Amigo ¿podría Ud. recitar, en nuestra reunión de jóvenes, aquella poesía que gusta tanto?

—No, hermano, desde que fui ordenado al ministerio, no he recitado más…

—¿Por qué? —interrumpí, no pudiendo disimular mi asombro.

—Porque me dijeron que no queda bien que un ministro se ponga a declamar.

No recuerdo cómo continuó el diálogo, pues sucedió hace muchos años. Pero el asombro continúa. Me parece que el incidente es un exponente de la idea sostenida por algunos acerca de que la poesía es incompatible con las cosas serias de la vida, y de que el término poeta es sinónimo de ingenuo, simple, visionario, ajeno a las realidades de la vida.

Creo que desde entonces sin duda las opiniones han evolucionado y mejorado un poco en nuestro ambiente. ¡Pero sólo un poco! En nuestras actividades evangélicas y misioneras en general hay margen para un mayor empleo de poemas buenos, basados en motivos nobles, edificantes, espirituales. ¿Cómo menospreciar a la poesía, siendo más antigua que la prosa y siendo como dijo alguien “el idioma de la raza humana”?

Por otra parte, es cierto que no siempre hemos sido lo suficientemente cuidadosos en la elección de producciones poéticas para nuestras reuniones de jóvenes y otras. A veces se recitan poemas demasiado largos, frecuentemente sobrecargados de sentimentalismo. Y, lo que es peor, se declaman otros que, no obstante pertenecer a poetas considerados luminares de primera magnitud, encierran ideas malsanas. Producciones de ese tipo no fomentan el buen gusto artístico ni nuestro discernimiento espiritual.

Pero la poesía de alto cuño moral y espiritual y a la vez de forma perfecta, merecería entre nosotros mayor consideración de la que le hemos dado. Sería una bendición su empleo más frecuente en sermones, series de conferencias, reuniones de jóvenes, de padres y maestros, Dorcas, etc.

Así pues, en la preparación de los sermones, el pastor no debe olvidar el recurso de las buenas poesías. Notemos, por ejemplo, el excelente efecto logrado cuando, en un sermón sobre los sufrimientos de Cristo, se lee o recita una poesía alusiva al tema. Observemos la atención y el silencio de los oyentes, conmovidos, con los ojos húmedos. Notemos cómo en medio de una conferencia sobre un tema complejo y difícil la lectura de unos versos apropiados alivia la tensión, tanto del orador como de los oyentes, disponiendo a ambos para considerar asuntos menos importantes.

Tal vez el hecho de que el actual presidente de la Asociación General, pastor Roberto H. Pierson, sea poeta, contribuya a una revisión de nuestra actitud hacia la poesía.

Elena G. de White, en La Educación, página 154 y siguientes dedica un largo capítulo a “Poesía y Canto”. “En las Escrituras se encuentran las expresiones poéticas más antiguas y sublimes”, dice.

En efecto, la Biblia exhala en gran parte una fragancia altamente poética, a veces romántica, lírica e idílica. Eliminemos la poesía y perderemos monumentos literarios, morales, filosóficos y espirituales como Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantares, Lamentaciones —sin hablar del Pentateuco, de Isaías, de Jeremías, de los profetas menores, de los Evangelios—. ¡Qué pérdida sufriríamos! las mismas palabras de Jesús están impregnadas de un suave y encantador lirismo poético. ¿Qué es el Sermón del Monte, sino un poema en prosa? ¿No están llenos de poesía el Padrenuestro, las parábolas, también los símiles que emplea en su sermón profético?

En la antigua literatura hebrea, a la que debemos, después de Dios, la dádiva de la Escritura, la poesía ocupaba un lugar preponderante, por eso no podía dejar de estar presente en la Biblia.

La base de la poesía hebraica es el paralelismo, que alguien comparó al flujo y reflujo del mar. Un autor alemán lo definió como “el palpitar y el desfallecer del corazón conturbado”. Hay en él algo que trasciende la nacionalidad. Parece ser innato al corazón humano. (SDABC, tomo 3, pág. 622.)

El paralelismo es “cierta correspondencia o simetría entre dos cosas. Desarrollo o evolución en el mismo sentido” (Séguier). “Estilo poético que consiste en la división del pensamiento según cierto ritmo, en miembros de frases paralelas y en parejas” (Aulete). Es la repetición del mismo pensamiento en dos sentencias breves, a veces muy parecidas, que puede ser sinonímica, antitética, etc.

Veamos un ejemplo de paralelismo sinonímico en Gén. 4: 23, 24:

“Ada y Zila, oíd mi voz;

Mujeres de Lamec, escuchad mi dicho:

Que un varón mataré por mi herida, Y un joven por mi golpe”.

Algunos otros ejemplos:

“El pan de Aser será sustancioso, y él dará deleites al rey”. (Gén. 49:20).

“Porque el temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía”. (Job 3:25).

“Me rodearon ligaduras de muerte, y torrentes de perversidad me atemorizaron.

