INTRODUCCION
EL TEMA de la ley y la gracia es tan vasto y tan importante que puede presentarse un tema en cada concilio ministerial sobre este asunto y el material no se agotaría. En esta ocasión el énfasis se pondrá sobre la última parte de 2 Corintios 3:16: “La letra mata, más el espíritu vivifica”. Lo he dividido en tres partes:
1. Los judíos y la ley
2. El joven rico y la ley
3. Los adventistas y la ley Veamos la primera parte.
LOS JUDIOS Y LA LEY
Hay en el Nuevo Testamento un grupo de personas que se menciona muchas veces y que sin embargo no nos hemos detenido a estudiarlo detenidamente para ver la función que desempeña. Esas personas eran los pastores adventistas del séptimo día de su tiempo. Su cargo o función principal era enseñar al pueblo cómo lograr la salvación. He dividido a ese grupo de la siguiente manera: 1) Los licenciados; 2) los teólogos especializados en la ley; 3) los doctores; 4) los rabinos. A cada uno de ellos el Nuevo Testamento lo designa con una palabra especial.
A – Los licenciados (grammatéus). Los licenciados de la ley son nada menos que los que comúnmente nosotros llamamos escribas o secretarios. Literalmente la palabra escriba significa “el hombre del libro”. La traducción de licenciado no es incorrecta ni tampoco superficial, pero aquí la empleo sólo para ajustarme al tema que presento. Al igual que el licenciado de hoy, su función también abarcaba lo que tenía que ver con la ley, era una persona importante. Una buena parte de los fariseos eran escribas, como también un grupo pequeño de los saduceos.
B – Los teólogos especializados en la ley (nomikós). La antigua traducción de Valera llama a este grupo “sabios de la ley”, “doctores de la ley”, la Valera revisada “intérpretes de la ley”, y la versión Popular los llama “maestros de la ley” (Luc. 7:30; 11:45, 52; 14:3; Mat. 22:35).
C – Los doctores de la ley (nomodidáskalos). Un ejemplo de este grupo de personas lo tenemos en Gamaliel. La traducción que las versiones mencionadas hacen para esta palabra también es igual que la de la palabra anterior, pero en el original podemos ver que se usa otra palabra. Quizá la mejor traducción sería “maestro de la ley” (Hech. 5:34; Luc. 5:17; 1 Tim. 1:7).
D – Los rabinos (rabbí). Después de estudios profundos en el judaísmo y después de mostrar que eran dignos del título se los ordenaba y llegaban a ser rabinos, o como Juan 1:38 lo interpreta, “maestro”. Era el exégeta de la ley, el maestro de la ley y un juez en el tribunal eclesiástico.
La función principal de estos grupos tan selectos era la interpretación de la ley, y todos pretendían que se los honrara (Mat. 23:6, 7; Mar. 12:38) debido a su conocimiento de la ley y la tradición oral.
Sociológicamente hablando se consideraban los sucesores directos de los profetas, hombres que conocían la voluntad divina y la proclamaban, instruyendo, juzgando y predicando.
En lo que respecta a su profesión se consideraban sucesores de Esdras, quien según nos dice el libro que lleva su nombre (Esd. 7:10) había dirigido su corazón a hacer tres cosas importantes:
1. Investigar la ley de Dios (Midrash).
2. Cumplir (Halakah – tradición de los padres; primero oral, luego escrita).
3. Enseñar a Israel sus preceptos y documentos (Haggadah – la enseñanza oral, ilustraciones, anécdotas, leyendas).
Cada detalle de la vida privada, familiar y pública era cubierto y regulado por este grupo de personas. Jesús dijo de ellos: “Atan cargas pesadas e insoportables y las echan sobre las espaldas de la gente, pero ellos no quieren moverlas ni con su dedo” (Mat. 23:4). Mencionaremos algunas de esas prescripciones:
1. Ceremonias. Mat. 15:2: “¿Por qué tus discípulos traspasan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan”. Se referían al acto ceremonial o ritual, no al higiénico (compárese con Mat. 23: 25).
