Un pastor nos visitó un sábado. Hacía un viaje por todo el mundo. En medio de un excelente sermón nos dio la triste nueva de que hace años habían llevado a cabo una serie de conferencias en Europa, “y todos se alegraron porque se bautizaron trescientas personas”. Y añadió: “Pero actualmente apenas quedan uno que otro de los trescientos. Ahora otro evangelista se está preparando para llevar a cabo otra serie en ese mismo lugar. ¿Para qué llevar a cabo otra? Esa es la pregunta que surge”.
Un miembro que asistió a esta reunión, tiempo después pensaba en el fervoroso llamado de su pastor para asistir a una conferencia que se efectuaría esa semana, como parte de una serie. Pero acalorado y cansado después de un duro día de trabajo, prefirió quedarse en casa antes que asistir a la reunión. En el caso referido por el pastor visitante al comienzo, encontró la disculpa que andaba buscando. En adelante no permitiría que su conciencia perturbara sus horas de descanso. El evangelismo no valía la pena. De todos modos la gente entra por la puerta del frente y se va por la de atrás.
Una abertura en el cerebro
Desanimado y agotado por la dura tarea de ganar almas mediante el evangelismo público, un pastor evangelista que escuchaba en esa misma congregación comenzó a pensar seriamente. El orador había abierto una brecha en su cerebro y por allí había entrado el diablo a fin de sembrar la semilla de la duda. Durante muchos años ese pastor-evangelista había escuchado la misma declaración: “Tenemos más gente que se va por la puerta de atrás de la que salvamos mediante el evangelismo público”.
Así fue como el pastor-evangelista decidió, con la ayuda del diablo, cerrar la puerta —la puerta de atrás. Debemos cortar de raíz este mal, pensó. Debemos cerrar la puerta, todas las puertas. Si dejamos de traer gente a la iglesia mediante campañas evangélicas, entonces ya no tendremos que preocuparnos por temor a que se vayan por la puerta de atrás.
El pastor de la iglesia, que estaba sentado en la plataforma, pensó en lo que decía ese pastor visitante. Pensó: “El presidente de nuestra unión tenía razón cuando nos dijo en las reuniones del departamento de Escuela Sabática que el evangelismo público no es la respuesta, que en realidad podemos terminar la obra mediante escuelas sabáticas filiales. Tuvo un sobresalto cuando recordó que una mujer que había entrado a la iglesia mediante una filial luego había apostatado. Pero el sobresalto no duró mucho, apoyó sus pies firmemente contra la puerta de atrás, resuelto a cerrar la entrada a todo converso futuro que procediera del evangelismo público.
La puerta de adelante abierta y la de atrás cerrada
Otro pastor también oyó hablar de esta vergonzosa pérdida ocurrida en Europa. El también comenzó a pensar cómo cerrar la puerta —la puerta de atrás, por supuesto. Pero cuanto más pensaba en ello, tanto más comprendía que una puerta de atrás cerrada y una puerta de adelante abierta es algo incongruente. Al pensar en sus 18 años de trabajo como ganador de almas en diferentes iglesias’ de las que había sido pastor, y en las que había llevado a cabo diversas formas de evangelismo público y personal, quedó muy confundido.
Pensó en esa simpática familia por quien había trabajado durante tanto tiempo y tan duramente, dándole estudios bíblicos semana a semana durante más de un año. Prometían ser miembros modelos cuando fueron bautizados. Pero he aquí que varios meses después, por una cadena de circunstancias, salieron por la puerta de atrás de la iglesia.
Había otra hermana, una mujer llena de entusiasmo que aceptó el mensaje mediante un curso por correspondencia en el que se inscribió por un aviso aparecido en una de nuestras revistas. Un miembro laico había estudiado con ella y la había preparado para el bautismo. Nuestro pastor la había examinado personalmente antes de su bautismo, y la había encontrado bien preparada en todo sentido. Pero varios años después, cuando se mudó, no pidió su carta de traslado y con el tiempo fue borrada.
A medida que surgían nuevos casos en su mente, el pastor se preocupaba cada vez más. Estaba ese vecino de uno de los miembros que fue bautizado y después tuvo que ser borrado. Hasta había hijos de adventistas bautizados como resultado de una semana de oración y de una clase bautismal de la escuela de la iglesia, que ahora no estaban en el redil.
