Los principios que orientaron a la iglesia cristiana primitiva

El libro de los Hechos describe el estilo de vida de la iglesia primitiva. Se trataba de una iglesia espiritualmente fervorosa y con una notable dinámica misionera. En poco tiempo se transformó, de ser un simple grupo de fieles, en una comunidad unida que cambió la historia del mundo. Su vertiginoso crecimiento y la influencia que ejerció entre sus contemporáneos son un desafío para la iglesia de hoy. Ciertamente, si quisiéramos influir en el mundo actual como lo hicieron los primeros cristianos, deberíamos absorber algunas de esas características que explican el fenomenal desarrollo de ese grupo en el cumplimiento de la misión de Jesús.

A continuación, nos referiremos a cinco de esas características:

1. La perseverancia

En Hechos 2:42 se dice que los primeros cristianos “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” “He aquí cuatro elementos básicos en la vida de la nueva sociedad cristiana: 1) los creyentes creían en el conocimiento de la verdad por medio de las enseñanzas de los apóstoles; 2) eran conscientes de su comunión con Cristo y con sus hermanos, por medio de cultos en conjunto, y en la bondad y la caridad mutuas; 3) participaban en el partimiento del pan, lo cual probablemente incluía la Cena del Señor; 4) oraban con frecuencia, tanto en privado como en público”.[1]

Sin duda, la perseverancia en esos cuatro factores dará como resultado una comunión siempre renovada con el Espíritu Santo de Dios, por medio de la cual la iglesia vencerá en su lucha contra el mal. La comunión con Dios es fundamental en todo esfuerzo misionero y en el crecimiento de la iglesia Como lo dice Ken Hemphill: “El crecimiento es el resultado de una relación correcta con el Señor de la iglesia. Es una actividad sobrenatural y, por eso, la lleva a cabo el mismo Señor. Cuando Cristo fundó la iglesia, prometió que él mismo la edificaría (Mat. 16:18). Las Sagradas Escrituras nos enseñan clara e insistentemente que Dios es el único que le puede dar crecimiento a la iglesia”.[2] Ésa fue la experiencia de los primeros cristianos.

2. El compromiso misionero

Para una iglesia que se conserva en constante comunión con Dios, el cumplimiento de la misión no es un deber penoso, algo así como una penitencia, sino un privilegio del cual no desea abdicar. Y Jesús fue bien claro cuando definió la misión de la iglesia: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19).

La misión que se le encomendó fue la de hacer discípulos, bautizar y enseñar. La idea de hacer discípulos incluye el acto de trabajar con la gente, por la gente y por medio de la gente; es un proceso semejante al que llevó a cabo Jesús con los doce apóstoles. Muchas veces, creemos que hemos cumplido la misión cuando llevamos gente al bautismo; aunque eso nos produzca una verdadera alegría, es sólo la mitad de la obra que nos encomendó el Maestro. No nos debemos olvidar de que el aumento de bautismos no es, necesariamente, sinónimo de crecimiento de la iglesia: es necesario consolidar la experiencia del nuevo creyente, transformándolo, así, en discípulo.

“Además, después de que las personas se han convertido a la verdad, es necesario cuidarlas. El celo de muchos ministros parece cesar tan pronto como cierta medida de éxito acompaña sus esfuerzos. No se dan cuanta de que muchos recién convertidos necesitan cuidados, atención vigilante, ayuda y estímulo. No se los debe dejar solos, a merced de las más poderosas tentaciones de Satanás; necesitan ser educados con respecto a sus deberes; hay que tratarlos bondadosamente, conducirlos, visitarlos y orar con ellos. Estas almas necesitan el alimento asignado a cada uno a su debido tiempo”.[3]

3. La fraternidad

Lucas escribe acerca del ambiente fraternal que había entre los cristianos primitivos. Aunque enfrentaban problemas serios, conservaron su común unión. Compartían las alegrías y los pesares de la vida, porque se amaban. Su ejemplo nos lleva a la conclusión de que la diferencia entre una iglesia que crece y otra que languidece es que, en la primera, los miembros quieren estar juntos y, en la segunda, están obligados a mantenerse juntos.

