El autor continúa enumerando los peligros que nos rodean. Este artículo y el publicado el mes pasado se basan en el sermón que el pastor Treiyer pronunció el miércoles 24 de diciembre de 1969, en ocasión del XXI Congreso de la Unión Austral, realizado en Embalse de Río Tercero, Córdoba, Argentina.
“En la arena están las huellas de los que pasaron ya…” En su primera carta a los corintios, capítulo 10:1-11, el apóstol describe con precisión la experiencia de Israel cuando el conformismo, que en el fondo no es más que resistencia a las indicaciones de Dios, operó en sus filas. Preocupado por una iglesia en la cual el mundo estaba ejerciendo una influencia creciente, el apóstol apeló a las lecciones de la historia. En esos paisajes clarión ente desenmascara los peligros: son ‘individuales, pero sus consecuencias afectan a toda la iglesia. “No codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron” (veis. 7); no “forniquemos, como algunos de ellos fornicaron” (vers. 8); “ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron” (vers. 10). ¿Tendrán vigencia -estos- consejos en nuestros días? ¿Será que estos males se manifiestan en mi vida?
PELIGRO DE LA CODICIA
La codicia está denunciada y condenada en el décimo mandamiento. “El décimo mandamiento ataca la raíz misma de todos los pecados, al prohibir el deseo egoísta, del cual nace el acto pecaminoso.[1] Es una forma de idolatría que consiste en la colocación de nuestras ambiciones, de nuestros apetitos, de nuestros intereses en el primer lugar. Desarraiga del corazón la abnegación, el desprendimiento, y el espíritu de sacrificio. Oímos muchas veces acerca de la falta de recursos en nuestra obra, y hasta tendemos a pensar que la escasez de dinero sea nuestro mayor problema. Pero no es así; el problema no está en la entrega de la billetera, sino en la del corazón. Si la cartera no se abre, es porque el corazón no se abre.
En una época como ésta, en que la tecnología coloca tantas comodidades a nuestro alcance, disfrazadas muchas veces como necesidades, ¡cuán fácil es caer presa de la codicia! “Codicia, egoísmo, amor al dinero y amor al mundo, se encuentran en las filas de los observadores del sábado. Estos males están destruyendo el espíritu de sacrificio entre el pueblo de Dios”.[2]
El apóstol Pablo en 1 Cor. 10:1-11, denuncia también la idolatría. ¿Yo? ¿Idólatra? Generalmente asociamos la idolatría con el paganismo, o con la violación del segundo mandamiento por parte del sector mayoritario del cristianismo, pero no nos sentimos inclinados a pensar que sea un problema que nos concierna. Sin embargo, Dios nos advierte: “El Israel moderno está en mayor peligro que el antiguo de olvidar a Dios y ser arrastrado a la idolatría. Muchos ídolos son adorados, aun por los profesos guardadores del sábado”.[3]
Me dejó profundamente sorprendido comprobar en el Index de los escritos de Elena G. de White la larga lista de nuestros ídolos, a los que a veces rendimos culto en forma individual, a veces colectiva. Sólo a manera de ilustración mencionaré algunos: ideas y opiniones acariciadas, comodidad, hábitos pecaminosos, deportes y entretenimientos, comidas, adornos innecesarios, vestido, casas, dinero, tierras, el uso egoísta de nuestro tiempo libre, etc.
Así como la codicia es una forma de idolatría, la idolatría es adulterio espiritual: Todo lo que tienda a ocupar el primer lugar en nuestro pensamiento, en nuestro afecto desplazando y reemplazando a Dios se convierte en un ídolo. “Por tanto, amados míos, huid de la idolatría”, enseña el apóstol.[4] En esta orden hay un sentido de innegable urgencia. Lleva en sí la idea de una fuga continua, porque la idolatría se cubre de disfraces muy distintos, adaptándose a las debilidades y propensiones de cada individuo. Cuánto necesitamos de la decisión de Jacob, justamente antes de llegar a Betel, la “casa de Dios y puerta del cielo”: “Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos”.[5] Su familia aceptó la exhortación, y los ídolos fueron enterrados debajo de una encina cerca de Siquem.