2. Diezmo. Mat. 23:23: “Diezmáis la menta, y el eneldo y el comino”… Colaban el mosquito y se tragaban el camello (vers. 24). Con escrupuloso cuidado diezmaban, apegándose a la letra de la ley y se olvidaban del espíritu de la ley: amar a Dios y al prójimo.
3. Observancia del sábado. Mat. 12:2: “Tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado”.
Mat. 12: 10: “¿Es lícito curar en sábado?” En las prescripciones rabínicas casi no había provisión para aliviar al necesitado.
Juan 5:9, 11: “Y era sábado aquel día… El que me sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda”.
“El paralítico sanado se agachó para recoger su cama, que era tan sólo una estera y una manta… Con frentes ceñudas, le interrumpieron, preguntándole por qué llevaba su cama en el día del Señor… En su opinión, no sólo había quebrantado la ley sanando al enfermo en sábado, sino que había cometido un sacrilegio al ordenarle que llevase su cama” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 173).
Todo el capítulo 9 de Juan nos habla del conflicto de Jesús con los fariseos sobre la ley pues dice el versículo 14: ‘Y era sábado cuando Jesús había hecho el lodo, y le había abierto los ojos”.
Entre sus muchas otras prescripciones tenían por ejemplo una que establecía que: “Ningún hombre podía usar una pata de palo en sábado hasta que se estableciera el peso correcto, esto es, que la pata de palo pesara un poquito menos que la verdadera”.
La Mishna tiene 39 regulaciones principales sobre los tipos de trabajos que se podían hacer en sábado. Once de ellas trataban de la producción y preparación del pan; de la siega, la siembra, la cosecha, etc. Las siguientes doce se aplicaban a la hechura de la ropa, y al trasquilado de las ovejas. Las siguientes siete tenían que ver con la preparación de un animal para usar su producto en la preparación de comidas o del uso del cuero. Las restantes con la escritura, construcción, fuegos, transporte de artículos de un lugar a otro, etc.
Así es como el sábado, el día que Dios había designado para que el hombre tuviera una oportunidad de comunicarse con su Creador a través de sus obras, llegó a ser una carga insoportable.
La letra mata. Por eso Jesús ataca la falsa enseñanza de esos hombres que conocían la ley a la perfección. Jesús ve la falta de humildad (Mat. 23:5), de desinterés propio (Mar. 12:40), de sinceridad (Mar. 12:40, úp.) en ellos. Hombres cuyo interés era la letra de la ley. ¿No habrá un paralelo entre nosotros y ellos? Si así fuera, veamos las palabras de Jesús en Mateo 5:20: “Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.
La Escritura registra que entre los escribas hubo algunos que respondieron al llamado del Maestro. Uno de ellos, dice Mateo 8:19, le dijo a Jesús: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas”. Mat. 23:34: “Envío a vosotros profetas, sabios y escribas”. Mat. 13:52: “Por eso todo escriba…”.
EL JOVEN RICO Y LA LEY
Nos dice la Escritura que mientras Jesús estaba por dejar uno de los pueblos de Perea, “saliendo él para ir su camino vino uno corriendo” (Mar. 10:17). Parece que el joven había presenciado lo que Jesús había hecho y no quería dejar pasar por alto esa oportunidad. Jesús ya estaba por partir, pero el joven entabló conversación y le expresó sus intenciones de obtener la vida eterna.
Empezó diciéndole: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” (Mat. 19:16).
Su pregunta refleja el concepto farisaico de la justificación por obras como un pasaporte para “tener la vida eterna”. La letra de la ley.
“Este príncipe tenía en alta estima su propia justicia. No suponía en realidad que fuese deficiente en algo, pero no estaba completamente satisfecho. Sentía la necesidad de algo que no poseía. ¿Podría Jesús bendecirlo como había bendecido a los niñitos y satisfacer la necesidad de su alma?” (Id., pág. 477).
