Darwin no sorprendió a un mundo desprevenido con su idea de la selección natural como el mecanismo por el cual evolucionaron las especies. Cuidadosas observaciones habían estado en marcha por décadas. Su libro captó la atención pública (se vendió en un solo día) a causa de un creciente descontento con el registro bíblico de los orígenes y una destrucción universal por un diluvio. Los lectores no aceptaron ansiosamente sus ideas, pero tampoco se le opusieron en forma constante.
La historia está repleta de individuos que han cambiado el curso de los eventos humanos por el descubrimiento de nuevas tierras, las invenciones, la actividad política o la fuerza de las armas. Es mucho menor la lista de aquellos que han vuelto a tejer de manera significativa la trama de la sociedad y la historia humanas por la introducción de una idea. Los filósofos religiosos como Cristo y Mahoma, el ideólogo Marx, y los científicos Sigmund Freud y Charles Darwin, todos presentaron ideas que causaron revoluciones importantes en el proceso del pensamiento del hombre y cambiaron el mundo para siempre.
Para que una idea pueda ganar una aceptación casi universal debe compatibilizar importantes insatisfacciones internas con el punto de vista imperante en el mundo. Darwin no propuso su teoría de la descendencia con modificación a un mundo que aceptaba plácidamente el concepto de un Dios creador. Mucho antes de que Darwin escribiera El origen de las especies, un gran descontento había surgido con la especulación de que la diversidad de la vida vegetal, animal y toda estructura geológica de la tierra podía ser contenida adecuadamente en las historias de la creación y el diluvio que se dan en los primeros capítulos del Génesis.
Hasta el comienzo del siglo XVIII, la gran mayoría de la gente en el mundo occidental aceptaba de todo corazón el concepto de la creación bíblica y un diluvio universal. La influencia de la Iglesia en las actividades intelectuales de los eruditos no había sido liberada totalmente, aun cuando el renacimiento y la reforma protestante habían sacudido en los hombres el dogmatismo de los primeros siglos. La lealtad a la fe cristiana era casi universal en todas las civilizaciones europeas, aunque el nivel de piedad ciertamente había disminuido cuando se lo compara con el de los reformadores y sus inmediatos seguidores.
La ciencia había comenzado a florecer. En forma cada vez más creciente se estudiaba la naturaleza independientemente de la teología, y se hacían intentos para ubicar las observaciones en un contexto o punto de vista más secular. Linneo clasificó las plantas y animales en Europa del norte y para 1758 publicó una obra importante con ejemplos de todo el mundo. Las formas de vida fueron distribuidas en un orden jerárquico basado en similaridades de forma. De esta manera, por ejemplo, los animales con espina dorsal estaban separados de los que no la tenían, y a cada grupo se le asignaba un cierto número de subdivisiones.
Estas incursiones en los dominios de la ciencia moderna no estaban totalmente despojadas de adornos bíblicos. El concepto actualmente conocido como teología natural todavía era una fuerza dominante en la interpretación del mundo biótico (relativo a la materia viva). Este punto de vista ubicaba al hombre como el centro de la creación de Dios y relegaba al resto del mundo natural al papel de servidumbre para la comodidad y el placer del hombre. En esta aplicación extrema, por ejemplo, se pensaba que los conejos tenían pequeñas colas blancas ¡para proveer al cazador de un blanco más visible!
Otro punto de vista en la ciencia, supuestamente apoyado por la Escritura, era el concepto de la estabilidad de las especies. Antes de las exploraciones del nuevo mundo, el Lejano Oriente y el continente africano, se creía generalmente que los animales en Europa eran idénticos en forma a los que vinieron del arca de Noé. Pero con la llegada de cantidad de especímenes de tierras lejanas, pronto fue evidente que el arca no hubiera sido lo Suficientemente grande como para contenerlos a todos. La comparación de formas similares en toda la tierra hizo que la idea de que todo había venido de la mano del Creador fuera difícil de creer.
