relata que dos mujeres salieron de la tumba de Jesús “con temor y gran gozo”. Es interesante darse cuenta de que la Biblia también relaciona el temor de Dios con la obediencia a sus mandamientos (Ecl. 12:13; Deut. 28:58).
Mientras que el miedo y la ansiedad que afligen a la sociedad occidental poscristiana contemporánea proceden de la falta de temor a Dios, las sociedades precristianas estaban aterrorizadas por el miedo a los demonios, las ideas erróneas sobre Dios o las exigencias contradictorias de supuestos dioses. Sea como fuere, el temor de Dios es el antídoto que todos necesitamos. Por supuesto, esto puede sonar extraño, pero el evangelio nos libera de nuestros miedos paralizantes y nos llena de “un temor muy agradable, feliz y maravilloso”.[3] El mandamiento de dar gloria a Dios está estrechamente relacionado con el de temerle, y consiste en acciones casi equivalentes. Según Elena de White, dar gloria a Dios es “revelar su carácter en el nuestro, y de esta manera hacerlo conocer. Y glorificamos a Dios en cualquier forma en que hagamos conocer al Padre o al Hijo”.[4] Veamos más de cerca estas dos órdenes estrechamente relacionadas y sus temas asociados de juicio y creación. En primer lugar, la proclamación de que “ha llegado la hora de su juicio” sirve como razón para temer a Dios. Lamentablemente, al igual que el concepto de “temer a Dios”, la idea del juicio divino a menudo se malinterpreta. El liberalismo teológico, por ejemplo, contrapone el amor de Dios con su juicio. Comentando la distorsión liberal del mensaje bíblico de la salvación, un teólogo escribió: “Un Dios sin ira implicaría seres humanos sin pecado llevados a un reino sin juicio a través del ministerio de un Cristo sin cruz”.[5] Por mucho que la gente desprecie esta idea, el juicio divino es intrínseco a su amor y a la buena nueva del evangelio. Puesto que ama la justicia y aborrece el mal, “el juzgar pertenece a la naturaleza de Dios”.[6] Al anunciar que “ha llegado la hora de su juicio”, el primer mensajero indica que el juicio tiene lugar mientras se proclama el mensaje. Por tanto, este juicio se refiere al “ministerio previo al advenimiento”[7] de Jesús, simbolizado por el Día de la Expiación (Lev. 16), retratado en la visión de Daniel 7:9 al 14 y delimitado temporalmente en Daniel 8:14. En otras palabras, es el juicio previo al advenimiento: la vindicación de los que temen a Dios y le dan gloria. Este juicio es una gran noticia para los que están con Dios en el conflicto cósmico.
En segundo lugar, la creación señala la cualidad de Dios que le hace digno de adoración: Él “hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”. La invitación a adorar al Creador resuena en el mandamiento del sábado (Éxo. 20:11). De todos los mandamientos del Decálogo, el cuarto es el único incorporado a la trama de la creación. Representa la señal de lealtad a Dios, el reconocimiento de su autoridad, y también apunta a la redención (Deut. 5:15). Así, aunque el sábado “recuerda la perdida paz del Edén, habla de la paz restaurada por medio del Salvador”.[8] No es de extrañar que la señal de la autoridad de Dios se convierte en un punto de disputa en la última etapa del gran conflicto (Apoc. 13:16). Al fin y al cabo, el mandamiento del sábado se basa en el amor de Dios por la humanidad y apunta a él como Creador, en quien reside nuestra esperanza al enfrentarnos a la crisis final.
El anuncio
Aunque el anuncio de la caída de Babilonia transmite un mensaje negativo y, por tanto, parece desprovisto de consuelo y alegría, si se examina más de cerca contiene brillantes rayos de esperanza. Antes de reflexionar sobre el pasaje en su contexto apocalíptico, debemos recordar que Babilonia aparece desde el principio en la Biblia como centro de oposición a Dios (Gén. 11). Babel se convirtió en un monumento al orgullo y a la ambición humana, así como “el lugar del primer sistema organizado de culto idolátrico y falso”.[9] Al construir una torre tan alta como el cielo, los constructores quisieron hacerse un “nombre”. Pero Dios bajó, confundió las lenguas, y Babilonia cayó por primera vez. Lo que antes se llamaba la “puerta de los dioses” (bbl) se convirtió en un lugar de confusión (bll).
