En la página 105 de su libro The Truth About Seventh-day Adventism, Walter Martin dice: “El segundo y extremadamente grave cargo contra la Sra. de White… se refiere a su inspiración. Se sostiene que a veces estaba bajo influencias ajenas al Espíritu de Dios., y que estas influencias afectaron definidamente algunos de sus ‘testimonios’ ”.
Afirma que esas “influencias” no eran demoníacas, pero sí la influencia de algunas “personas de más edad que la rodeaban” y que poseían una mente poderosa. Luego presenta el caso específico de la fundación del Instituto de Reforma para la Salud de Battle Creek, y procura mostrar “su falibilidad y la inutilidad de todo intento adventista por defender todo que ella escribió como inspirado divinamente” (pág. 108).
Podemos desechar todo cargo de sostener la infalibilidad de los escritos de E. G. de White, en parte porque el mismo Martin admite que solamente “algunos” adventistas la han sostenido, pero principalmente porque nuestra denominación nunca ha pretendido, ni pretende ahora, que la Sra. de White haya sido infalible. Walter Martin admite la falsedad del cargo de infalibilidad (págs. 112, 113). Además, sería fácil demostrar que los apóstoles y profetas inspirados de la Biblia no eran infalibles (véanse 2 Sam. 7:3-5; Gál. 2:11). Sin embargo, ahora se habla de una desaprobación de su inspiración, y debemos examinar este cargo. Nuestros lectores podrían consultar lo que dice Francis Nichol en su capítulo “A Middle Position on Inspiration’, en Ellen G. White and Her Critics, págs. 459-467.
Los acontecimientos implicados en este cargo ocurrieron entre 1865 y 1867. Cuando extraemos conclusiones y hacemos serios cargos personales basados en acontecimientos que han transcurrido casi cien años atrás necesitamos estar seguros de que comprendemos tan claramente pomo sea posible los antecedentes de tales hechos con los que se relacionaron las personas implicadas.
El Instituto de la Salud
El 25 de diciembre de 1865, la Sra. de White tuvo una visión en Rochester, de la cual citamos el siguiente párrafo:
“Se me mostró que deberíamos proveer un hogar para los afligidos y los que desean aprender a cuidar sus cuerpos a fin de prevenir la enfermedad” (Testimonies, tomo 1, pág 489).
Toda esta visión está registrada en Testimonies, tomo 1, págs. 485-495. Toda la visión se refiere al establecimiento de una institución destinada a promover la salud, y a la iniciación de la obra médica como programa regular de los adventistas. No puede haber duda del resultado de haber seguido éste y otros consejos sobre el tema: la obra médica de nuestra denominación ha crecido al punto que actualmente cuenta con 221 hospitales y clínicas y emplea a 11.557 médicos, enfermeras y otros obreros [dato estadístico de 1960], y esto sin mencionar otras veintenas de instituciones privadas distribuidas en todo el mundo.
“Nadie pudo haber previsto, en aquellos días de pequeños comienzos, a qué grandes empresas y realizaciones conduciría la visión del 25 de diciembre de 1865” (The Story of Our Health Message, pág. 142).
La situación en 1865-66
Varios obreros enfermaron en 1865: James White, J. N. Loughborough y Urías Smith. Además de estos enfermos que debilitaron la reducida fuerza ministerial, murió John Bostwick, de Minnesota, y D. T. Bourdeau, A. S. Hutchins, J. B. Frisbie y John Byington quedaron incapacitados de actuar durante 1866 a causa de la enfermedad.
La visión de 1865 fue presentada al tercer congreso de la Asociación General, en 1866 (cuatro meses después de ser recibida), pero no se la puso por escrito sino hasta 1867. En septiembre de 1866 se compraron en Battle Creek, Michigan cuatro acres de terreno, con una buena casa. Pocas semanas después se adquirieron otros dos acres adyacentes y otra casa, y se terminaron algunas construcciones. Los hermanos trabajaron con mucho celo y abrieron la institución. Al comienzo todo parecía próspero, pero pronto se hizo evidente para algunos que la situación financiera de la institución no era sólida.
El pastor James White, que se destacaba como hombre de negocios entre los dirigentes, fue inexplicablemente puesto de lado. En esas circunstancias, los hombres a cargo de la institución quisieron utilizar la visión de la Sra. de White, que no se había publicado aún, como medio de estimular la liberalidad de los feligreses hacia la pequeña institución.
“Algunos de los dirigentes de Battle Creek instaron a la Sra. de White a poner por escrito la revelación recibida el 25 de diciembre de 1865, concerniente… a un instituto para la reforma de la salud. Se pensaba naturalmente que da publicación sin tardanza de esta visión ayudaría en buena medida a reunir el dinero necesitado por el instituto. Ella respondió escribiendo una parte de esa revelación, la que se incluyó como capítulo del Testimonio N° 11, con el título de ‘La reforma pro salud’. Esto se publicó en enero de 1867” (F. D. Nichol, Ellen G. White and Her Critics, pág. 497).
