Tercera parte

Principales textos que suelen emplearse contra el sábado

Al comienzo de esta sección del libro de Walter Martin, The Truth About Seventh-day Adventism (La verdad acerca de los adventistas), se declara: “En más de un lugar el Nuevo Testamento comenta desfavorablemente acerca de la práctica de cualquier clase de observancia legalista de un día determinado”, y también dice que el apóstol Pablo “declaró que el sábado como ‘la ley’ fue cumplido en la cruz por lo que no tenía vigencia sobre el cristiano” (pág. 161). Estamos plenamente de acuerdo con el hecho de que el Nuevo Testamento no impone ninguna forma de legalismo, que definimos como la búsqueda de la salvación a través de los esfuerzos personales, o el esfuerzo por alcanzar la justicia observando cualquier conjunto de reglas o esquemas de acción. Pero preguntamos, ¿es legalismo conformar nuestras vidas voluntarias y gozosamente en armonía con las palabras de Dios que indican en qué forma él desea que vivan sus hijos? ¿O es legalismo reposar y adorar en el día que Dios ha separado específicamente en su Palabra para que toda la humanidad lo santifique?

Es significativo que el término hebreo para la ley, Torah, procede de un verbo que significa “enseñar”. En realidad, la ley de Dios constituye la enseñanza de Dios; es la instrucción de Dios para su pueblo concerniente a su voluntad para ellos y acerca de la forma como él quiere que ordenen sus vidas. El Decálogo contiene la enseñanza específica de Dios y su instrucción para su pueblo, que establece los principios conductores que él desea que gobiernen la vida diaria de sus hijos. Cualquier instrucción de la Palabra de Dios que exprese las enseñanzas de Dios para el beneficio de su pueblo, es ley en este sentido.

Partes de la ley de Dios han expresado su voluntad para su pueblo durante una época específica y bajo ciertas condiciones. Otras porciones de las enseñanzas de Dios perdieron su validez cuando pasó el tiempo para el cual él las había dado. Después de la cruz ya no se podían aplicar algunas enseñanzas (leyes) de la Palabra de Dios, porque ya se había hecho realidad aquello que anticipaban. Otras secciones de las leyes de Dios dadas particularmente para la nación judía caducaron cuando esa nación dejó de existir como el pueblo escogido de Dios. Sin embargo, los grandes y eternos principios del Decálogo y del resto de la Biblia que expresan la conducta que Dios desea que tenga su pueblo en todos los tiempos, no fueron abrogados en la cruz, porque aún representan la voluntad de Dios para la humanidad. Por esto el apóstol Pablo dice: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (Rom. 3:31).

El Sr. Martin dice que el sábado, como ley, fue cumplido y por lo tanto carece de vigencia para el cristiano. El apóstol Pablo dice que mediante la fe cristiana establecemos la ley. ¿Nos diría este autor que no tenemos por qué ordenar nuestras vidas en armonía con el primer mandamiento del Decálogo, o el tercero, o el sexto, o el séptimo? Ciertamente dirá que el cristiano debe vivir en armonía con estos principios eternos del Decálogo. Entonces, cuán inconsecuente es decir que aunque es correcto que el cristiano rija su vida de acuerdo con nueve mandamientos., el cuarto carece de toda validez y el cristiano no tiene por qué vivir en armonía con él. ¿Cómo podría afirmarse tal cosa, en vista de que el cuarto mandamiento representa la voluntad de Dios como cualquier otro del Decálogo? Observar el cuarto mandamiento no es más legal ismo que mantenerse puro siguiendo la instrucción del séptimo mandamiento.

Colosenses 2:13-17

En su intento por apoyar su posición, procede a pasar revista a los principales pasajes del Nuevo Testamento “que por su contexto y a la luz del análisis sintáctico refutan el concepto sabático”. Ya nos hemos encontrado antes con estas alusiones al contexto y al análisis sintáctico, pero cuando las hemos examinado, hemos hallado poquísima referencia a las leyes de la gramática o al contexto. Consideremos sus argumentos y analicemos específicamente la gramática y el contexto. El primero de los pasajes citados es Colosenses 2:13-17. A continuación encontramos este comentario: “En primer lugar, nosotros que estábamos muertos hemos resucitado en Cristo, y se nos han perdonado todas nuestras faltas y pecados. Estamos libres de la condenación de la ley en todo sentido, porque Cristo tomó nuestra condenación en la cruz. Como ya vimos, no hay dos leyes, una moral y otra ceremonial, sino una sola ley que contiene muchos mandamientos, todos cumplidos perfectamente por la vida y ¡la muerte del Señor Jesucristo”.

