Nunca antes la iglesia cristiana, nunca antes la Iglesia Adventista enfrentó un desafío como el que tenemos nosotros hoy. Más de dos mil millones de personas en el mundo que ni siquiera tienen una relación nominal con alguna iglesia cristiana. El hervidero humano compuesto por los millones de personas no cristianas está aumentando enormemente cada año. Hay más no cristianos hoy en el África que cuando David Livingstone comenzó su epopeya misionera, o cuando el pastor W. H. Anderson predicó el mensaje adventista en el continente negro hace décadas. El cuadro que presenta el Asia no es más animador. Hay más millones en esos grandes países ahora que cuando Robert Moffatt, Guillermo Carey y Adoniram Judson comenzaron a predicar el Evangelio a sus habitantes.

Hoy día un tercio de la población mundial vive en países gobernados por regímenes que oficialmente han adoptado ideologías ateas. Muchas naciones densamente pobladas ya han cerrado sus puertas a la predicación del Evangelio cristiano, el mensaje adventista.

EL MUNDO CRISTIANO SIN FE TAMBIÉN NECESITA AYUDA

En el mundo así llamado cristiano enfrentamos algunos problemas muy serios. En el mundo occidental “la opinión intelectual se está velozmente apartando cada vez más lejos del punto de vista bíblico en cuanto a Dios y al hombre. En general, en la cultura de occidente estamos presenciando un nuevo rechazo, sin precedentes, de las ideas, las actitudes y la conducta cristianas. Antiguos bastiones de la ortodoxia cristiana están sucumbiendo a un engañoso secularismo que contradice la palabra revelada de la Escritura y tuerce el significado del Evangelio’’.[1]

Un así llamado “nuevo evangelismo” seduce grandes porciones de la iglesia cristiana y pugna insistentemente para establecerse en muchos distritos. “El nuevo evangelismo dice que el primer interés no debiera ser el del ‘anticuado acto de empuñar la Biblia’ sino el de enderezar los males de la sociedad, los derechos civiles, la pobreza y la guerra”.[2]

“El sentimentalismo nunca salvará al mundo”, declaró Colin W. Williams, de la Iglesia Metodista Australiana. “El evangelismo del siglo dieciocho ya no es un símbolo adecuado de la sociedad contemporánea”. [3]

“La redención del mundo no depende de las almas que ganemos para Cristo… El evangelismo contemporáneo está dejando de ganar almas una por una para dedicarse a la evangelización de las estructuras de la sociedad”.[4]

Este nuevo evangelismo reemplaza la obra del Espíritu Santo por la educación y la reforma social. Su preocupación principal es el Vietnam en lugar del Calvario. Pone el dinero en lugar de la cruz e impone a los hombres las normas de la ética social antes que los Diez Mandamientos. Esta nueva fraternidad humanística que se está haciendo conocer como un cristianismo sin religión, poco tiene que ofrecerle a un mundo del siglo veinte enfermo de pecado, cansado de guerras, en rápida desintegración.

AUN LA IGLESIA REMANENTE DE DIOS ESTA NECESITADA

Pero hay otro frente que exige la atención del evangelista adventista: nuestra propia iglesia remanente. El cuadro no es tan halagüeño como quisiéramos que fuese. El tercer capítulo del Apocalipsis, versículos catorce al veintidós, describe una escena por demás precisa y familiar. “Se me ha mostrado que el espíritu del mundo está rápidamente leudando la iglesia”[5], escribió hace años la mensajera del Señor. “Muchos que han sido celosos en proclamar el mensaje del tercer ángel se están volviendo indiferentes y descuidados”.[6] “Como pueblo estamos casi paralizados”. ¡Qué terrible descripción de la iglesia de Dios en esta pavorosa hora crítica!

Hoy nos hallamos frente a un floreciente mundo no cristiano, a un mundo cristiano indiferente, sin fe, y a una apática iglesia de Laodicea. Esta es la medida del desafío para los evangelistas adventistas de esta hora. ¡Qué terrible desafío!

¿QUÉ MENSAJE SERA SUFICIENTE?

La pregunta que quiero considerar es: ¿Qué mensaje es suficiente para hacer frente a esta pavorosa necesidad? El mensaje adventista que hemos estado predicando durante el siglo transcurrido, ¿es apropiado para tiempos como éstos?