La pregunta: ¿Qué haré para poseer la vida eterna? es contestada por Jesús: “Guarda los mandamientos” (vers. 17). La referencia, clara y precisa, es a los Diez Mandamientos. Al decirle Jesús que para obtener la vida eterna tenía que “guardar los mandamientos” deseaba que el joven rico revelara el carácter de Dios, y el resumen de la palabra carácter aquí es amor (1 Juan 4:7-12).
El joven rico pretendía amar a Dios pero la prueba de que lo amaba había de mostrarla en su trato con sus semejantes (Juan 4:20). Y al preguntar: “¿cuáles?” Jesús le dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (vers. 19).
La respuesta de Jesús tocó la parte sensible, o como dice El Deseado de Todas las Gentes, pág. 479, “la llaga del carácter”, pues señalaba que él se amaba a sí mismo más que a sus semejantes. Aunque él había “guardado” todos los mandamientos, simplemente se había apegado a la letra de la ley pero no al espíritu de ella; sin embargo consideraba estar en armonía con los principios, por eso Jesús trata de abrirle los ojos al hecho de que los principios de la ley deben ser concienzudamente aplicados a todas nuestras relaciones y prácticas de la vida. Y al preguntarle él con toda sinceridad: “¿qué más me falta?” confiaba en hallarse a pocos pasos de la perfección. Sin embargo, a pesar de sentir que estaba guardando diligentemente la letra de la ley, sentía que había algo que le faltaba, pero no sabía qué era. Al contemplarse a sí mismo veía que su vida había sido pura, justa y buena; no había robado, no había adulterado ni mentido, ni levantado falso testimonio. Había cumplido a la perfección la letra de la ley.
Pero su actitud hacia sus semejantes había sido negativa. El Evangelio demanda acción positiva: amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos. Y así como no hay límite de cuánto debemos amarnos
a nosotros mismos, tampoco hay límite de cuánto debemos amar a nuestro prójimo. “Una sola cosa le faltaba, pero ésta era un principio vital. Necesitaba el amor de Dios en el alma, y a fin de que pudiese recibir ese amor, debería renunciar al supremo amor a sí mismo” (Id., pág. 478).
El joven necesitaba experimentar un cambio completo de vida: su mente había de ser transformada, sus objetivos cambiados. “Ve y vende y dalo a los pobres”, le dijo Jesús, para que puedas curarte de ese solo defecto que te queda: el egoísmo. Pues a menos que esa influencia egoísta fuese removida, el joven rico no podría continuar su progreso hacia la perfección. ¡Qué cambio de escena! Al principio vino corriendo deseoso de ser un discípulo de Jesús, pero cuando se fue, lo hizo cabizbajo, pensativo, triste.
Hermanos, el cáncer del pecado varía de individuo a individuo, y el remedio que Jesús da varía también de individuo a individuo. A Pedro, Andrés, Juan y Santiago Jesús no les dijo; “Vayan y vendan sus barquitos pesqueros”. Para ellos ése no era el problema. Sin embargo cuando los llama, Lucas 5:11 dice: “Dejando todo le siguieron”. Cualquier cosa que un hombre ame más que a Cristo lo hace indigno seguidor de él. La cruz del joven le fue dada pero él rehusó llevarla. Y dice El Deseado de Todas las Gentes, pág. 478 que “si hubiese hecho esa elección, cuán diferente hubiera sido su futuro”. Sí, la letra mata.