Los hechos subsiguientes dan la impresión de que la Sra. de White publicó esta parte del Testimonio N°11 contra su voluntad y sometida a gran presión.
El testimonio de la Sra. de White dio gran ímpetu a la obra, y pronto E. S. Walker, el secretario, y algunos asociados, comenzaron a promover la edificación de un nuevo “amplio edificio”, y así se creó la impresión de que la Sra. de White respaldaba ambiciosas ampliaciones. En realidad, en agosto de 1867, menos de un año después de la apertura de la institución, se habían terminado ‘los fondos. James White, aunque no participó en la administración de Battle Creek durante la mayor parte de 1867, respaldó el testimonio de la Sra. de White, pero no vio ninguna justificación en él para que los dirigentes inexpertos lo utilizaran para lanzar una entusiasta pero demasiado ambiciosa expansión en un momento cuando las finanzas eran inadecuadas.
Entonces la Sra. de White dio su Testimonio N° 12, en septiembre de 1867, en el que decía:
“Se me mostró… que deberíamos tener tal institución, pequeña en sus comienzos, pero desarrollada cautelosamente en la medida en que consigamos médicos como he visto los amplios cálculos promovidos apresuradamente por los que han tomado una parte destacada en la dirección de la obra, me he alarmado, y en muchas conversaciones privadas y mediante cartas he amonestado a estos hermanos a actuar cautelosamente” (Testimonies, tomo 1, pág. 558).
La Sra. de White procede luego a sustanciar las razones por las que es necesario ser cautelosos: fracaso en conseguir médicos competentes y falta de entradas y pacientes para llenar una institución más grande, lo cual produciría un “desánimo general”. Durante los 25 años anteriores había habido muchos fracasos de instituciones de salud en los Estados Unidos.
A la luz de las circunstancias anotadas, no sorprende saber que se inició una enérgica acción, mayormente por insistencia del pastor White. Se detuvo la construcción y se demolieron algunas partes. El valor de esta obra ha sido estimado por algunos en cuatro mil dólares, y por otros en once mil. (Véase F. D Nichol, Ellen G. White and Her Critics, pág. 498).
La confesión de la Sra. de White
Volviendo a la resistencia de la Sra. de White a publicar parte del Testimonio N° 11, citaremos sus propias palabras:
“Fue una prueba muy grande para mí, cuando comprendí que no podría publicar todo lo que había visto, porque entonces hablaba en público entre seis y ocho veces por semana, hacía visitas de casa en casa y escribía cientos de páginas de testimonios personales y cartas privadas. Esta cantidad de trabajo, con preocupaciones innecesarias que me eran impuestas, me incapacitaba para cualquier clase de trabajo. Estaba delicada de salud, y mis sufrimientos mentales escapan a toda descripción. En estas circunstancias dejé de lado mi criterio y adopté el criterio de otro y escribí lo que apareció en el N° 11 concerniente al Instituto de Salud, y después no pude presentar todo lo que se me había mostrado. En esto cometí un error” (Testimonies, tomo 1, pág. 563. La cursiva es nuestra).
A la luz de acontecimientos posteriores, admitió:
“Lo que apareció en el Testimonio N° 11 acerca del Instituto de Salud no debería haberse dado hasta tanto yo hubiera podido escribir todo lo que había visto concerniente a ello” (Ibid.).
Esta es una franca confesión de falibilidad humana en una acción que ella no pretendió haber realizado bajo la orden directa de Dios.
Lo que la Sra. de White quería decir cuando declaró: “Se me mostró”, era, como F. D. Nichol lo ha mostrado claramente en EVen G. White and Her Critics, toda la revelación del plan para establecer la institución de salud. Lo que quería decir con “cometí un error” parece referirse con seguridad a su acción humana al escribir solamente una parte del Testimonio N° 11 en vez de presentar su totalidad. Su posición original no estaba equivocada, y ella no la rechaza.
“Lo que apareció en el Testimonio N° 11 acerca del Instituto de Salud no deberla haberse dado hasta tanto yo hubiera podido escribir todo lo que había visto concerniente a ello”. (La cursiva es nuestra.)
En cuanto a si la influencia dominante en este incidente del Instituto de Salud fue la fuerte voluntad del Pastor James White, como sugiere Martin, o la inspiración que la Sra. de White sostuvo que había recibido de Dios, tenemos una carta escrita en 1903 por Elena G. de White, de la que citamos los párrafos que siguen:
“He estado pensando en que después de haber comenzado la obra del sanatorio en Battle Creek, se me mostraron en visión edificios de un sanatorio listos para ser ocupados. El Señor me instruyó acerca de la forma como deberíamos llevar a cabo la obra en esos edificios a fin de ejercer una influencia salvadora sobre los pacientes.
“Todo esto me parecía muy real, pero cuando desperté encontré que la obra estaba aún por realizarse, que no había edificios erigidos.