El pasaje bíblico aludido realmente dice que Cristo ha perdonado nuestros pecados y que estamos libres de la condenación de la ley en todos sus aspectos, porque Cristo tomó nuestra condenación en la cruz. Estamos plenamente de acuerdo con esto. Pero la cuenta que ha sido cancelada, su deuda pagada y clavada en la cruz, es nuestra condenación y culpa por haber quebrantado la ley de Dios. Esto es muy diferente del concepto según el cual la ley fue clavada en la cruz. La ley de Dios no iba contra el hombre; el pecado del hombre y la violación de esa ley iban contra él, y por lo tanto necesitaban ser quitados. Lejos de ir contra nosotros, el apóstol Pablo dice en Romanos 7:12 que “la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. En el vers. 14 declara que la ley es espiritual. Dios la dio como ayuda al hombre, y no como algo que actuara contra él.

¿Por qué han de tratar los hombres de establecer una dicotomía entre Cristo o Dios y la ley? La ley tuvo su origen en Dios. Cristo fue el instrumento de la Divinidad para dar la ley. La ley moral de Dios es una expresión de su propio carácter. ¿Cómo puede alguien decir que la ley está contra el hombre y por lo tanto necesita ser suprimida? La función de la ley consiste en señalar nuestros errores y pecados; es una guía que indica el camino que Dios quiere que sigamos. Si el hombre no vive de conformidad con la voluntad de Dios manifestada en la ley, es un pecador, y cae bajo la condenación de la ley. No es la ley la que hace pecador al hombre; es un pecador debido a sus propios actos, y la ley únicamente define en qué forma desea Dios que actúe.

Los cristianos siempre deberían recordar claramente que Cristo tuvo que morir en la cruz a causa de los pecados de la humanidad. Cuando alguien viola una ley, no se resuelve el problema abrogando esa ley, sino realizando un cambio en el transgresor. La pena por la violación debe ser pagada y el ofensor debe comprender que necesita conformar su conducta a esa ley. Parece que Walter Martin incurre en una anomalía al sugerir que la manera de tratar con el pecado consiste en suprimir la ley que señala el modo de vida que Dios desea que lleven los hombres y que produce convicción del pecado a quienes la violan.

Walter Martin declara que toda ley ha sido cumplida por la vida y la muerte del Señor Jesucristo. Es cierto que Cristo cumplió la ley, pero esto no significa que la ley fue abrogada o anulada; significa que Cristo vivió de acuerdo con la ley, plenamente. Cuando Juan no quería bautizarlo, Jesús le dijo: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mat. 3:15). Es una necedad decir que la expresión “cumplamos toda justicia” significa quitar o abrogar la justicia. Del mismo modo, cuando Jesús cumplió la ley en ninguna manera la abrogó El mismo dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mat. 5:17). Jesús tenía el propósito de observar la ley, y de enseñar a los hombres cómo podían observarla con el espíritu que deseaba el Padre celestial.

Como ya lo hemos mencionado, esas partes de la ley que se referían al pueblo judío como nación perdieron validez cuando esa nación dejó de existir como tal, y esas partes que tenían que ver con los sacrificios ceremoniales, ofrendas de animales y ofrendas de bebidas, y que señalaban hacia el sacrificio de Cristo, ya no tenían significación después de la venida de Cristo. Las sombras ceremoniales encontraron su realidad en la persona de Jesús. La comparación del pasaje bíblico que analizamos con Efesios 2:15, muestra que Cristo, al morir en la cruz, suprimió la deuda en que había incurrido el hombre por su transgresión de la ley. Esta comparación también muestra que la ley de los mandamientos contenida en los ritos fue abolida al mismo tiempo, puesto que esos ritos habían cumplido su función de ayudar a la gente a comprender que había un camino de salida para su situación, y que ese camino pasaba por la cruz de Cristo. Ahora que Cristo había venido, ya no había necesidad de esas leyes particulares que prenunciaban su venida.