LOS ADVENTISTAS DEL SÉPTIMO DÍA Y LA LEY
Una de las características que nos distingue como pueblo es que observamos los Diez Mandamientos como la Sagrada Escritura los dicta. Nos sentimos orgullosos de pertenecer a ese pueblo remanente que tiene esa característica básica. Pero mi pregunta es: ¿Cuántos de los lectores sentimos que estamos observando la ley de Dios? ¿Cuántos de nosotros sentimos de veras que somos representantes dignos de ese pueblo remanente que Dios tiene? Nos encanta predicar la ley de Dios. Queremos que el mundo sepa que está transgrediendo ese legado divino. Veamos lo que dice la sierva de Dios: “El sermón más elocuente que puede predicarse sobre la ley de los Diez Mandamientos es cumplirlos. La obediencia debiera ser personal” (Testimonies, tomo 4, pág. 58).
La letra de la ley mata. Predicar los Diez Mandamientos no es suficiente. Debemos cumplirlos. Y me lleno de tristeza porque creo que estamos muy lejos de este ideal. Creo que no estamos siguiendo el plan divino, sino que estamos preocupados por la minucia. Hace poco alguien preguntó si es lícito bañarse en sábado y si es lícito afeitarse en sábado. Pero ¿qué decir acerca de nuestra conversación en ese día? ¡Cuántas veces nos encontramos haciendo nuestra voluntad, y hablando nuestras palabras!
“Ninguna otra institución confiada a los judíos propendía tan plenamente como el sábado a distinguirlos de las naciones que los rodeaban. Dios se propuso que su observancia los designase como adoradores suyos. Había de ser una señal de separación de la idolatría, y de su relación con el verdadero Dios. Pero a fin de santificar el sábado, los hombres mismos deben ser santos. Por la fe, deben llegar a ser partícipes de la justicia de Cristo. Cuando fue dado a Israel el mandato ‘Acordarte has del día de reposo para santificarlo’, el Señor también les dijo: ‘Habéis de serme varones santos’. Únicamente en esa forma podía el sábado distinguir a los israelitas como adoradores de Dios” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 250).
La observancia de los mandamientos está muy ligada a la palabra santificación, y para eso voy a citar varios pasajes de la sierva del Señor.
“La verdadera santificación será evidenciada por una escrupulosa observancia de los mandamientos de Dios” (Review and Herald, 5-10-1886).
“Aquellos que deshonran a Dios transgrediendo su ley pueden hablar de santificación, pero eso no tiene ningún valor; su ofrenda es tan aceptada como la de Caín. La obediencia a la ley de Dios es la única señal de santificación: la desobediencia es la señal de deslealtad y apostasía” (Manuscrito 41, 1897; la cursiva es nuestra).
“Dios ha escogido a los hombres desde la eternidad para que sean santos. ‘Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación’. La ley de Dios no tolera el pecado, sino que demanda perfecta obediencia. El eco de la voz de Dios nos llega siempre diciendo: santo, más santo todavía. Y nuestra respuesta debe ser: Sí, Señor, más santo todavía. La santidad está al alcance de todos los que la busquen por fe, no por sus buenas obras, sino por los méritos de Cristo. El poder divino es provisto para cada alma que está peleando la victoria sobre el pecado y Satanás”.
OBSERVAR LA LEY DE DIOS
“Cada jota y cada tilde de la ley de Dios es una garantía de perfecto descanso y seguridad si es obedecida. Si obedecéis estos mandamientos, hallaréis en cada detalle la más preciosa promesa. Tomad a Jesús como vuestro socio. Pedid su ayuda para guardar la ley de Dios. El será vuestro protector y consejero, un guía que nunca os extraviará” (Review and Herald, 26-1-1897).
“Satanás había aseverado que era imposible para el hombre obedecer los mandamientos de Dios y es cierto que con nuestra propia fuerza no podemos obedecerlos. Pero Cristo vino en forma humana, y por su perfecta obediencia probó que la humanidad y la divinidad combinadas pueden obedecer cada uno de los preceptos de Dios” (Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 297).
Dios permita que estos consejos nos sirvan para contestar a la voz de Dios que nos llega diciendo: “Santo, más santo todavía”, y que nuestra respuesta sea: “Sí, Señor, más santo todavía”.
Sobre el autor: Prof. de Teología del Colegio de Montemorelos, México.