El cayado es un arma indispensable para el pastor. Sin el cayado, las ovejas quedan sin protección y la acción del pastor resulta infructífera. Un rebaño sin pastor es deplorable y un pastor sin cayado es un fracaso.
En el ministerio del Evangelio son indispensables dos cayados, uno encargado de velar por el rebaño del Señor —las pobres ovejas heridas por el pecado y expuestas al enemigo. Leemos referente a esto en Zacarías 11:7: “Apacenté, pues las ovejas de la matanza, esto es, a los pobres del rebaño. Y tomé para mí dos cayados: al uno puse por nombre Gracia, y al otro Ataduras; y apacenté las ovejas”.
Aquí tenemos las dos varas, los dos cayados: Gracia y Ataduras. Jesús, el Gran Pastor, poseía estos dos cayados. El evangelista dice: “Y Jesús crecía en sabiduría, y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Luc. 2:52). Y el espíritu de profecía lo confirma: “Durante su infancia, Jesús manifestó una disposición especialmente amable. Sus manos voluntarias estaban siempre listas para servir a otros. Revelaba una paciencia que nada podía perturbar, y una veracidad que nunca sacrificaba la integridad. En los buenos principios, era firme como una roca, y su vida revelaba la gracia de una cortesía desinteresada” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 49).
La gracia acompañó a Jesús desde la infancia. La atadura también fue su atributo. Vino a afirmar la paz en los corazones agitados.
¡Qué digno de compasión es un ministro sin estas dos armas! A menudo recibimos informes de iglesias confundidas, en franca desunión, en abierto conflicto: hermanos contra hermanos, y el rebaño vuelto contra su propio pastor.
Sucede que el responsable de las desventuradas ovejas trae consigo otras armas. En lugar de la gracia, aspereza; en lugar de la unión, guerra. Y el resultado es fatal. La sagrada obra del Evangelio es impedida por la mala voluntad, por la desobediencia de las ovejas acosadas por los estímulos del demonio o arruinadas por la propia vara del pastor.
El mundo ya comprende que el cultivo de las relaciones humanas es un imperativo de esta época de incomprensiones y odios. Pero parece que muchos pastores se olvidan de usar la gracia y la unidad. Usan el bastón para golpear más y más el rebaño, ya acosado por las duras tentaciones de Satanás.
Sin estos dos cayados de Zacarías 11:7, cualquier pastor está destinado al fracaso, aun cuando fuese depositario de valiosos talentos. Es muy común entre los estudiantes que aspiran al sagrado ministerio, encontrar aquellos que descuidadamente dicen: “Cuando yo esté en mi iglesia, las cosas serán de tal o cual forma”. Terminan sus estudios y van a las iglesias sin las dos varas —gracia y unión. Después nos llegan las noticias: ¡Fulano no está más en el ministerio! ¡Mengano desistió de ser ministro!
¡Oh! ¡Qué terrible! Las almas están cansadas de luchar solas… Los lobos voraces las quieren tragar y ellas desean ardientemente la compañía de un pastor, que, a semejanza del Divino Pastor, les cure las heridas y las ayude a atravesar los valles oscuros.
Compañeros de la obra del Señor, ¡tomemos estos dos cayados y corramos en defensa de su rebaño!