La posibilidad de que el cambio en las especies pudiera ocurrir fue resistido por los que veían a la naturaleza como perfecta. Permitir que un organismo cambie en forma o función a un estado mejor adaptado era, en esencial decir que la creación original de Dios era imperfecta. Este concepto se acercaba a la blasfemia y era obviamente inaceptable. Si el cambio ocurría en animales y plantas, siempre era en dirección degenerativa. Estas formas oscuras, por supuesto, no tenían éxito y consecuentemente se extinguían, separándose de las formas perfectas hechas por la mano del Creador.
La ciencia de la geología, infante aún, también jugó un papel significativo en permitir que la opinión mundial girara alrededor de las ideas de Darwin. Al principio todas las formaciones geológicas se atribuían á la obra de un diluvio único y universal. Sin embargo, el examen de las culturas antiguas sepultadas por los procesos sedimentarios llevó a la conclusión de que quizás otros procesos naturales fueran responsables de sedimentar las formaciones geológicas. Los sedimentos que fluyen a los mares, el vulcanismo y sus cambios resultantes en el paisaje, el viento, el movimiento del hielo y otras fuerzas físicas, todos proveen alternativas naturales al registro bíblico.
Los fósiles, de organismos que no viven actualmente en la tierra, fueron atribuidos por algunos a artefactos, o a la obra de Satanás en su esfuerzo por confundir al hombre. Para el tiempo de Darwin, la mayoría reconocía que estos fósiles eran en realidad restos de organismos extintos. Este tipo de evidencia concluyó en que los procesos geológicos en un mundo natural eran muchísimo más lentos de registrar para la formación de los estratos conocidos entonces en un período menor a los diez mil años. Las estimaciones en cuanto a la extensión de la historia de la tierra pronto pasaron a la dimensión de millones de años.
Con el descubrimiento de fósiles distintivos en estratos, junto con otras clases de fósiles distintivos en estratos cercanos, se desarrolló el concepto de las catástrofes múltiples. Aunque Dios era considerado todavía el Creador, el registro bíblico de un único evento creativo fue abandonado en favor de creaciones y catástrofes múltiples. Ya no se aceptó más la historia del diluvio bíblico literalmente.
De esta forma, Darwin apareció en la escena en un momento de significativo descontento con el punto de vista bíblico de los orígenes y la destrucción del mundo por un único y universal diluvio.
Los primeros años de Darwin estuvieron ocupados en el estudio de la historia natural. Los intentos académicos en la medicina y la teología resultaron infructuosos. Su primer y único amor fue el mundo de la naturaleza. Como enérgico y cuidadoso observador, pronto fue notado por varios importantes sabios de la historia natural que lo animaron a continuar con sus estudios. Cuando se le dio la oportunidad de ser biólogo en un viaje de cinco años alrededor del mundo, aceptó con entusiasmo. Esta experiencia demostró ser el origen del cambio en el punto de vista del mundo que tuvo Darwin.
Comenzó el viaje esperando ver todavía la mano de Dios en la naturaleza. Preocupado por la creciente evidencia del cambio en el mundo natural, primero intentó equipararlo con el registro bíblico. Sin embargo, a medida que las diversidades se multiplicaban, pronto resultó obvio que el cambio en realidad era posible. Para el momento en que llegó a las islas Galápagos, el concepto de que las especies surgían de otras especies ya estaba fijo en su mente.
Al regresar a Inglaterra, Darwin comenzó una serie de estudios para determinar qué grado de cambio es posible en el mundo natural. Un extenso examen de los hallazgos hechos por los criadores de animales domésticos, demostró que cambios morfológicos significativos eran realmente posibles. De estas observaciones postuló que la naturaleza también podía seleccionar ciertas características.