Christian Schwartz declara que hay “una muy notable relación entre la capacidad de amar de una iglesia y su posibilidad de crecimiento”.[4] Un ejemplo de esto es la iglesia apostólica, cuyos miembros “comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hech. 2:46). Conocían sus necesidades mutuas y hacían lo necesario para ayudarse los unos a los otros. Los que entraban en ese círculo de amor participaban de una nueva familia. Ese ambiente era propicio para el desarrollo personal, el enriquecimiento familiar y la conservación de la experiencia de la salvación; y contribuyó decididamente al crecimiento de la iglesia.

4. Los Grupos pequeños

El concepto de los Grupos pequeños, como medio de evangelización, no es nuevo. Después de informar que los cristianos apostólicos perseveraban “unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas” (Hech. 2:46), el relato bíblico añade que “todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hech. 5:42).

De modo que la iglesia primitiva se basaba en los Grupos pequeños, y ponía el mismo énfasis en las reuniones que se celebraban en el templo que en las que se llevaban a cabo en las casas. Las reuniones en las casas eran una prolongación necesaria y habitual de las reuniones del templo. Ha habido en todas partes un despertar con respecto a la tarea de los Grupos pequeños. Las iglesias más grandes del mundo deben su crecimiento a la aplicación de este método. En cuanto a la Iglesia Adventista, tenemos muchos consejos inspirados acerca de la conveniencia de formar pequeños grupos en las iglesias y en las congregaciones.

5. La obra de asistencia social

Notemos la siguiente información que nos brinda la Escritura: “Y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hech. 2:45). “Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hech. 4:34, 35). Ésta es una característica que debemos imitar: los primeros cristianos se preocupaban por satisfacer las necesidades materiales y emocionales de sus semejantes.

Hoy, hay mucha gente necesitada, muchos corazones heridos, familias en conflicto y falta de seguridad en cuanto al futuro. Como iglesia, debemos intentar solucionar esos problemas. Jesús es la respuesta para las necesidades más profundas del alma. Es la solución para los corazones que sangran, las familias heridas, la baja estima propia, los sentimientos de culpa, la inseguridad y el temor. No se puede presentar el evangelio separado de la experiencia cotidiana. Cuando la gente acude a la iglesia en busca de alguna solución para sus problemas y encuentra lo que busca, responde entregándole la vida al Maestro. Y, de esta manera, la iglesia crece.

Más allá de las estadísticas

Hemos examinado cinco características que nos explican el crecimiento de la iglesia apostólica. El crecimiento numérico era consecuencia del crecimiento espiritual de cada miembro. La comunidad cristiana perseveraba en Jesús, tenía un profundo sentido de misión, actuaba en un ambiente de amor y fraternidad, poseía el dinamismo de los Grupos pequeños y satisfacía las necesidades de la gente.

No es sorprendente que el resultado de esa experiencia haya sido un notable crecimiento numérico. La iglesia está destinada a crecer; pero siempre debemos recordar que el verdadero crecimiento no siempre se refleja en los números y en las estadísticas relacionadas con los bautismos: podemos estar bautizando a muchísima gente, sin que eso signifique que estamos creciendo realmente. El verdadero crecimiento es más amplio que eso, y siempre comienza con el crecimiento de la experiencia espiritual de las congregaciones.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la Misión del Pacífico Norte, Rep. del Perú.


Referencias:

[1] Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires ACES, 1987), t. 6, p 152.

[2] Ken Hemphill, El modelo de Antioquía: Ocho características de una iglesia eficaz (El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1996), p. 16.

[3] Elena C. de White, Joyas de los testimonios (Buenos Aires: ACES, 1975), t. 1, p. 455.

[4] Christian Schwartz, Desarrollo natural de la iglesia (Barcelona: Editorial CUE, 1987), p. 36.