Uno de los mayores obstáculos con que se ha tropezado para no dar alguna consideración formal al punto de vista creacionista, ha sido la actitud de constante negativa adoptada por sus opositores para admitir que ésta pueda tener algún valor científico. Se acusa a los creacionistas de sostener todas las ideas descabelladas y carentes de base científica endosadas gratuitamente por cuantos no creen en la validez de la historia mosaica de la creación.
Hace unos años se propuso como candidato a gobernador del estado de Florida (EE. UU.), a cierta persona que recibió el apoyo de William Jennings Bryan. Inmediatamente, el notable comentarista Artuturo Brisbane, hizo en uno de los mayores diarios norteamericanos las siguientes observaciones con respecto a dicho candidato: “Probablemente él cree que hombres, microbios, animales, caballos de un dedo y de dos dedos, dinosaurios, hipopótamos, okapis, 500 clases de moscas, 10.000 clases de serpientes, 100.000 clases de escarabajos y cucarachas, y todo lo demás, fueron creados separada e individualmente por expresa voluntad del Creador y se hallaban todos juntos en el arca”.
El autor de ese editorial evidentemente pasó por alto el hecho de que hay eruditos en todas las ramas de la ciencia, que creen en el relato literal de la creación. En lo pasado, los evolucionistas pusieron en circulación muchas nociones absurdas, pero ese hecho no parece ofrecer obstáculo alguno para que los hombres de ciencia del siglo veinte crean en la evolución. Lo que favorece a un lado debe también favorecer al otro.
Al definir el punto de vista creacionista, los evolucionistas cometen la equivocación de citar declaraciones hechas hace cien o doscientos años, cuando el creacionismo era la creencia ortodoxa de las iglesias cristianas. Se supone que el concepto linneano de que las especies fueron creadas por Dios, las cuales, una vez creadas, permanecieron sin sufrir modificación alguna, es aceptado como hipótesis por todos los que creen en la interpretación literal de la Biblia. Pero las declaraciones hechas en ese siglo con respecto a los problemas de las especies no pueden ocupar el lugar de las evidencias contemporáneas. El que la doctrina que sostiene una creación literal permanezca o caiga en la actualidad, debe depender de la correlación de las evidencias científicas disponibles ahora, en nuestro siglo. El caso demanda una revisión a la luz de los descubrimientos contemporáneos y que se lo deje libre del prejuicio de expresas opiniones previas.
Basándose en esa noción equivocada de que la posición creacionista sostiene la absoluta inmutabilidad de las especies, los evolucionistas dan por sentado que cualquier doctrina científica que conceda cambio alguno, significa evolución. En el affidávit archivado por él en el campo de experimentación de Dayton, Tennessee, en 1952, el Dr. Maynard M. Metcalf dijo: “La evolución es, por lo tanto, la doctrina de cómo se han cambiado las cosas en lo pasado y de cómo se cambian en el presente”.
El profesor Horacio H. Newman, zoólogo de la Universidad de Chicago, la definió de esta manera: “La evolución es meramente la filosofía del cambio en contraposición con la filosofía de la inmutabilidad”. Y luego, como para fortalecer su posición, señala: “Aún el creacionista más conservador difícilmente sostendrá que las especies han permanecido inmutables desde su creación para empezar a cambiar solamente durante la era actual”. En tanto que sabe que nadie osaría negar el hecho de que las plantas y los animales sufren modificaciones durante la era actual, parece sentirse seguro al aseverar que tales cambios deben interpretarse como evidencias de evolución.
Al tomar una posición semejante, los evolucionistas cometen dos errores: acusan a los creacionistas de adoptar una posición anticientífica e insostenible, y confunden su propia teoría que falla en distinguir entre cambio y evolución. La evolución se define como el desarrollo y desenvolvimiento gradual de lo simple a lo complejo. Físicamente, supone una transformación de la materia de su estado de simplicidad original a la estructura compleja del universo actual: evolución inorgánica. Biológicamente, supone una transformación de los seres vivientes, de su estado de organización simple de los primeros días a todas las variadas formas de seres vivientes que actualmente pueblan la tierra: evolución orgánica.
