El apóstol dice en 1 Pedro 2:21:

“Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que vosotros sigáis sus pisadas”. El Señor es ejemplo para cada miembro de iglesia, oficial, anciano, pastor, presidente de campo, de unión, de división y de la Asociación General. Cristo es nuestro ejemplo como dirigente en la causa del Altísimo.

Lo primero que nos impresiona en Jesús como dirigente es su total dependencia de Dios. Era hombre de oración. Los evangelios nos cuentan que a menudo se levantaba aun de noche para orar, y nos dicen también que mucho tiempo después de concluida la jornada el Maestro continuaba orando. En Lucas 3:21 se nos dice que “orando (Jesús), el cielo se abrió”. Cuando Jesús oraba, el cielo se abría. El Maestro dependía de su Padre Celestial. Recibía sabiduría y fuerza para actuar como dirigente. Su Padre Celestial se la proporcionaba. Nosotros también, como dirigentes, debemos ser ante todo hombres de oración. Debemos vivir en intima comunión con el cielo, totalmente dependientes del Altísimo, y debemos recibir del Padre la sabiduría y la fortaleza que necesitamos en nuestra tarea.

En Juan 13:1 se nos dice que “como había amado [Jesús] a los suyos que estaban en el mundo, amólos hasta el fin”. Jesús amaba a sus discípulos. Su relación con sus colaboradores se basaba en el amor. No vino a despedir a nadie de la obra. Amaba a todos. Trabajó incansablemente para que tuvieran buen éxito. Y finalmente, si uno de ellos se perdió, fue porque ese discípulo quiso perderse. Es evidente que el Maestro hizo todo lo posible a fin de salvarlo para la obra y el reino. Tales debieran ser también nuestros sentimientos, como dirigentes, hacia los obreros que nos acompañan. Nuestra relación con ellos debiera estar basada en el amor. Debiéramos trabajar fervientemente para encauzarlos, con la ayuda de Dios, por senderos de triunfo. Debiéramos recordar siempre que el buen éxito de ellos es nuestro éxito y que el fracaso de nuestros colaboradores es nuestro fracaso.

Al estudiar los evangelios resulta clarísimo que Jesús no vino a este mundo a improvisar. En una ocasión dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra” (Juan 4:34). En su memorable oración sacerdotal, registrada en Juan 17:4, añade: “He acabado la obra que me diste que hiciese”. Vino a desarrollar un plan. Lo llevó a cabo con total exactitud y eficiencia. Nada de lo que hizo estuvo librado a la improvisación. En este sentido también es nuestro ejemplo. Si somos sinceros e imparciales, tendremos que reconocer que si la obra del Señor no avanza tan rápidamente como lo desearíamos, se debe en gran medida a que estamos atravesando por una verdadera crisis de planificación y organización. El dirigente cristiano que imita a Jesús, traza planes y los lleva a cabo con metódica organización y acción dinámica. Inspira a sus obreros también a que planifiquen y organicen. En más de un caso enseña a planificar y a organizar. Traza en armonía con su junta directiva los planes generales que debe llevar a cabo su campo o institución, de manera que nada quede librado a la improvisación, y todo se realice para gloria de Dios y progreso de la obra.

En cuanto a su sistema de organización, encontramos un elocuente ejemplo en el incidente relatado en Marcos 6:37- 41, que se refiere a la alimentación de los cinco mil con algunos pececillos y unos cuantos panes. Estos versículos son todo un tratado de organización cristiana. Vemos a la gente sentada en grupos regulares, formando cuadros perfectos, como manzanas de alguna ciudad moderna, con calles para que los discípulos pudieran circular. Vemos al Maestro multiplicando milagrosamente los panes y los peces, y a él como dirigente distribuyendo ese alimento milagroso a los discípulos, para que ellos a su vez lo distribuyeran a la multitud. La organización de Jesús implicaba también economía. Al terminar aquella cena maravillosa, sobraron doce canastos. Nada se perdió.