La cruz produjo una completa transición del judaísmo al cristianismo. Había concluido el judaísmo con su sistema de sacrificios y mandamientos relativos a ellos. Además, había desaparecido la condenación legal de toda la raza La venida de Cristo como el Salvador que revelaría los pecados del pueblo se había hecho absolutamente necesaria, no por la ley sino por la transgresión de la ley. Los hombres y las mujeres, reconociendo su incapacidad para observar la ley como querían y debían hacerlo, habían contemplado hacia la venida de un Libertador mediante cuyo ejemplo y por el poder de su Espíritu podrían vivir en la forma como Dios deseaba que viviesen. Ahora que su deuda había sido pagada y clavada en la cruz, y que habían caducado los mandamientos especiales que tenían que ver con la nación judía, y los que prenunciaban la obra redentora del Mesías, debían confiar en Cristo por fe, no solamente a obtener perdón de los pecados pasados sino también para recibir fortaleza para vivir una vida nueva. En esta vida nueva debían servir al Señor con espíritu renovado y no con la antigüedad de la letra; sin embargo podían decir con el apóstol Pablo: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (Rom. 3:31).

Cristo, mediante su muerte, triunfó sobre Satanás y sus ángeles. Proporcionó un camino de escape para el hombre. En la nueva dispensación, los cristianos debían resistir a los falsos maestros que insistirían en que el sistema ceremonial judío todavía tenía vigencia sobre ellos. Las ofrendas de comida y bebida del sistema de sacrificios, los diversos días festivos, como la Pascua, la fiesta de los panes sin levadura, el Pentecostés, el día de la expiación, la fiesta de las cabañas, las fiestas de la luna nueva, y los días de reposo anuales, todos los cuales eran sombras que señalaban hacia la venida de Cristo, ya no constituían obligaciones que tenían vigencia sobre los cristianos. Además, los cristianos no debían ser descarriados por los maestros gnósticos que visitaban las iglesias de Colosas, Éfeso y muchos otros lugares, imponiendo sobre los creyentes disposiciones ascéticas concernientes a la comida y la bebida. Los cristianos eran hombres perdonados, y por lo tanto debían conformar sus vidas con el ejemplo de Cristo y en armonía con las claras enseñanzas- de la Sagrada Escritura.

La clave de Colosenses 2:14-16 es la declaración siguiente: “Todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (vers. 17). Sin embargo, la suposición del Sr. Martin es que el séptimo día sábado está incluido en las sombras de las cosas por venir. Ciertamente no puede señalar ninguna construcción gramatical o contextual que pueda justificar su aserción. El séptimo día sábado era un recordativo del poder creador de Dios que señalaba hacia atrás y no hacia adelante a Cristo. También, los otros nueve mandamientos del Decálogo de ningún modo poseen función de “sombras” que señalan hacia adelante a Cristo. Son principios permanentes, declaraciones de la forma como Dios desea que viva su pueblo. Pero en un esfuerzo por demostrar que el sábado del Decálogo está incluido en los ritos que ya no tienen vigencia sobre los- cristianos, Walter Martin cita a varios comentaristas que sostienen que la palabra traducida “sábados” en Colosenses 2:16, debería traducirse en singular. El hecho es que este término está en plural en el griego, sabbáton, cuyo nominativo es sabbáta. Reconocemos el hecho de que la palabra aramea para sábado es pronunciada schabba’ha en singular, y que muchos de los autores del Nuevo Testamento cuya lengua materna era el arameo emplearon esa forma de la palabra cuando hablaban del sábado en singular No negamos esto, pero sí reiteramos el hecho gramatical de que en Colosenses 2:16 la palabra está en plural, y que Walter Martin no puede presentar ninguna razón gramatical por la cual esta palabra no deba traducirse en plural (“sábados”), como se ha traducido en diversas versiones. Esta cuestión puede decidirse únicamente mediante el contexto, y el contexto inmediato, sobre cuya base pende toda la interpretación de este pasaje, es: “Lo cual es sombra de lo que ha de venir”. En el griego, la expresión lo cual está en plural, y así concuerda con “sábados”, que también está en ese número. Sin embargo, la decisión final yace en el hecho de que los sábados anuales del sistema judío eran sombras de cosas futuras, pero el sábado, como séptimo día de la semana, no era de ningún modo una sombra de cosas por venir, y por lo tanto no puede incluirse dentro de la declaración de Pablo. Por esta razón insistimos en que la intención del apóstol era utilizar “sábados” en plural. Walter Martin declara que “los eruditos conservadores modernos establecen la traducción en singular de ‘sábados’ ”. La realidad es que los eruditos no tienen por qué establecer la traducción de esta palabra en singular, sino solamente que podría haber sido singular tanto como plural. Sin embargo, el contexto muestra que no puede ser un singular.