“Otra vez se me mostró un gran edificio en construcción en el lugar donde después se erigió el Sanatorio de Battle Creek. Los hermanos estaban perplejos porque no sabían quién debía encargarse de la obra. Lloré amargamente. Uno que tenía autoridad se puso entre nosotros y dijo: ‘No todavía. No estáis listos para invertir medios en ese edificio, o para planear su administración futura’.
“En ese momento se había colocado el fundamento del Sanatorio. Pero necesitábamos aprender la lección de la espera” (Messenger to the Remnant, págs. 10, 11).
Este es el testimonio de la Sra. de White, presentado años después, acerca de la fuente de sus consejos sobre este tema. Sin embargo nuestro amigo Martin quiere que rechacemos sus palabras, escritas hacia el final de su vida, y que creamos que James White y “la camarilla de Battle Creek” hicieron que “la Sra. de White se contradijera en sucesivos testimonios” (Id., pág. 110).
Inspiración y falibilidad
Cuando el inspirado apóstol Pablo predicó “el evangelio de la incircuncisión” y el inspirado apóstol Pedro predicó “el evangelio de la circuncisión” uno de ellos estaba en lo correcto y el otro estaba equivocado. Pedro se asociaba correctamente con los paganos, pero se retiró erróneamente cuando ‘llegaron los dirigentes de Jerusalén (véase Hech 10:28). Cuando se encontraron en Antioquía, Pablo dijo: “Pero cuando Pedro vino… le resistí cara a cara, porque era de condenar” (Gál. 2:11).
Si con reverencia pudiéramos colocar palabras en la boca de Pedro, ¿no haría él una humilde confesión diciendo: “Me equivoqué”? No decimos esto para comparar a la Sra. de White con un apóstol, sino que es un llano reconocimiento de que un instrumento escogido por Dios puede ser inspirado en lo que escribe, enseña, predica y exhorta, y sin embargo ser humanamente falible en el ejercicio privado de su juicio. Los profetas, los apóstoles, los santos y los mensajeros necesitan la gracia redentora en su vida diaria exactamente en la misma forma como la necesita cualquier humilde servidor de Dios.
En 2 Corintios 12:13 Pablo pregunta: “¿En qué habéis sido menos que las otras iglesias?” El contexto muestra que si los corintios se habían sentido menoscabados frente a las demás iglesias se debía a que no habían cumplido su deber en sostener al apóstol, como lo habían hecho las demás. Luego añade delicadamente: “¡Perdonadme este agravio!” Por cierto que ésta fue una declaración fuerte para un dirigente tan destacado. Esta es otra ilustración del hecho de que un hombre puede ser un mensajero inspirado de Dios y sin embargo adolecer de fragilidad humana y falibilidad en ciertos detalles de la conducta diaria.
La misma verdad se advierte en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, en 2 Samuel 7:2, 3 es evidente que David manifestó al profeta Natán su intención de edificar una casa de culto, por lo cual Natán le respondió: “Anda, y haz todo lo que está en tu corazón, porque Jehová está contigo”. Sin embargo, esa noche “vino palabra de Jehová a Natán” con la orden de presentar al rey un mensaje que contradecía claramente las palabras pronunciadas por el profeta. No sería David, sino su hijo, quien edificaría la casa de Dios (vers. 5-13). El error de Natán no invalidó su oficio de profeta.
Así se comprueba otra vez que los profetas de Dios, hombres santos, apóstoles, maestros y mensajeros especiales a lo largo de los siglos, no han poseído presciencia divina, excepto en el nivel de la revelación sobrenatural. Aparte de esto, eran seres humanos falibles necesitados de la gracia redentora. No debemos convertir a la inspiración en lo que se ha denominado “una doctrina sobrecargada” que requiere una infalibilidad mecánica tanto en la palabra como en la vida, porque podemos colocarnos en una posición peor que la que ocupó Atenágoras, apologista del siglo segundo, cuando pretendió que los autores inspirados de la Sagrada Escritura fueron utilizados por el Espíritu Santo “como un tocador de flauta sopla en una flauta” (A Plea for the Christians, cap. ix).
Concordamos con Walter Martin en que “nadie puede disputar el hecho de que sus escritos se conforman a los principios básicos del Evangelio histórico” (Id., pág. 113), y que “la Sra. de White era verdaderamente una mujer cristiana regenerada que amaba al Señor Jesucristo y se dedicó de lleno a la tarea de dar testimonio de él según se sentía llamada a hacerlo” (Id., pág. 112). Además, “creemos que sus escritos ofrecerán su propio testimonio a los que están dispuestos a leer y considerar el fruto producido por ellos durante un período de cien años” (Ellen G. White and Her Critics, pág. 85). Creemos además que estaba inspirada para exaltar la Palabra de Dios ante sus oyentes y lectores, y para guiar a las almas sinceras hacia el camino eterno.
Sobre el autor: Secretario Itinerante de la Asociación General.