Querido compañero, he sabido que estás desanimado y casi presto a deponer las armas porque son pocos los frutos de tu trabajo y acerbas las dificultades por tu falta de producción. He sabido que personas crueles hicieron llegar a tu conocimiento el desagrado general de la iglesia por tu ministerio, y que declararon públicamente que eres un hombre sin vocación.

Comprendo tu sufrimiento, tu dolor, tu amarga decepción. Te escribo estas líneas con el deseo sincero de despertar en ti una reacción favorable, porque tu desaliento y tu autocompasión podrían conducirte a la destrucción total. Ven, pues, conmigo, y como dos hermanos analicemos juntos esas acusaciones que a pesar de ser formuladas en manera dura y sin la mínima caridad, son hasta cierto punto razonables y justas.

Conversemos fríamente, con toda calma. Según lo que tengo entendido, por la voz general de los colegas y miembros de tu iglesia, no estás precisamente dedicado en cuerpo y alma a tu ministerio. Trabajas bastante, es cierto, pero quien te observa desde afuera llega a la conclusión que haces estrictamente lo necesario para quedar a flote, como un náufrago asido de una tabla.

Debes concordar conmigo que realmente te falta esa dedicación, ese empeño de quien se bate por una gran causa. Predicas bien, es cierto; tus temas están bien elaborados, bien ilustrados, pero les falta un no sé qué, de modo que todos nos damos cuenta que tu alma no está allí, que no sientes lo que dices, y por eso, tal vez, tus sermones pasan por sobre nuestras cabezas como una ráfaga de viento, impetuosa, pero que no deja nada en su estela. Viajas bastante por tu distrito, es verdad, pero sin ningún plan, sin objetivos definidos. Estás constantemente de aquí para allí, casi siempre muy apurado, pero quien te ve moverte con tanta prisa se da cuenta que estás dando golpes al aire y que poco provecho sacas de tus movimientos. Visitas los hermanos, lo reconozco, pero para tratar asuntos de poco interés, y muchas veces para negocios particulares. Pero nunca afloran en tus labios los consejos, las palabras de ánimo y de consuelo que los hermanos esperaban de ti.

Como ves, has formado un concepto negativo de tu persona como embajador de Cristo, y ese concepto te precede doquiera que vayas, indisponiendo a las iglesias, creando mala voluntad, despertando oposición, e incluso rebeldía, como ahora sucede. Lo que debes hacer, no es quedar así, amargado, resentido, como un niño a quien hay que tirarle de la oreja, sino despertar y hacer una revolución en tu vida y en tu ministerio. Lo que tienes no es falta de vocación, sino de dedicación. Te conozco lo suficiente como para afirmar que con los talentos que tienes podrías todavía realizar una obra notable. Otros más pobres que tú, en ambientes más difíciles y adversos, con esfuerzo y dedicación realizaron proezas.

Moody era un hombre sin mucha preparación, y casi ni sabía leer. Cuéntase que cierta vez estaba leyendo una porción de los evangelios, y lo hacía con tanta dificultad que un abogado que estaba cerca se ofreció para leerle. Moody accedió diciéndole: “Amigo, yo soy un hombre de un solo talento, pero estoy haciendo lo que puedo para mi Señor”. ¡Y cuánto hizo! Un autor afirma que Moody predicó a más de cien millones de personas. Otros dicen que Moody oró personalmente con setenta y cinco mil personas. Pasó casi diez mil días y noches en reuniones en un estupendo esfuerzo que duró veinticinco años.

Pablo, el gran apóstol, discutió cierta vez con Bernabé acerca de las deficiencias del joven obrero Juan Marcos. Ciertamente puso en duda su vocación para la obra sagrada. No lo quiso como ayudante porque lo juzgó incapaz para el ministerio. Marcos, por cierto, se sintió lastimado en su sensibilidad de joven idealista y trabajador. Pero se propuso mostrarle al apóstol de los gentiles mediante su dedicación y su trabajo, cuánto estaba dispuesto a hacer para su

Maestro. Y tanto trabajó y se esforzó que Pablo, presto a ser sacrificado en Roma, al saber de la gran obra de Marcos y reconociendo el error que había cometido en el pasado, escribió entonces estas conmovedoras palabras a Timoteo: “Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio”. ¡Felicitaciones, Juan Marcos! De hombre sin vocación, te convertiste en “útil para el ministerio”. Esto es todo lo que Dios espera de nosotros.

Es un hecho comprobado que un hombre sin mucha vocación, pero que sea diligente, esforzado y trabajador, muchas veces puede llegar más lejos que otro lleno de talentos, pero sin dedicación. Personalmente, siempre me gustó ver un hombre de pocos talentos luchar como un titán para vencer.

¿Sabes, mi hermano? En este mundo son tan pocos los que tienen vocación, hay tanta gente fuera de su lugar, que hay casi en todos los corazones una buena dosis de misericordia y compasión para conceder a aquellos que se esfuerzan para superar sus deficiencias. Échale un vistazo al mundo que te rodea. Ve cuánta gente está fuera de foco. ¡Cuántos médicos andan por ahí destripando a los infelices, cuando debieran estar en un banco de zapatero cortando suela! Cuántos zapateros hay, quién sabe, que debieran estar manejando un bisturí. Cuántas maestras quedarían mejor en una cocina, lavando lechuga y cortando papas, y cuántas cocineras debieran estar orientando a los pequeñitos.

Todos ellos, sin embargo, aun sin mucha vocación, se esfuerzan, se esmeran, y avanzan, cayendo y levantándose, pero avanzan. Y la sociedad los tolera, los acepta y hasta los glorifica, porque todo trabajador honrado es digno de respeto y admiración. Lo que la sociedad no tolera y no perdona es ser escarnecida por hombres que dan menos de lo que debieran y pueden dar. Lo que irrita e incita a la rebelión es ver la simulación, la irresponsabilidad de aquellos que se echan en las sogas y quieren hacernos creer que están trabajando.

Con todo el respeto y con el sincero deseo de ayudarte, me veo obligado a decirte que ésta es la impresión que nosotros, los hermanos en general, nos hemos formado de ti. A ti te toca levantarte y mostrarnos por palabras y obras que estamos equivocados. Ojalá llegue el día en que, como Pablo, tengamos que retractarnos y confesar públicamente que nos engañamos, y que de hecho eres útil para el ministerio.

Sobre el autor: Presidente de la Asociación de Río Grande do Sul, Brasil