Otro rasgo del carácter de Jesús que hace de él un ejemplo para los dirigentes cristianos es el orden. “Llegó luego Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos echados, y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino envuelto en un lugar aparte” (Juan 20:6, 7). Jesús no dejó tirados los lienzos y el sudario. Se tomó tiempo y trabajo, en el instante de su glorificación, para dejarlos correctamente doblados y ubicados en su lugar. Mucho del retraso en la obra del Señor es fruto del desorden. Imitemos a Jesús en esto también.

Jesús es nuestro ejemplo en carácter. Pedro nos dice que era intachable. En efecto, nos asegura que “no hizo pecado; ni fue hallado engaño en su boca” (1 Pedro 2:22). La Hna. White dice que “hay pecadores en el ministerio”. Indudablemente la sierva del Señor no se refiere sólo a los adúlteros, deshonestos o mentirosos. También es pecador el que trata de escalar alturas en la obra sin dejar que Dios dirija su vida y lo ubique en el lugar donde podría servir a la causa con mayor provecho. También es pecador el dirigente que teje intrigas con fines aparentemente cristianos y loables pero que en última instancia no serán más que la cristalización de sus propias ambiciones y egoísmos. Es pecador el presunto dirigente cristiano que lleva a cabo una insidiosa campaña de desprestigio de alguno o de algunos de sus colegas en el ministerio con el propósito de cerrarles el paso o impedirles avanzar. Es pecador el dirigente cristiano que actúa frente a sus colaboradores en forma instintiva: por simpatía o antipatías, y que por lo mismo pierde la ecuanimidad y el equilibrio en su trato con el prójimo, y dice cosas y realiza actos que tienden a promover desmedidamente a aquéllos a quienes favorecen, y a desanimar a los que no tienen el privilegio de gozar de su gracia. Jesús no era así. “No hizo pecado; ni fue hallado engaño en su boca”. Nosotros debemos ser como él. Lo lograremos únicamente estudiando a fondo su vida, sumergiendo nuestra vida en la suya y permitiéndole hacer morada en nuestro corazón, como resultado de una consagración plena y cabal.

Tal vez uno de los resúmenes más impresionantes del amoroso plan de Dios para salvar al hombre lo encontremos en Filipenses 2:5-7. Allí vemos a Jesús en su condición de Dios. Nadie lo obligó a abdicar de esa condición. Impulsado sin embargo por el amor, al ver la situación en que el pecado sumió al hombre, se despojó de su divinidad para asumir la naturaleza humana, y descendió peldaño tras peldaño la escalera de la humillación, llegando a siervo, y luego manifestando obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz. ¡Qué ejemplo para los dirigentes cristianos! ¡Qué poca cosa somos, a la luz de estas declaraciones de la Palabra, cuando llegamos a pensar que por el hecho de estar ocupando una presidencia de campo o la dirección de una institución ya no podemos hacer nada que sea más sencillo o de jerarquía aparentemente inferior! Si Jesús, que era Dios, se hizo reo de muerte por mí, yo puedo llegar a dejar de ser presidente de asociación para ser simple portero en la casa del Señor, sin ningún menoscabo para mi dignidad. Y si consagro todo mi ser para realizar la tarea de portero, de todo corazón, sin duda estaré haciendo la obra del Señor.

Jesús, como dirigente religioso, poseía un corazón que latía al unísono con el de sus semejantes. Manifestaba simpatía y compasión hacia los pobres seres humanos. Tal es lo que dice el evangelista en Mateo 9:36. Nosotros, como dirigentes cristianos, debemos tener un corazón semejante al de Jesús. Aun cuando tengamos que reprender, debemos hacerlo siempre con simpatía y compasión. Así como Jesús no quebró la caña cascada ni apagó el pábilo que humeaba, nosotros debemos ejercer la máxima simpatía y la compasión más grande para salvar a nuestros compañeros en la obra y a nuestros hermanos en la fe, y colaborar con el Maestro para llevarlos al buen éxito en la vida cristiana.

