Somos conscientes de la importancia que el pequeño grupo de instructoras bíblicas tiene en la obra de la evangelización. Apreciamos altamente la labor desarrollada por ustedes, y de corazón deseamos que haya más mujeres consagradas enteramente a esta tarea. Quisiéramos que nos ayude a ver este anhelo cumplido. Las impresiones e inquietudes en relación con la obra que realiza serán de mucha ayuda para el cuerpo de obreros que lee estas páginas.

  P. ¿Por qué eligió Ud. este trabajo?

  R. Porque considero que es el trabajo de vanguardia en la causa. Talvez no sea el más fácil, pero sin lugar a dudas es uno de los que más satisfacciones duraderas produce.

  P. ¿Cuáles son esas satisfacciones?

  R. He leído muchas veces aquella declaración inspirada que dice que Cristo hubiera venido al mundo por una sola alma. No creo que sea exagerada. En mi trabajo he visto muchas vidas y hogares rehechos como fruto de la recepción de la verdad. Al pensar en la dicha que significa haber sido el instrumento usado para que ese milagro se realice, considero que los frutos del trabajo efectuado se extienden por años y años en la vida de niños que llegan a ser hombres y mujeres con otra visión en la vida. Además de las consecuencias eternas que esa decisión implica, me hace también pensar que, aunque solamente uno de esos milagros se realice en mis años de trabajo, los sacrificios y desvelos que signifique están por demás recompensados.

  P. ¿Cuál ha sido su experiencia al trabajar bajo la dirección de varios pastores a través de los años? ¿Recuerda especialmente a alguno de ellos que se destaque por sus virtudes o por la forma como encaraba su trabajo?

  R. Sí. Especialmente el primero con quien trabajé. ¡Qué inspiración fue para mí al comienzo de mi labor encontrar que los interesados se sentían cautivados por la consagración genuina del pastor! Uno de ellos dijo: “Este hombre no podía ocuparse de otra cosa. Nació para ser pastor”.

  He trabajado con otros pastores que parecían verdaderos padres preocupándose de que el trabajo estuviera bien, ayudándome a visitar a la gente, interesándose por mi salud, por mi situación financiera; en fin, por todas mis necesidades. Supieron valorar mi trabajo, cosa que me llenó de aliento y ánimo para la lucha.

  En forma especial recuerdo a un pastor, a quien mucho aprecio por su dedicación a la obra del Señor, que reunió a los instructores un día muy frío de invierno, cuando se hacía casi insoportable el andar en la calle, y nos dijo: “Mis amigos, los días son muy fríos, comprendo todo, pero se nos ha encomendado el trabajo más grande dado a los seres humanos, rescatar las almas para el Señor y debemos hacerlo con amor, lealtad y sacrificio, pero con gusto y aunque haga frío. Si alguno no tiene abrigo suficiente yo le ayudaré a adquirirlo y ustedes me lo devolverán cuando puedan. He vendido algunas cosas que tenía sin necesitarlas y les puedo ayudar”. Eso es inolvidable; revela el cariño y el amor de un verdadero pastor.

  P. ¿Cuáles son las cualidades positivas que Ud. espera de un pastor, en lo que tiene relación con su vida espiritual, su consagración?

  R. Las virtudes que más aprecio son: integridad, es decir, que viva lo que predica y sea una fuente de inspiración para la instructora; pureza en sus pensamientos y actos; vocación por la obra que realiza; que ame la obra y la ponga en primer lugar en su vida; que ame las almas; que sea amplio, no legalista, pero fiel a los principios y normas; paciente, que no se enoje y que sepa guardar cordura en los momentos difíciles, tanto en su trato con la instructora como en la  iglesia; que considere que su instructora es un alma por la cual tiene la obligación de velar en la misma medida en que lo hace con cualquier otro miembro de la iglesia.

  P. Hay principios de ética cuyo respeto ayuda a mantener las buenas relaciones. ¿Son ellos muy importantes en el ministerio? ¿Qué virtud aprecia Ud. en un pastor en ese aspecto?

  R. Es muy vasto el campo de la ética. Tendría que referirme a la ética en su trato con la iglesia, en su dirección de la junta, además de su trato con la instructora.