De acuerdo con dicha definición, la evolución implica mucho más que un mero cambio. El desdoblamiento o desarrollo gradual de los seres vivientes y su ramificación en todas las variadas formas de vida, no es una fluctuación, sino un cambio progresivo que debe continuar durante períodos casi interminables para alcanzar la diferenciación necesaria requerida para la producción de las numerosas formas existentes de la actualidad. El hecho de que se produzca variación, y de que ésta pueda ser a veces de tal naturaleza que dé origen a lo que podríamos reconocer como nuevas especies, o aún nuevos géneros, no es motivo suficiente para emplearla como explicación del origen de los tipos de las formas superiores, tales como familias u órdenes, dentro de los cuales y procedentes de los mismos, se han originado dichas especies. Por otro lado, ya que frente a los hechos ha resultado imposible mantener en pie la idea de la inmutabilidad de las especies, algunos evolucionistas se apresuraron a establecer como un hecho el que la doctrina de una creación directa ha sido divulgada y sostenida por los que ignoran los hechos.
Los oponentes a la doctrina de la creación se apresuran demasiado al afirmar que para los creacionistas es imposible aceptar cambio alguno. Se observa que la tierra y la vida que la puebla están más o menos sujetas a cambios. A través de todo el período de la historia humana, los hombres han registrado dichos cambios y se vertieron diversas opiniones para explicar los mismos. Algunos afirman que hubo una creación original seguida luego por diversas modificaciones. Cuánto de ello pueda concederse y todavía seguir creyendo en la creación, es un problema que sólo puede resolverse mediante larga y esmerada investigación. No se resolverá con declaraciones arbitrarias.
Admitiendo las dificultades ya sugeridas, el creacionista puede sentirse apoyado más aún por el hecho de que tales puntos de vista no son más variados o vagamente establecidos que los de los evolucionistas. Estos sostienen abiertamente que algunos de sus conceptos los heredaron de las crudas y anticientíficas conjeturas de los antiguos griegos y babilonios. La trama del moderno conocimiento científico se ha tejido en la urdimbre de la antigua cosmogonía. Es injusto acusar a los creacionistas de superstición por el hecho de que aceptan el relato bíblico de la creación. Por el contrario, el relato del Génesis se basa en principios filosóficos más sólidos que los que posee la interpretación evolucionista.
La verdad es que el creacionista moderno acepta que se hayan producido cambios, pero al hacerlo reconoce sencillamente los hechos que se desprenden de los recientes descubrimientos científicos. Puede ser que dicho reconocimiento le haga necesario definir el creacionismo en una forma un poco distinta de lo que lo hicieron algunos en lo pasado. Entonces se entendía, y así lo definen actualmente los evolucionistas, que el creacionismo sostenía la tesis de la creación literal de las especies prácticamente en las mismas formas en que se las encuentra en la actualidad. Eso dejaba todo el proceso de los cambios a cargo de una interpretación evolucionista. La actual definición que se da del creacionismo, que bien pudiera llamarse neocreacionismo, le permite al que lo acepta, reconocer los hechos científicos e interpretarlos en armonía con los grandes principios de la verdad según se revelan en la divina Palabra de Dios.
La posición que sostiene el creacionismo moderno es perfectamente consecuente con todos los principios conocidos de la filosofía y de la ciencia. Cree en un acto creativo definido mediante el cual llegaron a la existencia las formas tipo. Siguiendo la creación original, han ocurrido variaciones y los ambientes cambiables han influido para que los tipos originales se ramificaran en la multitud de especies que existen actualmente. Cuando dichos procesos se estudian a la luz de la herencia, de la influencia del ambiente, de la hibridación y de otros principios de la biología moderna, parece evidente que el neocreacionismo debe ocupar su lugar como doctrina científica digna de tanta, si no más atención, que la que merece la doctrina de la evolución.