Inmediatamente después de la caída de Babel, Dios llamó a Abram para que saliera de Ur, situada cerca de Babel. Hizo un pacto con él y engrandeció su nombre (Gén. 12). La lealtad y la obediencia de Abram a Dios contrastaban con la rebeldía y el orgullo de Babel. La ironía, sin embargo, es que el “nombre” que los constructores de Babel querían conseguir mediante su obra, Abraham lo recibió por la fe como un don de la gracia de Dios. Así se presentaron dos sistemas rivales de salvación. Uno se basaba en las obras humanas y era promovido por Babel; el otro se basaba en la gracia de Dios y era aceptado por la fe.
Quince siglos después, los descendientes de Abraham rompieron el pacto, por lo que Dios los envió de vuelta al lugar del que Abraham había partido. Pero en la desesperación del exilio, las palabras de Isaías sonaron con una nota de esperanza: “Cayó, cayó Babilonia” (Isa. 21:9). Finalmente, la palabra de Dios se cumplió cuando Babilonia cayó en manos de Ciro. En efecto, “Babilonia ha caído” suena a una gran noticia, no sólo porque el enemigo ya no existe, sino porque el camino de regreso a Jerusalén está abierto. La ciudad de Dios ha derrotado a la ciudad de los hombres. Babilonia ha caído, pero Jerusalén se mantiene firme.
Así pues, el mensaje del segundo ángel utiliza el lenguaje y las imágenes de la Babilonia del Antiguo Testamento para anunciar el fin de la Babilonia del final de los tiempos (Apoc. 14:8). Babilonia aparece aquí por primera vez en el Apocalipsis y le siguen otras cinco menciones más adelante en el libro (Apoc. 16:19; 17:5; 18:2, 10, 21). Su designación como “un misterio: La gran Babilonia” (Apoc. 17:5) revela que debe entenderse simbólicamente como una confederación mundial de potencias que proclaman un falso evangelio y hacen la guerra contra el pueblo de Dios. Según el enfoque adventista, Babilonia está formada por el dragón (Apoc. 12), la bestia del mar (Apoc. 13:1-10) y la bestia de la tierra (Apoc. 13:11-18). En otras palabras, estos tres poderes representan a Satanás y los sistemas animistas con los que controla a la gente: el cristianismo apóstata dirigido por el papado y el mundo protestante apóstata de los Estados Unidos. La acusación contra Babilonia es que le “ha dado a beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación”. En contraste con la sangre del Cordero que señala el evangelio eterno de la salvación por la fe, el vino de Babilonia “representa las falsas doctrinas que ha aceptado como resultado de su unión ilícita con los grandes de la Tierra”.[10]
Basándonos en lo anterior, parece razonable deducir que el catolicismo romano es la única organización mundial capaz de desempeñar un papel de liderazgo en el establecimiento de la Babilonia del fin de los tiempos. Si se diera la combinación adecuada de condiciones históricas, políticas, religiosas y económicas, no debería pasar mucho tiempo antes de que un sistema de este tipo fuera plenamente operativo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el aspecto central del sistema representado por Babilonia –la confianza en las obras humanas en lugar de confiar en la gracia de Dios- también puede detectarse en las religiones no cristianas. Así, el concepto de Babilonia se aplica a cualquier movimiento religioso o ideología que contradiga el evangelio eterno del Cordero.
Por lo tanto, la proclamación mundial de que “ha caído Babilonia” representa la última oportunidad para que la gente abandone un sistema de falsas doctrinas, enseñanzas y estilos de vida que se oponen al evangelio del Cordero.
En general, los adventistas entienden que esto ya se ha cumplido en el rechazo del mensaje del primer ángel por parte de la iglesia cristiana. Pero ese mensaje sigue siendo relevante. Como dice Apocalipsis 18:4: “¡Salgan de ella, pueblo mío, para que no participen de sus pecados y no reciban de sus plagas!”. Por un lado, este mensaje advierte que la confederación mundial de potencias se derrumbará y que la gente debe abandonar Babilonia y volverse al Cordero (Apoc. 17:14). Por otro lado, llama al abandono de un sistema derrotado para dar lealtad y obediencia a Jesús. Así, pues, el anuncio de la caída de Babilonia es una buena noticia. Así como la caída de la antigua Babilonia abrió el camino para que los exiliados de Judea regresaran a Jerusalén, la caída de la Babilonia del fin de los tiempos abre el camino para la Nueva Jerusalén. Por fin, el Cordero vencerá al dragón y la ciudad de Dios destruirá a la ciudad del hombre.
