Amor es una palabra popular en estos días. En esta era hippie la vemos escrita por todas partes. Las frases e ilustraciones publicitarias referidas al amor son tan abundantes como los mismos “hijos de las flores”. Pero las palabras escritas en el papel, los muros y los letreros no producen en el alma el calor que siente quien da o recibe verdadero amor. La luz de la verdad sobre el amor se halla en la breve sentencia bíblica: “De tal manera avió Dios… que dio”. Si amamos debemos darnos a nosotros mismos.
Uno de los clamores más frecuentes de la moderna generación es: “A nadie le importa. ¿Por qué no habría de hacer lo que quiero? Nadie se fija en lo que hago”. Cuando los adventistas oyen eso, en lo primero que pensarán será en los viciosos hippies o en los liberales estudiantes que se drogan con LSD y comparten dormitorios mixtos. Pero es tiempo de que volvamos con atención la vista hacia nuestra propia iglesia local, sí, aun a nuestros hogares.
Poco después de que nos trasladásemos a una nueva iglesia descubrí que había heredado el cargo de secretaria de iglesia. Mientras hacía un reordenamiento, arreglando el archivo y escribiendo nuevas tarjetas con los nombres de los miembros descubrí con sorpresa que muchos nombres carecían de dirección. No era justo que eso quedara así. Una cosa lleva a la otra, y ahora estoy empeñada en una campaña para recuperar a algunos de los miembros y evitar que otros se vayan por la puerta de atrás.
BÚSQUEDA DE MIEMBROS PERDIDOS
El primer paso de la investigación fue buscar las direcciones. Quizá esa abuela conociera el domicilio de Sofía. María tal vez supiera dónde vivía la Sra. de Borelli. No, no sabía, pero estaba segura de que la Sra. de García lo sabía. Y así por el estilo. Finalmente fueron localizados todos, menos uno. (Tengo razones para creer que no pasará mucho antes de que también lo halle). Un hombre murió antes de que diera con su domicilio, pero afortunadamente un sobrino suyo que era pastor había estado en contacto con él.
A medida que descubría las direcciones me puse a la tarea de escribirles una carta individual. Puesto que no conocía a esas personas comencé por decirles algo acerca de mi esposo, el nuevo pastor, y de mí misma y de nuestra familia. Simplemente expresaba que estábamos tratando de mantenernos en contacto con todos los miembros, tanto los de cerca como los de lejos. Muchos se habían mudado a lugares distantes, algunos se hallaban estudiando en colegios y unos pocos eran miembros antiguos que hacía tiempo no asistían más a la iglesia. Por sobre todo me esforcé para que cada carta fuera amistosa.
Esperé, pero no mucho tiempo. En una semana sola recibí cinco respuestas, para grata sorpresa mía. He continuado escribiéndoles a esas personas, a algunas aun semanalmente. Por lo general les incluyo el último boletín de la iglesia con una breve nota personal, o quizá una carta pastoral mensual o un volante de invitación para nuestras reuniones de evangelismo. En la nota trato de informar de cualquier nuevo trabajo hecho o planeado por nuestra iglesia y hasta ciertos acontecimientos familiares. El objetivo principal es tratar de comunicar el hecho de que “nos interesamos por usted” y de que cada uno se sienta formando parte de la familia de la iglesia.
LOS RESULTADOS
Sólo el tiempo mostrará los resultados completos, pero por las respuestas recibidas puedo sentirme animada. La siguiente fue enviada por una estudiante: “Aprecio muchísimo su interés y sus esfuerzos… especialmente su primera carta acerca de su familia”. Esta, de una estudiante de enfermería: “Es tan lindo que se acuerden de una. Sé que el Señor ha enviado a su familia a nuestro medio”. Una joven que se hallaba trabajando lejos de su pueblo natal: “Es tan hermoso oír hablar del hogar”. Una joven esposa de un militar de la fuerza aérea disfrutó de la carta pastoral y dijo que conocía a casi todos los miembros mencionados en la lista de los que cumplían años ese mes. Luego hablaba de su familia y de que pronto se mudarían a otro lugar y esperaba hallar alguna iglesia adventista cerca. Una de las respuestas más apreciadas procede, no de un miembro, sino de un familiar de un joven que lo es. Este joven ha tenido muchos y muy difíciles problemas y aún está tratando de hallar su camino. ¿Cómo le afectaron esas cartas? Leamos: “Quedó contentísimo y sorprendido de que usted le escribiera —un muchacho que usted ni siquiera conoce— y ahora espera sus cartas”.
Hay muchas otras respuestas. Algunas de personas ancianas o solas o desanimadas. Mí carpeta de respuestas se está llenando rápidamente. Una señora ha comenzado a asistir regularmente a la iglesia; sin embargo, yo no he hecho mención de la asistencia a la iglesia, excepto cuando digo: “La extrañamos”.
Este es un buen consejo: “Debemos permitir que el amor de Cristo nos constriña a ser muy compasivos y tiernos, para que podamos llorar por los que yerran y los que han apostatado de Dios” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, págs. 391, 392).
TRABAJO PACIENTE
No todos a quienes les escribo son apóstatas, pero muchos están en situaciones en que la apostasía se torna más fácil. Una salida del hogar, un traslado en el trabajo y la demora en buscar la iglesia adventista más cercana pueden llevar al miembro a la derrota y a la pérdida del interés por asistir a la iglesia. Los estudiantes en los colegios necesitan del contacto estrecho con la iglesia de donde proceden. Todos necesitan saber que alguien se interesa por ellos. Esto es especialmente cierto en el caso de los que realmente han apostatado. Como enfermera hace ya mucho que aprendí el valor del tierno y amoroso interés. Descubro que en estos casos también produce efecto. No hay un gran número de personas volviendo a la iglesia inmediatamente, pero hay una cálida respuesta y sólo Dios conoce el resultado. A menudo esperamos resultados rápidos cuando tal vez durante un largo tiempo hemos estado haciendo daño a esa alma con la negligencia, la chismografía o la crítica. Al contrario; lo que generalmente exige es paciencia, ternura y un trabajo de bastante tiempo. Algunos de esos miembros tal vez nunca vuelvan a la iglesia local, pero si lo hacen dondequiera se encuentren el esfuerzo habrá valido la pena.
¿Debo recomendarle este método? Si usted tiene prisa por ver que la gente se reforme, no. Si va a escribir una vez y luego se va a olvidar durante semanas de hacerlo, tampoco. Y de ninguna manera si usted siente el deseo de decirles a esos miembros “una o dos cosas”. Pero si a usted no le va a importar sentarse el domingo o el lunes por la mañana y escribirles a las mismas personas semana tras semana, entonces le respondo con un sincero ¡Sí! Si lo hace, conocerá el gozo de alcanzarle una cuerda de amor a un hermano o a una hermana. Y al fin verá que algunos encuentran el camino de regreso a la iglesia.
En las iglesias grandes muchos miembros bien dispuestos con un gran corazón pero poco tiempo podrían “adoptar” a varios de esos hermanos ausentes y llevar a cabo esta obra.
El amor y la diligencia tienen su recompensa. Jesús dijo: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado”.
Sobre el autor: Esposa de pastor.