En varias posiciones Darwin no estuvo de acuerdo con eruditos anteriores. En primer lugar, reconoció que cada individuo variaba de otros individuos en un grupo de especies. Sobre la base del tamaño, el color, la velocidad del movimiento, o una cantidad de otras características, todas mostraron variación dentro del grupo. No había dos individuos iguales. Cada uno podía responder en forma diferente a un cambio de ambiente. Algunos tendrían ventajas basadas en características heredadas. Los que sobrevivían preferencialmente pasarían estas características “exitosas” a su progenie. De esta forma, lentamente y a través del tiempo, las especies evolucionarían hacia algo diferente.
Darwin también reconoció que la capacidad reproductiva de los organismos individuales excedía por lejos lo que se necesita para mantener una población estable. (Para que una población de animales de reproducción sexual se mantenga en número constante, sólo dos hijos en promedio pueden sobrevivir. Si la tasa de reproducción es mayor que ésto, la población se incrementará.) Sin embargo, como Darwin observó, en general los niveles de población de los animales y las plantas se mantenían relativamente constantes.
Teniendo estas dos ideas presentes, todo lo que se necesitaba era un catalizador para fundirlas en una nueva teoría. Este catalizador vino en la forma de un libro escrito por Thomas Malthus sobre los controles de población humana. Malthus notó que mientras que la capacidad reproductiva de los humanos era grande, la capacidad de producir alimento no lo era. Por ejemplo, si cada familia tenía cuatro hijos, la población se doblaría en una generación. Pero la producción de alimentos no podría avanzar al mismo ritmo. Malthus resolvió este dilema haciendo notar que el hambre, las guerras, la enfermedad, etc., proveían barreras naturales contra el crecimiento de la población.
Por fin Darwin tenía un mecanismo para el proceso que más tarde llamó selección natural. Era obvio para él que si una población con todas sus variables estuviera situada en un ambiente limitante, sólo sobrevivirían los que tenían capacidad de adaptación. Los sobrevivientes serían diferentes de los de la generación anterior.
Darwin estaba en lo cierto al creer que las especies pueden cambiar. Pero si las especies pueden cambiar un poco, ¿es lógico decir que dado suficiente tiempo, uno puede extrapolar el esquema evolutivo de animales unicelulares al hombre mismo?
Darwin llegó a estas conclusiones y dirigió importantes investigaciones en todos los aspectos de su teoría en los siguientes veinte años. Cuando se dio cuenta de que Wallace estaba por publicar conclusiones similares, entró en una frenética actividad y en cuestión de meses triplicó el tamaño de su manuscrito de veinte años y lo envió a la prensa. Cuando fue publicado en 1859, ¡se vendió en un solo día!
Las reacciones al libro de Darwin fueron inmediatas y extremas. Por un lado, muchos en la comunidad científica tomaron sus conceptos con fervor y se volvieron “evangélicos” en su promoción. En el otro extremo, el público en general, muchos religiosos y no pocos científicos, mientras que no les incomodaba la idea de que las especies podían cambiar, quedaron muy perplejos en cuanto a sus implicaciones. Muchos vieron en la teoría de Darwin un ataque al registro bíblico, al concepto de la inspiración, a la naturaleza del hombre y consecuentemente al proceso de salvación.
Para el momento en que llegó la siguiente generación, el darwinismo había ganado a un gran porcentaje de la comunidad científica. Los proponentes del creacionismo sólo podían ser hallados entre los ministros evangélicos. Esta aceptación se mantuvo más o menos igual hasta la mitad del siglo XX, cuando dentro de la comunidad científica un pequeño número de científicos comenzó a agitar el ambiente para que se contemplara la posición creacionista. Esta confrontación con la comunidad científica establecida se ha incrementado en intensidad y puede ahora ser vista en los medios de comunicación, el escenario político y las cortes.
Sobre el autor: Richard D. Tkachuck tiene un doctorado en Filosofía en la especialidad de parasitología de la Universidad de California (Los Angeles), y es miembro del Instituto de Investigaciones Geocientíficas, Loma Linda, California, Estados Unidos.