El del ministerio es un llamamiento complejo. Ante todo, el ministro debe ser un predicador efectivo del Evangelio. Para desempeñar este papel debe estar bien informado, conocer la Biblia y saber cómo comunicar su mensaje. En un mismo nivel con su capacidad como predicador, el ministro debe ser un conductor del culto. Además de estos dos “rubros” en los cuales el ministro debiera ser especialista, debe entender el arte del servicio personal tanto dentro como fuera de la iglesia, y debe ser un competente administrador de los asuntos de la misma.

El desempeño de este cuádruple papel —predicador, conductor del culto, consejero y administrador— constituye un exigente desafío para el ministro. Puesto que muy pocos hombres son igualmente efectivos en estos cuatro aspectos, existe la tendencia a buscar méritos en el campo donde los resultados son más mensurables: administración. En años recientes se ha vuelto a poner énfasis en el aspecto del pastor como consejero. A los ministros siempre se los urge a que se superen en la predicación, pero el costo del éxito en este terreno es tan grande que sólo una minoría logra un alto grado de competencia.

El cuarto punto —conducción del culto— es un campo abierto. Sólo unos pocos han realizado estudios serios sobre la filosofía, teología, historia y técnicas del culto. Quienes lo han hecho han descubierto nuevas riquezas en la obra del ministerio.

Impacto del segundo servicio

El éxito de la Iglesia Adventista se determina en una gran medida por lo que sucede en la hora del sermón, el sábado de mañana. Al decir esto, no le estoy restando importancia a nuestras actividades evangélicas o misioneras. Pero el éxito final de nuestro progreso depende del impacto del servicio de culto sobre el visitante o el creyente nuevo que está hallando su camino en el compañerismo de la iglesia. Una persona puede haber estado muy interesada en un programa bíblico de radio o de televisión y haber completado un cu.so bíblico, pero si en su primera visita a la Iglesia Adventista local se encuentra con un servicio ruidoso, desorganizado y sin sentido, la influencia evangélica es fácilmente neutralizada. El pasaje del auditorio evangelístico a la iglesia puede resultar en un trauma si el nuevo creyente se enfrenta con un culto que se celebra en medio de un coro de niños que lloran en un servicio pobremente planeado. El miembro adventista debe poder llevar a cualquier visita a cualquier iglesia y en cualquier momento sin temor de que se va a encontrar en apuros, sea por la conducta de la congregación, el orden del servicio o el tema del sermón. La efectividad de la iglesia como una agencia evangélica se acrecentará grandemente si se sigue esta regla.

¿Cuáles son los factores más importantes que gobiernan la obra del ministro como conductor del culto?

Planeamiento completo

Primero, debe planear un servicio que sea lealmente de culto. Esto significa que en el servicio habrá lugar para la adoración, la confesión, la dedicación y la instrucción; y las diferentes partes del servicio tendrán de algún modo una secuencia significativa, lógica. Los cánticos, oraciones, himnos y ofrendas deben ser más que un mero material introductorio a un sermón. Importante como es, el sermón no constituye el clímax del servicio, —el clímax es la dedicación personal con que se cierra el servicio, que puede ser expresada en un himno de dedicación, una oración o una ofrenda.

Una Iglesia Adventista grande está usando actualmente el orden siguiente para el servicio:

  • Adoración y alabanza
  • Preludio de órgano
  • Convocación al culto
  • Himno de alabanza
  • Invocación
  • Himno o selección musical especial
  • Ofrenda
  • Proclamación
  • Lectura bíblica
  • Oración pastoral
  • Himno de meditación
  • Sermón
  • Dedicación
  • Himno de dedicación
  • Bendición
  • Postludio de órgano

Este orden, con leves modificaciones, se puede usar en iglesias de cualquier tamaño o tipo. Lleva al adorador a ver progreso y sentido en el servicio. No es una simple mezcolanza de actividades desligadas o más o menos ligadas. La Biblia se emplea en el servicio en la convocación al culto, la lectura bíblica y el sermón. Los tres himnos se escogen especialmente como himnos de alabanza, meditación y dedicación, para que armonicen con las tres secciones básicas del servicio. La ofrenda se considera como una parte de la adoración y alabanza. Podría también ser recogida con toda propiedad hacia el final como símbolo de dedicación. Las tres oraciones —la invocación, la pastoral y la bendición del final— encajan dentro de un esquema que ya es familiar.

