Las oportunidades que la iglesia y el pastor tienen para prestigiar el Evangelio y hacer ver ante el mundo su sagrada misión, son sencillamente extraordinarias. No nos estamos refiriendo en esta ocasión a las múltiples oportunidades que se presentan en la celebración de los cultos y ritos regulares de la iglesia, que todos conocemos y practicamos, y que también deben ser aprovechadas al máximo para prestigiar la obra del Evangelio, sino que quisiéramos llamar la atención de los compañeros en el ministerio a ocasiones especiales que podemos usar para dignificar la obra del Maestro y despertar un aprecio hacia la causa y el mensaje de la iglesia.
En estas ocasiones especiales, así como en las regulares, la iglesia debe obrar junto con su pastor a fin de realizar una obra constructiva en favor suyo y del mundo. Las reuniones especiales son diversas, pero en este artículo sólo quisiéramos considerar la celebración de las bodas, tanto de plata como de oro. Sin excepción, la gente celebra estas bodas como una fiesta social de mayor o menor trascendencia, pero algunos desean que además de la celebración social, la iglesia participe con un acto religioso en el cual el pastor hable y actúe. Este deseo lo encontramos no solamente entre los que son de nuestra fe, sino muchas veces también entre quienes, aunque no pertenecen a la iglesia, miran con simpatía al pueblo de Dios y esperan de él algo especial. Por regla general, el pastor se pregunta: “Y en esta ocasión, ¿qué hago?”. Es indudable que no tenemos establecido ningún precepto ni mucho menos ritual para una ocasión tal, y el propósito de este artículo es el de poner a disposición de los compañeros algunas ideas y sugerencias que podrán ser oportunas y provechosas para practicar en la iglesia una celebración tal.
Las bodas de plata, que son la celebración de los 25 años de casados, son más frecuentes que las bodas de oro, que son de 50 años de casados. Por lo tanto, en este artículo consideraremos las bodas de oro, pero las ideas que damos pueden adaptarse tanto para una como para otra ocasión. En cualquier caso, además de la fiesta social, cabe perfectamente un acto religioso, que podría ser de agradecimiento a Dios y confianza en su dirección.
Si se hace algo en la iglesia como lo que aquí sugerimos, el arreglo de la misma debe ser sobrio. El matrimonio, que puede estar acompañado de testigos, se colocará de pie frente al ministro, el cual, después de algunas breves consideraciones de los conceptos que la sierva del Señor da referente al hogar cristiano, podría decir algo más o menos así:
“Amados hermanos: Estamos congregados aquí delante de Dios y en presencia de estos testigos, para participar en la renovación de los votos matrimoniales, tomados a este hombre y a esta mujer, hace cincuenta años.
“Esta larga vida matrimonial de fe, amor y devoción, del uno para con el otro, y que ha durado ya por medio siglo, ha sido una bendición no sólo para los contrayentes, sino también para nosotros que hemos gozado de la influencia de ellos.
“Después de haber convivido por cincuenta años, con éxito y felicidad, los J dos están de pie para dar testimonio de que la ley matrimonial es divina e instituida por Dios, siendo además honorable para todos; están aquí para testificar que, en el hogar, la vida de casados es tan sagrada y hermosa, que no debe tomarse inconsideradamente, sino reverente, discreta, avisada y sobriamente, en el temor de Dios.
“Ahora se presenta para formular de nuevo los votos que formularon hace cincuenta años. Hoy como ayer, en la presencia de Dios y ante estos testigos, se dan sus corazones y sus manos”.
Y dirigiéndose al esposo por su nombre, continuará:
“…hace cincuenta años tomaste a esta mujer cuya mano tienes, como tu legítima esposa, para vivir con ella en el santo estado del matrimonio. Prometiste amarla, consolarla, servirla, cuidarla en enfermedad y en salud, prometiste apartarte de las otras mujeres, y vivir sólo con ella mientras los dos vivieren. Por cincuenta años has sido fiel a este voto. ¿Quieres ahora, en la presencia de Dios, y ante tus hijos, nietos y amigos, renovar esos votos y continuar tu fidelidad hacia ella, mientras los dos vivieren?”
La contestación debe ser afirmativa, y al dirigirse a la esposa por su nombre dirá:
“…hace cincuenta años tomaste a este hombre, cuya mano tienes, como tu legítimo esposo, para vivir con él en el santo estado del matrimonio. Prometiste amarlo, consolarlo y servirlo, cuidarlo en enfermedad y en salud, apartándote de todos los otros hombres, para vivir sólo con él mientras los dos vivieren. Por cincuenta años has sido fiel a este voto. ¿Quieres ahora, en la presencia de Dios, de tus hijos, nietos y amigos, congregados aquí, renovar esos votos y continuar tu fidelidad a él, mientras los dos vivieren?”
La respuesta debe ser afirmativa. Una oración ferviente a Dios, de agradecimiento y consagración, terminará el servicio de aniversario, no sin felicitar cariñosamente a los que por cincuenta años han levantado muy alto la institución matrimonial.
Con algunas modificaciones, esta misma forma puede ser adaptada para los que celebran sus “bodas de plata”, cuidando de citar los familiares que tengan ellos.
En el próximo número daremos algunas sugerencias para otras ocasiones especiales.
Sobre el autor: Pastor de la iglesia Central de Montevideo, Uruguay.