La advertencia
Al igual que el primer ángel, el tercero también proclama a “gran voz” y aborda la cuestión de la adoración. Sin embargo, mientras que el primer mensaje llama a la verdadera adoración, el tercero advierte contra la falsa adoración. El tercer mensaje también anuncia un juicio. Sin embargo, a diferencia del primer mensaje, que habla de un juicio que ya ha comenzado y que vindicará al pueblo de Dios, el tercer mensaje alude a un futuro juicio ejecutivo que conducirá a la destrucción de la bestia y sus adoradores. De hecho, el mensaje del tercer ángel comienza y termina con la severa advertencia de que quienes adoren a la bestia y a su imagen, y reciban su marca, se enfrentarán al juicio final de Dios.
Teniendo en cuenta la seriedad de este mensaje, es importante identificar quién es la bestia y cuál es la naturaleza de su marca. Para entender estas cuestiones, hay que acudir a Apocalipsis 13, que presenta una descripción de dos bestias. Una de ellas emerge del mar y ejerce su dominio durante 42 meses. Se recupera de una herida mortal, blasfema el nombre de Dios, se opone a los que moran en el Cielo y recibe la adoración de los habitantes de la Tierra. A medida que se desarrolla la visión, aparece una segunda bestia. Emerge de la tierra y obliga a sus habitantes a hacer una imagen de la primera bestia y a adorarla bajo pena de muerte.
Desde la Reforma, los intérpretes historicistas han señalado a la iglesia medieval como el referente histórico de la bestia del mar y el cuerno pequeño.[11] Destacan las siguientes características de esta entidad: el abandono de las Escrituras, el poder ejercido por el papado y el sistema de culto que promueve.
En primer lugar, el Concilio Vaticano II afirma que “no solo de la Sagrada Escritura saca la Iglesia su certeza sobre todo lo revelado. Por tanto, tanto la Sagrada Tradición como la Sagrada Escritura deben ser acogidas y veneradas con el mismo sentido de lealtad y reverencia”.[12]
En segundo lugar, la bestia blasfema contra Dios, porque ocupa el lugar que pertenece a Cristo. Por ejemplo, el Catecismo afirma que “el Romano Pontífice, por causa de su oficio de Vicario de Cristo y pastor de toda la Iglesia, tiene potestad plena, suprema y universal sobre toda la Iglesia, potestad que puede ejercer siempre sin impedimentos”.[13] La confusa identificación del Papa con Cristo sigue siendo un importante principio teológico del papado.
En tercer lugar, el culto promovido por el catolicismo romano descansa sobre el fundamento de los sacramentos, que se oponen al evangelio bíblico. Además, “la Iglesia romana ejerce los oficios reales, sacerdotales y proféticos de Cristo en sentido literal y vicario: por medio de sacerdotes que actúan in persona Christi (en la persona de Cristo), la Iglesia gobierna el mundo, dispensa la gracia y enseña la verdad”.[14] Así, al representar continuamente el sacrificio de Cristo en la misa, el catolicismo viola la singularidad y la plenitud soteriológica de la cruz y del ministerio de intercesión de Cristo en el Santuario celestial.
En cuarto lugar, el sistema de culto católico romano culmina con la misa dominical y la celebración de la Eucaristía. Como afirma el Catecismo: “El domingo es el día preeminente de la asamblea litúrgica, cuando los fieles se reúnen para escuchar la palabra de Dios y participar en la Eucaristía, recordando así la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús, dando gracias a Dios que los ha regenerado, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos a una esperanza viva”.[15]
Tras las consideraciones anteriores, se podría tener la impresión de que el tercer ángel sólo trae un mensaje de juicio y condena contra los que adoran a “la bestia y su imagen”. Esta impresión, sin embargo, no transmite toda la verdad. La realidad es que el anuncio del tercer ángel implica que, mientras el conflicto entre el Cordero y la bestia se intensifica, todavía hay tiempo para que los que están en el lado equivocado se vuelvan hacia el Cordero. De hecho, la advertencia de no adorar a la bestia es, en última instancia, una invitación a adorar al Cordero. Sólo el Cordero es capaz de proporcionar justicia, seguridad y la garantía de la salvación. Es posible que Elena de White tuviera esto en mente cuando comentó: “Varios me han escrito preguntándome si el mensaje de la justificación por la fe es el mensaje del tercer ángel, y he contestado: ‘Es el mensaje del tercer ángel en verdad’ ”.[16] En resumen, el mensaje del tercer ángel enfatiza el hecho de que, a diferencia de la bestia y los otros poderes que componen la falsa trinidad, sólo el Cordero puede ofrecer la justicia y la salvación eterna.