Para contestar estas dos preguntas quisiera primero enfocar bien el tema mediante dos preguntas adicionales. ¿Cuáles son los objetivos de nuestra predicación evangelista? ¿Qué cosa debe cumplir nuestro mensaje en la vida de hombres y mujeres que dependen de nuestro ministerio? Las respuestas a estas preguntas, creo yo, caen bajo una cuádruple clasificación:

OBJETIVOS DE NUESTRA PREDICACIÓN EVANGELÍSTICA

  1. Nuestro mensaje debe transformar la vida de aquellos que lo aceptan. Ellos deben experimentar de veras el nuevo nacimiento. Trátese de no cristianos de Asia o África, liberales amadores del mundo de los países occidentales, tibios adventistas del séptimo día o empedernidos ateos de cualquier parte del mundo, los pecadores deben nacer de nuevo. Vuestro mensaje y el mío, bajo el poder del Espíritu Santo, debe realizar nada menos que esto. “Os es necesario nacer de nuevo”, dijo Jesús.
  2. Nuestro mensaje debe proporcionar una amplia base espiritual desde la cual los creyentes recién bautizados puedan crecer en la gracia y desarrollar caracteres que los hagan aptos para el reino. No hay que pasar por alto livianamente los aspectos prácticos del Evangelio. La instrucción en temas tales como la convicción de pecado, la confesión, la restitución, la fe, la oración, el estudio de la Biblia y otros relacionados con ésos, les permitirán avanzar hacia el blanco supremo de la semejanza a Cristo.
  3. Nuestro mensaje debe instruir plenamente y establecer firmemente a los nuevos conversos en todos los puntos de nuestra fe. Estos recién nacidos en Cristo deben estar plenamente versados en las grandes verdades que nos distinguen como pueblo. Recientemente estuve en una ciudad en la cual el pastor me dijo que había perdido a su ayudante pocas semanas antes.

—Había sido ministro de otra denominación antes de aceptar el mensaje adventista —explicó el pastor—, y después de trabajar con nosotros cerca de seis meses, vino un día a decirme que deseaba terminar sus servicios con la Iglesia Adventista. Le pregunté por qué.

—Porque —contestó el otro—, no creo en lo que enseña la Iglesia Adventista. Yo nunca creí en la Sra. de White como profetisa, ni acepté nunca vuestra posición sobre el milenio y el estado de los muertos.

Ocasionalmente oímos de personas que abandonan la iglesia después del bautismo cuando descubren doctrinas que desconocían como enseñadas por los adventistas. Esto no está bien. Nuestro mensaje debe instruir plenamente y establecer firmemente a los nuevos conversos en todas las verdades de la Palabra de Dios.

  • Nuestro mensaje debe proporcionar ayuda para que el nuevo miembro se adapte a la nueva manera de vivir. La observancia del sábado, el pago del diezmo, nuestro mensaje de la vida sana y otras doctrinas netamente adventistas a menudo significan un vuelco completo en la manera de vivir de muchos que aceptan esta verdad. Nuestra predicación evangelística debe proporcionar una asistencia que permita a tales personas ajustarse suave pero seguramente a esta revolución espiritual que ha ocurrido en su vida. Debemos enseñarles el cómo, además del qué y del porqué.

¿ES ACTUAL EL MENSAJE ADVENTISTA?

Ahora que hemos dicho qué cosa deseamos cumplir mediante nuestra predicación evangelística, cuáles son nuestros objetivos, podemos dirigir nuestra atención a las preguntas supremas: El mensaje adventista, tal como se lo ha predicado a través de los años, ¿tiene actualidad en tiempos como los nuestros? ¿Qué clase de mensaje debemos predicar para alcanzar al hombre y a la mujer modernos?

Para decirlo subjetivamente: nuestra predicación debe estar basada en la Biblia, debe ser cristocéntrica, dirigida a la persona y llena del Espíritu.

Para que nuestra predicación lleve las credenciales del cielo debemos ser leales a nuestra elevada vocación y predicar “la palabra” (2 Tim. 4:2). Cuando Felipe presentó al eunuco el Evangelio ‘‘le anunció el Evangelio de Jesús” (Hech. 8:35). La poderosa predicación de Pedro en Pentecostés exigía que “cada uno de vosotros” (Hech. 2:38) se arrepintiese y fuese bautizado, y el ministerio evangelístico de la iglesia primitiva cumplió su divina misión primeramente porque los evangelistas estaban “todos llenos del Espíritu Santo” (Hech. 2:4). Aquí esta nuestro mensaje y nuestro modelo.

Los voceros del nuevo evangelismo insisten en que este enfoque no es actual. En la década de 1960. Los opositores del Evangelio en los tiempos apostólicos adoptaron posturas similares. Cuando Pablo y Felipe predicaban un Evangelio cristocéntrico en el primer siglo, nada podría haberles parecido más fuera de lugar a los oyentes judíos y paganos. Pero el Espíritu Santo tomaba su predicación cristocéntrica basada en la Biblia y conmovía ciudades enteras. Ellos proclamaban un mensaje que era “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Rom. 1:16). Aunque el Evangelio era “para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura” (1 Cor. 1:23), contenía una sabiduría mayor que la humana.

Cristo era ensalzado como el único Salvador del hombre (Hech. 4:12), y esos primeros predicadores de justicia llamaban a su generación impía al arrepentimiento y el bautismo (Hech. 2:38). Corazones pecaminosos eran quebrantados y labios pecaminosos eran constreñidos a decir: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (vers. 37). En la predicación llena del Espíritu de los apóstoles hallamos toda la gama de nuestro mensaje para hoy.

