Cuando mediante nuestros sentidos imperfectos recibimos siquiera una pálida vislumbre de Dios, su poder, su majestad, su gloria… Cuando pensamos en hombres que han estado en la misma presencia del Rey de reyes y Señor de señores, tales como Moisés, Isaías, Pablo, y los vemos postrados con religioso respeto, transformados para siempre después de vivir esa experiencia, la más alta de su vida… Cuando contemplamos la reverencia y la adoración de los seres angélicos, que velan sus rostros, y de otros seres celestiales cuyo constante gozo es exclamar ¡santo, santo santo!… Cuando vemos todas estas cosas, entonces percibimos la importancia de la adoración y del culto divino, y la necesidad que tenemos de darle debida consideración.

Seamos ordenados, y consideremos el servicio de culto desde tres puntos diferentes: el significado del culto, la importancia del culto y la atmósfera del culto.

EL SIGNIFICADO DEL CULTO

Los diccionarios nos dicen que adorar implica reverencia, honra, respeto, homenaje, devoción, veneración. El culto tiene que ver con actos de homenaje, adoración, servicios religiosos. Estas definiciones son correctas, sin duda, pero son un poco frías.

En su libro The Public Worship of God, Henry Sloane Coffin define la adoración desde diferentes e interesantes puntos de vista. Piensa en la adoración como “apreciación”. Se remonta a un antiguo significado de la palabra “Worthship”, el reconocimiento del mérito de otro, “la reverente, gozosa y espontánea respuesta del espíritu del hombre al verse frente al Dios de la revelación cristiana, el Dios de la creación y de la redención. Coffin dice que “el elemento primario en el culto es este reconocimiento de adoración del carísimo Padre, el augusto Dios de todos los mundos”, y que también es “apreciación de alguien que es más elevado y mejor que nosotros”. “Nosotros rendimos culto al hablar con un amigo o al cortejar a la esposa mediante una apreciación compulsiva que halla su única recompensa en su objeto”. En segundo lugar, Coffin dice que el culto es ofrenda, y escribe que “la apreciación se manifiesta naturalmente en la ofrenda”. “El culto es la ofrenda de nosotros mismos a Dios”. “Nosotros le presentamos nuestros pensamientos, nuestro arrepentimiento, nuestra acción de gracias, nuestras aspiraciones”. Podríamos añadir que le ofrecemos nuestros talentos, nuestro tiempo, nuestros medios. Finalmente, Coffin sugiere que el culto es comunión, y cree que éste es el “aspecto supremo del culto”. Señala que “hay diferencia en hablar acerca de un amigo que hablarle a él, y así sucede con Dios”. Hay diferencia en decir “él” y “tú”.

La misma Biblia nos ayuda a redondear nuestro concepto de adoración. Salmo 95:2 habla de acciones de gracias (Versión Moderna). El versículo 6 habla acerca de la posición en la adoración, que es la de rodillas. Salmo 96:8 menciona las ofrendas como parte de nuestro culto. Apocalipsis 19:5, 6 habla de alabanza. Apocalipsis 15:2, 3 habla de música. Apocalipsis 4:8-10 menciona la adoración postrada.

La sierva del Señor amplía aun más nuestro concepto al decir: “Todo el servicio debe ser dirigido con solemnidad y reverencia, como si fuese en la visible presencia del Maestro de las asambleas” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 195). La Hna. White habla de obedecer “espontáneamente a todos sus requerimientos. En eso consiste el culto verdadero” (Id. tomo 3, pág. 356). Esta es ciertamente la piedra de toque del culto genuino. Toda adoración que no lleve en esta dirección es pura farsa, algo hueco y absolutamente carente de significado.

La adoración es, entonces, el acto de acercarse a Dios. Es el método de acercarse a Dios. Es un encuentro intensamente personal con Dios. Y si la adoración es todo esto, y si el servicio de culto del sábado es uno de los medios primarios para un encuentro colectivo con Dios, ¡qué terrible responsabilidad es la nuestra! Esto nos obliga a presentar nuestro segundo punto.