Finalmente, el Sr. Martin resume sus argumentos declarando que en Números 28 y 29, que contiene las ofrendas de comidas y bebidas a que se refiere Colosenses 2:16, 17, también se incluye el séptimo día sábado. Un examen de este pasaje revela solamente que incluye una descripción de las ofrendas de comida y bebida que se hacían en día sábado, y las ofrendas que se realizaban en los sábados anuales o días de reposo. Esto podía esperarse que ocurriera en una lista detallada de las ofrendas de comidas y bebidas, pero de ningún modo indica que el sábado semanal era una sombra que señalaba hacia adelante a la obra del Mesías venidero, como hacían los numerosos sacrificios y ofrendas descriptos en los dos capítulos.

El autor concluye su argumento con esta declaración: “Puesto que estas ofrendas y festividades han caducado como la sombra (skia), cumplidas en la sustancia (soma) de la cruz de Cristo, ¿cómo podría retenerse el séptima día sábado? la luz de este pasaje solamente este autor sostiene que el argumento en favor de  la observancia del sábado se derrumba y el cristiano queda bajo la perfecta “ley de libertad” que lo capacita  para cumplir ‘la justicia de la ley’ mediante el imperativo del amor” (pág. 166).

No logramos comprender cómo nuestro amigo Walter Martin pudo escribir en serio tal declaración. En primer lugar, ha fracasado completamente en demostrar que el séptimo día sábado era una sombra de las cosas por venir, o que de algún modo señalaba la venida del Mesías. Las Escrituras declaran enfáticamente que el séptimo día sábado es un recordativo de la creación, y que en lugar de señalar hacia adelante a la cruz, muestra hacia atrás el acto creador de Dios que hizo la tierra en seis días; y por lo tanto Dios pidió a la humanidad que observe el séptimo día como día de reposo y de culto, dedicado al Creador de nuestras vidas y de todo lo que tenemos. Preguntamos, ¿qué hay en la cruz que exige que se descarte el séptimo día?

El autor declara que el argumento en favor de la observancia del sábado se derrumba y que el cristiano queda bajo la perfecta ley de libertad, la cual lo capacita para cumplir la justicia de la ley mediante el imperativo del amor. No logramos ver lógica alguna en este razonamiento. Creemos también que el observador del sábado está bajo la perfecta ley de libertad y que la gracia de Cristo lo capacita para cumplir la justicia de la ley, no por esfuerzo alguno por ganar el cielo por sus propias obras, sino mediante el pleno imperativo del amor. No hay valor alguno en la declaración de que el imperativo del amor exige que una persona ya no necesite honrar a su padre o madre, o que el imperativo del amor da a los hombres libertad para robar, mentir o adulterar. Dios quiere que todo su pueblo considere su ley como la ley de libertad, y que comprenda que no está bajo el yugo de la esclavitud al observarla, sino que debe cumplir el justo modo de vida descripto en la ley, por amor a su Creador. Quedamos asombrados de que alguien pueda declarar seriamente que el imperativo del amor o la ley de libertad puedan exigir que observemos nueve de los mandamientos pero que el cuarto mandamiento, expresado en el centro del Decálogo, debe descartarse.

