“No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Heb. 13:2).

En primer lugar, mi expresión de gratitud y de alegría porque Dios nos llamó a participar del ministerio. Nuestra misión ha consistido en desafiar y animar a las damas para que participen en la obra asignada por el Señor, para salvación de la gente sincera. En segundo lugar, siento que debo agradecer la hospitalidad de la que he sido objeto por parte de las esposas de los pastores y los ancianos de las iglesias que he visitado. Estas queridas hermanas me han dispensado mucho cariño y me han brindado mucha amistad mientras estaba lejos de mi hogar.

“El Señor tiene una obra para las mujeres, así como la tiene para los hombres”. Hemos oído y repetido muchas veces esta declaración inspirada. Reconocemos la gran obra que están efectuando las mujeres en las iglesias, al disfrutar y aprovechar cada oportunidad de actuar en nombre de Jesús. Pero todavía hay muchas hermanas que dicen: “Soy muy tímida, ¿qué puedo hacer?”

No podemos perder las oportunidades que se nos presentan de involucrarnos y participar de los privilegios que recibimos si somos mujeres activas; pero tampoco podemos imponer ciertas actividades a la gente que encuentra dificultades para llevarlas a cabo. Hemos recibido determinados dones, y los debemos desarrollar. A algunas hermanas les gusta trabajar con los niños, y han sido de gran ayuda en esa área; otras actúan en el campo de la música: tocan algún instrumento o cantan; otras tienen el don de dar estudios bíblicos. Pero he conocido hermanas que se han destacado como excelentes anfitrionas, que han recibido gente en sus casas u organizaron comidas comunitarias en la iglesia. Esto nos lleva a esbozar algunas consideraciones oportunas.

La hospitalidad en la Biblia

La Biblia destaca el concepto de la hospitalidad, en el Antiguo Testamento, manifestado en el cuidado proporcionado a los pobres y en las conocidas historias de Abraham y Lot quienes, sin saberlo, hospedaron ángeles en sus hogares. El Nuevo Testamento también recuerda este tema, al mencionar que los cristianos recibían en sus casas a los nuevos conversos y a los extranjeros, y les daban abrigo y protección.

Son preciosas las promesas presentadas a la gente que practica la hospitalidad. Cristo enseñó a sus seguidores que el hecho de compartir es fundamental para la vida. Nos dio orientación en cuanto a la lista de invitados: “Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado” (Luc. 14:12).

Es importante satisfacer las necesidades sociales de las personas. Necesitan sentirse animadas, aceptadas, comprendidas y amadas; eso incluye, también, a nuestros hermanos, especialmente a los que son nuevos en la fe. ¿Por qué no invitar con más frecuencia a la gente a nuestra casa, para compartir una comida?

Una diferencia

Hay una gran diferencia entre hospedar a alguien y ser hospitalario. Hospedar es una actividad en la cual se recibe a la persona invitada de manera formal. Generalmente, es un gesto social que requiere una casa impecable, una mesa arreglada al estilo profesional y una comida perfecta, entre otros detalles formales. Algunas veces, sus motivos se arraigan en el egoísmo, con el deseo de impresionar a alguien con lo que somos capaces de hacer.

Por su parte, la hospitalidad le da el primer lugar al invitado y lo valoriza como persona. En la práctica de la hospitalidad, todo lo que ofrecemos se hace con el fin de atender las necesidades de esa persona, y tenemos como referencia la Palabra de Dios. El Señor nos asegura que, por medio de su gracia, podemos atender las necesidades de los demás, confiados en que él suplirá lo que falte. Debemos invitar a la gente a venir a nuestro hogar, para que disfrute del calor y la amistad de un círculo familiar.

Algo para recordar

Cuando invite a alguien a una comida en su casa, planifique el menú antes de ir al supermercado. De este modo, comprará todo lo que va a necesitar, sin los apuros de última hora. No tenga en mente preparar platos complicados, sino sencillos y sabrosos. De esta manera, no se cansará en su preparación y sus invitados no se sentirán en la obligación de retribuir con algo que esté más allá de sus posibilidades.

No invite sólo a sus amigos; hay muchas otras personas que necesitan de su actitud fraterna. Están las que se sienten despreciadas, las que no le pueden retribuir la invitación, las que no son populares o las que nunca recibirán la invitación de parte de nadie; y usted va a encontrar a toda esta gente en la iglesia.

Que el Señor nos inspire y nos motive a fin de poner en práctica la hospitalidad cristiana, para que los invitados lleguen a ser nuestros amigos, y los amigos se conviertan en nuestros hermanos.

Sobre el autor: Coordinadora de AFAM em la Unión del Este de la Rep. del Brasil.