El creacionista de la actualidad no pretende en lo más mínimo sostener la doctrina de la inmutabilidad de las especies. Su argumento estriba en el método original de la creación, más bien que en el asunto de los cambios subsiguientes. No disputa con la ciencia moderna en cuanto a la posibilidad de variación, aislamiento, selección natural y factores semejantes que tiendan a producir nuevas especies. No obstante, sostiene que el mundo y la vida que lo puebla llegaron a la existencia en el término de seis días mediante la directa intervención del poder de Dios. Hallándose en esa posición, defiende su causa contra las especulaciones y las críticas de todo el que intente interponer la teoría de los procesos evolucionistas en lugar de la relación del fíat creador del Altísimo hecha en el Génesis. Alega que las teorías del progreso evolucionista no están lo suficientemente apoyadas por la evidencia científica como para que sean concluyentes; y aun cuando no pueda probar por métodos científicos que la creación haya ocurrido por el directo mandato de Dios, halla por otro lado que los hechos del mundo natural no se oponen, sino más bien apoyan el punto de vista creacionista.
Por lo tanto, acepta como inspirado y al pie de la letra el relato de la creación y el diluvio registrados en el Génesis; y basándose en esa hipótesis, procede a ordenar los hechos de la ciencia en armonía con la interpretación creacionista.
Á manera de resumen, diremos que el creacionista conservador cree:
- Que toda la sustancia material surgió debido al fíat del Creador; por lo tanto, no considera que la materia posea una existencia independiente o propiedades inherentes mediante las cuales realice sus actividades; los fenómenos de la naturaleza se hallan constantemente sujetos al control del Ser Supremo y lo están en todas sus manifestaciones.
- Que la organización de los caracteres distintivos de la tierra y la creación de la vida sobre la misma se realizó en el término de seis días literales; en consecuencia, no acepta las teorías de la evolución cósmica y biológica llevada a cabo durante largos períodos.
- Que la existente confusión y degeneración que se advierte en las plantas, los animales y el hombre, vino como resultado de la entrada del pecado en el mundo y por la influencia ejercida por Satanás y sus agentes.
- Que la tierra original fue destruida por una catástrofe devastadora, el diluvio, descripto en Génesis 6, 7 y 8, y que dicho diluvio fue la causa directa o indirecta de la mayoría de los caracteres geológicos más notables de la tierra.
- Que desde el diluvio se han operado cambios menores en la superficie de la tierra, dando como resultado cambios en el clima y en las condiciones ecológicas y que dichos cambios se han operado en forma simultánea con otros más o menos profundos relacionados con la estructura y modalidad de plantas y animales; que dichos cambios han dado como resultado la actual distribución sobre la superficie de la tierra del presente orden de “especies” de plantas y animales.
- Que los grandes grupos de plantas y animales han permanecido relativamente sin sufrir modificaciones; y que los cambios que actualmente resultan en nuevas especies, no son de una naturaleza tal que hayan de producir nuevas familias, órdenes, clases o tipos.
Esta es, pues, la conclusión a que los creacionistas llegan mediante el estudio de los aspectos científicos, filosóficos y religiosos de la cuestión. A la luz de los hechos científicos se sienten justificados al ponerse de parte de una interpretación científica de los fenómenos biológicos y geológicos y sugieren que bien pudiera ocupar su lugar como una nueva ciencia, la ciencia del neocreacionismo.
El contacto con lo sublime
Ninguna persona sensible puede mirar el cielo en una noche serena sin preguntarse de dónde vienen las estrellas, adonde van y qué es lo que mantiene en orden el universo. El mismo interrogante surge cuando miramos el universo interno del ser humano…
La capacidad de contemplar, al menos con cierto grado de comprensión, la armoniosa elegancia de las manifestaciones de la naturaleza, es una de las prácticas más satisfactorias de las que el hombre es capaz. Obtener aun una pequeña medida de ella, es un objetivo noble y recompensante en sí mismo, completamente aparte de toda ventaja material que pueda ofrecer. Pero realmente también nos ayuda muchísimo en nuestra vida diaria, en la misma forma que nos puede ayudar una profunda fe religiosa o una perspectiva filosófica bien balanceada. Contemplar algo infinitamente más grande que nuestro propio ser hace que todas nuestras dificultades diarias parezcan empequeñecerse por comparación. Hay una ecuanimidad y una tranquilidad de espíritu que sólo pueden ser logradas mediante el contacto con lo sublime (Hans Selye, La Tensión en la Vida, pág. 303; Fabril Editora, Bs. Aires, 1964).