  En cuanto a la hermandad, esperaría que sea imparcial, es decir, que trate con la misma amabilidad a todos y no sólo a un grupo de “escogidos”. En forma especial es cierto esto en la aplicación de la disciplina eclesiástica. Debe el pastor ser recto y aplicarla a quien sea y no sólo a los hermanos humildes. Además, que no se comprometa con tantas cosas que no pueda cumplir, pues una actitud tal le puede granjear la fama de mentiroso; que respete las opiniones ajenas y permita e impulse las buenas ideas, sin importar de dónde han venido.

  En el trato con sus colaboradores, desearía que fuera leal, franco, comunicativo y equilibrado. Que les tenga confianza y que les diga cuando algo no está bien y en qué aspectos debe mejorar, pero que no lo diga a quienes no corresponda; que por su aprecio a nuestro trabajo nos estimule a la acción, al progreso, a la superación, y que su cortesía y su caballerosidad no sean de tipo “profesional”, es decir, sólo reservadas al púlpito sino que las demuestre también en el trabajo.

P. Hay casos en que trabajan en una misma iglesia como colaboradores del pastor una instructora y un aspirante. ¿Qué recomendaciones haría Ud. al pastor para evitar posibles roces o aún rivalidades entre ambos?

  R. La instructora espera que el pastor no permita que se diga en público que el aspirante es su mano derecha, sin incluir también el trabajo de ella. La gente a veces piensa que el aspirante trabaja y que la instructora no, ya que aquel es más visible en público en la dirección de las reuniones. Si alguien comete la imprudencia de decirlo, el pastor debería decir “son mi mano derecha”, incluyendo a ambos. Así ayuda a los dos.

  La instructora, creo yo, debería ser miembro de la junta de la iglesia pues podría ser de gran ayuda allí, ya que conoce a muchísimos miembros de ella. Trabajé una vez con un pastor que, cuando presentaba a la junta a los nuevos hermanos, me invitaba a asistir a la reunión. Al iniciarla se disculpaba por haberme invitado diciendo: “La invito porque ella es quien conoce a los candidatos”. ¿No le parece que eso es injusto?

  P. ¿Qué podría decir en cuanto a la organización del trabajo en la iglesia o en una campaña y de la ayuda que la instructora espera del pastor?

  R. Pocas cosas desalientan más a una instructora como tener que trabajar a las órdenes de un pastor que no sea trabajador. El entusiasmo es contagioso y nosotras todavía no somos ángeles, de manera que las actitudes del pastor se nos contagian. En la práctica, es esto lo que espero: que sea organizado, que tenga un plan y que lo comparta con nosotros. Que comparta el trabajo, pero en forma justa. Que no se quede con lo más promisorio y nos deje lo difícil. En esto pensamos que los “culpables” son los administradores que nos hacen informar por separado la cantidad de gente preparada para el bautismo. Es lógico, ellos tienen que preparar sermones, hacer visitas pastorales y demás, y se alivian a veces “a costilla nuestra”. Opinamos que sería mejor, en bien del compañerismo que nos debe unir y para resolver el problema antes enunciado, que todos los bautismos se informen a través del pastor.

  Preguntamos: ¿debe el pastor proveernos de trabajo o tenemos nosotras que buscarlo cómo podemos? Sabemos que es nuestro deber aprovechar cuanta oportunidad se nos presente, pero a veces nos hemos encontrado en situaciones casi angustiosas por no tener interesados y tampoco notar preocupación en el pastor por conseguirlos. Para una instructora bíblica es penoso tener poco trabajo. Sabemos demasiado bien que a menos que tengamos nuestras manos bien llenas será imposible rendir lo que de nosotras se espera. El pastor tiene otras áreas de rendimiento, pero nosotras, si andamos mal, es la única que tenemos; no nos queda nada con qué consolarnos.

  Creo que es importantísimo atender los llamados que los interesados le hacen cuando necesitan ayuda espiritual. Es muy agradable ver a un pastor que no mira el reloj ni el calendario cuando se trata de ir en auxilio de un alma. Y eso causa un impacto sobre quienes dependen espiritualmente de él. Por supuesto, es importantísima la ayuda que el pastor puede dar al visitar a los interesados con la instructora. El trabajo de ésta es personal, pero hay casos en que se hace necesaria la visita del pastor. El no atender un caso de éstos o hacerlo después de pasado el tiempo oportuno, puede llevar a perder el trabajo de la instructora, y lo que es peor, esas personas pueden tomar caminos que difícilmente abandonarán.