Gálatas 4:9-11

Creamos que habría sido conveniente que Walter Martin hubiera estudiado el contexto de este pasaje, como tantas veces ha exhortado a hacerlo a los adventistas. Hasta una lectura rápida del libro de los Gálatas muestra que el apóstol Pablo lo escribió porque los miembros de las iglesias de Galacia, bajo la influencia de ciertos maestros judaizantes, pensaban que podían ganar la aceptación y la justificación de Dios cumpliendo las diversas estipulaciones y pequeñeces de los judíos (Gál. 2:16; 3:1-3). El apóstol declara explícitamente que nadie puede justificarse y salvarse por sus propias obras, porque la salvación se recibe como un don gratuito de Cristo. Muchos de los judíos habían llegado a creer que mediante sus propios esfuerzos podían guardar las leyes de Dios, y toda su religión consistía de observancias legalistas. Pablo dice que la violación de la ley hecha por el hombre lo había colocado bajo la condenación y que era necesario que Cristo muriera a fin de pagar la deuda creada por nuestras transgresiones. Una de las funciones de la ley consiste en señalar a los hombres sus propios errores y convencerlos de que no han vivido como Dios quiere que vivan. En ese sentido, la ley muestra su necesidad de un Salvador a los hombres, para que pague la deuda de sus pecados y que les ayude a vivir conforme a la voluntad de Dios (Gál. 3:23-25). Además, y ésta es la parte esencial del argumento que apoya el pasaje que consideramos, el apóstol muestra que ciertas partes de la ley señalaban hacia Cristo y a su muerte vicaria por las transgresiones de los que habían pecado desde que Adán se rebeló contra Dios. Pablo señala que puesto que Cristo ya había venido, esas partes’ de la ley de Dios que habían sido concebidas como instrumentos de enseñanza para atraer la atención de los hombres hacia la venida de Cristo, habiendo cumplido su función en el momento en que él escribía, ya no tenían vigencia en la dispensación cristiana. El apóstol hace énfasis en que él había enseñado todas esas cosas a los gálatas. Y se pregunta por qué han permitido que los engañen, a tal punto que aun después de haber comenzado su peregrinaje espiritual por fe en Cristo, y confiando en el poder del Espíritu Santo, han llegado a aceptar las enseñanzas de los judíos legalistas según las cuales los seres humanos pueden ganar el favor de Dios mediante su observancia de la ley, y todos los componentes del sistema de sacrificios seguían teniendo validez.

Dentro de este contexto, el apóstol pregunta a los gálatas: “Mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar? Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años. Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros”. En otras palabras, dice: “¿Ahora que Cristo ha venido, vosotros seguís insistiendo en guardar las festividades judías tales como la fiesta de los tabernáculos, la fiesta de los panes sin levadura, etc., la función de las cuales consistía en señalar hacia Cristo? Cristo ha venido, y estas anticipaciones y sombras del Mesías que cumplieron una función en favor de la gente en los siglos pasados, ya carecen absolutamente de importancia para los cristianos”. La nuestra es una vida de fe, en la cual confiamos en Cristo para recibir perdón por nuestros pecados, porque él es nuestro Sustituto divino, y solamente en él confiamos para recibir fuerza y poder mediante su Espíritu Santo que nos ayuda a observar sus mandamientos morales eternos. Cumplimos estos preceptos morales perpetuos de ningún modo para ganar nuestra salvación, sino porque, siendo salvados solamente por la gracia, amamos a nuestro Señor y queremos vivir en armonía con su voluntad. Esto, dice Pablo, es la libertad de la fe cristiana. Y no nos atrevamos a esclavizarnos con su sistema caduco, sino más bien, dice él, “estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gál. 5:1).

A pesar de esta clara intención del libro de Gálatas, Walter Martin una vez más trata de mostrar que el pueblo cristiano no necesita observar el séptimo día sábado, aunque sigan guardando los otros nueve mandamientos. Después de ignorar la intención del libro de Gálatas, nos acusa de ignorar la “gramática, contexto y análisis textual comparativo”. Dice además: “Para sustanciar su interpretación de las declaraciones de Pablo no practican la exégesis (extraer de) sino la eiségesis (meter dentro) de los textos”. Ya hemos examinado las declaraciones que hace Pablo en Gálatas, y encontramos que la posición adventista está plenamente en armonía con el contexto y el análisis textual del libro de Gálatas.

Se dice además que la traducción de la Septuaginta de Números 28 y 29 refuta nuestra doctrina del sábado. Hemos examinado cuidadosamente estos capítulos en la Septuaginta, y nos preguntamos por qué nuestro amigo Martin no hizo resaltar en estos capítulos aquello a que hacía referencia. Recurre una vez más a sus amplias declaraciones sin utilizar pruebas, e intenta convencer al lector mediante sus declaraciones directas de que él tiene razón. Un cuidadoso examen de Números 28 y 29 en el texto hebreo o en la Septuaginta, muestra que el apóstol Pablo analiza extensamente los diferentes sacrificios que debían ofrecerse en el santuario en diferentes ocasiones durante el año. Primero describe las ofrendas encendidas diarias, y declara que en el séptimo día se duplicaba la ofrenda diaria de corderos. Esto formaba parte de las regulaciones del santuario y no tenía nada que ver con la cuestión de si los cristianos debían observar el sábado semanal. El séptimo día sábado fue dado en la Creación y fue observado durante siglos antes de que se establecieran los servicios del santuario como provisión temporal que llamaba la atención de la gente a la venida del Cordero de Dios que moriría para hacer expiación por sus pecados. No corresponde introducir este argumento, como lo hace el Sr. Martin, diciendo que ignoramos la gramática y el análisis textual comparativo. Al analizar el resto de estos dos capítulos encontramos nuevas descripciones de las ofrendas que debían hacerse en luna nueva, en los sábados anuales y en las diversas fiestas ceremoniales. No se hace ninguna otra referencia al sábado semanal, séptimo día. Aparentemente el Sr. Martin pensó que había otras referencias al séptimo día sábado en estos dos capítulos, tales como en Números 28:25 y 29:32. Si examina el contexto, verá que la referencia al “séptimo día” en estos pasajes se refiere al séptimo día de la fiesta de los panes sin levadura y al séptimo día de la fiesta de los tabernáculos Estos eran sábados anuales y podían caer en cualquier día de la semana. Las santas convocaciones realizadas en esos días no tienen absolutamente nada que ver con el séptimo día sábado. Eran exactamente los días, meses, tiempos y años a que el apóstol se refiere en Gálatas 4:10. Un estudio de estas festividades mostrará que su función era .señalar hacia la venida de Cristo, y que después de que Cristo vino ya no tenían razón de ser. Eran preceptos temporales que tenían una función de enseñanza para la gente que vivió antes del Mesías. Ahora no forman parte de la voluntad de Dios para su pueblo.

