Parecería que el desafío más grande para el pastor distrital fuera el de llevar a cabo un programa de evangelismo que fuese práctico, continuo y entusiasta, amén de la dirección y promoción de muchas otras actividades de la iglesia. Con frecuencia no sabe si hacer las cosas que debiera hacer o las que está obligado a hacer. Debe vencer sus propias frustraciones acerca de las constantes tensiones de su trabajo, a la par que satisfacer a sus superiores, sus feligreses, su familia, y por último, pero no menos importante, satisfacerse a sí mismo.
La primera tentación que asalta al joven pastor distrital es la de correr, tratando de complacer constantemente a todo el mundo, pero en realidad, dando la impresión de no cumplir nunca todo lo que se propone hacer. Se siente tentado a sacrificar horas de estudio y el tiempo que debiera dedicar a la familia en favor de la “obra con la congregación”. Mediante sus actos le enseña a la iglesia que ninguna tarea de la misma puede ser hecha sin su atención personal. Los miembros de iglesia apoyan este plan, ya que personalmente se sienten menos responsables de la obra siendo que el pastor está haciendo la mayor parte de la misma.
Llevan todo el trabajo a la atención del pastor, y en vez de ser enseñados a hacer la obra ellos mismos son enseñados a abstenerse de hacer la obra del Señor. El pastor puede sentirse un héroe o quizá hasta un mártir al seguir humildemente las exigencias de sus miembros. El pastor siente que les está haciendo un servicio a sus feligreses, pero en realidad les está haciendo un daño, porque ellos se convierten en obreros perezosos y en cristianos más débiles.
Puede parecerle difícil al principio, pero el joven pastor de distrito debe conducir a sus miembros en el servicio. Debe enseñarles a gozar haciendo la obra del Señor y a tener el sentido de satisfacción en hacer su propia obra y en resolver sus propios problemas. Esto no significa que el pastor, al verse libre, pueda dedicarse a holgazanear, sino que eso le dará el tiempo que tanto necesita para estudiar y le permite alimentar espiritualmente a su gente. También tendrá más tiempo para el evangelismo y para estar con su familia.
ENSÉÑESE A LOS MIEMBROS A TRABAJAR
No todos los miembros tienen la preparación intelectual o la personalidad para dar estudios bíblicos, pero ciertamente hay unos pocos en cada iglesia que pueden aprender a hacerlo. Quizá el pastor debiera comenzar llevando consigo, para observarlos dando estudios bíblicos, a uno o dos miembros promisorios. También hay hombres en casi cada iglesia a quienes se puede confiar la responsabilidad de velar por la conservación del edificio de culto.
El antiguo dicho según el cual “la ociosidad es el taller del diablo” en ninguna parte es más cierto que en la iglesia. Si los miembros de iglesia no están ocupados en la obra del Señor, Satanás los tendrá ocupados haciendo su obra. El miembro a quien raramente o nunca se le pide que trabaje en la iglesia, pronto se hace a la idea de que no se lo necesita y queda excluido, así como el carbón encendido que es apartado del fuego pronto se enfría y apaga.
La iglesia feliz es la iglesia activa, y cuanto más activos sean los miembros en hacer la obra del Señor, tanto más crecerá la iglesia y tanto más los miembros se sentirán orgullosos de la misma.
Aunque las reuniones sociales son importantes en la vida de los miembros, el pastor nunca debiera convertirse en un director de actividades sociales para entretenerlos. Si puede enseñarles a ser amistosos los unos con los otros, y especialmente hacia los visitantes que llegan a la iglesia, estará haciendo mucho para que su trabajo resulte más fácil. Artículos que aparezcan en los diarios acerca de la iglesia harán que los miembros se sientan más orgullosos de la misma, y así estarán más dispuestos a invitar a sus amigos y relaciones a asistir.
VISITAS POR PARTE DE LOS MIEMBROS
Una forma de enseñar a los miembros a trabajar es pedirles a todos los que estén presentes un sábado de mañana que reciban un papelito donde está el nombre de una familia sacado del registro de iglesia, de miembros ausentes o enfriados. El hermano hará una visita personal a esa casa durante la semana, y al entrar en la iglesia el sábado siguiente, devolverá el papelito con el nombre y la dirección de la persona o familia visitada a la recepcionista de la iglesia, con su propia firma en el papel certificando haber hecho la visita. El pastor puede entonces reasignar los nombres de aquellos miembros que no fueron alcanzados. Esto también le proporcionará un índice acerca de la eficacia del programa de visitación. De esta forma los miembros aprenderán a hacer visitas. Debiera decírseles que si no pueden visitar personalmente los hogares, debieran hablar por teléfono con sus moradores, y que en la visita no debería absoluta promoción, ni decirse nada que pueda llevar al miembro visitado a sospechar que el motivo de la visita sea otro que el de pura amistad. La visita debiera ser breve, con un genuino interés en la persona visitada, y si el visitante se siente dispuesto a hacerlo, puede hablar acerca de lo que el Señor ha hecho por él, quizá la forma en que llegó a ser miembro de iglesia, o puede hablar acerca de los intereses o aficiones comunes.
El pastor debe estar siempre alerta en busca de mejores métodos para ayudar a su congregación a trabajar para el Señor.
Cuanto mejor organizados sean sus métodos, tanto más podrá hacer y tanto más feliz se sentirá en su trabajo. Al poder dedicar más tiempo al estudio, su predicación mejorará, más gente vendrá a escucharlo, y mayores resultados evangelístico se lograrán.
Sobre el autor: Pastor en Springfield, Ohio