El título de este artículo es el de una charla dirigida por el Dr. Charles Hudson, presidente de la American Medical Association, en ocasión del centenario del Sanatorio de Battle Creek. Lo tomó prestado porque sirve como una adecuada introducción para algunas consideraciones necesarias sobre este importante tema.

Leí con deleite las observaciones del Dr. Hudson. Con estas palabras describía el creciente acercamiento entre los predicadores médicos: “El clérigo puede aconsejar con más eficacia a sus feligreses enfermos cuando sabe algo de medicina y está familiarizado con la vida del hospital. . . El tratamiento de un individuo, ya sea que su problema se manifieste como físico, espiritual, emotivo o social, bien puede requerir los mejores esfuerzos de ambos”, es decir, del médico y del ministro.

Esto es muy cierto. Pero no veremos en todos sus alcances cuál es la cooperación que debe existir entre predicadores y facultativos hasta que examinemos las indicaciones inspiradas. “El evangelio de la salud debe estar íntimamente relacionado con el ministerio de la palabra. Es el plan de Dios que la influencia restauradora de la reforma pro salud sea parte del último gran esfuerzo para proclamar el mensaje evangélico” (Medical Ministry. pág. 259).

UNA RELACIÓN INDISPENSABLE

La medicina y la religión (quizá el orden correcto debiera ser religión y medicina) no sólo forman una insuperable combinación, sino que también constituyen una relación indispensable. Para nosotros como adventistas. El reconocimiento del valor de esta relación no es el resultado del despertar científico. Hemos recibido esta luz mediante la revelación. Pero, como ocurre con otras verdades reveladas, ¿la estamos usando en su potencial máximo? ¿Es suficiente que sigamos la modalidad del mundo, al paso que nos limitamos a hacer parciales y esporádicos esfuerzos por combinar medicina y religión? No cabe duda que en ciertos aspectos hemos trazado el sendero, pero hay otras áreas de las indicaciones inspiradas que han permanecido como ignoradas. Como resultado de ello, estamos siguiendo al mundo en vez de guiarlo.

Nuestra edad es testigo de una increíble especialización, la cual es necesaria mayormente debido a la avalancha de información que se ha acumulado sobre nosotros. Como en otros campos del conocimiento, hemos hallado que sólo preparando especialistas médicos podemos tener la esperanza de usar económica y efectivamente la información y las habilidades.

Sin embargo la religión y la medicina no pueden ser separadas en especialidades. Sea cual fuere el grado de especialización que las circunstancias requieran, un módico de éxito, en el sentido adventista de la palabra, no puede nunca abandonar el cuidado de la personalidad total.El redescubrimiento de esta verdad tiene un peso mayor que muchos descubrimientos menores que exigen la especialización.

Puede ser que a un ministro del Evangelio no se le exija encasillar sus servicios como lo hace el facultativo. No ocurre esto porque se hayan hecho menos descubrimientos en esta área. El ministro también se ve frente a una creciente avalancha de conocimientos específicos. Pero sean cuales fueren las circunstancias, o el grado en que se vea obligado a dar atención a servicios especializados, el ministro, como el médico, haría bien en intensificar su cuidado de todala personalidad.

“RETROCESO PROGRESISTA”

En un sentido muy real y definido, la tendencia es hacia la desespecialización. Para usar la frase feliz del Dr. Hudson, estamos ante un “retroceso progresista”. Es un retorno, si no a los “buenos tiempos antiguos”, por lo menos al plan de prestar un servicio total. Permítaseme explicarme. Es bien conocido el hecho que en la antigüedad el dirigente religioso de la comunidad era también su autoridad sanitaria. Aunque más tarde en las sociedades paganas esas responsabilidades fueron descartadas de plano debido a la falta de conocimiento, es claro que la religión y la medicina estaban íntimamente relacionadas. En Israel, bajo el gobierno teocrático, el sacerdote presidía tanto la vida religiosa como el bienestar sanitario de la nación. No estamos abogando aquí por una vuelta a las condiciones primitivas. Sin embargo debiera recordarse que, a pesar del gran aumento del conocimiento, la relación entre medicina y religión por su misma naturaleza permanece invariable.

Hoy es obviamente imposible, debido a la complejidad de las tareas implicadas, que una sola persona asuma todas las responsabilidades físicas y espirituales incluidas en el cuidado de la gente. Hoy tanto los médicos como los pastores son  siervos designados por Dios. Pero aunque hoy, existe una mayor división de responsabilidades, cada uno debiera todavía tratar de ministrar a la persona entera con tanta dedicación como lo permitan sus respectivas’ responsabilidades. “Retroceso progresista significa específicamente dejar que el medico incorpore en su práctica todas las técnicas del ministerio espiritual haciéndolas una parte indistinta de sus servicios al organismo físico. Y el ministro en su labor personal, convine en una verdadera aleación los elementos de la conducción y la instrucción física y espirituales.

En asuntos de curación el ministro debería hacer lugar al médico, ya que en casi todos los casos, a no ser en aquellos que exigen tratamientos sencillos, y aun así, bajo la supervisión de un médico, el tratamiento exige habilidades que él no posee.

En asuntos de prevención el cuadro es muy diferente. Aquí el ministro puede y debe hablar con autoridad: está en su derecho.

Aunque el predicador y el médico han de formar siempre un equipo cordial, cada uno colaborando hasta el límite de sus respectivas habilidades, en cuanto a educar acerca de la medicina preventiva y la higiene, rara vez necesita el ministro decir que eso no le corresponde a él sino al médico.

A pesar de nuestras necesarias especializaciones, que nunca vuelva a decirse que la religión y la medicina están divorciadas en nuestro medio, aun cuando todavía mantienen relaciones cordiales. Ojalá percibamos toda la gloria del mensaje adventista y guiemos al resto del mundo en el cumplimiento del plan de Dios.