La predicación cristocéntrica basada en la Biblia trastornó el mundo pagano y judío del primer siglo. A pocas semanas de la ascensión del Maestro, Lucas escribe: “El Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hech. 2:47). Poco después escribió nuevamente: “Muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil” (Hech. 4:4). En muchos otros pasajes del libro de los Hechos leemos que muchas personas creyeron. Finalmente el cronista del avance de la iglesia primitiva cierra su relato con estas exultantes palabras de triunfo: “Y Pablo permaneció dos años [en Roma] … predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento” (Hech. 28:30, 31). ¡Cómo estas palabras conmueven todavía nuestro corazón al leerlas dos mil años después!

UN CRISTO INVARIABLE EN UN MUNDO CAMBIANTE

Desde que se escribió esa dinámica historia grandes cambios han ocurrido sobre la tierra. El mundo del siglo veinte tiene muy poco parecido con el mundo que rodeaba la iglesia primitiva. Si Pablo, Pedro o Felipe aparecieran milagrosamente en nuestra época se quedarían de una pieza al ver los poderosos automóviles, trenes, aviones supersónicos, satélites y otros productos de esta era de progreso tecnológico. Pero estos cambios son sólo superficiales: avances científicos. El corazón de los hombres no ha cambiado. Sigue siendo “desesperadamente malo” (Jer. 17:9 VM). La forma de viajar y el aumento de conocimientos del hombre no han cambiado su corazón. El corazón humano todavía necesita la misma transformación que se necesitaba en los tiempos apostólicos.

En el siglo veinte, como en el primero, los hombres nacen, pecan, experimentan dolor y angustia, enfrentan un día de juicio, mueren y los espera inevitablemente una eternidad de dicha o la destrucción final. El cuadro puede estar en un marco diferente, pero es la misma escena terrible.

Nuestro mundo de hoy todavía tiene sus Marías y Martas, sus Safiras y Ananías, sus fariseos y publicanos, sus rameras e hijos pródigos; pecadores de toda laya. Tenemos enfermos y sufrientes. El hijo del oficial del rey, el siervo del centurión, el endemoniado de Gadara, la viuda de Naín y las hermanas de Lázaro están con nosotros en número cada vez mayor.

Ayer, a orillas del Mar de Galilea, del torrentoso Jordán, en los polvorientos caminos de Samaría, en las verdes colinas de Nazaret, en las atestadas calles de la vieja Jerusalén, por dondequiera que fuese el divino Hombre de Belén, salvaba del pecado, sanaba a los enfermos y curaba los corazones quebrantados. La predicación de su bendito Evangelio salvó y sanó a los hombres en el primer siglo y ha salvado y sanado a los necesitados en todos los siglos transcurridos desde entonces.

Gracias a Dios, Cristo y su Evangelio tienen hoy el mismo poder no disminuido.

A orillas del lago Michigan o del lago Victoria, en las riberas del poderoso Amazonas o del tumultuoso Congo, en las onduladas praderas centrooccidentales de los Estados Unidos o en las verdes laderas de la vieja Europa, en las atestadas callejas de las populosas ciudades asiáticas o en las islas del océano tachonadas de palmeras, el Cristo invariable todavía cura a los enfermos, todavía venda a los de corazón quebrantado, todavía salva a los viles pecadores de sus tumbas sin mañana y sin esperanza.

Mañana los habitantes de Chicago, de Tokio, de Sídney, de Montevideo, de Glasgow, de Pago Pago, todavía necesitaremos de Jesús por el consuelo, la salud, la salvación, la vida eterna, una vida que se mide con la de Dios.

Sí, el Cristo divino del mensaje adventista todavía es actual para la vida y las necesidades del hombre moderno. Que Dios nos ayude a ensalzarlo en toda su belleza y hermosura en nuestra predicación. “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32). Sólo un Cristo levantado tiene la respuesta para las necesidades del mundo de hoy. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. “Cristo crucificado: hablen, oren y canten acerca de ello, y quebrantará y ganará los corazones”. [7] [8]La predicación de Cristo y de él crucificado no ha perdido nada de su poder transformador. Es tan potente y actual hoy día como lo fue en los días de los apóstoles.

Sobre el autor: Roberto H. Pierson Presidente de la Asociación General


Referencias:

[1] Christianity Today, 28-10-1966, pág. 32.

[2] Citado en The National Observer, 12-12-1966.

[3] Ibid

[4] Citado por Billy Graham en Christianity Today, 11-11-1966, pág. 4.

[5] Testimonies, tomo 5, pág. 75.

[6] Id., tomo 8, pág. 118.

[7]Id., tomo 4, pág. 426

[8] Id., tomo 6, pág. 67.