La sola implantación del sistema no garantiza el éxito, que sólo se logra si los participantes asumen un verdadero compromiso misionero, y si hay un liderazgo competente con visión y fe.

Los resultados alcanzados hasta ahora indican que los Grupos pequeños se están convirtiendo en una importante contribución para el cumplimiento de la misión y la preparación de la iglesia para sus últimos días en la tierra, y sus días de gloria en el cielo. Junto con esos notables resultados, el optimismo se ha apoderado de las iglesias que han vivido esta experiencia, de modo que este sistema se ha vuelto sumamente necesario y convincente, sobre todo si consideramos los cambios sociales por los que está atravesando el mundo.

Pero, por otro lado, están surgiendo algunas cuestiones importantes que necesitan respuestas sinceras: ¿Producirán los Grupos pequeños cambios importantes y definitivos en la iglesia? ¿Tendremos, al fin, la iglesia de nuestros sueños? ¿Resistirán los Grupos pequeños su fase inicial y se consolidarán realmente como un método revolucionario, en lo que a la ganancia de conversos se refiere? ¿Contribuirán al reavivamiento y el fortalecimiento de la iglesia de los últimos días? ¿Se convertirán en un estilo de vida para la iglesia?

Una breve reseña

Diez años después del comienzo de los Grupos pequeños en el Brasil, de acuerdo con los modelos aplicados, ya se pueden responder con bastante seguridad algunas de esas preguntas. En la última parte de la década de 1980 se dio comienzo a las primeras experiencias. Su pretensión era procurar el reavivamiento que habilitaría a la iglesia para cumplir su misión de los últimos días. Algunas iglesias se organizaron en pequeños grupos de evangelización, generalmente llamados “grupos familiares”, con un éxito notable. Esos grupos tenían una existencia cíclica y, por alguna razón, suspendían sus actividades. El desafío fue, entonces, formar pequeños grupos permanentes, que buscaran al Espíritu Santo para dar testimonio con poder, como ocurría en los días apostólicos.

En los comienzos de la década de 1990, los Grupos pequeños comenzaron de manera sistemática en las iglesias de un distrito de la zona sur de Sao Paulo. No sólo ese distrito aumentó sus bautismos en un 116% de un año para el otro, sino también, incluso, el índice de apostasías se redujo drásticamente. Muchos feligreses que se habían apartado volvieron a una calidad de vida espiritual, y la iglesia experimentó una señalada renovación.

En 1955 comenzó una notable experiencia con los pequeños grupos en la iglesia central de Acarayú, Sergipe. Ese distrito ofreció una demostración importante del hecho de que los Grupos pequeños son un método viable, práctico y económico de ganar conversos, en cantidades muy superiores al promedio. Allí también se verificó la reducción de las apostasías. El distrito pasó de un promedio de 150 bautismos anuales en 1995, a 501 en 1997 y 620 en 1998, año en que se dividió la región. En sólo tres años hubo un crecimiento del 170 % en el número de fieles. Las apostasías, que en ciertas congregaciones llegaba al 50 %, descendieron, en algunos casos, a menos del 5 %.

El año antepasado, la Misión de Sergipe-Alagoas puso en marcha los Grupos pequeños en todo el campo, y bautizó a 4.025 personas, con un crecimiento de casi el 30% con respecto al año anterior. El año pasado, hacia el mes de junio, se habían bautizado 2.500 personas. Esa misión tiene, ahora, 1.200 Grupos pequeños en sus 25 distritos pastorales. La Unión del Nordeste ya tiene más de 10.000 Grupos pequeños en todos sus campos. Algo parecido ya se puede apreciar en otras regiones del Brasil y de América del Sur.

Un método antiguo

El surgimiento de los Grupos pequeños en la Iglesia Adventista era sólo cuestión de tiempo. Primero, porque, de una manera general, las iglesias siempre usaron este método. En segundo lugar, la Biblia y los escritos del espíritu de profecía lo presentan como un método usado por Israel, por los discípulos, por la iglesia primitiva y por nuestros pioneros, que durante mucho tiempo no tuvieron templos para reunirse, y lo hacían en los hogares. Y, en tercer lugar, porque las iglesias evangélicas contemporáneas hace décadas que ya están practicando este método, con excelentes resultados, y están usando las orientaciones de Elena de White.

El pastor Jim Zackrison, director de Ministerio Personal de la Asociación General, visitó, hace algunos años, a Paul Yonggi Cho, pastor de una iglesia evangélica de Corea del Sur, en momentos que esa comunidad estaba creciendo explosivamente como consecuencia de la aplicación del método de los Grupos pequeños. En esa oportunidad, el pastor Cho le dijo que había tomado la idea de los Grupos pequeños de un libro adventista; y le mostró El servicio cristiano, escrito por Elena de White.