LA IMPORTANCIA DEL SERVICIO DE ADORACIÓN

Mediante la revelación especial concedida a este pueblo, vemos la importancia del servicio de adoración. “A menos que se inculquen en los miembros ideas correctas de la adoración y reverencia verdaderas, habrá una creciente tendencia a poner lo sagrado y eterno al mismo nivel que las cosas comunes, y los que profesan creer la verdad ofenderán a Dios y deshonrarán la religión” (Id., tomo 2, pág. 202). La Hna. White dice que “un enemigo ha estado trabajando para destruir nuestra fe en el carácter sagrado del culto cristiano” (Id., pág. 198). Y en la página siguiente dice: “El gusto moral de los que adoran en el santo santuario de Dios debe ser elevado, refinado y santificado”. Podríamos citar muchas declaraciones similares que subrayan poderosamente la importancia del servicio de culto.

Parece haber una peligrosa tendencia, especialmente en ambientes urbanos o en los centros de nuestra obra, a que un creciente número de nuestros miembros se conviertan en adventistas de una hora por semana. Asisten solamente al culto divino. No hay para ellos escuela sabática, culto de oración, ni aun reuniones sociales, sino tan sólo un contacto de una hora por semana con la iglesia. Si esta tendencia se acentúa, aumentará la importancia del servicio de culto, y también aumentará mi responsabilidad de preparar alimento espiritual que sea variado, sabroso y nutritivo. Yo sé que el trabajo del púlpito para el pastor representa sólo parte de sus responsabilidades. También conozco las admoniciones de la sierva del Señor acerca del dedicar demasiado tiempo al estudio, pero cada vez me doy más cuenta de nuestra sagrada responsabilidad como pastores de dar al Señor y al pueblo nuestro, tiempo, honradamente, para preparar el menú del culto para el festín sabático.

Muchas personas que vienen a nuestros cultos, adorarán o dejarán de hacerlo debido a nuestro planeamiento y preparación o a nuestra falta en hacer ambas cosas. Muchos serán guiados a la misma presencia de Dios o no lo serán porque nosotros los guiemos o no lo hagamos. Esta es la razón por la cual es importante el servicio de culto.

En una de las aulas del antiguo edificio de nuestro seminario en Washington, D.C., había un cuadro que me impresionó muchísimo. Era el cuadro de una iglesia hermosa, adornada, con un magnífico altar, y había algunas personas adorando allí. Cristo estaba en el cuadro, pero no en el altar. Estaba con un solitario adorador en la parte posterior del templo, en la sombra. Ese cuadro me hizo pensar muchas veces. ¿Dónde está Cristo en el culto divino que yo dirijo? ¿Está siquiera allí? ¿Es aceptable el servicio para él? ¿Le es agradable? Si no tenemos la presencia de Dios en nuestro servicio de culto, no tenemos nada. Por esto es importante el servicio de adoración.

He hablado del significado de la adoración. He tratado de subrayar la importancia del servicio de adoración, pero el aspecto más importante es el cómo del culto, el poner en la práctica los principios que hemos aprendido. He elegido esto para pensar en la atmósfera de la adoración.

LA ATMÓSFERA DEL CULTO

Alguien preguntará: ¿Qué se entiende por atmósfera? ¿Un ceremonial impresionante, un fastuoso despliegue, magníficos templos, ritos solemnes y cautivantes, imponentes procesiones, pinturas, esculturas, incienso? No precisamente, sin embargo algunos de esos elementos pueden tener su lugar en el servicio de adoración. En verdad, “atmósfera” es algo que la gente siente, experimenta. “Me gusta ir a la Iglesia Adventista. Hay algo en el ambiente, hay algo allí”. Si alguna vez se dice eso, es porque hay Alguien allí. Nuevamente tenemos el consejo: “Nuestras reuniones deben hacerse intensamente interesantes. Deben estar impregnadas por la misma atmósfera del cielo” (Id., pág. 252). ¡Constituye un desafío espiritual el alcanzar este nivel!

SUEÑOS DE PESADILLA

Muy rara vez tengo sueños que puedan considerarse de pesadilla, pero casi invariablemente tienen como argumento un servicio de culto que se está haciendo pedazos ante mis ojos impotentes: por ejemplo, me veo semivestido, la gente camina de un lado para el otro o se retira mientras yo estoy hablando, o buscando aterrorizado mi bosquejo sin poder encontrarlo. Quizá Uds. hayan experimentado pesadillas parecidas, y un enorme sentimiento de alivio al despertarse. He estado en cultos cuya atmósfera era algo menos que la atmósfera del cielo. Estuve en un servicio en el cual el ministro pensaba que tenía el bosquejo del sermón en su Biblia, pero cuando se dirigió al púlpito no estaba allí. Lo buscó en su Biblia por un rato, luego se bajó de la plataforma y fue adonde había estado durante la escuela sabática para buscarlo, pero no estaba allí. Finalmente, otro ministro y yo, que estábamos en la plataforma, nos unimos en la búsqueda del bosquejo. Pueden imaginarse lo que esto significó para la atmósfera del culto.