El pastor había escuchado muchas veces esta comparación: “Estamos perdiendo más de nuestros jóvenes por la puerta de atrás de los que estamos trayendo por la puerta, de adelante mediante el evangelismo público. Si pudiéramos salvar a todos los jóvenes de nuestra iglesia creceríamos con más rapidez que actualmente”.
¡Cierren todo!
A medida que transcurrían estos pensamientos por su mente, tomó una decisión. ¡Debemos cerrar la puerta —cerrar todas las puertas! De ahora en adelante seré un pastor de mi rebaño. Si puedo mantener cerradas las puertas para conservar los miembros que tengo, y hacer de ellos lo que deberían ser…
Mientras él pensaba, el diablo se regocijaba. Y con mucha razón, porque ¿acaso no fue el hombre que enterró su talento, en la parábola de Jesús, uno de los conversos de Satanás a la política de la puerta cerrada? ¿No había engañado a los judíos con la política de la puerta cerrada ganándolos firmemente para él? Si el diablo pudiera convencer a todos los hijos de Dios y a todos los ministros del Evangelio, para que cierren la puerta de la iglesia abierta mediante el evangelismo de la escuela sabática, escuelas de vacaciones. Voz de la Juventud, evangelismo de la página impresa, evangelismo por televisión, y cualquier otra clase de evangelismo, como también evangelismo público, podría convertirnos a todos en fariseos.
¿Por qué atacar el evangelismo público?
Volvamos a nuestro primer párrafo. ¿No hay peligro de que en nuestro entusiasmo por destacar cierto punto, nos unamos con el diablo en su tarea de anular los medios dados por Dios para salvar almas? ¿Es inofensivo atacar los métodos de evangelismo establecidos por Dios, a fin de promover la clase de evangelismo que Dios puede habernos llamado a efectuar nosotros? ¿No son peligrosas las comparaciones que rebajan una actividad buena, con el fin de promover alguna otra actividad que también es buena?
Si cerramos la puerta a toda clase de evangelismo público y personal, ¿qué ocurrirá? ¿Se cerrará con eso la puerta de atrás? Podría ser que se cierre para los miembros apóstatas que abandonan la iglesia, ¿pero no hay fariseos dentro de la iglesia, tan peligrosos como los apóstatas que están afuera? ¿Habría más esperanza de un apóstata que enmienda su camino antes de la venida de Jesús, que de un fariseo que descubre la verdadera religión?
Cuán equilibrado fue el consejo que Fordyce W. Detamore dio a un alumno que le preguntó si cierto método de ganar almas era bueno. Contestó con su acostumbrada afabilidad y amplitud de miras: “Todo esfuerzo hecho por Dios es bueno”. ¡Mantengamos ampliamente abierta la puerta de adelante!
Necesitamos colocar puertas más fuertes en la parte de atrás de nuestras iglesias, y mantenerlas firmemente cerradas. Como pastores, deberíamos preocuparnos de que esto sea así a fin de que nadie más se escape sin que lo advirtamos. Pero al mismo tiempo debemos ser tan realistas como Jesús. Según su propia parábola de la siembra, tres de cuatro personas que recibieron la semilla del Evangelio lo rechazarán con el tiempo. Uno de los propios discípulos de Jesús salió por la puerta de atrás y lo traicionó. Y Pablo habló de uno por quien había trabajado afanosamente: “Demás me ha desamparado, amando este mundo”. Cuando se han efectuado todos los esfuerzos posibles, y se ha hecho y dicho todo, la gente está en libertad de elegir el lado de Satanás.
Podemos hacer mucho para cerrar la puerta de atrás. A continuación presentamos algunas sugestiones concretas para mantener cerrada esa puerta:
- Iniciar el programa de prevenir la apostasía antes de que el candidato sea bautizado, preparándolo correctamente. Antes de ser bautizado, un candidato debería manifestar evidencia de conversión, debería ser instruido en todas las doctrinas características, debería asistir a la iglesia y a la escuela sabática, entregar el diezmo, pensar en enviar a sus hijos a la escuela de la iglesia, y leer los libros del espíritu de profecía.
- Visitar a menudo a los miembros antiguos y a los nuevos. “Como pastor del rebaño [el ministro], debería cuidar a las ovejas y los corderos, buscar a los descarriados y traerlos de vuelta al redil. Debería visitar a cada familia, no solamente como una visita para disfrutar de su hospitalidad, sino para averiguar cuál es la condición espiritual de cada miembro de esa familia” (Evangelism, págs. 346, 347).