Y, ¿qué decir acerca de la impureza? El apóstol es claro: “Ni forniquemos como algunos de ellos fornicaron”. Fue en los llanos de Moab, a la vista misma de la tierra prometida, de esa tierra por la cual tanto habían suspirado, donde la sensualidad cobró un terrible tributo entre el pueblo de Dios… y en forma inesperada. “Los israelitas, que no pudieron ser vencidos por las armas ni por los encantamientos de Madián, cayeron como presa fácil de las rameras. Tal es el poder que la mujer, alistada en el servicio de Satanás, ha ejercido para enredar y destruir las almas. ‘A muchos ha hecho caer heridos, y aun los más fuertes han sido muertos por ella’ (Prov. 7:26)”.[6]
La descripción del incidente, promovido por un ex profeta de Dios resulta casi increíble. El pueblo cayó en la idolatría debido a la fornicación y los israelitas se dieron a los ídolos. ¿Corremos nosotros ese riesgo? ¿Constituye la inmoralidad, el canto de sirena del sensualismo, un peligro para el pueblo de Dios? Durante toda la historia Satanás dirigió sus más terribles ataques contra las dos instituciones divinas legadas al hombre en el Edén: el sábado y el matrimonio. Pero en las últimas décadas sus ataques se han vuelto devastadores. En los últimos cien años, mediante el fetiche de la evolución, barrió en la mayoría la creencia en un Dios creador, tan firmemente declarada en el cuarto mandamiento del Decálogo. Ahora su artillería está dirigida contra el séptimo mandamiento. Habiendo convencido a la humanidad de que sólo un momento en la evolución la separa de los animales, ahora lucha para convencerla de que el pleno bienestar sólo se logra viviendo al nivel de los instintos. Y es pavoroso lo que ha logrado en los últimos cinco años.
Hace más de 70 años escribió Elena G. de White: “La inmoralidad en todas sus formas, está luchando por el predominio”.[7] Esa lucha parece estar llegando a un epílogo fatal. Con razón comentaba un prestigioso profesional estadounidense que la década del 60 pasará a Ja historia como la “década del orgasmo”.[8] ¿Qué más podrá traernos la del 70? Los periodistas y redactores de la revista Time pronosticaron recientemente que si bien Ja inmoralidad seguirá siendo una fuerza preponderante, la humanidad buscará sus mayores emociones en la violencia y la crueldad.[9]
¿Estamos nosotros a salvo? “Satanás conoce muy bien el material con el cual ha de vérselas en el corazón humano. Por haberlos estudiado con intensidad diabólica durante miles de años, conoce los puntos más vulnerables de cada carácter; y en el transcurso de las generaciones sucesivas ha obrado para hacer caer a los hombres más fuertes, príncipes de Israel, mediante las mismas tentaciones que tuvieron tanto éxito en Baalpeor. A través de los siglos pueden verse los casos de caracteres arruinados que encallaron en las rocas de la sensualidad”.[10]
El problema está en la sutileza con que la sensualidad contamina la vida. La transgresión del séptimo mandamiento no es un proceso repentino, sino el resultado de una larga preparación mental previa, a veces solapada. La mensajera del Señor denuncia: “Por el mal pensamiento o la mirada concupiscente se quebranta la ley de Dios”.[11] “El momento de tentación en que posiblemente se caiga en pecado gravoso, no crea el mal que se manifiesta; solamente desarrolla o revela lo que estaba latente y oculto en el corazón”.[12]
Preguntamos otra vez: ¿Estamos nosotros a salvo? “Mientras nos acercamos al fin del tiempo, mientras los hijos de Dios se hallan en las fronteras mismas de la Canaán celestial, Satanás, como lo hizo antaño, redoblará sus esfuerzos para impedirles que entren en Ja buena tierra. Tiende su red para prender toda alma. No sólo los ignorantes y los incultos necesitan estar en guardia; él preparará sus tentaciones para los que ocupan los puestos más elevados en los cargos más sagrados; si puede inducirlos a contaminar sus almas, podrá, por su intermedio destruir a muchos. Emplea ahora los mismos agentes que hace tres mil años”.[13]
¡Gracias a Dios, en Cristo podamos vencer todo pensamiento impuro, toda tendencia pecaminosa! “La sensualidad es el pecado de esta época. Pero la religión de Jesucristo mantendrá el control- sobre toda especie de libertad ilegítima; los poderes morales sostendrán las riendas .de control sobre cada pensamiento, palabra y acción. No será encontrado engaño en los labios del verdadero cristiano. Ni un pensamiento impuro será permitido, ni una palabra rayana con la sensualidad, ni una acción que tenga la menor apariencia de mal. Los sentidos serán preservados. El alma que tiene a Jesús morando en su interior, se desarrollará en su verdadera grandeza… y la gracia de Cristo será un muro de fuego alrededor del alma”.[14]
Por último, el apóstol menciona la murmuración. El consejo es claro: “Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor”.