Después de esta reseña, no podemos decir que se trate de un método moderno, pero sí podemos afirmar que lo hemos vuelto a descubrir recientemente, y ese descubrimiento está contribuyendo a la formación de una iglesia compatible con su obra y su misión. Los Grupos pequeños han sido puestos en marcha no sólo como un método revolucionario por algunas iglesias, sino también por otros grupos sociales como, por ejemplo, la mayoría de las grandes empresas. Se calcula que hoy, en los Estados Unidos, aproximadamente un 40% de la población está participando, de una manera u otra, en las actividades de pequeños grupos.

A pesar de que en la Biblia figuran claramente, los Grupos pequeños no aparecen en ella como un método de evangelización o conservación, sino más bien como un principio importante que se debe seguir a fin de tener éxito en esos dos aspectos. En el Antiguo Testamento, en la historia de Israel, los Grupos pequeños se destacaron como método de conservación, ya sea en el ambiente familiar (porque así estaba organizada la iglesia), o en movimientos nacionales de resistencia y preservación, tanto religiosa como cultural. (Véase Nehemías 3.)

En el Nuevo Testamento, los Grupos pequeños tenían una orientación francamente evangelizad ora, sin dejar de lado los aspectos de conservación y servicio que justifican la institución del diaconado (Hech. 6:1-7). Como los cristianos primitivos no tenían templos y ya no podían reunirse en el templo de Jerusalén por causa de la persecución, se reunían en las casas. Los Grupos pequeños, en ese caso, no eran una opción, sino la única manera de preservar la existencia de la hermandad. Así vivían todos; era realmente el estilo de vida de la iglesia. “Y perseverando unánimes cada día […] y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hech. 2:46, 47).

El factor del liderazgo

El éxito de los Grupos pequeños depende de dos factores fundamentales. El primero está directamente relacionado con su administración; y ésta depende de la visión, la pasión y la buena disposición de la gente que dirige la iglesia local. El mero hecho de poner en marcha los Grupos pequeños no garantiza el éxito. No es como un programa de computación, que funciona de la misma manera con cualquier aparato, con tal que sea compatible. Los Grupos pequeños dependen de la gente, el liderazgo, la visión y la fe y esto no es una deficiencia; es, en cambio, la garantía de su calidad.

Los Grupos pequeños se han puesto en marcha en centenares de iglesias, y los resultados han sido diferentes, porque las iglesias son diferentes. Las diferencias no dependen sólo de las circunstancias, pues se deben a dos razones: 1) Las iglesias tienen características diferentes, que es necesario respetar. 2) Se deben seguir los principios relativos a la implantación y el funcionamiento de los Grupos pequeños. No hay que confundir principios con conceptos o estrategias. El principio es universal e invariable; se aplica a los Grupos pequeños de cualquier región o país. Los conceptos son ideas generales y parciales que se pueden modificar. Y las estrategias son maneras específicas de actuar de aplicación local y definida. Los pequeños grupos funcionan de acuerdo con ciertos principios que, según cuáles sean los conceptos que se apliquen, determinarán las estrategias que se emplearán.

La verificación de la buena aplicación de los principios, los conceptos y las estrategias se manifiesta por medio de los resultados. Aunque no podamos esperar una precisión matemática, sí podemos esperar una considerable revitalización en las iglesias que están trabajando con los Grupos pequeños. Si se los puso en marcha y no se produjo ningún cambio, ya que la vida y los índices de crecimiento de la iglesia siguen como de costumbre, algo habrá que revisar antes de responsabilizar al método o comprometer su credibilidad. No podemos pensar que los Grupos pequeños no sirven porque en alguna parte no funcionaron bien; si no se han desarrollado como se esperaba o los resultados no han sido los esperados, ciertamente hubo fallas, pero eso no significa que no sean útiles para determinada iglesia por ser incompatibles con su manera de ser. Cuando eso parece suceder, es necesario revisar el proceso. Hay que verificar si se están aplicando los principios, si los conceptos son los que corresponden y si las estrategias que se están utilizando son las adecuadas; si lo pasos que se dieron para formar los Grupos pequeños fueron lo correctos, si hubo una colaboración eficaz, si se cumplieron las condiciones con competencia, amor y fe.

Algunas iglesias reaccionan mejor porque ofrecen mejores condiciones. Las iglesias misioneras, unidas, que cuentan con buenos dirigentes y que están en buenas condiciones, lo tienen todo para lograr el éxito. Pero ya se dio el caso de Grupos pequeños que tuvieron éxito a pesar de que las iglesias eran tibias, estaban desunidas y carecían de un liderazgo eficiente. Los seres humanos son importantes y, si no estuvieren listos, se los debe preparar.

También se ha dado el caso de que, en algunas iglesias, los Grupos pequeños apenas sí tuvieron alguna influencia sobre las tareas evangélicas, porque no se asimilaron ni sus principios ni sus propuestas. El éxito del plan no se puede evaluar sólo por el número de bautismos. Para entenderlo, es necesario que consideremos algunos conceptos acerca del tema. Hace poco, se debatía acerca de si los Grupos pequeños son un programa o un estilo de vida. Es más fácil asimilar un programa que un estilo de vida. La idea de “programa” está asociada a algo mecánico, impersonal, algo que se debe hacer, pero es imprescindible que todo eso esté bien elaborado, bien propuesto, bien ejecutado. La verdad es que los Grupos pequeños no son un programa; contienen un programa que se debe desarrollar y ejecutar. Pero, según cuál sea el momento y la manera de aplicarlos, se puede decir si son un programa o un estilo de vida.