Dos características

No es ésta la única forma de planear el servicio de una iglesia. Se pueden introducir muchas variaciones, pero todo buen servicio de culto tendrá dos características: El orden debe tener un sentido, y cada parte debe ser bien realizada.

El segundo factor importante en el servicio es que el conductor del culto, sea el ministro o el anciano, debe participar del mismo con el debido espíritu. Esto incluye adoración, gratitud, reverencia y amor. Un gran ministro ha dicho que sólo una persona redimida puede en realidad adorar a Dios. El culto verdadero es la respuesta de un individuo redimido a su Redentor.

Tercero, no puede haber culto sin que haya tranquilidad. Los movimientos, los cuchicheos, el llanto de las criaturas alejan el espíritu de culto de un servicio. Estos problemas deben ser resueltos mediante educación, lugares destinados a los niños, alfombrados para amortiguar los ruidos o cualquiera otra cosa que haga falta.

Cuarto, la música debe ser apropiada. Debe hacerse una selección de buenos himnos de adoración hasta en la más humilde iglesia en la que haya un viejo piano o un órgano quejoso. Los himnos de otro tipo tienen su lugar, que por lo común no es en el servicio de adoración.

Quinto, se debe leer bien la Escritura. Quien lea debe conocer con varios días de anticipación su parte y practicar con el pasaje al que debe dar lectura.

Sexto, las oraciones, aunque espontáneas, no deben ser una simple colección de expresiones gastadas. Aunque no se las lea, las oraciones también deben ser planeadas.

Finalmente, el sermón se debe basar en la Palabra de Dios, y debe estar programado para acercar al oyente a la presencia de Dios. No debe ser pura instrucción o puro entretenimiento, sino una comunicación del mensaje de Dios como está en su Palabra.

Las prácticas chapuceras deshonran a Dios

Casi no existe el peligro de que los servicios adventistas se tornen demasiado formales. De hecho, no podemos seguir la corriente litúrgica renovadora con su énfasis en la repetición de fórmulas y su retorno al simbolismo medieval, sino que debemos buscar hacer más bello el culto. El culto a Dios merece lo mejor que podamos ofrecerle, y se deshonra a Dios con prácticas de adoración chapuceras y toscas. Si bien es cierto que las consideraciones estéticas no constituyen el criterio principal del culto, no hay razón para que el culto adventista no tenga una hermosa sencillez que sea estéticamente aceptable para el más exigente de los críticos.

Nuestro deber es educar

Me parece que oigo a muchos pastores decir: “Tenemos un distrito a nuestro cargo. Sólo podemos estar en un lugar a la vez, de modo que tenemos que dejar a otros la dirección de los servicios. ¿Cómo podemos mantener elevada la norma?” Es un problema. Pero, ¿no es parte de la obra del ministro educar a sus ancianos de iglesia en los conceptos apropiados para el culto? ¿No debiera el pastor estudiar el orden del culto en cada iglesia con sus ancianos y ver cómo puede mejorarlo? ¿No puede el ministro preparar convocaciones al culto, lecturas bíblicas y otros materiales que habrán de ayudar a los ancianos en su tarea? ¿No es posible, en muchos casos, para el pastor y el dirigente local desarrollar una especie de sano orgullo mutuo respecto de la efectividad del servicio de culto? Los cambios en este asunto deben ser hechos con mucho cuidado y tacto. Es cierto que muchos miembros de la iglesia están completamente satisfechos con servicios toscos y vacíos y se oponen a cualquier medida encaminada a un cambio. Pero es también cierto que un número creciente de miembros de iglesia está ansioso de que sus pastores piensen en servicios más llenos de sentido. No podemos ser siempre anulados en nuestros esfuerzos hacia el progreso por los que confunden el estado de cosas imperante con la espiritualidad. Ni tampoco ser amedrentados por los que ven algo siniestro en cualquier intento de embellecer el culto a Dios.

Sobre el autor: Profesor de Teología Aplicada  de la Universidad de Loma Linda