La murmuración suele ser la primera reacción contra los planes de Dios, o ante las contrariedades que él permite que nos alcancen. “Satanás es el padre de la incredulidad, la murmuración y la rebelión”.[15] Un trío cuyos tres componentes condena Dios. “Dios desea que oremos mucho más, y que hablemos mucho menos”.[16] ¿Por qué? Porque “la murmuración es una ofensa a Dios”.[17]
La murmuración es fruto de la ingratitud, de la desconfianza, y quien la alberga, pronto se transforma en un esclavo del espíritu de queja y amargura, y su compañía resulta insoportable, su obra, destructora. Mis hermanos, desprendámonos de esas colecciones de agravios, injusticias y ofensas presuntas o reales; mantengamos un espíritu de ferviente gratitud a nuestro Dios. “En vez de murmurar por bendiciones retenidas, recordemos y apreciemos las ya otorgadas”.[18]
No hay dudas acerca del triunfo de la iglesia. Pero, ¿qué sucederá con nosotros, sus miembros componentes? Los peligres son serios, y si pensamos que podremos enfrentarlos sin la ayuda de Dios, sus amenazas potenciales se convertirán en una ineludible derrota. Pero en Cristo podemos ser más que vencedores, porque él no permitirá que seamos tentados más allá de lo que podemos soportar.[19] “Cristo no permitirá que pase bajo el poder del enemigo ninguna alma que haya demandado su protección con fe y arrepentimiento”.[20] “Jesús conoce las circunstancias particulares de cada alma… Su corazón de divino amor y simpatía se siente atraído ante todo hacia aquel que se ve más desesperadamente envuelto en los enredos del enemigo”.[21]
Pero, ¿cómo mantener esa relación viviente con Cristo? ¿Cómo triunfar juntamente con la iglesia? ¿Cómo evitar los peligros que nos asechan? El camino de la victoria es triple; hay tres cosas para hacer: “Nuestra única salvaguardia contra las supercherías de Satanás consiste en estudiar con diligencia las Escrituras, para comprender cabalmente las razones de nuestra fe, y realizar con fidelidad todo deber conocido”.[22]
El Señor nos bendiga para que, a través de la crisis, lleguemos a la victoria; que triunfemos con gloria luego de que sean superados los peligros, y que participemos de la grande, de la extraordinaria reunión de todos los hijos de Dios, cuando toda rodilla se doble, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre.[23]
¡Que así sea! ¡Ven! ¡Ven, Señor Jesús!
Referencias
[1] Patriarcas y Profetas, pág. 318.
[2] Testimonies, tomo 1, pág. 140.
[3] Testimonies, tomo 1, pág. 609.
[4] 1 Cor. 10:14.
[5] Gen. 35:2.
[6] Patriarcas y Profetas, págs. 487, 488.
[7] Testimonies, tomo 8, pág. 65.
[8] Dr. William Masters, citado en Time, 11 de julio de 1969.
[9] Time, 19 de diciembre de 1969.
[10] Patriarcas y Profetas, pág. 488.
[11] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 276.
[12] El Discurso Maestro de Jesucristo, pág. 55.
[13] Patriarcas y Profetas, pág. 488.
[14] Medical Ministry, págs. 142, 143.
[15] SDA Bible Commentary, tomo 1, pág. 1087.
[16] Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 172.
[17] Testimonies, tomo 6, pág. 52.
[18] SDA Bible Commentary, tomo 7, pág. 930.
[19] 1 Cor. 10:13.
[20] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 439.
[21] El Ministerio de Curación, pág. 405.
[22] Mensajes Selectos, tomo 2, pág. 67.
[23] Fil. 2:10, 11.