El pastor de una iglesia de trescientos miembros o menos tiene suficiente tiempo para visitar a cada feligrés por lo menos una vez al año, y varias veces a los que tienen problemas. Hay sistemas que permiten mantener fácilmente al día la nómina de los miembros de iglesia. Utilizando diversos colores para los que están enfermos, los que están débiles o descarriados y para los nuevos, el pastor estará en condiciones de decidir con rapidez quiénes tienen necesidad más urgente de atención pastoral.
Las visitas pastorales pueden complementarse dividiendo la ciudad en distritos y asignando uno o varios a diferentes diáconos y ancianos.
- Conozca a sus ovejas. Cuando surge una crisis, cuando un hijo mayor está en dificultad, cuando falta un miembro, cuando se sospecha que hay problemas familiares, cuando surgen problemas financieros, cuando hay muerte o enfermedad, el pastor debe estar cerca de esos feligreses. Satanás aprovecha esas oportunidades para sembrar la semilla de la duda, y los miembros se tornan descuidados y comienzan a alejarse.
- Mantener un registro de asistencia el sábado de mañana. Esto puede lograrse utilizando una tarjeta de registro o un papel en blanco que cada miembro puede llenar. Otro método consiste en dividir la lista de la iglesia y distribuirla entre varios diáconos y diaconisas para que lleven el registro. En algunas iglesias los maestros de la escuela sabática pueden encargarse de tomar el registro. Hay muchos métodos para mantener un registro de asistencia de todos los miembros. El pastor debe elegir el que se adapte mejor a las necesidades de su iglesia.
- Cuando los miembros se mudan a otra ciudad, hay que comunicarse con el pastor de esa zona y avisarle acerca del cambio y de la llegada de esos miembros. Algunas iglesias utilizan una tarjeta impresa o mimeografiada para ese propósito. Otros pastores piensan que una carta personal es más eficaz. Cuando fallan otros medios, una llamada de larga distancia producirá resultados inmediatos.
- Integre a los nuevos miembros al programa de la iglesia. Esto puede llevarse a cabo con éxito designando a un miembro responsable que actúe como amigo secreto del recién llegado, a fin de familiarizarlo con los demás feligreses y con el programa total de la iglesia. A medida que estén en condiciones, conviene dar responsabilidades a los nuevos miembros, tanto en la iglesia como en la escuela sabática, puesto que esto los unirá firmemente a la iglesia.
- Mantenga activo en la tarea de compartir la fe a cada miembro nuevo. Todos los feligreses no son extrovertidos, y el pastor debe ampliar su horizonte de la tarea misionera incluyendo actividades en las que puedan participar hasta los más tímidos. Cuando esos feligreses que fueron ganados salen para ganar a otros, afirman su propia unión con Cristo.
- Para mantener a los seres humanos preparados para el reino, no hay poder más grande que el reavivamiento de la vida espiritual personal que resulta de la asistencia a una serie de evangelismo bendecida por la presencia del Espíritu Santo. Volver a escuchar el mensaje, ver a la gente realizar decisiones, vigoriza a los miembros y fortalece a los débiles. Por eso conviene celebrar por lo menos una serie de conferencias por año.
- El sábado de mañana predique la palabra de modo que los miembros puedan aplicarla a las realidades prácticas de la vida cristiana. Como dijo un ministro anciano: “Si pudiera volver a comenzar mi carrera ministerial, predicaría sermones más reconfortantes”.
- Procure que cada miembro reciba las revistas denominacionales y misioneras.
- Inscriba a cada miembro reciente en algún curso bíblico por correspondencia.
- Anote a los nuevos miembros en la clase de la escuela sabática que usted dirija, o en la clase del mejor maestro. Si tiene una clase para los que no son miembros de iglesia, mantenga a los recién bautizados en esa clase por lo menos hasta seis meses después de su bautismo.
- En sus sermones, y cuando habla personalmente con los nuevos miembros, recuérdeles con frecuencia que el crecimiento espiritual se logra únicamente teniendo comunión diaria con Cristo, estudiando la Biblia y orando, y dígales que la muerte espiritual se producirá seguramente si se descuidan estas actividades.
Sobre el autor: Presidente de la Asociación Ministerial de la Unión Sudasiática