No hay lugar para pasajeros de primera clase.
Un hombre sacó un pasaje para viajar en diligencia. Había boletos de primera, segunda y tercera clase. Pero cuando fue coche, vio que todos estaban sentados juntos, sin ninguna diferencia. Partió la diligencia, y al rato llegó al pie de una colina. El coche se detuvo, y el cochero gritó: “Pasajeros de primera, permanezcan sentados. Pasajeros de segunda, salgan y caminen. Pasajeros de tercera, vayan atrás y empujen.”
En la iglesia no tenemos lugar para pasajeros de primera, gente que cree que la salvación significa un viaje cómodo al cielo. No tenemos lugar para los pasajeros de segunda, que son transportados la mayor parte del tiempo, y que cuando tienen que trabajar van caminando por su cuenta sin pensar en la salvación de los demás. Los cristianos deben ser pasajeros de tercera, listos para bajar del coche, empujar todos juntos y empujar bien fuerte (D. L. Moody, Doscientas Anécdotas e Ilustraciones).
No es necesario conocer la maldad.
Hay jóvenes que afirman que es necesario practicar lo bueno y lo malo. ¡Qué tontería! No es necesario que yo meta la mano en el fuego para saber si quema.
Un barco había encallado en el Río Misisipí, y el capitán no podía zafarlo. Por fin llegó un joven que le dijo:
__Capitán, tengo entendido que usted necesita un piloto que lo saque de este apuro.
—Así es. ¿Usted es piloto?
—Sí, señor.
—¿Conoce todos los peligros y bancos de arena?
—No, señor.
—Entonces, ¿cómo piensa sacarnos de aquí si no sabe dónde están?
—Es que sé donde no están (D. L. Moody, Doscientas Anécdotas e Ilustraciones).