Puedo verla aún, de pie frente a la puerta mientras se despedía luego haber consultado sobre nuestro club de esposas de estudiantes de teología. Sus ojos llameaban con furia cuando dijo: “¡Libros! ¡Libros! Es lo único en que piensa Juan —en comprar libros. Nunca queda algo para la casa o para la ropa o si queda no alcanza, porque él compra libros. Cada mes se aparece con algunos nuevos. He llegado a odiar los libros”.

Sentí pena por ella. Quizá tuviera alguna razón válida para quejarse. Tal vez su esposo gastara sin medida en libros cuando otras necesidades del hogar eran más urgentes —no sé. Pero me apenaba por ella porque no entendía el importante papel que desempeñan los libros en la vida de un ministro.

“Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos” (2 Tim. 4:13). Eso le rogó Pablo a Timoteo cuando le escribió desde su prisión en Roma. Siempre me ha conmovido esa sencilla petición. El anciano apóstol sentía el frío del invierno de Roma y el capote le daría algún abrigo, pero mucho más anhelaba ser confortado por los libros.

Los libros son herramientas para el ministro. Son alimento también. ¡Por favor, no los menosprecie!

Si desea que su esposo sea un buen predicador y maestro, que presente siempre la verdad con nuevos enfoques, anímelo a leer. Siéntase orgullosa de ayudarle a formar una buena biblioteca. Interésese por los libros en su hogar, para su propio beneficio y el de él. La formación de una biblioteca es algo fascinante cuando uno reúne libros valiosos —comentarios y diccionarios, textos explicativos, ayudas para el estudio de la Biblia, para el estudio de la naturaleza, libros de viajes, biografías, historias, etc. Los libros son amigos y colaboradores, consejeros y guías. Tenga muchos libros —libros buenos, por supuesto.

Pero necesitamos ser equilibrados aun al formar una biblioteca. Los abundantes catálogos que nos llegan por correo quizá nos tienten a invertir en libros que parecen interesantes pero que tal vez sean de poco valor.

Trate de conseguir libros prestados de una biblioteca o de amigos (por favor, devuélvalos luego —parece que los ministros tienen fama de olvidadizos) así puede avaluarlos y decidir si son dignos de un lugar en la estantería o no. Puede no haber nada realmente importante en un libro, o tal vez haya tan poco que se puede copiar en unas pocas notas o fichas para su archivo; pero si el libro contiene material suficiente como para probar que será útil en la preparación de sermones y el desempeño de los deberes ministeriales, a cualquier costo, cómprelo.

La asociación local suele tener un plan de ayuda para los obreros en la compra tanto de libros como de equipo necesario, y debe aprovecharse esa ventaja y agradecer por la misma.

Al pensar en la distribución de sus pertenencias dentro de la casa, considere con cuidado el lugar que le asignará a los libros. Ubíquelos donde resulten de fácil acceso y organícelos de acuerdo con el asunto que tratan, de manera que pueda localizarlos con rapidez.

Por lo general el mejor lugar para los libros es el cuarto de estudio o gabinete. Este debiera estar situado, de ser posible, en el lugar más tranquilo de la casa, y contar en su equipo con escritorio y máquina de escribir, archivo y estantes para libros. La esposa del ministro debiera tratar de que esa habitación sea agradable para trabajar, no sólo para estimular la eficiencia sino para crear una atmósfera propicia al estudio y la meditación.

“Dios ha dado a su pueblo el material de lectura más selecto. Téngase la Biblia en cada habitación de la casa. Manténgase la Palabra de Dios, pan de vida, a la vista. El dinero que se gasta en revistas seculares empléese en publicaciones que contengan la verdad presente, y reciban estas últimas un lugar prominente en el hogar. Se las puede entregar en manos de niños y jóvenes con toda tranquilidad. No debería haber novelas en el hogar de los que creen en Cristo. No mantengáis a la vista de los jóvenes lo que se simboliza con leña, paja y hojarasca, porque envenenará el apetito haciéndoles rechazar lo que se simboliza con el oro, la plata y las piedras preciosas. Se rechazará estrictamente la tendencia a dedicarse a las lecturas livianas e inútiles.

“Manténganse publicaciones selectas y elevadoras a la vista de los miembros de la familia. Leed nuestros libros y revistas. Estudiadlos. Familiarizaos con las verdades que contienen. Al hacerlo, sentiréis la influencia del Espíritu Santo. . . La lectura de nuestras publicaciones no nos hará dispépticos mentales. Ninguno de nosotros recibirá el pan de vida para nuestro mal; en cambio, a medida que leamos esos libros, nuestra mente se enriquecerá con lo que afirmará el corazón en la verdad” (Meditaciones Matinales, pág. 91).

Sobre el autor: Esposa de Ministro, Angwin, California