COMENTARIO INSPIRADO

Debido a que este breve estudio está dedicado en primer lugar a aumentar la preparación y el servicio ministerial en armonía con las indicaciones de Dios, es necesario que citemos aquí algunas declaraciones inspiradas.

“No debiera ejercerse ninguna influencia para disuadir a quienes se estén calificando para realizar obra ministerial misionera. A esto podríamos añadir la palabra ‘médica’; porque es esencial que el ministro evangélico tenga conocimiento de las enfermedades y sus causas. Debiera saber cómo ayudar al enfermo. Debiera poder enseñar a la gente cómo tratar la morada en la cual vivimos. Esto es parte del Evangelio” (Evangelism, pág. 547. La cursiva es nuestra).

Debiera haber quedado muy atrás y olvidado el día en que los ministros sólo daban consuelo al alma y hablaban tan sólo del cielo donde la enfermedad no será más. Por cierto, hay que hablar del cielo. Pero, ¡qué incumplimiento del deber es limitarse a eso! ¿No es tiempo de erradicar el concepto de que cuerpo y alma son dos entidades separadas? Los pastores y teólogos por igual deben enseñar a nuestra gente los puntos esenciales de la vida saludable. Ni siquiera es suficiente que acudan a algún médico durante una campaña a menudo apresurada de evangelismo para que dirijan la palabra al auditorio durante unos pocos momentos. Apreciamos lo que nuestros muy ocupados médicos pueden hacer. Su tiempo es mayormente dedicado a incontables esfuerzos por curar a los enfermos. Pero el ministro debiera considerar su deber especial dar instrucción cabal en los principios adventistas de la sana higiene, tanto antes como después del bautismo, es decir, durante todo el tiempo en que tiene a su cargo la congregación. Debieran formar parte del programa de toda iglesia clases dirigidas por el ministro acerca de fisiología y todas las fases de la prevención de enfermedades.

 “Los obreros evangélicos debieran también poder dar instrucción acerca de los principios de la vida sana. Hay enfermedad por todas partes, y gran parte de la misma podría ser prevenida mediante el respeto a las leyes de la salud. La gente necesita ver el valor de los principios sanitarios para su bienestar, tanto para esta vida como para la venidera. Necesita ser despertada a la responsabilidad que tiene hacia la morada humana preparada por el Creador como su habitación, y de la cual desea que sus hijos sean fieles mayordomos” (Counsels on Health, pág. 389).

Notemos el hincapié que se hace en los consejos divinos sobre la prevención. ¡Cuán sabios son! Aunque la prevención siempre ha sido necesaria y mucho mejor que la curación, las condiciones actuales de la sociedad le dan una categoría fundamental.

MENOS ESPECTACULAR QUE LA CURACIÓN

La prevención es menos espectacular que la curación. Se requiere una motivación más elevada para mantener programas de vida sana. Pero la prevención cuesta menos que la curación y es también más remunerativa. La medicina preventiva puede ser practicada por cada ministro que desee hacer su parte y estudiar lo suficiente para convertirse en un maestro de fisiología e higiene por su propio esfuerzo. Nuestros consagrados médicos y enfermeros seguirán haciendo su parte en la obra de prevención así como de curación.

Tenemos un consejo claro o inequívoco: “Cada obrero evangélico debiera sentir el deber de enseñar los principios de la vida sana como parte de su obra específica. Hay una gran necesidad de una obra tal, y el mundo está abierto para la misma” (Id., pág. 390. La cursiva es nuestra).

Esto es filosofía netamente adventista. Agradecemos a Dios por los hombres de ciencia y de religión de otras comuniones que están tratando de reconciliar a esos dos compañeros que nunca debieran haberse separado. Pero en estas palabras de Elena G. de White vemos los medios para realizar la completa reconciliación.

¿MAS GRIEGO Y HEBREO, O…?

Lo que mayormente falta hacer es poner por obra. Anhelamos que muy pronto se hagan los cambios necesarios en los programas de estudio para permitir a los que se preparan para el ministerio evangélico que estudien lo suficiente acerca del organismo humano como para estar en condiciones de enseñar a otros. Los programas de estudio son enormes y siempre lo serán, pero el tiempo pasa rápidamente y la tarea necesita ser hecha. ¿Más griego y hebreo? No parece ser esto lo más sabio habiendo una deficiencia notable en la preparación para la obra ministerial médica. Al paso que no debe omitirse lo primero, lo segundo necesita mayor consideración. Llevemos nuestro glorioso mensaje adventista a su plena realización restableciendo el equilibrio en la preparación de nuestros ministros.

Notemos este consejo inspirado, directo y penetrante: “La indiferencia que ha existido entre nuestros ministros con respecto a la reforma pro salud y a la obra médico-misionera es sorprendente. Algunos que no profesan ser cristianos tratan estos asuntos con mayor reverencia que la que distingue a nuestros propios hermanos, y a menos que nos despertemos, ellos nos tomarán la delantera” (Testimonios para los Ministros, pág. 423). Esta es una posibilidad muy real.

Dios no permita que en estos días finales decisivos el mundo nos lleve la delantera. Al contrario, tengamos confianza en que pronto llegará el día, en el futuro casi inmediato, en que todos los seminaristas podrán estudiar esas materias importantísimas, y cuando, con la necesaria cooperación entre las escuelas, la medicina preventiva ocupe el lugar que Dios le asignó. Nuestros estudiantes estarán así en condiciones de enseñar a la gente las cosas que el Cielo espera que sepa.

Sobre el autor: R. L. Klingbeil Pastor y graduado en medicina preventiva.