Así que el cargo de que nuestra exégesis es errónea cae completamente por tierra. No hemos ignorado la gramática, el contexto ni el análisis textual comparativo. Queremos señalar bondadosa pero firmemente que es el Sr. Martin el que ha ignorado el contexto y el análisis textual comparativo. En efecto, hace que el apóstol Pablo se contradiga en 1 Corintios 7:19, donde declara que la circuncisión también formaba parte del judaísmo y no tenía importancia para el cristiano en lo que se refería a la religión. El apóstol dice: “La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios”. El gran apóstol no vio ninguna contradicción en el cumplimiento de los mandamientos de Dios mediante el amor y la devoción a él. Enseñó insistentemente que ahora que Jesús había venido, debían abandonar, como formas caducas que habían cumplido su función, las leyes ceremoniales del Antiguo Testamento; pero insistió en los mandamientos de Dios, que mostraban la clase de vida que Dios desea que lleven sus hijos, se establecían y fortalecían por la fe que tenemos en Cristo (Rom. 3:31). Cuando dijo a los creyentes corintios que la circuncisión no era nada, pero que aquello que tenía valor real era guardar los mandamientos de Dios, concordó plenamente con nuestro Salvador, quien dijo a sus oyentes: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todos se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; más cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos” (Mat. 5:17). Nuestra posición es consecuente, porque concuerda con otras declaraciones del apóstol Pablo y con las enseñanzas de nuestro Señor.

El Sr. Martin concluye su discusión de Gálatas 4 con la declaración de que los adventistas “fallan en comprender que al tratar de imponer la observancia del sábado a otros miembros del cuerpo de Cristo, están en serio peligro de transgredir el evangelio de la gracia”. Nos gustaría preguntarle a nuestro amigo Walter Martin si cuando exhortamos a la gente a no adulterar, lo cual constituye el séptimo mandamiento del Decálogo, y cuando los instamos a no robar, lo cual constituye el octavo mandamiento, también estamos transgrediendo el evangelio de la gracia y convirtiendo a la gente en legalistas. Indudablemente que contestaría que no. Entonces no logramos comprender cómo es que al enseñar la observancia del cuarto mandamiento estamos transgrediendo el evangelio de la gracia o convirtiendo a la gente en legalistas.

Walter Martin dice que deberíamos recordar que la ley en su connotación más amplia incluye el Pentateuco. Esto es verdad; en su connotación más amplia también incluye todo el Antiguo Testamento, pero Pablo mismo citó el libro de Isaías y se refirió a él como la ley. (Véanse 1 Cor. 14:21 e Isa. 28:11). Martin sigue diciendo que una persona está bajo la ley” cuando trata de observar cualquier parte del Pentateuco, porque el cristiano ha sido libertado de la ley. ¿Quiere decir con esto que ninguna parte del Pentateuco representa la voluntad de Dios para su pueblo de hoy? ¿No debemos amar a Dios con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos? ¿O debemos descartar esta parte porque está en el Pentateuco? Si una persona tiene la libertad de violar el séptimo día sábado, ¿por qué no está libre para violar los otros nueve mandamientos del Decálogo?

Sobre el autor: Rector de la Universidad Andrews, EE. UU.