NO SE OLVIDEN DE LA MAYONESA

Recuerdo muy bien un servicio en el cual había tanta animosidad entre la organista y el director de canto, que este último estaba instando a la congregación a seguir un ritmo cada vez más rápido. Al fin la organista sencillamente dejó de tocar. Por toda la congregación pasó como una descarga eléctrica, porque muchos estaban enterados de la diferencia entre esas dos personas. La atmósfera de la adoración quedó completamente destruida. A veces hay actos poco amables y accidentales que destruyen la atmósfera del culto. Pienso también en el servicio que queda fragmentado por la desorganización. Pienso en el servicio en el cual hay conversación entre el púlpito y el banco. “Hna. García, ¿la sede de Dorcas está abierta el martes?” Pienso en el servicio en el cual se hacen anuncios seculares inapropiados, que tal vez tengan que ver con un picnic, y alguien añade al final: ¡“Y, no se olviden de la mayonesa para los sándwiches!” ¿Qué sucede con la atmósfera del culto en tales ocasiones? Hermanos, para que nuestro culto ¡esté impregnado “por la misma atmósfera del cielo”, tenemos que eliminar algunas cosas, e incluir otras.

¿Qué es lo que hace la atmósfera del servicio de adoración? En primer lugar, está el ministro mismo, su vestimenta, su conducta, su corrección, etc. Están los ancianos, su conocimiento, experiencia, capacidad, etc. Luego está el orden mismo del culto: su planificación, organización y preparación. La música juega un papel destacado en la atmósfera del culto. Trátese de himnos, coros o piezas especiales, la música debería ser bien elegida.

También está el asunto del lugar de culto. En estos momentos en la Iglesia de Stone Tower estamos gastando miles de dólares para hacer que nuestro templo sea más apto para la adoración y más reverente. Pero, no importa en qué iglesia esté Ud., grande o chica, siempre hay cosas que pueden hacerse para aumentar la atmósfera de adoración, aun con poco gasto. Quizá sea posible adorar a Dios en el vestíbulo de una sala de espectáculos, donde los cortinados, las paredes, los murales, y las alfombras huelen a humo de cigarrillo, a café y a almuerzos a base de fiambre. Pero, ¡qué bendición es un ambiente adecuado, donde la atmósfera misma proclama “Dios está aquí”! En la iglesia en la cual Juan Wesley predicó su primer sermón, pueden hallarse estas palabras grabadas en el piso: “Entra por esta puerta como si el piso del interior fuese de oro, y las paredes estuvieran cubiertas de joyas de riqueza sin par, y como si estuviese cantando un coro de personas ataviadas con ropas de fuego: no grites, no corras, sino calla, porque Dios está aquí”.

¿HAN ADORADO REALMENTE?

Está bien que la gente venga a nuestra iglesia, y luego diga: “Bueno, hoy fui a la iglesia, a una iglesia adventista”, o bien: “Fui a escuchar un sermón, bastante bueno, de un pastor adventista”. Pero, ojalá que podamos hacer que la gente diga: “Ud. sabe, hoy adoré a Dios en la iglesia adventista. Parecía como que Dios realmente estuviese allí. Yo sentí su presencia”.

¿Cómo resumiremos nuestro pensamiento en cuanto al servicio de culto? Reverente, pero no frío. Dignificado, pero no demasiado formal. Hermoso, pero no fastuoso. Ferviente, pero no común o informal. Solemne, pero no carente de gozo. Que marche bien, o sea, “decentemente y con orden”, pero no mecánico y altisonante. Elevador, pero tal que la gente común pueda adorar alegremente. Quizá no exista un servicio tal en ningún lugar de esta tierra, pero con la ayuda de Dios podemos trabajar para lograrlo.

Sobre el autor: Pastor, Portland, Oregón