Atraer hombres y mujeres del pecado a la justicia es la obra de Dios. Cierto, se ha propuesto emplear al hombre con sus limitaciones humanas para que ayude a las almas a levantarse del reino de las tinieblas al de la luz del Evangelio, pero nunca debemos perder de vista el hecho de que “al presentar el Espíritu un llamamiento más directo, el alma se entrega gozosamente a Jesús”, y esa alma ganada “es el resultado de una larga intercesión del Espíritu de Dios; es una obra paciente y larga” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 144).
Conducir a las personas a una decisión en favor de Cristo y del mensaje no es algo que se realice en un momento; ni se produce como resultado de un esfuerzo hecho a medias y de un modo intermitente. Debe haber un entorno para una decisión tal, que es de peso, y los elementos humano y divino deben combinarse para hacerla posible.
El obrero evangélico debe comprender las fuerzas que intervienen en el trámite de la decisión. Debe recordar que la lucha entre la verdad y el error, especialmente en la actualidad, es una horrenda batalla contra la indiferencia, el fanatismo, la incredulidad y el temor. El enemigo es habilísimo en el arte sutil de la confusión, y la dilación y la oposición obstinada a la verdad son sus productos derivados. Ha cegado de tal manera el corazón de los hombres que para éstos las tinieblas aparecen como luz, o la luz como tinieblas. El enemigo no deja de emplear armas diabólicas, obstáculos o supuestos beneficios con el alma que está por decidirse.
Cuando llega la hora de la decisión —y hay una hora cuando tal instancia es no sólo oportuna sino decididamente urgente para la salvación— la acción debe manifestarse de parte del alma vacilante. El instrumento humano que dirige la exhortación debe emplear la totalidad de la fuerza de una personalidad santificada para que sea de ayuda en la toma de la decisión. La exhortación debe convertirse en la misma invitación de Dios para esa alma que está luchando. En ese momento es imperativo que la relación de la instructora bíblica con Dios sea de tal naturaleza que el Señor pueda usar sus palabras como un llamamiento atrayente al solicitarle a las almas que dejen el error y se vuelvan a la verdad. En cierto sentido se realiza una obra de mediación. “Reconciliaos con Dios” es el sentido del llamamiento para quien está por decidirse.
La “palabra implantada… puede salvar vuestras almas” (Sant. 1:21). El obrero debe tener un conocimiento completo de la Biblia. Es la “espada del Espíritu”, que el soldado de Cristo usa para tomar efectivamente por asalto la ciudadela del alma. El lector debe reconocer claramente lo que Dios espera que él haga en esa hora crítica. La Escritura, de una manera oportuna y específica, debe ser apuntada directamente al alma en la balanza; y esto ha de hacerse con tacto y persuasión. Los hombres pueden tratar de esquivar todas las exhortaciones humanas, pero no pueden hacerlo por mucho tiempo con los llamados de Dios; tampoco pueden cambiar la palabra del Señor. Ningún argumento es más importante ni se conoce método mejor para que se produzca la decisión correcta.
Quien se dedica a ganar almas debe tener presente que Dios no hace a los hombres según un mismo molde. Se necesita una especial provisión de gracia para estar en condiciones de “discernir los espíritus” de los hombres. Jesús dominaba bellamente ese arte. “Sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:25). Debemos conocer a los hombres antes de conocer los métodos para ganarlos. Un toque de simpatía es vital en esta etapa del esfuerzo. Del recuerdo angustioso del Getsemaní de nuestra propia alma surgirán las expresiones de simpatía que harán vibrar una cuerda de respuesta en la experiencia del alma en lucha. Es una “obra delicada” que exige dulzura, compasión, paciencia y persuasión. Cuando Dios usa con poder al ganador de almas consagrado, el corazón pétreo se suaviza, caen las barreras del prejuicio y la dilación se transforma en decisión.
Después de una serie de victorias sucesivas en ayudar a la gente a decidirse en favor de Dios existe siempre el grave peligro de que la instructora comience a sentir que domina los únicos métodos y técnicas correctos que se conocen. Pero la confianza profesional puede inducirla a robarle a Dios el poder y la gracia que sólo a él le pertenecen. Quien esté afectado por esta confianza propia descubrirá que se le embotan sus agudas facultades ganadoras de almas. Su experiencia puede ser similar a la de la enfermera profesional que se endurece tanto frente a las escenas del cuarto del enfermo que aunque su pericia como enfermera vaya en aumento su corazón está encallecido a la angustia real de los dolores del mundo. Esto puede resultar cierto también en la línea de la atención espiritual.
Recuerdo varias ocasiones en que me desperté durante las horas de la noche, con fuertes impresiones en mi mente acerca de alguien por quien estaba trabajando. Se me presentaba entonces con claridad el siguiente paso que debía dar para ayudar a esa alma a ganar la victoria —aun las palabras que iba a emplear para reforzar la exhortación resonaban en mi mente. No hace falta decir que al seguir esas impresiones la decisión se producía
pronta y fácilmente. Recuerdo que esto resultaba especialmente cierto cuando se trataba de individuos muy temperamentales. La disposición de ánimo afecta directamente las reacciones y éstas a menudo desconciertan a la instructora, quien debe estar en constante relación con Dios para saber cómo tratar con toda clase de personas.
La persuasión de las almas en favor de Dios no es la experiencia del vendedor común que va de puerta en puerta vendiendo enciclopedias, artículos para el hogar o cosas semejantes, aunque algunas de las técnicas sean las mismas. No es una lucha de agudezas, empeño a fondo en el arte de vender o impulso repentino de una persona por la decisión. La solicitud más tierna a un alma para que se rinda a Dios es lo que más pesa en la decisión. Debe estar presente la convicción de que quien enseña la Palabra es un “maestro enviado de Dios”. Entonces la tendencia a derramar o evitar la decisión por la verdad a menudo se transforma en acción y entrega incondicional.
El fruto que permanece firme a través de las pruebas espirituales y de las tormentas es un milagro del Cielo, en el cual no hay lugar para la gloria humana. Es un proceso que nunca puede ser analizado por completo en términos humanos o mediante comparaciones comerciales, y el calor de esta experiencia espiritual se enfría toda vez que el frío profesionalismo emplea la vara de la estadística para medirlo.
En la hora crítica de la decisión la instructora debe manifestar las cualidades de Elías y Juan el Bautista. Es una mensajera de Dios con el solemne mensaje: “Si Jehová es Dios, seguidle”, y, “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. La Palabra del Señor habla mediante ella y debe ser presentada sin temor ante sus hijos. No es una tarea fácil, pero es su deber ineludible. Aun en nuestros días Dios se complace en emplear instrumentos humanos en tal medida que las almas que hacen su decisión realmente ven a Cristo en la mensajera, y no se atreven a rechazar su mensaje. ¡Oh, que haya más de este poder en nuestro ministerio en favor de las almas que vacilan!