Hay una filosofía, peligrosamente sutil, que está ganando cada vez mayor aceptación entre nosotros. Es la idea de hacer el bien sin poner condiciones y sin esperar algo como recompensa. En un sentido, el concepto de hacer el bien sin pensar en recompensa alguna es correcto y deseable, porque nada es más detestable que la persona de motivos egoístas que pasa la mano por la espalda de aquellos que pueden devolverle con creces el favor .La iglesia está llena de personas que esperan que se les devuelvan los favores que una vez hicieron. Para los tales no son más que literatura las palabras de Jesús cuando dijo: “Haced bien, y prestad, no esperando de ello nada” (Luc. 6:35).
EL GRAN ENGAÑO DE LAS ESTADÍSTICAS
Y, por supuesto, otro peligro es el gran engaño de las estadísticas. Esto puede verse cuando una persona está motivada a buenas acciones no para la salvación de un alma, sino por alcanzar un blanco. Para los tales el número de piezas de ropa y de paquetes de alimentos distribuidos constituye el corazón del Evangelio. Es como si en el púlpito se clavara el lema “sobrepasar este año el blanco”. Cristo y su salvación son hechos a un lado mientras la iglesia trabaja y lucha por superar las cifras del año anterior. La calesita de los números gira cada vez más rápido con la corriente de las estadísticas, hasta que una voz clara y fuerte que declara: “Nunca os conocí; apartaos de mí”, detiene su movimiento.
EL CLUB “DESAMPARE EL ALMA DEL PECADOR”
Probablemente son estas falsas motivaciones las que son responsables de los extremos igualmente perjudiciales y peligrosos a los cuales me he referido: el servir a nuestro prójimo sin usar anzuelos o señuelos evangelísticos. Vemos a un número cada vez mayor de personas que están pervirtiendo el verdadero principio cristiano de servicio, a sabiendas o sin darse cuenta, en lo que concierne a la ganancia de almas. Esas personas remodelan la comisión evangélica para hacerle decir: “Por tanto id y haced el bien a todas las naciones, pero no se os ocurra pensar en bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
En otras palabras, mantengamos una neta separación entre la ganancia de almas y las buenas obras. No seamos tan faltos de ética que tratemos de salvar a un hombre de la perdición visitándolo en la cárcel o tratando de vestir su cuerpo miserable y desnudo. El resultado de esta filosofía es la formación del club “Desampare el Alma del Pecador”.
ANZUELOS Y VECINOS
Para ser específicos, veamos el caso del incrédulo de mi vecino de al lado. De vez en cuando no saludamos. Después de un tiempo sé forma cierta amistad. Como cristiano y adventista yo tengo la responsabilidad de darle a conocer, de alguna forma, nuestra gloriosa verdad. Cómo acercarme a él, es la gran pregunta. ¿Es posible para mí, que tengo en mi corazón el amor por las almas y por mi Redentor, relacionarme con este vecino sin hacer uso de anzuelos? ¿Es posible que yo, que tengo el conocimiento del Evangelio sea tan sólo un buen vecino, bueno en el sentido de ser amistoso y honrado en mi trato con él, pero que nunca trate de compartir mi fe? Yo digo que ésta no es sólo una actitud imposible para un cristiano consagrado, sino que es inconcebible. Es como llevar al vecino a cenar afuera mientras su casa está quemando.
ANZUELOS EN CANTIDAD, PERO OCULTOS
La vida de un verdadero cristiano está llena de anzuelos. Es cierto, están ocultos, pero tarde o temprano se descubren. Trátese del obsequio de un pan o de una invitación a alguna reunión social hogareña, yo siempre guardo en la parte posterior de mi mente la salvación de mi vecino. Siempre estoy pensando en nuevas maneras de “engancharlo” para el cielo. Si Cristo murió por mi vecino, lo menos que puedo hacer es tratar que mi vecino se entere de ello en la forma más conveniente. ¿Es necesario afirmar que ningún verdadero cristiano negaría jamás la ayuda a alguien que la necesite, aun cuando el tal nunca haya de aceptar a Cristo? ¿Es necesario afirmar que ningún verdadero cristiano negaría su ayuda a quien la necesite, aun cuando esa persona pueda seguir haciendo oídos sordos al testimonio público o personal?
CRISTO Y LOS ANZUELOS
Nuestro Señor prometió convertir en pescadores de hombres a sus seguidores. Les ordenó ser “prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”. Esta filosofía de ser tan sólo buenos vecinos nos hace sencillos como palomas, pero se olvida de la parte que dice “prudentes como serpientes”. La iglesia hoy es casi enteramente sencilla e inofensiva debido a esta filosofía que proscribe los anzuelos.
La sabiduría de la serpiente en el Edén sumió al mundo en el pecado y la muerte. El plan de ser sabios como serpientes hará que usemos todo medio posible para salvar a un pecador. Aunque algunos eruditos dicen que las palabras de 2 Corintios 12:16 son las palabras acusadoras de los enemigos de Pablo, encuentro que Elena White las cita como de Pablo mismo: “Os prendí por engaño”.
Pablo es un notable ejemplo en esto de “enganchar” a toda persona que fuera posible para el reino. Ya se encontrase ante reyes o ante poseídos del demonio, veía en cada uno a un posible converso. Siempre estaba en servicio como testigo, desde el alba hasta la noche cada día de su vida cristiana. Nunca pudo divorciar el hacer bien al prójimo del tratar de salvarlo para la eternidad.
ANZUELOS DE LOS APÓSTOLES
Podría fácilmente retitularse el libro del Nuevo Testamento “Los Hechos de los Apóstoles” como “Los Anzuelos de los Apóstoles”. Es una emocionante historia para ser leída especialmente estando sentados en un sillón blando y cómodo. Si hubiésemos vivido en esos días, quizá hubiéramos pensado en forma diferente. Toda la historia trata de tumultos, apedreamientos, naufragios, apaleaduras, decapitaciones, ¡pero el resultado inevitable era bautismos! Una cosa es cierta: los apóstoles no hubieran contraído amistades, no hubieran realizado programas del Plan de Cinco Días, no hubieran creado centros de asistencia social, o sanatorios y clínicas como fines en sí mismos. Esos hombres tenían un mensaje dinámico cargado de anzuelos. Cada acto que realizaban tenía un propósito. Cada viajo que emprendían tenía un plan definido. ¡Cada sermón que predicaban tenía una finalidad! Cada contacto que hacían, ya fuese por negocios, placer o cualquier otra cosa, trataban de usarlo hábilmente, tarde o temprano, como un medio para dar testimonio.
Se comete la mayor crueldad al omitir el acto supremo de bondad: darle a conocer a un hombre perdido a su Salvador. Todos los demás actos de bondad son meros puentes hacia este acto supremo. Obrar en forma diferente es tan sólo abrir caminos hacia la muerte. Podéis vestir y alimentar a una persona pero “nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. El que usa anzuelos evangélicos en su programa diario ya ha puesto su vida en el altar del sacrificio.