Los Grupos pequeños se desarrollan como un proceso y se establecen como un sistema. Su evolución pasa por un reavivamiento espiritual, que promueve la participación de los miembros de iglesia en las tareas evangélicas y que da como resultado un aumento del número de bautismos y una reducción de la apostasía. Pasa por el resurgimiento de una conciencia colectiva en cuanto a su importancia para la vida de los miembros, la familia y la iglesia. Cuando eso sucede, podemos decir que la implantación del proyecto fue un éxito. No se trata de que la iglesia tenga Grupos pequeños: está constituida por Grupos pequeños; vive como consecuencia de ellos. Entonces, podemos decir que los Grupos pequeños son un estilo de vida.

Aunque muchas iglesias estén trabajando ahora con los Grupos pequeños, es necesario tomar en consideración las diferencias que se manifiestan en los resultados numéricos y cualitativos. En la mayoría de ellas, los miembros están felices y satisfechos. Pero ha habido iglesias en las que no se produjeron cambios en lo que se refiere a bautismos, apostasías, reavivamiento, diezmos y ofrendas. ¿Cuál podría ser la causa de esas diferencias? ¿Por qué algunas de las iglesias que pusieron en funcionamiento los Grupos pequeños no lograron emprender vuelo? ¿Por qué, en otros casos, el proyecto abortó? Se espera que una idea divina siempre acierte y tenga resultados extraordinarios; y los Grupos pequeños son una idea divina (Servicio cristiano, p. 92). Esto nos lleva a considerar otro factor de éxito de este programa.

El factor espiritual

El aspecto espiritual incluye una vida de oración y de consagración de parte de los líderes. La consecuencia de ello es una iglesia reavivada. El desarrollo espiritual y el crecimiento numérico deben ir de la mano en los Grupos pequeños; no sólo esto o lo otro, sino los dos al mismo tiempo. Los Grupos pequeños no se pueden convertir en el brazo mecánico de la actividad misionera, so pena de producir gran frustración. Las iglesias que los hacen funcionar sólo para aumentar su número de bautismos pueden terminar perdiéndose en el proceso.

Un pragmatismo impregnado de un sentido de urgencia podría sugerir que los Grupos pequeños no perdieran el tiempo procurando un reavivamiento, sino que deberían organizarse para actuar inmediata, directa y exclusivamente en las tareas de evangelización. Pero tampoco podemos olvidar que no puede haber reavivamiento si no existen vidas transformadas; y no hay vidas transformadas sin que, al mismo tiempo, surja el fervor misionero. La historia nos demuestra que cada vez que se produjo un reavivamiento, en cualquier época y lugar, hubo, paralelamente, grandes resultados en las tareas de evangelización.

Para cumplir la orden evangélica: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”, Jesús garantizó la provisión de poder (Mar. 16:15; Hech. 1:8). Los discípulos entendieron que la condición para predicar el evangelio era el cumplimiento de esa promesa de Cristo. Volvieron, unidos, a Jerusalén y buscaron ardientemente el poder prometido (Hech. 1:12-14). Eliminaron toda diferencia y discordia, y eran del mismo parecer; entonces, ocurrió lo inevitable: Dios derramó sobre ellos la presencia del Espíritu Santo (Hech. 2:1-4). Se trató de algo más que una emoción conmovedora: fue la habilitación definitiva para la predicación del evangelio. En cuanto recibieron la unción del Espíritu Santo, salieron a predicar. Y no es sorprendente que casi “tres mil personas” se convirtieran como resultado de un solo sermón (Hech. 2:37-41).

La presencia del Espíritu Santo nos garantiza el éxito en la predicación del evangelio. Cristo nos desafía y nos promete: “Pedid, y se os dará” (Luc. 11:9). Los recursos, las técnicas, los buenos métodos nos pueden ayudar, pero lo que establece la diferencia es la presencia y el poder del Espíritu Santo en la vida de los creyentes, del Grupo pequeño y de la iglesia. Si la iglesia de nuestros sueños se asemeja a la iglesia primitiva, entonces debemos tratar de imitarla. Debemos orar como los primeros cristianos, buscar el poder como ellos lo buscaban y trabajar como ellos trabajaban. Si lo hacemos, ciertamente recibiremos el mismo poder que recibieron ellos y llevaremos a término la obra que ellos comenzaron. Tomemos ahora mismo la decisión de que la iglesia de nuestros sueños sea como la iglesia apostólica.

Sobre el autor: Director de Ministerio Personal, Escuela Sabática y Evangelismo en la Misión de Sergipe Alagoas, Rep. del Brasil.