Ligaduras del Seol me rodearon, me tendieron lazos de muerte”. (Sal. 18:4, 5).

“Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos”. (Sal. 19:8).

“No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares”. (Sal. 71:9).

Paralelismo antitético es aquel que, como lo indica el adjetivo, encierra una antítesis (“figura de retórica que expresa una oposición de ideas o de palabras”). Por esa misma razón, la segunda frase comienza con conjunción adversativa. Ejemplos:

“Así perezcan todos tus enemigos, oh Jehová; Mas los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza”. (Juec. 5:31).

“Porque Jehová conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá” (Sal. 1:6).

“Estos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria”. (Sal. 20:7).

“Como prodigio he sido a muchos, pero tú eres mi refugio fuerte”. (Sal. 71:7 VM).

Notemos la belleza poética de capítulos enteros de paralelismo, como por ejemplo los capítulos 38, 40 y 41 de Job; muchos salmos, entre los que puede contarse el 136, una parte del 119, etc.; numerosos capítulos de los Proverbios, como los números 10, 11, 12, etc. En efecto, Job, Salmos y los Proverbios son ricos en paralelismo.

Socorrer pronto al desgraciado es socorrerle dos veces.

Hay salmos con estribillos: 42, 43, 57, 67.

Hay acrósticos: Sal. 37 y 119; Prov. 31:10-31.

“Homero tiene numerosos arrebatos que Virgilio no fue capaz de alcanzar; y en el Antiguo Testamento hallamos pasajes más elevados y sublimes que cualquier párrafo de Homero”… “Después de compulsar el libro de los Salmos, lea un juez de las bellezas de la poesía, una traducción literal de Homero o Píndaro y hallará en estos dos cosas absurdas y confusión de estilo, con una pobreza tan grande de imaginación, que se convencerá de la enorme superioridad de estilo de la Escritura” (Addison, citado por Eckman, The Literary Primacy of the Bible).

El mismo Eckman, después de acentuar el contenido poético del cántico de Moisés (Deut. 32); de trozos de Samuel, David y Habacuc; del lamento de David por la muerte de Saúl y Jonatán (2 Sam. 1:19; 27); de la oda de Débora (Juec. 5), etc., destaca además: los oráculos de Balaam en Núm. 23, 24; el cántico de Moisés y María en Exo. 15; la profecía de Jacob acerca de sus hijos en Gén. 49; la bendición de Moisés, en Deut. 33; el himno de acción de gracias de Ana, en 1 Sam. 2; el cántico de loor de David, en 2 Sam. 22; su cántico de liberación en el capítulo siguiente; el salmo de acción de gracias en 1 Crón. 16. Cita también el autor muchos fragmentos y poemas menores, como la conmovedora bendición sacerdotal de Núm. 6:24-26 y otros.

Gladstone sentía en los salmos “toda la música del corazón humano, cuando es tocado por la mano de su Creador”. Calvino llamaba a los salmos “la anatomía de todas las partes del alma”. “Cuando las filosofías de Aristóteles y de Platón no se lean más”, dice el rabino Levi, “los salmos de David serán aún cantados jubilosamente”. Observaba Rowland Prothero que “con un salmo en los labios murieron Wiclef,  Hus y Jerónimo de Praga, Lutero y Melanchton. Filósofos, como Ba- con, Lockey Hamilton; hombres de ciencia, como Humboldt y Romanes; entre los misioneros, Javier, Martyn, Duff, Livingstone, Mackay y Hannington: exploradores como Colón;… potentados terrestres como Carlomagno, Vladimir, Hildebrando, Luis IX, Enrique IV, Catalina de Médicis, Carlos V, Enrique de Navarra y María de Escocia —encontraron en los Salmos la inspiración para su vida, su fuerza en el peligro y su apoyo en la muerte” (Eckman, Opus cit., págs. 65-70).

El Nuevo Testamento no es inferior al Antiguo en cuanto a contenido poético. Eckman destaca, entre muchos otros ejemplos: la anunciación del ángel a María (Luc. 1:28-33); la salutación angélica que anunció el advenimiento de Jesús (2:14); el cántico de Zacarías (1:68-79); el cántico de la virgen María (1:46-55); y el de Simeón (2:29-32). En el sentido más amplio de la poesía Jesús puede ser clasificado entre los poetas, y por cierto la oda de Pablo al amor, en 1 Corintios 13, y gran parte de su disertación sobre la resurrección, en el capítulo 15 de la misma epístola, deben ser considerados como poesía en esencia, aunque no en forma.

Valernos de la poesía en la preparación y presentación de nuestros sermones es señal de buen gusto, inteligencia y preocupación espiritual. Pero convendrá conocer por lo menos los rudimentos de la poética, para leer los versos con la cadencia adecuada, uniendo la vocal final con la que comienza la palabra siguiente, y observando la debida acentuación métrica. Y los versos deben, naturalmente, armonizar con el asunto tratado. Este ganará así mucho en expresión y vivacidad, grabándose más profunda y perdurablemente en el espíritu y el corazón de los oyentes.