Implicaciones misiológicas
¿Cómo proclamar eficazmente en todo el mundo los tres mensajes angelicales? A primera vista, este reto parece insuperable. Después de todo, el lenguaje y las imágenes relacionadas con los mensajes (ángeles, Babilonia, bestias) pueden parecer carentes de sentido e irrelevantes para las sociedades seculares o poscristianas. Sin embargo, esta barrera cultural puede superarse en un segundo vistazo, como resumo a continuación:
1) Los tres mensajes angelicales deben proclamarse no porque vayan a consolar a la gente, sino porque son verdaderos.
2) Los acontecimientos proféticos, aunque inicialmente restringidos a tiempos y lugares concretos, tienen ahora ramificaciones globales. Los teólogos han acuñado la expresión “el escándalo de la particularidad”.[17] Esta expresión significa que cuando la salvación divina descendió sobre la humanidad, Jesús no vino como un ser humano genérico, sino como un individuo “particular”: un judío del siglo I. Es a través de esta “particularidad” como Dios alcanza objetivos universales (Gál. 4:4).
3) Teniendo en cuenta que los seres humanos fueron creados a imagen de Dios, existen suficientes similitudes entre ellos como para hacer posible la comunicación intercultural. Esta comunicación debe hacerse con sensibilidad hacia la lengua y la cultura.
4) No hay barrera cultural que el Espíritu Santo no pueda superar. Como dijo Elena de White: “El Espíritu del Señor bendecirá tan universalmente y con tanta gracia a los instrumentos humanos consagrados, que hombres, mujeres y niños abrirán sus labios en alabanza y testimonio, llenando la tierra con el conocimiento de Dios y con su sobreabundante gloria, como las aguas cubren el mar”.[18]
Sobre el autor: Director del Instituto de Investigación Bíblica de la Iglesia Adventista.
Referencias
[1] Daniel L. Akin, Exalting Jesus in Revelation, Christ-Centered Exposition Commentary (Nashville: Holman Reference, 2016), p. 242.
[2] Gerhard Maier, Die Offenbarung Des Johannes: Kapitel 12–22 (Brockhaus: Brunnen Verlag, 2018), p. 146.
[3] Michael Reeves, Rejoice & Tremble: The Surprising Good News of the Fear of the Lord (Wheaton: Crossway, 2021), p. 16.
[4] Francis D. Nichol, ed. Comentario bíblico adventista del séptimo día (Florida: ACES, 1996), t. 7, p. 990.
[5] H. Richard Niebuhr, The Kingdom of God in America (Nueva York: Harper & Row, 1937), p. 197.
[6] John Calvin, Institutes of the Christian Religion, trad. Henry Beveridge (Edinburgo: The Calvin Translation Society, 1845), t. 2, p. 564.
[7] Gerhard F. Hasel, “The Resurrection: Myth or Reality?”, Perspective Digest 1 (1996), p. 39.
[8] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Florida: ACES, 2008), p. 256.
[9] Akin, Exalting Jesus in Revelation, p. 244.
[10] Elena de White, El conflicto de los siglos (Florida: ACES, 2015), p. 439.
[11] Martín Lutero, Juan Calvino y otros reformadores identificaron a la bestia con el papado de la Iglesia Católica Romana.
[12] Second Vatican Council, Dei Verbum, n. 9, citado por: Mark J. Zia, The Faith Understood: An Introduction to Catholic Theology (Steubenville: Emmaus Road Publishing, 2013), p. 59.
[13] Catholic Church, Catechism of the Catholic Church, 2 ed. (Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1997), p. 234.
[14] Leonardo De Chirico, Same Words, Different Worlds (Londres: Inter-Varsity, 2021), p. 16.
[15] Catholic Church, Catechism of the Catholic Church, p. 302.
[16] Elena de White, Mensajes selectos (Florida: ACES, 2015), t. 1, p. 449.
[17] Thomas C. Oden, Life in the Spirit: Systematic Theology (San Francisco: HarperSanFrancisco, 1992), t. 3, p. 365.
[18] Elena de White, Manuscript Releases (Silver Spring: White Estate, 1993), t. 2, p. 21.