Al estudiar las páginas resplandecientes de los evangelios, descubrimos otras cualidades de Jesús, que deben manifestarse también en todo dirigente cristiano. Era amable y cortés. Enseñó a dar la túnica a aquel que pedía la capa. Enseñó a andar la segunda milla. Enseñó a ofrecer la otra mejilla al que nos quisiera abofetear. Estas enseñanzas suyas no eran teoría. Trató con cortesía intachable al que lo maltrató en presencia del sumo sacerdote. Sin amabilidad y cortesía no se puede ser dirigente cristiano. Los obreros y los hermanos deben encontrar en su presidente, gerente, director o pastor, un hombre accesible, bondadoso y cortés, que allana las dificultades, que comprende los problemas, y que trata sinceramente de encontrar la mejor solución posible. Imitemos a Jesús en esto.

Jesús era diligente. Evidentemente la obra cristiana no es para haraganes. No hay lugar para ellos en la causa de Dios. Jesús lo demostró con su vida de intenso trabajo. No marcaba tarjeta en el reloj de control. Trabajaba intensamente todo el día predicando, sanando y enseñando, y después dedicaba mucho tiempo todavía a orar. Indudablemente, en esos períodos de oración recibía la fuerza y la sabiduría que después volcaba en diligencia incansable durante las tareas del día. En esto también pongamos nuestra planta en la huella de Jesús.

El Maestro era un extraordinario dirigente: era hábil y tenía buen criterio. Estas dos cualidades constituyen un “sine qua non” del dirigente cristiano. El Maestro puso en evidencia su habilidad al confundir vez tras vez a los maliciosos dirigentes judíos que querían entramparlo con sus preguntas capciosas. Su buen criterio se echa de ver también en los consejos, la orientación y la enseñanza que impartió a sus discípulos, y en la forma extraordinaria en que dirigió la obra para que la aparente derrota se convirtiera en el triunfo de los siglos.

Una última cualidad de Jesús: el valor. No se puede ser dirigente cristiano y cobarde a la vez. El Maestro iba a donde tenía que ir sin temor de las amenazas, y decía lo que tenía que decir sin el menor miedo a los adversarios de la verdad. No podemos ser pusilánimes y dirigentes cristianos. Por supuesto, no es necesario despertar sin motivo las iras de los enemigos de la verdad, pero sí es necesario llevar el Evangelio a toda la tierra y decir la verdad con claridad meridiana. Nuestros obreros y hermanos, al observar nuestro valor, se sentirán inspirados también para hacer frente a los peligros, y de ese modo estaremos colaborando con Jesús para constituir una falange de cristianos capaces de hacer frente a la mayor persecución de todos los siglos, a saber, la que despunta ya en el horizonte de la historia.

Que Jesús sea nuestro ejemplo como dirigentes cristianos. Que seamos hombres de oración como él lo fue y que dependamos como él de nuestro Padre celestial. Que amemos a nuestros colaboradores en el ministerio con un amor como el suyo, que nos impulse a “soportarlos con misericordia”. Que tracemos planes sabios, como él lo hizo, y que los realicemos tan cabalmente como él los cumplió. Que seamos organizados y ordenados como Jesús.

Que no haya pecado en nuestras vidas y que el amor, la abnegación, la humildad y el espíritu de servicio formen parte inseparable de nuestro carácter. Que haya en nosotros simpatía y compasión, amabilidad y cortesía, diligencia, habilidad, criterio y valor cristiano.

Hagamos de Jesús nuestro ejemplo como dirigentes en la obra.

Sobre el autor: Director del Depto. de Escuela Sabática y Deberes Cívico – Religiosos de la División Sudamericana. El autor escribió este articulo siendo aún presidente de la Asociación Uruguaya.