  Me agrada trabajar con un pastor que está a tiempo en las reuniones y en los demás compromisos. Eso habla muy bien de él.

  P. Es sabido que hay momentos difíciles en la experiencia de toda instructora bíblica. ¿Cree Ud. que el pastor puede hacer algo para ayudarla en esos trances?

  R. En el trabajo de la instructora hay muchas satisfacciones y alegrías al rescatar almas para el Señor; pero ¿por qué no decir que también hay momentos sombríos y tristes cuando no se puede lograr el fruto del trabajo hecho? Es ahí cuando la instructora necesita el apoyo y comprensión de los superiores.

  Es cierto que trabajamos para Dios, pero no debemos olvidar que somos seres humanos y que cuando se hace lo mejor dentro de nuestras capacidades nos gusta que nos alienten personalmente o por escrito. La instructora por lo tanto espera que el pastor comprenda que una mujer que trabaja todo el día en la calle no es un hombre. Espera encontrar comprensión y consideración. Nada hay que nos anime tanto como una palabra de aprecio. A la vez esto lleva a la iglesia y a los interesados a confiar en su trabajo. Hay momentos cuando de veras sentimos la necesidad de oír que alguien hable positivamente sobre nuestro trabajo. Creo que no hay ser humano que sólo tenga virtudes o defectos. Sabemos que cometemos errores. Queremos pensar que un poco de lo otro también tenemos. Quizá los pastores podrían aumentar nuestro rendimiento si fueran menos remisos en agradecer lo que haya de positivo en nuestra tarea. Cuesta poco y vale mucho.

  Debo agregar finalmente que una instructora espera compañerismo. Los administradores trabajan en un ambiente lindo en compañía de otros pastores. Nuestros jefes, aunque en menos grado, respiran también un poco de ese ambiente. La administración de la iglesia y las visitas pastorales los ayudan. Nosotras, en cambio, estamos el día entero respirando incredulidad, duda, problemas, etc. ¡Cuánto necesitamos sentir que nuestro pastor es nuestro compañero, que se interesa en nuestro trabajo y que nos ayuda a hacer alguna visita de vez en cuando, que cuando hay triunfos son de ambos y que los fracasos también hay que repartirlos! (A veces sólo son compañeros para saber cuántos candidatos tenemos para el bautismo. . .)

  P. ¿Cree Ud. que hay algo que podamos hacer para aumentar el número de instructoras bíblicas?

  R. Creo que hay dos razones por las cuales no tenemos más damas en esta tarea: la primera es que hay pocas interesadas en realizarla, pues las alumnas de nuestros colegios son atraídas por otros ramos de la obra tal vez más fáciles o a los que se da más valor tales como el magisterio, secretariado, enfermería, etc. La segunda es que no hay mucha demanda de instructoras y algunas al terminar el colegio han sido empleadas como maestras, lo cual en algunos casos, es un drama pues no han recibido preparación especializada o tal vez no tengan vocación para ese trabajo.

  La solución, a mi juicio, es que se inspire a señoritas de talento y vocación a entrar en el ministerio bíblico realizando la tarea ante la hermandad a través de una buena campaña. Junto con ello que se tomen medidas para emplear más instructoras ya que, desde el punto de vista económico, somos baratas, y desde el punto de vista del rendimiento somos efectivas, pues podemos llevar a la decisión a muchísimas personas. La Hna. White declara que debería haber veinte donde ahora hay una sola.

  Queda el desafío en el corazón de los lectores. A los pastores que tienen la dicha de tener en su iglesia una instructora bíblica, les recomendamos alentarla para que cumpla su misión con mayor alegría. A quienes descubran elementos que podrían ser útiles a la causa, a instarlas a recibir una preparación cabal en el colegio y dedicarse a la ganancia de almas. A los administradores a hacer un lugar en el presupuesto para que haya más mujeres consagradas realizando esta santa labor. Y a todos a orar por ellas, pidiendo al Cielo que las fortalezca y proteja para que su misión sea cumplida con la unción celestial. =